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tado los soldados á su vida, pidió y obtuvo del Rey su dimisión. Sucedióle en su cargo Juan Garay, muy superior á él en las prendas de buen soldado y hábil capitán. De ello no tardó en dar una prueba, en ocasión que los portugueses intentaron tomar á Valverde, plaza situada á una legua de Olivenza y á cuatro de Badajoz.

El general portugués Francisco Rabello, con cinco mil de á pie y novecientos de á caballo, además de alguna artillería, marchó en la noche con dirección á la plaza, prometiéndose entrarla por sorpresa. Pero Garay se informó con tiempo del designio de los contrarios; así es que, no sólo aumentó la guarnición de Valverde, sino que envió á Teraza con toda la caballería para que saliese al encuentro de Rabello. Llegado éste al siguiente día por la mañana á vista de Valverde, opúsosele la caballería de Teraza, trabándose algunas escaramuzas y ligeros combates, en que los nuestros sólo procuraban dar lugar á los de la plaza para ponerse en defensa. Al fin se replegaron á ella, puesto que no pudiesen sostener el combate en lo llano.

Entonces los portugueses avanzaron hacia

la plaza, y colocando la artillería en las alturas inmediatas, comenzaron á dispararla contra Valverde. Encrudecióse el combate en los mismos reparos y muros, porque, siendo poco fuertes, no tardaron en ser.aportillados y rotos. Los portugueses penetraron resueltamente por las brechas hasta dentro de la misma plaza, donde trabóse la pelea más encarnizada y terrible que puede imaginarse. No era aquel un combate regular y ordenado; pues mezclados los unos con los otros, y animados todos de igual furor y rabia, se peleaba ciegamente, y en muchas partes al par. Esta pelea fué harto más dañosa á los invasores que á los sitiados, pues, extraviados aquéllos por las calles, no sólo los herían con más ventaja los de la plaza, sino que, desde las mismas ventanas y tejados, les lanzaban cuantos proyectiles podían, y si algunos se entraban en las casas, ora para refugiarse, ora para ejecutar sus venganzas, allí eran sacrificados por los vecinos.

Rabello, visto el estrago de sus portugueses, procuró reunirlos, y en lugar de ponerse en salvo retirándose, acudió con sus tropas á combatir la Iglesia mayor, donde se habían recogido los ancianos y niños, puesto que

su furor se había aumentado con la resistencia. Rodeaba la Iglesia una plaza espaciosa, donde, reunidos castellanos y portugueses, pusiéronse unos y otros en buena ordenanza de combate. Allí, trabada la pelea, mantúvose indecisa por mucho tiempo, no sin harto estrago de una y otra parte; mas al fin, socorridos los nuestros con un escuadrón crecido de paisanos y soldados, con que acudió de improviso el capitán D. Diego de Lara, acometiendo á los enemigos por la espalda, la fortuna se declaró por los nuestros.

Los portugueses, mirándose entre dos fuegos, no osaron resistir por más tiempo, comenzando á desbandarse. En vano Rabello, desnudando su cabeza, por mostrar á los suyos que no era tan grande el riesgo que le debiesen temer, los animaba y exhortaba á no desamparar las filas, pues un bote de lanza tirado por diestra mano le derribó sin vida de su caballo. Los portugueses, luego que vieron muerto á su General, desmayaron completamente, y huyendo desbaratados, no sin rendir la vida gran muchedumbre de ellos al acero castellano. El gobernador de la plaza no quiso que se les siguiese el alcance por mucho tiempo, temeroso de que la fortuna, tan du

dosa en el trance ocurrido, se pusiese acaso de parte de los enemigos, que de otra suerte quizá fuera mayor su estrago.

Perecieron en esta pelea ochocientos de los nuestros, y hasta dos mil portugueses, pérdida que fué para ellos más considerable todavía por la calidad que por el número, pues además de su general Rabello, murieron muchos caballeros de la Orden militar de Cristo, y cinco capitanes de caballería, perdiendo también cuatro banderas. El número de los portugueses heridos fué considerable, muchos de ellos de muerte, y fué de notar el que, en tal estado, fuesen conducidos á Olivenza en los mismos carros que habían dispuesto traer para cargarlos con los despojos de la plaza expugnada '.

Año de 1641.

CAPÍTULO II.

SEGUNDA CAMPAÑA (1641).

Combate de Elvas. —Acertadas disposiciones de Garay, eje

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- Conducta sanguinaria de los aliados de Portugal. — Rendición de la villa y castillo de Eljas. — El duque de Alba en

vía socorros.

· Rivalidades entre Garay y el duque de Alba.

-Ventajas de los portugueses.

á los nuestros.

- Sus ardides para engañar - Cerco de San Martin, por el general portugués Tello. Socorros enviados por Garay.-Acertadas disposiciones de Burgos. - Destrucción y tala de la villa y cercanías de Eljas por los portugueses. Excursiones de los ejércitos españoles en Portugal. — Suspéndese la campaña. Reyertas de nuestros Generales.

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AL fué el suceso de la primera campaña. La siguiente dió principio por un combate que se trabó entre castellanos y portugueses á vista de la plaza de Elvas. Fué la causa de romperse antes de tiempo las hostilidades que, noticioso Garay del cruel trato que daban los enemigos á

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