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te, que mirasen lo que hacian en querer poner en él las manos y sacarle de aquel lugar, pues iban en ello contra el cánon, si quis suadente diavolo.

El alcaide hizo otro requerimiento, en el cual tambien pretendió declarar este cánon, diciendo no incurrir en él porque no lo hacian, suadente diavolo, sino por órden del Virey, y otras agudezas, á lo cual el padre Comisario respondió lo que tenia respondido, apelando para ante la real Audiencia de México, y dió á entender al alcaide cuan bachiller era en entremeterse y atreverse á declarar el cánon, usurpando en ello el oficio de los letrados y doctores de la iglesia; y hecho el tercero y último requerimiento, antes que el padre Comisario respondiese, le tomaron en peso en un banco en que estaba asentado, y le sacaron por fuerza y contra su voluntad, del hospital, el alferez de la fortaleza y un hermano del alcaide y otro ó otros dos soldados, y le metieron en una chalupa que tenian allí á pique, en la cual entró luego el secretario, con los librillos, papeles y hatillo que les habia quedado, que todo era bien poco; de alli los llevaron luego á la barca San Francisco, donde los entregaron al maestre y capitan della, mandándoles que so pena de la vida, que los llevasen á España: no faltaron en esta cuarta prision, lágrimas y gemidos de los circunstantes, como en la tercera de la Puebla, ni dichos ni murmuraciones de semejante hecho, que cierto era para alabar á Dios ver el amor que todos aquellos soldados, y gente de la isla, habian cobrado al padre Comisario, y lo mucho que sentian sus trabajos. Estaba á esla sazon en la isla un fraile agustino, predicador y muy religioso, que con licencia de su prelado, iba á España, y gustaba de irse en aquella barca por llevar tan buena

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compañía como la del padre Comisario; hallóse presente á lo que aquella tarde pasó, y porque decia á los que se lo preguntaban, que el alcaide y su escribano y los oficiales reales, y los demás que habian puesto las manos en el padre Comisario, estaban descomulgados, se volvieron todos contra él muy enojados, y llenos de rabia le dijeron algunas palabras pesadas, diciéndole que revolvia la isla, y jurando á Dios que no se habia de em barcar; y aun uno de los oficiaiales reales requirió al alcaide que no le dejase salir de la isla, hasta que se diese aviso al Virey y él proveyese lo que se habia de hacer: el augustino estuvo muy cuerdo y avisado, díjoles que era verdad que él habia dicho aquello, y que de nuevo lo tornaba á decir, y pidió que le diesen su matalotage, que él holgaba de quedarse; pero pasóseles aquella furia y enojo y dejáronle embarcar, tomando para esto un titulo, que fué decir al padre Comisario que si gustaba de que el augustino fuese en aquella barca, que iria, pero que no siendo aquel su gusto no le dejarian embarcar; el padre Comisario holgó que fuese, y les rogó que no le impidiesen la ida, y así se embarcó con él.

De como se hizo á la vela y salió del puerto la barca en que -iba el padre Comisario, y arribó á la costa de Campeche ó Yucatan.

Querian los oficiales reales y el alcaide que luego se hiciese la barca á la vela, y para ello dieron la priesa posible, pero, porque no habia tiempo y faltaban algunos marineros, se quedó para otro dia: aquella noche, demás de dos guardas que habia en la barca, puestas por los oficiales reales, y de las que guardaban la fortaleza y isla por sus cuartos, envió tambien el alcaide à su alférez y á otros dos soldados que guardasen al padre Comisario, porque él ni su compañero no saliesen de la barca, ó porque no pasase á ellos algun otro fraile de la tierra firme, ó solamente para mostrar, y que todos entendiesen, que lo que el Virey le encomendaba lo hacia con mucha solicitud y diligencia; mandó asimesmo, so pena de quinientos pesos, que ninguna chalupa de los navichuelos que allí habia, pasase aquella noche á la banda de tierra firme; pero ninguna destas diligencias bastaron, porque las guardas se durmieron y sucedió lo que presto se verá.

