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De como el padre Ponce fué á convalecer á Tlaxcalla, de lo que dél y de su sucesor se decia en aquella pro

vincia.

Viernes veinticuatro de Marzo, de dia claro, salió el padre fray Alonso Ponce del convento sobredicho de Santa Bárbara, y andadas cinco leguas con harta fatiga y trabajo, porque aun estaba todavía muy flaco, llegó á comer á la cibdad y convento de Tlaxcalla, donde así de los frailes como de los indios fué muy bien recebido, con mucha fiesta y música, y los unos y los otros mostraron el grande amor y devocion que le tenian. Estaba entre los frailes un hijo y natural de aquella provincia, el cual, cuando vió al padre Ponce entrar en el patio de la iglesia, vuelto á otros frailes, comenzó á llorar y á decir con mucho sentimiento que maldito fuese el que le habia perseguido y no querido obedecer. Y no era este solo el que esto sentia y decia, pero aun los mesmos que le habian perseguido confesaban que habian errado y andado engañados, y que pluguiera á Dios que hobieran antes entendido lo que ya entendian de la bondad y santidad del padre Ponce, y no hobieran comenzado á desobedecerle, y que ojalá los mandara y gobernara él y no el que habia ido en su lugar, de quien, casi todos en general, estaban quejosísimos y publicaban mil males, diciendo que los trataba con mucho rigor y aspereza, y que los afrentaba de palabra; y que en el capitulo habia hecho las partes del que salió por

provincial, tan al descubierto, con unos y con otros, que por esto llamaban á aquel capítulo públicamente el capítulo de la caridad, y que habian de dar noticia dello al Papa. Finalmente, casi todos á una mano estaban mal con él, especial los que allí han tomado el hábito, á los cuales jamás contentará Comisario ninguno que les fuere de España, sino es que en todo acuda á darles gusto, y que no tenga mas que nombre de Comisario, porque, para decir verdad y hablar claramente, no estaban ni están mal estos frailes con los Comisarios que les envian, sino con el oficio que llevan, y este es el que abominan y resisten, y querrian echar de sobre sus hombros; ó que, cuando hobiesen de tener Comisario, se eligiese de entre ellos mesmos quien disimulase sus cosas y los dejasè vivir á las anchas. Pero dejado esto aparte, volvamos al padre Ponce, que ya era llegado á Tlaxcalla: allí, pues, se detuvo hasta la dominica quinta, despues de Pascua, siendo regalado de los frailes, los cuales, con mucho amor y voluntad, acudian á servirle y hacerle caridad, viendo cuán flaco y necesitado estaba y lo mucho que merecia. El se esforzó el Jue ves Santo, y predicó á la misa mayor á los españoles con mucha alegría y contento de todos; lo mesmo hizo el segundo dia de Pascua á una misa nueva, con que todos quedaron muy edificados, y él, desde aquel dia, cobró tan aprisa las fuerzas perdidas, que en muy poco tiempo se halló tan sano y recio como antes que cayese en aquella enfermedad. Allí, á Tlaxcalla, le fueron á ver muchos frailes, asi de los obedientes como de los que no lo habian sido, y todos se volvian á sus casas muy consolados; otros le escribian dándole el parabien de su Hegada, y ofreciéndose que le acompañarian y servirian TOMO LVIII.

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hasta España, y no concediéndoseles esto por el padre Comisario general, se le ofrecian que harian cuanto les dejase mandado, y espontánea y voluntariamente se ofrecieron algunos á decirle muchas misas por su salud y buen viage.

De un caso extraño que sucedió en San Francisco de Mérico, y de como tembló la tierra.

