Imágenes de página
PDF
ePub

en la paz; y con decirme que ya le habian ido á llamar, me detuvieron mas de una hora; porque en la verdad ellos no habian gana de la paz, y así lo mostraron, porque luego, estando nosotros quedos, nos comenzaron á tirar flechas y varas y piedras. E como yo vi esto, comenzamos á combatir el albarrada y ganámosla; y en entrando en la plaza, hallámosla toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr por ella, porque por lo firme estos son los que Jes hacen la guerra, y hallamos una calle cerrada con piedra seca y otra tambien llena de piedras, porque los caballos no pudiesen correr por ellas. E dende este dia en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salia de la plaza, que nunca después los indios la abrieron; y de allí adelante comenzamos á asolar poco a poco las casas, y cerrar y ceá gar muy bien lo que teniamos ganado del agua; y como aquel dia llevábamos mas de ciento y cincuenta mil hombres de guerra, hízose mucha cosa; y así, nos volvimos aquel dia al real, y los bergantines y canoas de nuestros amigos hicieron mucho daño en la ciudad, y volviéronse á reposar.

Otro dia siguiente por la misma órden entramos en la ciudad; y llegados á aquel circúito y patio grande 1 donde están las torres de los indios, yo mandé á los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las calles de agua y allanar los pasos malos que teniamos ganados, y que nuestros amigos, dellos quemasen y allanasen las casas, y otros fuesen á pelear por las partes que soliamos, y que los de caballo guardasen á todos las espaldas. E yo me subí en una torre mas alta de aquellas, porque los indios me conocian y sabia que les pesaba mucho de verme subido en la torre; y de allí animaba á nuestros amigos y haciales socorrer cuando era necesario; porque, como peleaban á la continua, á veces los contrarios se retraian, y á veces los nuestros; los cuales luego eran socorridos con tres ó cuatro de caballo, que les ponian infinito ánimo para revolver sobre los enemigos; y desta manera y por esta órden entramos en la ciudad cinco ó seis dias arreo, y siempre al retraer echábamos á nuestros amigos delante y haciamos á algunos de los españoles se metiesen en celada en unas casas, y los de caballo quedábamos atrás y haciamos que nos retraiamos de golpe, por sacarlos á la plaza. Y con esto, y con las celadas de los peones cada tarde alanceábamos algunos; y un dia destos habia en la plaza siete ú ocho de caballo, y estuvieron esperando que los enemigos saliesen; y como vieron que no salian, hicieron que se volvian; y los enemigos, con recelo que á la vuelta no los alanceasen, como solian, estaban puestos por unas paredes y azoteas, y habia infinito número dellos; y como los de caballo revolvian tras ellos, que eran ocho ó nueve, y ellos les tenian tomada de lo alto una boca de la calle, no pudieron seguir tras los enemigos que iban por ella, y hubiéronse de retraer. E los enemigos, con favor de como los habian hecho retraer, venian muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso, que se acogian donde no re

1 Este patio grande ó plazuela era tan capaz, que se refiere por los historiadores que en las festividades gentilicas cabian en ella diez mil personas celebrando sus danzas, que llaman mithotes.

cibian daño, y los de caballo lo recibian de los que estaban puestos en las paredes, y hubiéronse de retraer, é hirieron dos caballos; lo cual me dió ocasion para les ordenar una buena celada, como adelante haré relacion á vuestra majestad; y aquel dia en la tarde nos volvimos á nuestro real, con dejar bien seguro y llano todo lo ganado, y á los de la ciudad muy ufanos, porque creian que de temor nos retraimos. E aquella tarde hice un mensajero al alguacil mayor para que antes del dia viniese allí á nuestro real con quince de caballo de los suyos y de los de Pedro de Albarado.

