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habló y dió concierto entre ellos y mí; é luego pareció que enviaban mensajeros, segun ellos dijeron, á los capitanes y á la gente que tenian en las estancias, á decir que cesase el combate que daban á la fortaleza, y toda la otra guerra. E con esto nos despedimos, é yo metíme en la fortaleza á comer; y en comenzando vinieron á mucha priesa á me decir que los indios habian tornado á ganar las puentes que aquel dia les habiamos ganado, y habian muerto ciertos españoles; de que Dios sabe cuánta alteracion recibí, porque yo no pensé que habiamas que hacer con tener ganada la salida; y cabalgué á la mayor priesa que pude, y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte, torné á romper por los dichos indios, y les torné á ganar las puentes, é fuí en alcance dellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados, y veian presente el grandísimo peligro, ninguno me siguió. A cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver, las hallé tomadas y ahondadas mucho mas de lo que habiamos cegado. Y por la una parte y por la otra de toda la calzada llena de gente, así en la tierra como en el agua, en canoas; la cual nos garrochaba y pedreaba en tanta manera, que si Dios misteriosamente no nos quisiera salvar, era imposible escapar de allí, é aun ya era público entre los que quedaban en la ciudad, que yo era muerto. Y cuando llegué á la postrera puente de hacia la ciudad, hallé à todos los de caballo que conmigo iban, caidos en ella, y un caballo suelto. Por manera que ya no pude pasar, y me fué forzado de revolver solo contra mis enemigos, y con equello fice algun tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar; y yo hallé la puente desembarazada, y pasé, aunque con harto trabajo, porque habia de la una parte á la otra casi un estado de saltar con el caballo, los cuales, por ir yo y él bien armados, no los hirieron, mas de atormentar el cuerpo. E así quedaron aquella noche con victoria y ganadas las dichas cuatro puentes; é yo dejé en las otras cuatro buen recaudo, y fuí á la fortaleza, y hice hacer una puente de madera, que llevaban cuarenta hombres; y viendo el gran peligro en que estábamos Ꭹ el mucho daño que cada dia los indios nos hacian, y temiendo que tambien deshiciesen aquella calzada como las otras, que deshecha, era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fuí

requerido muchas veces que me saliese, é porque todos ó los mas estaban heridos, y tan mal, que no podian pelear, acordé de lo hacer aquella noche, é tomé todo el oro y joyas de V. M. que se podian sacar, y púselo en una sala, y allí lo entregué en ciertos lios á los oficiales de V. A., que yo en su real nombre tenia señalados, y á los alcaldes y regidores, y á toda la gente que allí estaba, les rogué y requerí que me ayudasen á lo sacar y salvar, é dí una yegua mia para ello, en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podia llevar; é señalé ciertos españoles, así criados mios como de los otros, que veniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales Ꭹ alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. E desamparada la fortaleza, con la mucha riqueza, así de V. A. como de los españoles y mia, me salí lo mas secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteczuma, y á Cacamacin, señor de Aculuacan, y al otro su hermano, que yo habia puesto en su lugar, y á otros señores de provincias y ciudades que allí tenia presos. E llegando á las puentes, que los indios tenian quitadas, á la primera dellas se echó la puente que yo traia hecha con poco trabajo, porque no hubo quien lo resistiese, excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio, que antes de llegar á la segunda estaba infinito número de gente de los contrarios sobre nosotros, combatiéndonos por todas partes, así desde al agua como de la tierra; é yo pasé presto con cinco de caballo y con cien peones, con los cuales pasé á nado todas las puentes, y las gané hasta la tierra firme. E dejando aquella gente en la delantera, torné á la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparacion el daño que los nuestros recibian, así los españoles, como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, que cási á todos los mataron, y á muchos naturales, los españoles; é asimismo habian muerto muchos españoles y caballos, y perdido se todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos, y toda el artilleria. Y recogidos los que estaban vivos, echélos delante, y yo con tres ó cuatro de caballo y hasta veinte peones, que osaron quedar conmigo, me fuí en la rezaga, peleando con los indios hasta llegar á una ciudad que se dice

Culhuacan, junto á Méjico.

Tacuba, que está fuera de toda la calzada, de que Dios sabe cuánto trabajo y peligro recibí; porque todas las veces que volvia sobre los contrarios, salia lleno de flechas y viras, y apedreado; porque como era agua de la una parte y de la otra, herian á su salvo sin temor á los que salian á tierra, y luego que volviamos sobre ellos, saltaban al agua; así que recibian muy poco daño, sino eran algunos que con los muchos estropezaban unos con otros y caian, y aquellos morian. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente hasta la dicha ciudad de Tacuba, sin me matar ni herir ningun español ni indio, sino fué uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga; y no menos peleaban, así en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por dó venia la gente de la gran ciudad.

Y llegado á la dicha ciudad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza, que no sabian dónde ir; á los cuales yo dí priesa que se saliesen al campo antes que se recreciese mas gente en la dicha ciudad y tomasen las azoteas, porque nos harian desde ellas mucho daño. E los que llevaban la delantera dijeron que no sabian por dónde habian de salir, y yo los hice quedar en la rezaga, y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha ciudad, y esperé en unas labranzas; y cuando llegó la rezaga supe que habian recibido algun daño, y que habian muerto algunos españoles y indios, y que se quedaba por el camino mucho oro perdido, lo cual los indios cogian; y allí estuve hasta que pasó toda la gente, peleando con los indios, en tal manera, que los detuve para que los peones tomasen un cerro donde estaba una torre y aposento fuerte, el cual tomaron sin recibir ningun daño, porque no me partí de allí ni dejé pasar los contrarios hasta haber ellos tomado el cerro, en que Dios sabe el trabajo y fatiga que allí se recibió, porque ya no habia caballo, de veinte y cuatro que nos habian quedado, que pudiese correr, ni caballero que pudiese alzar el brazo, ni peon sano que pudiese menearse; y llegados al dicho aposento, nos fortalecimos en él, y allí nos cercaron y tuvieron cercados hasta la noche, sin nos dejar descansar una hora.

