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CAPÍTULO III.

TERCERA CAMPAÑA (1644).

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Sucesos que la motivan. — Ineptitud del conde de Santisteban. -Recuperación de Valverde por los portugueses. — Atrevimiento de los portugueses en sitiar á Badajoz.-El duque de Braganza destituye á Mascareñas. Sitio y toma de las plazas y castillos de Alconchel, Villanueva del Fresno y Salvatierra. Nombramiento del cardenal Espínola.- El marqués de Torrecusa.-Sitio de Alburquerque por los portugueses. -Indisciplina del ejército.-Intervención del Obispo de Badajoz.-El marqués de Torrecusa confía á Molingen el mando de la expedición.-Los portugueses en Montijo. -Impaciencia de Torrecusa.-Traza de los ejércitos portugués y castellano, antes de la batalla entre Montijo y Lobón.-Causas de la derrota de los portugueses. Previsión y esfuerzos de Molingen para no malograr la victoria. - Engaños de los portugueses para ocultar su derrota.

N tanto, el duque de Braganza, visto el descuido y negligencia de los nuestros, pensaba que sólo le faltaba para asegurarse en su poder, el lograr algún suceso favorable con que poner temor en los castellanos y cobrar reputación ante las nacio

nes extranjeras. Propúsose, pues, en vez de mantenerse á la defensiva, llevar la guerra más allá de la frontera.

ΕΙ rey de Francia le socorrió por mar con buen número de soldados, y aun se cuenta que muchos, pasando el Pirineo simulando el traje y traza de peregrinos andantes á Santiago, lograron, atravesando por España, entrarse en Portugal. Braganza, pues, haciendo muestra de sus tropas, halló diez mil infantes y tres mil caballos á punto de guerra, además de los voluntarios y algunos cuerpos empleados en diversos puntos.

El mando de este ejército le confió á Vasco de Mascareñas, y por su segundo á Juan Méndez de Vasconcellos. El mismo Braganza, para añadir con su presencia más valor y entusiasmo á los soldados, vínose con la nobleza á la frontera. Cuando esto sucedía, ya Garay había sido llamado á Cataluña, reemplazándole el conde de Santisteban, que, si era hombre estimable por su probidad y otras prendas, carecía enteramente de las de capitán entendido y buen soldado.

Esto fué parte para que los portugueses se apoderasen de Valverde, que, arrasada antes por ellos, habíanla reparado los nuestros.

Arrasáronla segunda vez, y tales ánimos cobraron con este buen suceso y con la noticia de la escasez de nuestras tropas y poco valer de su General, que no dudaron en llegar sobre Badajoz.

Aunque los portugueses no podían presumir tanto de sus fuerzas, que creyesen cosa fácil el apoderarse de plaza tan considerable y cabeza de la provincia, todavía, por jactancia y alarde de sus bríos, cercáronla todo en derredor con gran aparato y estrépito. Por otra parte, el General portugués deseaba traer á los españoles á la batalla, creyéndose seguro de la victoria, y por ello mandó talarlo y quemarlo todo en los campos vecinos, pensando que los nuestros no dejarían de responder à tales provocaciones. Pero, al fin, conociendo que el cerco sería largo y que España acudiría con todas sus fuerzas á vengar aquella afrenta, renunció á su propósito, levantando el sitio.

El de Braganza, culpando á Mascareñas por haberse malogrado aquella empresa, quitóle el mando de las tropas, entregándole de nuevo á Matías de Alburquerque.

Éste tuvo tal acierto en aprovecharse de la impericia de nuestro General y mal estado

de nuestro ejército, que se apoderó por fuerza de las plazas de Alconchel, Villanueva del Fresno y otros lugares vecinos. Al propio tiempo, el conde de Castelmellor, entrando por mandado de Braganza, en Galicia, con seis mil de á pie y novecientos caballos, acometió á la plaza de Salvatierra. Fué notable este cerco por los numerosos y encarnizados combates á que dió lugar entre sitiados é invasores, y en donde los portugueses retiráronse más de una vez escarmentados: al fin, redoblando los disparos de la artillería contra los muros, empleando gran copia de bastidas y otros ingenios, lograron apoderarse primero de la plaza y después del castillo.

Mucho afligió al Rey Católico la noticia de la pérdida de Salvatierra, pues ya se mostraba tal la suerte de las armas, que lejos de reducir Castilla á los portugueses rebelados, no parecía sino que ellos iban á conquistar el resto de la Península. Acudió, pues, á remediar aquel revés con quitar el mando del ejército de Galicia al prior de Navarra, que á la sazón lo tenía, dándolo al cardenal de Espínola, arzobispo de Santiago, y encargándole que cobrase á Salvatierra: vergüenza, por cierto, grande el que después de los Gonzalos, Al

bas, Leivas, Colomas y otros ciento, ver la honra militar de España confiada al capelo y la sotana. Era este Cardenal hijo del famoso marqués de Espínola que tales hazañas llevó á cabo en la guerra de Flandes.

Pero el suceso acreditó la verdad tan sabida, de que no así el valor y la fortuna, como áveces los vicios, suelen transmitirse de padres á hijos. Porque el Cardenal, á quien se dieron para recuperar á Salvatierra cerca de ocho mil infantes y dos mil caballos, después de grandes fatigas y deliberaciones, sin intentar nada de provecho, volvióse á Santiago, con la afrenta de haber malogrado la expedición.

Ya eran transcurridos cuatro años de guerra, y corría el de 1644, cuando la indignación de los castellanos, al verse burlados por los portugueses, pueblo pequeño y encerrado en un confín de la Península, encendió de nuevo y con más furor las hostilidades. Los portugueses, por otra parte, habían adquirido en esta lucha la certeza de que podían contrastar el poder de los españoles, y los socorros y promesas del francés aumentaban sus ánimos y sus fuerzas.

Incierto estaba el Rey Católico á quién

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