Otro dia por la mañana llegó al real el alguacil mayor con los quince de caballo, y yo tenia de los de Cuyoacan allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta ; y á diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente, y que ellos y los bergantines fuesen por la órden pasada á combatir y á derrocar y ganar todo lo que pudiesen; porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iria allá con los otros treinta de caballo, y que pues sabian que teniamos mucha parte de la ciudad allanada, que cuanto pudiesen, siguiesen de tropel á los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer; é yo y los otros treinta de caballo, sin ser vistos, pudiésemos meternos en la celada en unas casas grandes, que estaban cerca de las otras grandes de la plaza; y los españoles lo hicieron como yo les avisé, y á la una hora después de mediodía tomé el camino para la ciudad con los treinta de caballo; y allegados, dejélos metidos en aquellas casas, y yo me fuí y me subí en la torre alta, como solia; y estando allí unos españoles, abrieron una sepultura y hallaron en ella, en cosas de oro, mas de mil y quinientos castellanos; y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraidos en la plaza, hiciesen que acometian y que no osaban llegar; y esto se hiciese cuando viesen mucha copia de gente al rededor de la plaza y en ella, y los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenian deseo de hacerlo bien y estaban ya cansados de esperar; y yo metime con ellos, y ya se venian retrayendo por la plaza Jos españoles de pié y de caballo y los indios nuestros amigos,que habian entendido ya lo de la celada; y los enemigos venian con tantos alaridos, que parecia que conseguian toda la victoria del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetian tras ellos por la plaza adelante, y retraíanse de golpe; y como hobieron hecho esto dos veces, los enemigos traian tanto furor, que á las ancas de los caballos les venian dando hasta los meter por la boca de la calle, donde estábamos la celada. E como vimos á los españoles pasar adelante de nosotros, y oimos soltar un tiro de escopeta, que teniamos por señal, conocimos que era tiempo de salir; y con el apellido de señor Santiago damos de súpito sobre ellos, y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos, que por nuestros amigos que nos seguian eran tomados; de manera que desta celada se mataron mas de quinientos, todos los mas principales y esforzados y valientes hombres; y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros

amigos, porque todos los que se mataron, tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fué tanto el espanto y admiracion que tomaron en verse tan de súpito así desbaratados, que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde, ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy á su salvo y seguros. E ya que era casi de noche que nos retraimos, parece que los de la ciudad mandaron á ciertos esclavos 1 suyos que mirasen si nos retraiamos, ó qué haciamos. E como se asomaron por una calle, arremetieron diez ó doce de caballo, y siguiéronlos de manera que ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra victoria los enemigos tanto temor, que nunca mas en todo el tiempo de la guerra osaron entrar en la plaza ninguna vez que nos retraiamos, aunque solo uno de caballo no mas viniese, y nunca osaron salir á indio ni á peon de los nuestros, creyendo que de entre los piés se les habia de levantar otra celada. Y esta deste dia, y victoria que Dios nuestro Señor nos dió, fué bien principal causa para que la ciudad mas presto se ganase, porque los naturales della recibieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado ánimo; y así, nos fuimos á nuestro real con intencion de dar mucha priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningun dia hasta la acabar. E aquel dia ningun peligro hubo en los de nuestro real, excepto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de caballo, y cayó uno de una yegua, y ella fuése derecha á los enemigos, los cuales la flecharon, y bien herida, como vió la mala obra que recibia, se volvió hácia nosotros 2, y aquella noche se murió; y aunque nos pesó mucho, porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fué tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si así fuera, ellos hubieran mas placer que no pesar por los que les matábamos; los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la ciudad aquel dia, sin recibir peligro alguno.

Como ya conocimos que los indios de la ciudad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habian salido de la ciudad y se habian venido á nuestro real, que se morian de hambre, que salian de noche á pescar por entre las casas de la ciudad, y andaban por la parte que della les teniamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. E porque ya teniamos muchas calles de agua cegadas, y aderezados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. E los bergantines salieron antes del dia, y yo con doce quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe, y primero pusimos ciertas espías; las cuales, siendo de dia, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos, y dimos sobre infinita gente; pero como eran de aquellos mas miserables y que salian á buscar de comer, los mas venian desarmados,

La servidumbre es de derecho de gentes secundario, supuestas las guerras y ambicion de los hombres, y así la introdujeron los mejicanos.

