y, al ver á su novio, retrocede asustada y tiene que buscar apoyo en una silla, dice más y mejor que largos fragmentos líricos. Tampoco, si bien observamos, sigue la acción el curso fatal de los acontecimientos: el hombre y sólo el hombre lo resuelve todo (1). (1) Véase el apéndice núm. 6. CAPÍTULO II Verosimilitud P ERO imaginaos, por un momento, que Ricardo, el hombre rico por la estafa, el embustero galanteador, de repente, al casarse con Consuelo, se mostrase modelo de esposos; que Fernando, el huérfano que en ajenos libros estudió las matemáticas y rechazó con nobleza la proposición de Fulgencio, cuando á costa de un crimen impune le ofrecía cuantiosas riquezas, porque según dice, retratando en la que alguno al mirarla pueda Si aumenta mis regocijos imaginaos-repito-que ese Fernando, al ver casada con otro á Consuelo, renunciando á sus ideales, é inconsecuente consigo mismo, se prendase de pronto de los millones de una rica criolla, se uniera á ella y, sin sentir el más mínimo dolor ó amargura inter na, se arrojase sonriente y cínico por la senda del vicio y del robado lujo. ¿No es cierto que ante tales aconteci mientos quedaríais indiferentes y fríos? Más aún: ¿no es verdad que quedaríais contrariados... que sentiríais el desconsuelo de quien os roba una ilusión? ¿Qué significa esto? Nadie negará que en la vida real estas suposiciones pueden ser y son á veces un hecho. Sí, tal vez habría verdad, pero no habría verosimilitud. Luego exigís como condición precisa de la acción dramática la verosimilitud (1). Y, como hace observar sabiamente un escritor moderno, la misma verdad puede parecer inverosímil. Es preciso que veamos hombres y sucesos que, si no son reales, lo puedan ser; más aún: debieran serlo, admitidas las suposiciones de que existan y vivan con los caracteres señalados al (1) Véase el apéndice núm. 8. |