Estando el padre fray Alonso Ponce en Tlaxcalla, sucedió en el convento de San Francisco de México un caso bien notable y escandaloso, el que, aunque fué entre frailes, publicóse despues tanto entre los seglares, que nos pareció ser acertado contarlo aquí como ello pasó; y fué, que estando en la enfermería de aquel convento, ciego y enfermo en la cama, un fraile muy viejo y honrado de la provincia de Castilla, llamado fray Francisco de Tembleque, el que hizo los arcos tan nombrados en la Nueva España, por donde va el agua desde Cempoala á Otumba, que se dicen de Tembleque, y habiéndole dado un fraile lego viejo, hijo de aquella provincia de México, que le sirviese y ayudase en su trabajo y enfermedad, el cual dormia en la noche en la celda del enfermo, junto á los piés de la cama, Miércoles Santo en la noche, como á las tres de la mañana, ó enfadado ya el lego de servirle y queriendo quitarle la vida para que no tuviese necesidad de quien le sirviese, ó porque perdió el juicio, ó se cegó de alguna mala pasion, determinó de matarle; y á la hora sobredicha lle

gó á él, y le dijo con importunacion que se quitase un paño que tenia atado á la garganta para lavársele. El pobre ciego le dijo que no estaba sucio, y que no era aquella hora de lavarle; el lego quisiera quitarle el paño para poder hacer más á su gusto lo que despues hizo, y viendo que no se le quitaba dióle, sin pedirsele, el orinal diciéndole que le tomase y proveyese la orina, el enfermo le tomó, y estándola proveyendo, le dió el lego con un cuchillejo una cuchillada por la garganta pretendiendo segársela, pero el enfermo que habia sido hombre de grandes fuerzas y ánimo, así á tiento y á oscuras como estaba, le asió del cuchillo por lo agudo, y tirando dél el lego le segó los dedos, y luego con el mesmo cuchillo le acudió con otras dos ó tres estocadas por la garganta, algunas de las cuales llegaron á lo hueco, y por ellas respiraba; y dando el herido voces y llamando al mesmo lego que le ayudase, que le mataban, porque no pensaba que fuese él el que le heria, entonces el lego, disimuladamente y como sino hubiera hecho nada, se volvió á su cama y se procuró quietar. Sintiéndose el viejo tan malamente herido y todo bañado en sangre, de la mucha que le salia de las heridas, comenzó á dar voces y llamar quien le socorriese, pero como nadie le respondia levantóse de la cama, y, á gatas y como pudo, llegó á la puerta, más no la pudo abrir, que el lego la tenia atrancada por de dentro. Dió golpes en ella, y como tampoco le respondiesen, tornábase á la cama con intento de recogerse y encomendarse á Dios, y esperar la muerte que se acercaba; y antes de llegar á la cama se levantó el lego, y le dió un embion con que le derribó sobre la suya, y abrió la puerta y salió, y cerrándole por de fuera se fué á esconder. Advirtiendo entón

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ces el herido que su compañero era el que le habia tratado tan mal, tornó á la puerta y dió golpes y voces; á las cuales acudió el enfermero con lumbre, y espantado de verle así tomóle de presto la sangre, y hizo venir luego un zurujano, el cual le curó tan bien que, mediante Dios, con solo un aceite que le ponia y con dieta que le hizo tener muy grande, dentro de pocos dias le dió sano, no sin grande admiracion de todos, los cuales lo atribuyeron á milagro. Cogieron luego al malhechor que se habia escondido detrás del órgano, y preguntándole que porque habia hecho aquel desatino, no respondia otra cosa (aunque primero ló negaba), sino que el diablo le habia engañado; fué luego esta nueva al convento de Sanctiago Tlatilulco, dónde estaba el padre Comisario, y el Virey y Vireina con su hija aposentados, (que todavía se entraba como de antes en los conventos) y publicada á todos, se publicó luego por la cibdad y despues por toda la provincia.

Por este tiempo, martes once de Abril á las cuatro de la tarde, tembló la tierra en México y en toda aquella provincia, lo cual causó temor muy grande á la gente, por haber mucho tiempo que no temblaba; pero mucho mas fué lo que temieron cuando despues, miércoles veintiseis del mesmo, tembló tres veces, las dos dentro de media hora, como á las tres de la tarde, y la otra á la noche, con lo cual se cayeron en México y en sus alrededores algunas paredes y otros edificios hicieron sentimiento, especialmente en Cuyuacan, donde se cayó mucha obra del convento que allí labraban los padres dominicos. Despues desto, martes nueve de Mayo, tembló otra vez á las diez de la noche pero fué poco.

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