2 El instinto de los caballos y yeguas es tan grande, que se pue de tener por el mas vivo después del de los elefantes, de los que y de los caballos se refieren cosas maravillosas, particularmente en el reconocimiento á sus dueños, y no querer admitir á los extrafios.

y eran mujeres y muchachos; é ficimos tanto daño en ellos por todo lo que se podia andar de la ciudad, que presos y muertos pasaron de mas de ochocientas personas, é los bergantines tomaron tambien mucha gente y canoas que andaban pescando, y ficieron en ellas mucho estrago. E como los capitanes y principales de la ciudad nos vieron andar por ella á hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada, y ninguno osó salir á pelear con nosotros; y así, nos volvimos á nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos.

Otro dia de mañana tornamos á entrar en la ciudad, y como ya nuestros amigos veian la buena órden que llevábamos para la destruccion della, era tanta la multitud que de cada dia venian, que no tenian cuento. E aquel dia acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro de Albarado se podian comunicar con nosotros por la ciudad, é por la calle principal, que iba al mercado, se ganaron otras dos puentes y se cegó bien el agua, y quemamos las casas del señor de la ciudad, que era mancebo de edad de diez y ocho años, que se decia Guatimucin, que era el segundo señor después de la muerte de Muteczuma; y en estas casas tenian los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y cercadas de agua. Tambien se ganaron otras dos puentes de otras calles que van cerca desta del mercado, y se cegaron muchos pasos; de manera que de cuatro partes de la ciudad las tres estaban ya por nosotros, y los indios no hacian sino retraerse hácia lo mas fuerte, que era á las casas que estaban mas metidas en el agua.

Otro dia siguiente, que fué dia del apóstol Santiago, entramos en la ciudad por la órden que antes, y seguimos por la calle grande 3, que iba á dar al mercado, y ganámosles una calle muy ancha de agua, en que ellos pensaban que tenian mucha seguridad, y aunque se tardó gran rato, y fué peligrosa de ganar, y en todo este dia no se pudo, como era muy ancha, de acabar de cegar, por manera que los de caballo pudiesen pasar de la otra parte. E como estábamos todos á pié, y los indios veian que los de caballo no habian pasado, vinieron de refresco sobre nosotros, muchos dellos muy lucidos; y como les ficimos rostro, y teniamos muchos ballesteros, dieron la vuelta á sus albarradas y fuerzas que tenian, aunque fueron hartos asaeteados. E demás desto todos los españoles de pié llevaban sus picas, las cuales yo habia mandado facer después que me desbarataron, que fué cosa muy provechosa. Aquel dia por los lados de la una parte y de la otra de aquella calle principal no se entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de lo ver; pero como no nos convenia hacer otra cosa, éranos forzado seguir aquella órden. Los de la ciudad, como veian tanto estrago, por esforzarse decian á nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se las harian tornar á hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores, ya ellos sabian que

Esta calle grande que iba al mercado de Tlatelulco es, en mi juicio, la que sigue por San Francisco, junto à la acequia principal hasta la plaza de Santiago Tlatelulco en derechura, y en medio. está la parroquia de Nuestra Señora de la Redonda.

habia de ser así, y si no, que las habian de hacer para nosotros; y desto postrero plugo á Dios que salieron verdaderos, aunque ellos son los que las tornan á hacer.

Otro dia luego de mañana entramos en la ciudad por la órden acostumbrada, y llegados á la calle de agua que habiamos cegado el dia antes, fallámosla de la manera que la habiamos dejado; y pasamos adelante dos tiros de ballesta, y ganamos dos acequias grandes de agua que tenian rompidas en lo sano de la misma calle, y llegamos á una torre pequeña de sus ídolos, y en ella hallamos ciertas cabezas de los cristianos que nos habian muerto, que nos pusieron harta lástima. E dende aquella torre iba la calle derecha, que era la misma adonde estábamos, á dar á la calzada del real de Sandoval, é á la mano izquierda iba otra calle á dar al mercado, en la cual ya no habia agua ninguna, excepto una que nos defendian, y aquel dia no pasamos de allí, pero peleamos mucho con los indios. E como Dios nuestro Señor cada dia nos daba victoria, ellos siempre llevaban lo peor; y aquel dia, ya que era tarde, nos volvimos al real.

