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ZUCHO se ha hablado de regeneración en estos últimos años, y nadie puede dudar que la necesitamos urgentemente; pero, para que todos nuestros deseos y laudables esfuerzos no se queden en palabras, conviene que consideremos como deber de los diferentes individuos de todas las clases y órdenes sociales procurarla prácticamente y con tenaz empeño,

dentro de su esfera de acción; y, si de catedráticos se trata, señalar á los demás los medios por los cuales se puede conseguir en la enseñanza este suspirado fin, que viene á ser el único consuelo en nuestra desgracia.

Ciñéndonos, por consiguiente, nosotros á la instrucción de la juventud estudiosa, base de cultura y germen preciosísimo de gloria y de grandeza para todos los pueblos, hora es ya-si queremos esta saludable regeneración de romper los viejos y rutinarios moldes que han constreñido y atrofiado nuestra inteligencia y de respirar las auras de libertad y de progreso que engrandecen á otras naciones, si ayer envidiosas de nuestros adelantos, hoy ejemplares y modelos que nos señalan en este punto las fuentes de la prosperidad.

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Si examinamos, en efecto, muchos centros de enseñanza, el desaliento y la amargura se apoderan de nuestro espíritu al observar que, con honrosas excepciones, todos ellos sólo tienden á desarrollar una facultad: la memoria.

Como si los alumnos carecieran de inteligencia, ó tal vez como si esa alhaja riquísima del ser racional debiera arrinconarse en los primeros años de la vida, únicamente se busca con afán que decoren rutinariamente las lecciones, con las reglitas extractadas y los obligados ejemplos que-en homeopáticas dosis-se consignan en algunos libros de texto.

Ahora bien, este método irracional y tan cómodo para el maestro como perjudicial para el discípulo de confiar á la memoria lo que ni el primero explica ni el segundo entiende, puede,

en efecto, crear fonógrafos animados y hacer de nuestros jóvenes meros ecos de la voz de los sabios; pero en ningún modo instruye ni forma la inteligencia, que, raquítica y enteca, queda, como planta sin jugo propio, falta de educación y desarrollo. Más aún: el niño verdaderamente amante del saber, que se siente con fuerzas y energías intelectuales para discurrir por sí, odiando, como debe, tan desastroso sistema de enseñanza, cobra tal aversión á las lecciones, que son para él colección de fechas y logogrifos indescifrables, que, lejos de aficionarse al estudio y recrearse en la cátedra, mira cste gimnasio intelectual como verdadero martirio é insoportable tiranía.

Y así lo es en efecto; porque ¿cuál es el fruto práctico que de tantas tor

turas y sacrificios obtiene el alumno? Examinad de Latín ó de Historia, quince días no más después del examen, al aprobado con nota de sobreliente que recitó, sin titubear un punto y sin equivocar una coma, largas parrafadas del consagrado autor, más allá de cuyas páginas absolutamente nada presume imaginar siquiera..., y tal vez notaréis con asombro que para recordar confusamente los casos de un nombre necesita acudir al libro y saber la página ó la lección donde se consignan, ó para repetiros la fecha de la guerra de la Independencia española exige, como condición precisa, que le apuntéis si esa pregunta se encuentra en la lección 50 ó en la 72 de su manoseado programa.

Hemos oído exámenes en algún Instituto donde el examinando no atinaba

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