2

1 Vira es la ballesta larga y delgada: dijose asi de vis, por la mucha fuerza con que se arrojaba.

2 Cerro llamado de Muteczuma. En este cerro está el célebre santuario de Nuestra Señora de los Remedios, cuya imágen fué traida por los Españoles.

En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y mas de dos mil indios que servian á los españoles, entre los cuales mataron al hijo y hijas de Muteczuma y á todos los otros señores que traiamos presos. Y aquella noche, á media noche, creyendo no ser sentidos, salimos del dicho aposento muy calladamente, dejando en él hechos muchos fuegos, sin saber camino ninguno ni para dónde ibamos, mas de que un indio de los de Tascaltecal nos guiaba, diciendo que él nos sacaria á su tierra si el camino no nos impedian; y muy cerca estaban guardas que nos sintieron, y asimismo apellidaron muchas poblaciones que habia á la redonda, de las cuales se recogió mucha gente, y nos fueron siguiendo hasta el dia; y ya que amanecia, cinco de caballo, que iban adelante por corredores, dieron en unos escuadrones de gente que estaban en el camino, y mataron algunos dellos; los cuales fueron desbaratados, creyendo que iba mas gente de caballo y de pié. Y porque vi que de todas partes se recrecia gente de los contrarios, concerté allí la de los nuestros, y de la que habia sana para algo hice escuadrones, y puse en delantera y rezaga y lados, y en medio los heridos, é asimismo repartí los de caballo: y así fuimos todo aquel dia, peleando por todas partes, en tanta manera, que en toda la noche y dia no anduvimos mas de tres leguas. E quiso nuestro Señor, ya que la noche sobrevenia, mostrarnos una torre buen aposento en un cerro, donde asimismo nos hicimos fuertes; é por aquella noche nos dejaron, aunque casi al alba hubo otro cierto rebato, sin haber de qué, mas del temor que ya todos llevábamos de la multitud de la gente que á la continua nos seguia el alcance.

y

Otro dia me partí á una hora del dia por la órden ya dicha, llevando mi delantera y rezaga á buen recaudo; y siempre nos seguian de una parte y otra los enemigos, gritando y apellidando toda aquella tierra, que es muy poblada. E los de caballo, aunque éramos pocos, arremetiamos, y haciamos poco daño en ellos, porque como por allí era la tierra algo fragosa, se nos acogian á los cerros. Y desta manera fuimos aquel dia por cerca de unas lagunas1 hasta que llegamos á una poblacion buena, adonde pensamos

'Estas lagumas son las de Zumpango, Xaltocan y San Cristóbal.

lo

haber algun reencuentro con los del pueblo. E como llegamos, desampararon y se fueron á otras poblaciones que estaban por allí á la redonda; é allí estuve aquel dia y otro, porque la gente, así los heridos como los sanos, venian muy cansados y fatigados y con mucha hambre y sed, y los caballos asimismo traiamos bien cansados, é porque allí hallamas algun maíz, que comimos y llevamos para el camino cocido y tostado. Y otro dia nos partimos, siempre acompañados de gente de los contrarios; é por la delantera y rezaga nos acometian, gritando y haciendo algunas arremetidas. E seguimos nuestro camino por donde el indio de Tascaltecal nos guiaba; por el cual llevábamos mucho trabajo y fatiga, porque nos convenia ir muchas veces fuera de camino; é ya que era tarde, llegamos á un llano donde habia unas casas pequeñas, donde aquella noche nos aposentamos con harta necesitad de comida. E otro dia luego por la mañana comenzamos á andar, é aun no éramos salidos al camino, cuando ya la gente de los enemigos nos seguia por la rezaga, y escaramuzando con ellos llegamos á un pueblo grande que estaba dos leguas de allí, y á la mano derecha dél estaban algunos indios encima de un cerro pequeño. E creyendo de los tomar, porque estaban muy cerca del camino, y tambien por descubrir si habia mas gente de la que parecia detrás del cerro, me fuí con cinco de caballo y diez ó doce peones, rodeando el dicho cerro. E detrás dél estaba una gran ciudad de mucha gente, con los cuales peleamos tanto que por ser la tierra donde estaban algo áspera de piedras, y la gente mucha, y nosotros pocos, nos convino retraer al pueblo donde los nuestros estaban. E de allí sali yo muy mal herido en la cabeza, de dos pedradas; y después de me haber atado las heridas, hice salir los españoles del pueblo, porque me pareció que no era seguro aposento para nosotros. E así caminando, siguiéndonos todavía los indios en harta cantidad, los cuales pelearon con nosotros tan reciamente, que hirieron cuatro ó cinco españoles y otros tantos caballos, y nos mataron un caballo que, aunque Dios sabe cuánta falta nos hizo y cuánta pena recibimos con habérnosle muerto, porque no teniamos, después de Dios, otra seguridad sino la de los caballos, nos consoló su carne, porque la comimos, sin dejar cuero ni otra cosa dél, segun la necesidad que traiamos; porque después que de la gran ciudad salimos, ninguna otra cosa comimos sino maíz

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