Otro dia siguiente, estando aderezando para volver á entrar en la ciudad, á las nueve horas del dia vimos de nuestro real salir humo de dos torres muy altas que estaban en el Tatebulco 1 ó mercado de la ciudad, que no podiamos pensar qué fuese, y como parecia que era mas que saumerios, que acostumbran los indios á hacer á sus ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de Albarado habia llegado allí, y aunque así era la verdad, no lo podiamos creer. E cierto aquel dia Pedro de Albarado 2 y su gente lo hicieron valientemente, porque teniamos muchas puentes y albarradas de ganar, y siempre acudian á las defender toda la mas parte de la ciudad. Pero como él vió que por nuestra estancia íbamos estrechando á los enemigos, trabajó todo lo posible por entrarles al mercado, porque allí tenian toda su fuerza; pero no pudo mas de llegar á vista dél, y ganalles aque llas torres y otras muchas que están junto al mismo mercado, y es tanto casi como el circúito de las muchas torres de la ciudad; los de caballo se vieron en harto trabajo, y les fué forzado retraerse, y al retraer les hirieron tres caballos; y así, se volvieron Pedro de Albarado y su gente á su real, y nosotros no quisimos ganar aquel dia una puente y calle de agua que quedaba no mas para llegar al mercado, salvo allanar y cegar todos los malos pasos; y al retraernos apretaron reciamente, aunque fué á su costa.

Otro dia entramos luego por la mañana en la ciudad, y como no habia por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de agua3 con su albarrada, que estaba junto á la torrecilla que he dicho, comenzámosla á combatir, y un alférez y otros dos ó tres españoles echáronse al agua, y los de la ciudad desampararon luego el paso, y comenzóse á cegar y aderezar para que pudiésemos pasar con los caballos; y estándose aderezando, llegó

1 En Tlatelulco.

2 Este Pedro de Albarado, de que se ha hablado antes, fué insigne en todas sus acciones, y aun se conserva el nombre del salto de Albarado, que fué á la entrada de la Traspana, donde salió la acequia muy ancha, estribando sobre la lanza.

3 Pudo ser donde hoy está el puente que llaman de las Guerras.

Pedro de Albarado por la misma calle con cuatro de caballo, que fué sin comparacion el placer que hobo la gente de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve conclusion á la guerra. Y Pedro de Albarado dejaba recaudo de gente en las espaldas hilados, así para conservar lo ganado como para su defensa; y como luego se aderezó el paso, yo con algunos de caballo me fuí á ver el mercado, y mandé á la gente de nuestro real que no pasasen adelante de aquel paso. E después que anduvimos un rato paseándonos por la plaza, mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, é como la plaza era muy grande y veian por ella andar los de caballo, no osaban llegar; y yo subí en aquella torre grande que está junto al mercado, y en ella tambien y en otras hallamos ofrecidas ante sus ídolos las cabezas de los cristianos que nos habian muerto, y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy antigua y cruel enemistad. E yo miré dende aque lla torre lo que teniamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teniamos ganado las siete; é viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos habia, y que por las calles hallábamos roidas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algun dia, y movelles álgun partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me ponia en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacia, y continuamente les hacia acometer con la paz; y ellos decian que en ninguna manera se habian de dar, y que uno solo que quedase habia de morir peleando, y que de todo lo que tenian no habiamos de haber ninguna cosa, y que lo habian de quemar y echar al agua, donde nunca pareciese; y yo, por no dar mal por mal, disimulaba en no los dar combate.

Como teniamos muy poca pólvora, habiamos puesto en plática, mas habia de quince dias, de hacer un trabuco 4; y aunque no habia maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer uno pequeño, y aunque yo tuve pensamiento que no habiamos de salir con esta obra, consentí que lo siguiesen; y en aquellos dias que teniamos tan arrinconados los indios acabóse de hacer, y llevóse á la plaza del mercado para lo asentar en uno como teatro 5 que está en medio della, fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio, y de esquina á esquina habrá treinta pasos; el cual tenian ellos para cuando hacian algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se ponian allí porque toda gente del mercado y los que estaban en bajo y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacia; y traido allí, tardaron en lo asentar tres ó cuatro dias; y los indios nuestros amigos amenazaban con él á los de la ciudad, diciéndoles que

Esta invencion de trabuco de palo no era fácil de conseguir, aunque se conoce la ingeniosidad de Cortés y que había leido matemáticas.