Martes diez y seis de Febrero dieron licencia al secretario del padre Comisario para poder ir á decir misa al hospital de la isla; hallóla toda revuelta y llena de confusion, porque todos tenian por descomulgados á los que habian entendido en aquella prision, y no los querian hablar, y ellos andaban por esto, por una parte corridos,

y por otra demasiadamente enojados y desabridos. Estaba el augustino diciendo misa á puerta cerrada, por lo cual y porque el clérigo, vicario de la isla, decia, acerca de aquel caso, á los soldados lo mesmo que el augustino, pateaba el alcaide, y estaba indignadísimo contra los dos, y hizo al vicario muchos requerimientos con protestaciones y amenazas que le habia de quitar el cargo, como de hecho lo hizo, que pocos dias despues se le quitó el Virey y puso otro en su lugar, aunque tam, bien quitó al alcaide y proveyó aquella plaza á otro. En el interin que este ruido pasaba en la isla, pasaron á la barca los oficiales reales, acabaron de visitarla y dieron tanta prisa á la gente della, que luego alzaron la una ancla, y apenas habia acabado el secretario del padre Comisario de decir misa, cuando le fueroh á llamar muy apriesa mientras alzaban la otra: llegado ya y entrado dentro, donde ya estaba el augustino y toda la gente, dieron vela luego al viento, aunque era corto y poco favorable, y se hicieron á la mar con otro navichuelo que iba cargado de harina para la Habana, para donde tambien caminaba la barca.

Era esta barca grande y chata, que se habia hecho para meter mercaderías de las flotas por el rio de la Veracruz, que lleva poca agua y menos por la barra, y en ninguna manera era buena, sino peligrosa, para mar alta, como despues se vió, y pestilencial para estar de mar en través, porque penejaba mucho y daba muchos y muy grandes vaivenes; llevaba las velas muy viejas y remendadas, las jarcias gastadas y podridas, de tal manera que ningun dia se pasó, hasta llegar á la Habana, en que no se remendasen las unas y las otras, y aun para esto no llevaban con qué, si no viejo y podrido

lienzo que quitaban de una parte para poner en otra; todo lo cual era tormento contínuo de los pobres marineros, á quien el padre Comisario tenia grandísima lástima, y los procuraba consolar todo lo que podia.

Luego, pues, como comenzó la barca con sus tachas buenas y malas á navegar, en saliendo del puerto y canal, disparó el alcaide una pieza de artillería gruesa de lo alto de la fortaleza, en señal de regocijo y alegría de haber concluido lo que el Virey le habia encomendado; si no es que lo hizo por hacer fiesta al padre Comisario. Pero los de la barca no haciendo caso desto, ni dando á entender que por ellos se habia tirado la pieza, prosiguieron su viage muy quietos y sosegados con poco viento y nada favorable. Pasaron por entre muchos arrecifes con no pequeño peligro, mayormente á la tarde que, con el poco viento que llevaba, iban á dar sobre unos que llaman las Cabezas, que son muchas puntas de peñas que con bajamar se descubren, y con la llena no se parecen, los cuales estan cuatro ó cinco leguas. del puerto y hánse ya en ellos perdido algunos navios; pero quiso Dios que á aquella hora refrescó el viento, y así se pudieron apartar de aquel peligro, y se hicieron un poco á la mar.

Aquella tarde, yendo todos muy descuidados, salieron del pañol de la barca dos frailes nuestros, de los que el alcaide habia echado de la isla, que eran fray Alonso de Prado, el predicador que salió de la Puebla con el padre Comisario, y fray Pedro Vallejo el lego de la Veracruz, los cuales aquella noche habian pasado de la tierra firme, en una canoa que hallaron en la playa junto á las ventas, sin ser sentidos de los oficiales reales, ni de sus criados y familiares que estaban en ellas, y

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