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CAPÍTULO VII.

CONTINUACIÓN DE LA SEXTA CAMPAÑA.

Vasconcellos, General del ejército portugués.- Sitio de Badajoz.-Gestiones de San Germán con D. Luís de Haro para defender la plaza.- Defensa del castillo de San Cristóbal.Derrota de D. Fernando de Carvajal. — Socorros llevados á Badajoz por el marqués de Lanzarote y el capitán Ungán.-Muerte del sargento mayor Segura. — Lanzarote derrota á los expugnadores del fuerte de San Cristóbal. Varia suerte de los castellanos en los cerros de Viento y de Maya.Heroica defensa y rendición del fuerte de San Miguel.

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A nueva de estos reveses llegada á Lisboa afligió en extremo á la duquesa de

Braganza, que con tan grandes alientos había mandado comenzar la campaña, te miéndose que los portugueses achacasen á su mal gobierno y poco acertadas disposiciones,

lo que sólo debía atribuirse á la fortuna. Para remediar, pues, los daños pasados, renovó las alianzas hechas por el difunto esposo con Francia é Inglaterra, alistando á sueldo en estos reinos crecido número de tropas. Así pudo juntar un ejército de diez y seis mil infantes y cerca de cuatro mil caballos, cuyo mando dió á Juan Méndez de Vasconcellos, antiguo y experimentado general, y que ya en otro tiempo, al servicio del Rey Católico, había hecho la guerra en Flandes.

Vasconcellos, según las instrucciones de doña Luísa de Guzmán, vino con este ejército la vuelta de Badajoz, con el intento nada menos que de emprender el sitio de esta plaza. San Germán, que estaba en ella con escasa guarnición, luego que le llegó la nueva del gran apresto de los portugueses, envió sus cartas á D. Luís de Haro, primer ministro á la sazón de Felipe IV, dándole cuenta del apuro, y pidiéndole prontos y suficientes socorros. Haro, ó bien por descuido y negligencia, ó por no creer tan inminente el peligro, tardóse en enviar el socorro; pero San Germán, en cuanto estuvo de su parte, acudió al remedio, entrando en la plaza

cuantos víveres y municiones pudo recoger en los lugares cercanos. Dióse también priesa á reparar las fortificaciones, que se miraban en harto deterioro y menoscabo, y con la escasa guarnición que contaba, que eran en todo dos mil de á caballo, quinientos veteranos de á pie y alguna gente bisoña, con más muchos moradores que se ofrecieron voluntariamente á las armas, se previno en la mejor disposición posible á la defensa.

El ejército portugués no tardó en aparecer á vista de Badajoz, causando grande espanto en la población, por el número de los enemigos y formidable aparato de guerra que mostraban. Al punto que los avistó, nuestro General mandó que saliesen á detenerlos, si posible fuese, muchas compañías de á caballo. Vasconcellos, como llegó cerca de Badajoz, mandó á los suyos que se apoderasen de un fuerte castillo llamado de San Cristóbal, situado á alguna distancia de la ciudad, y en la orilla opuesta del Guadiana, sobre la cumbre de un cerro.

Comenzóle á batir con su artillería; pero los nuestros, con frecuentes rebatos y acometidas, hacían gran daño en los sitiadores, derribándoles apenas alzadas sus trincheras y re

paros. Al fin trabóse allí un recio combate, en que, después de mucho lidiar, aseguraron los nuestros la victoria, haciendo gran matanza en los enemigos, y forzando á huir desbaratada la demás muchedumbre.

Pero los portugueses lograron restaurar después esta derrota, con una emboscada en que hicieron caer á nuestro capitán Fernando Carvajal, que con dos mil caballos y alguna gente de á pie había salido de Badajoz por orden del duque de San Germán, engañado con una falsa nueva que le trajo un espía encubierto de los enemigos. Los portugueses, compartidos en tres escuadrones, acometieron por otras tantas partes á los nuestros, que, desprevenidos y embarazados con la muchedumbre de los enemigos, apenas pudieron defenderse. Casi toda nuestra infantería quedó tendida en el campo, salvándose los jinetes, gracias á la ligereza de sus caballos. Carvajal murió peleando esforzadamente, y, además de esta pérdida, tres de nuestros capitanes fueron presos por los enemigos.

Vasconcellos, con este buen suceso, presu-miendo más de su fortuna, envió algunas compañías de caballos á tomar lenguas y examinar desde cerca la traza y disposición de

la ciudad, así como también á provocar á los que guardaban las puertas. Esta caballería llegó resuelta y animosa á un puente que tenía el Guadiana por aquella parte; pero allí se vió atajada por un fuerte escuadrón de los nuestros que guardaba aquel paso. Lo estrecho del lugar no permitió á la gente de á caballo ponerse en buen orden para cerrar con los castellanos, que los cargaban reciamente, con que al fin fueron desbaratados, pereciendo muchos á manos de los nuestros, y otros despeñados en el río, huyendo los demás á ampararse del grueso del ejército portugués, que se había formado no lejos de allí, en la ribera del río.

Proseguían, en tanto, los portugueses en la expugnación del fuerte de San Cristóbal; y San Germán, para acudir á este y otros riesgos, envió sus órdenes para que viniesen. lo más prestamente posible á Badajoz dos tercios que estaban en Andalucía, uno de soldados viejos españoles, mandados por el marqués de Lanzarote, y otro de aliados irlandeses, bajo la conducta del esforzado capitán Gualtero Ungán.

Llegada esta gente, aunque con recato, se entró una noche en Badajoz; todavía enten

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