5 Este teatro pudo estar en el mismo sitio que hoy la ermita junto á Santiago, que tiene un atrio elevado.

con aquel ingenio les habiamos de matar á todos. Y aunque otro fruto no hiciera, como no hizo, sino el temor que con él se ponia, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto; y lo uno y lo otro cesó, porque ni los carpinteros salieron con su intencion, ni los de la ciudad, aunque tenian temor, movieron ningun partido para se dar, y la falta y defecto del trabuco disimulámosla con que, movidos de compasion, no los queriamos acabar de matar.

principales, porque querian hablar conmigo. E aunque yo sabia que habia de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, como quiera que bien sabia que el no darse estaba solamente en el señor y otros tres ó cuatro principales de la ciudad, porque la otra gente, muertos ó vivos, deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado al albarrada, dijéronme que pues ellos me tenian por bijo del sol, y el sol en tanta brevedad como era en un dia y una noche daba vuelta á todo el mundo, que porque yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenian deseos de morir y irse al cielo para su Ochilobus 2 que los estaba esperando para descansar; y este ídolo es el que en mas veneracion ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer á que se diesen, y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros veian mas muestras y señales de paz que jamás á ningunos vencidos se mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de nuestro Se

Otro dia después de asentado el trabuco, volvimos á la ciudad, y como ya habia tres ó cuatro dias que no los combatiamos, hallamos las calles por donde ibamos llenas de mujeres y niños y otra gente miserable que se morian de hambre, y salian traspasados y flacos, que era la mayor lástima del mundo de los ver : y yo mandé á nuestros amigos que no les ficiesen daño alguno; pero de la gente de guerra no salia ninguno adonde pudiese recibir daño, aunque los veiamos estar encima de sus azoteas cubiertos con sus mantas, que usan, y│ñor, los vencedores. sin armas; y fice este dia que se les requiriese con la paz, y sus respuestas eran disimulaciones; y como lo mas del dia nos tenian en esto, enviéles á decir que les queria combatir; que ficiesen retraer toda su gente, si no, que daria licencia que nuestros amigos los matasen. Yellos dijeron que querian paz; y yo les repliqué que yo no veia allí el señor con quien se habia de tratar, que venido, para lo cual le daria todo el seguro que quisiese, que hablariamos en la paz. E como viinos que era burla y que todos estaban apercibidos para pelear con nosotros, después de se la haber muchas veces amonestado, por mas los estrechar y poner en mas extrema necesidad, mandé á Pedro de Albarado que con toda su gente entrase por la parte de un gran barrio que los enemigos tenian, en que habria mas de milcasas; y yo por la otra parte entré á pié con la gente de nuestro real, porque á caballo no nos podiamos por allí aprovechar. Y fué tan recio el combate nuestro y de nuestros enemigos, que les ganamos todo aquel barrio 1; y fué tan grande la mortandad que se hizo en nuestros enemigos, que muertos y presos pasaron de doce mil animas, con los cuales usaban de tanta crueldad nuestros amigos, que por ninguna via á ninguno daban la vida, aunque mas reprendidos y castigados de nosotros eran.

Otro dia siguiente tornamos á la ciudad, y mandé que no peleasen ni ficiesen mal á los enemigos ; y como ellos veian tanta multitud de gente sobre ellos, y conocian que los venian á matar sus vasallos y los que ellos solian mandar, y veian su extrema necesidad y como no tenian donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura, decian que por qué no los acabábamos ya de matar, y á mucha priesa dijeron que me llainasen, que me querian hablar. E como todos los espaHoles deseaban que ya esta guerra se concluyese, y habian lástima de tanto mal como se hacia, holgaron inucho, pensando que los indios querian paz; y con Inucho placer viniéronme á llamar y importunar que me llegase á una albarrada donde estaban ciertos

Cerca de Tlatelolco está el barrio de Sanconpinca.

Puestos los enemigos en el último extremo, como de lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito, como era la determinacion que tenian de morir, hablé con una persona bien principal entre ellos, que teniamos preso, al cual dos ó tres dias habia prendido un tio de don Fernando, señor de Tesáico, peleando en la ciudad, y aunque estaba muy herido, le dije si queria volver á la ciudad, y él me respondió que sí; y como otro dia entramos en ella, enviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron á los de la ciudad; y á este principal yo le habia hablado largamente para que hablase con el señor y con otros principales sobre la paz; y él me prometió de hacer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la ciudad lo recibieron con mucho acatamiento, como á persona principal; y como lo llevaron delante de Guatimucin, su señor, y él le comenzó á hablar sobre la paz, diz que luego lo mandó matar y sacrificar; y la respuesta que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos, diciendo que no querian sino morir, y comienzan á nos tirar varas, flechas y piedras, y á pelear reciamente con nosotros; y tanto, que nos mataron un caballo con un dalle 3 que uno traia hecho de una espada de las nuestras, y al fin les costó caro, porque murieron muchos dellos; y así, nos volvimos á nuestros reales aquel dia.

Otro dia tornamos á entrar en la ciudad, y ya estaban los enemigos tales, que de noche osaban quedar en ella de nuestros amigos infinitos dellos. Y llegados á vista de los enemigos, no quisimos pelear con ellos, sino andarnos paseando por su ciudad, porque teniamos pensamiento que cada hora y cada rato se habian de salir á nosotros. E por los inclinar á ello, yo me llegué cabalgando cabe una albarrada suya que tenian, bien fuerte, y llamé á ciertos principales que estaban detrás, á los cuales yo conocia, y díjeles que pues se veian tan perdidos, y conocian que si yo quisiese, en una hora no quedaria ninguno dellos, que porque no venia á me hablar Guatimucin, su señor, que yo le prometia de no hacerle ningun mal; y que

2 Huitcilopocthli, primer caudillo de los mejicanos y el dios principal de Méjico y de la guerra; otro Marte de los romanos. 3 Dalle es especie de daga puesta en una asta.

riendo él y ellos venir de paz, que serian de mí muy bien recibidos y tratados. Y pasé con ellos otras razones, con que los provoqué á muchas lágrimas; y llorando me respondieron que bien conocian su yerro y perdicion, y que ellos querian ir á hablar á su señor, y me volverian presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. E ellos se fueron, y volvieron dende á un rato, y dijéronme que porque ya era tarde su señor no habia venido; pero que otro dia á mediodía vendria en todo caso á me hablar, en la plaza del mercado; y así, nos fuimos á nuestro real. Y yo mandé para otro dia que tuviesen aderezado allí en aquel cuadrado alto que está en medio de la plaza, para el señor y principales de la ciudad un estrado, como ellos lo acostumbran, y que tambien les tuviesen aderezado de comer; y así se puso por obra.

ir á hablar alli; y yo, creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele esperando donde quedaba concertado mas de tres ó cuatro horas, y nunca quiso venir ni parecer ante mí. E como yo vi la burla, y que era ya tarde, y que ni los otros mensajeros ni el señor venian, envié á llamar á los indios nuestros amigos, que habian quedado á la entrada de la ciudad, casi una legua de donde estábamos, á los cuales yo habia mandado que no pasasen de allí, porque los de la ciudad me habian pedido que para hablar en las paces no estuviese ninguno dellos dentro; y ellos no se tardaron, ni tampoco los del real de Pedro de Albarado. E como llegaron, comenzamos á combatir unas albarradas y calles de agua que tenian, que ya no les quedaba otra mayor fuerza; y entrámosles, así nosotros como nuestros amigos, todo lo que quisimos. E al tiempo que yo salí del real habia proveido que Gonzalo de Sandoval entrase con los bergantines por la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes; por manera que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese hasta que viese que nosotros combatiamos; por manera que, por estar así cercados y apretados, no tenian paso por donde andar sino por encima de los muertos y por las azoteas que les quedaban; y á esta causa ni tenian ni hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender; y andaban con nosotros nuestros amigos á espada y rodela, y era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra, que aquel dia se mataron y prendieron mas de cuarenta mil ánimas; y era tanta la grita y lloro de los ni

Otro dia de mañana fuimos á la ciudad, y yo avisé á la gente que estuviese apercebida, porque si los de la ciudad acometiesen alguna traicion, no nos tomasen descuidados. E á Pedro de Albarado, que estaba allí, le avisé de lo mismo; y como llegamos al mercado, yo envié á decir y hacer saber á Guatimucin cómo le estaba esperando; el cual, segun pareció, acordó de no venir, y envióme cinco de aquellos señores principales de la ciudad, cuyos nombres, porque no hacen mucho al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su señor me enviaba á rogar con ellos que le perdonase porque no venia, que tenia mucho miedo de parecer ante mí, y tambien estaba malo, y que ellos estaban allí; que viese lo que mandaba, que ellos lo harian; y aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos principa-ños y mujeres, que no habia persona á quien no queles viniesen, porque parecia que era camino de dar presto conclusion á todo el negocio. Yo los recibí con semblante alegre, y mandéles dar luego de comer y beber; en lo cual mostraron bien el deseo y necesidad que dello tenian. E después de haber comido, díjeles que hablasen á su señor, y que no tuviese temor ninguno, y que le prometia que aunque ante mí viniese, que no le seria hecho enojo alguno ni seria detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podia dar buen asiento ni concierto; y mandéles dar algunas cosas de refresco que le llevasen para comer; y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que pudiesen; y así, se fueron. E dende á dos horas volvieron, y trajéronme unas mantas de algodon buenas, de las que ellos usan, y dijéronme que en ninguna manera Guatimucin, su señor, vendria ni queria venir, y que era excusado hablar en ello. Y yo les torné á repetir que no sabia la causa por que él se recelaba venir ante mí, pues veia que á ellos, que yo sabia que habian sido los causadores principales de la guerra y que la habian sustentado, les hacia buen tratamiento, que los dejaba ir y venir seguramente sin recibir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen á hablar, y mirasen mucho en esto de su venida, pues á él le convenia, y yo lo hacia por su provecho; y ellos respondieron que así lo harian, y que otro dia me volverian con la respuesta; y así, se fueron cllos, y tambien nosotros á nuestros reales.

Otro dia bien de mañana aquellos principales vinieron á nuestro real, y dijéronme que me fuese á la plaza del mercado de la ciudad, porque su señor me queria

brantase el corazon, é ya nosotros teniamos mas que hacer en estorbar á nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad, que no en pelear con los indios; la cual crueldad nunca en generacion tan recia se vió, ni tan fuera de toda órden de naturaleza, como en los naturales destas partes. Nuestros amigos hubieron este dia muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podiamos resistir, porque nosotros éramos obra de nuevecientos españoles, y ellos mas de ciento y cincuenta mil hombres, y ningun recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no robasen, aunque de nuestra parte se hacia todo lo posible. Y una de las cosas por que los dias antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la ciudad, era porque, tomándolos por fuerza, habian de echar lo que tuviesen en el agua, y ya que no lo hiciesen, nuestros amigos habrian de robar todo lo mas que hallasen; y á esta causa temia que se habria para vuestra majestad poca parte de la mucha riqueza que en esta ciudad habia, y segun la que yo antes para vuestra alteza tenia ; y porque ya era tarde y no podiamos sufrir el mal olor de los muertos que habia de muchos dias por aquellas calles, que era la cosa del mundo mas pestilencial, nos fuimos á nuestros reales. Y aquella tarde dejé concertado que para otro dia siguiente, que habiamos de volver á entrar, se aparejasen tres tiros gruesos que teniamos para llevarlos á la ciudad, porque yo temia que, como estaban los enemigos tan juntos y que no tenian por dónde se rodear, queriéndolos entrar por fuerza, sin pelear podrian entre sí ahogar los españoles, y queria dende acá hacerles

« AnteriorContinuar »