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sentaban; porque para entrar en el mercado habia infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas; y en tal manera, que en cada casa por donde habiamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua.

Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Albarado, otro dia de mañana acordé de ir á su real para le reprehender lo pasado, y para ver lo que habian ganado y en qué parte habia pasado el real, y para le avisar lo que fuese mas necesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. E como yo llegué á su real, sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la ciudad, y de los malos pasos y puentes que les habia ganado; y visto, no les imputé tanta culpa como antes parecia tener, y platicado cerca de lo que habia de hacer, yo me volví á nuestro real aquel dia. Pasado esto, yo fice algunas entradas en la ciudad por las partes que solia; y combatian los bergantines y canoas por dos partes, y yo por la ciudad por otras cuatro, y siempre habiamos victoria, y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada dia venia gente sin número en nuestro favor. E yo dilataba de me meter mas adentro en la ciudad; lo uno por si revocarian el propósito y dureza que los contrarios tenian, y lo otro, porque nuestra entrada no podia ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles les veian tanta dilacion en esto, y que habia mas de veinte dias que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque, ganado, á los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender, y que si no se quisiesen dar, que de hambre y sed se moririan, porque no tenian qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me excusaba, el tesorero de vuestra majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello, y que lo debia de hacer; y á él y á otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno, y yo lo deseaba mas que nadie; pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunacion me hacia decir, que era, que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrecía mucho peligro, habria otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron, que yo concedí que se haria en este caso lo que yo pudiese; concertándose primero con la gente de los otros reales.

Otro dia me junté con algunas personas principales de nuestro real, y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y á Pedro de Albarado cómo otro día siguiente habiamos de entrar en la ciudad y trabajar de llegar al mercado, y escribíles lo que ellos habian de hacer por la otra parte de Tacuba; y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados, enviéles dos criados mios para que les avisasen de todo el negocio ; y la órden que habian de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cien peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Albarado, y que en el suyo quedasen otros diez de caballo, y que dejase concertado con ellos que otro dia, que habia de ser el combate, se pusiesen en celada tras unas casas, y que hiciesen alzar todo su fardaje, como que levantaban el real, porque los de la ciudad saliesen tras de

llos, y la celada les diese en las espaldas. Y que el dicho alguacil mayor, con los tres bergantines que tenian y con los otros tres de Pedro de Albarado, ganasen aquel paso malo donde desbarataron á Pedro de Albarado, y diese mucha priesa en lo cegar, y que pasasen adelante, y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y aderezado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo habia de hacer lo mismo; que mirasen que, aunque esto les enviaba á decir, no era para los obligar á ganar un paso solo de que les pudiese venir algun desbarato ó desman; y esto les avisaba porque conocia de sus personas que habian de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados mios con este recaudo, fueron al real, y hallaron en él á los dichos alguacil mayor y á Pedro de Albarado, á los cuales significaron todo el caso segun que acá en nuestro real lo teniamos concertado. E porque ellos habian de combatir por sola una parte, y yo por muchas, enviéles á decir que me enviasen setenta ú ochenta hombres de pié para que otro dia entrasen conmigo; los cuales con aquellos dos criados mios vinieron aquella noche á dormir á nuestro real, como yo les habia enviado á mandar.

Dada la órden ya dicha, otro dia, después de haber oido misa 1 salieron de nuestro real los siete bergantines con mas de tres mil canoas de nuestros amigos; y yo con veinte y cinco de caballo y con la gente que tenia y los setenta hombres del real de Tacuba, seguimos nuestro camino, y entramos en la ciudad, á la cual llegados, yo repartí la gente desta manera: habia tres calles dende lo que teníamos ganado, que iban á dar al mercado, al cual los indios llaman Tianguizco 2, y á todo aquel sitio donde está llámanle Tlaltelulco ; y la una destas tres calles era la principal, que iba á dicho mercado; y por ella dije al tesorero y contador de vuestra majestad que entrasen con setenta hombres y con mas de quince ó veinte mil amigos nuestros, y que en la retroguarda llevasen siete ú ocho de caballo, y como fuesen ganando las puentes y albarradas las fuesen cegando, y llevaban una docena de hombres con sus azadones y mas nuestros amigos, que eran los que hacian al caso para el cegar de las puentes. Las otras dos calles van dende la calle de Tacuba á dar al mercado, y son mas angostas, y demás calzadas y puentes y calles de agua. Y por la mas ancha dellas mandé á dos capitanes que entrasen con ochenta hombres y mas de diez mil indios nuestros amigos, y al principio de aquella calle de Tacuba, dejé dos tiros gruesos con ocho de caballo en guarda dellos. E yo con otros ocho de caballo y con obra de cien peones, en que habia mas de veinte y cinco ballesteros y escopeteros, y con infinito número de nuestros amigos, seguí mi camino para entrar por la otra calle angosta todo lo mas que pudiese. E á la boca

1 En el campo, en una calzada, entre enemigos, trabajando dia y noche, nunca se omitia la misa para que toda la obra se atribuyese á Dios, y mas en unos meses en que incomodan las aguas del cielo, y encima del agua las habitaciones o malas tiendas.

Tianguiz se llama el mercado, y el mayor era en la plaza de Tlatelulco que es donde está la parroquia de Santiago; mas este hoy no se frecuenta.

della hice detener á los de caballo, y mandéles que en ninguna manera pasasen de allí, ni viniesen tras mí, si no se lo enviase á mandar primero; y yo me apeé, y llegamos á una albarrada que tenian del cabo de una puente, y con un tiro pequeño de campo y con los ballesteros y escopeteros se la ganamos, y pasamos adelante por una calzada que tenian rota por dos ó tres partes. E demás destos tres combates que dábamos á los de la ciudad, era tanta la gente de nuestros amigos que por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parecia habia cosa que nos pudiese ofender. E como les gaque namos aquellas dos puentes y albarradas, y la calzada los españoles, nuestros amigos siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna, y yo me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacia, porque veia que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los enemigos; y algunas veces los retraian hasta los echar al agua, y con nuestro favor revolvian sobre ellos. E demás desto, guardábamos que por ciertas traviesas de calles los de la ciudad no saliesen á tomar las espaldas á los españoles que habian seguido la calle adelante; los cuales en esta sazon me enviaron á decir que habian ganado mucho y que no estaban muy lejos de la plaza del mercado; que en todo caso querian pasar adelante, porque ya oian el combate que el alguacil mayor y Pedro de Albarado daban por su estancia. E yo les envié á decir que en ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes quedasen muy bien ciegas; de manera que si tuviesen necesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo alguno, pues sabian que en todo aquello estaba el peligro; y ellos me tornaron á decir que todo lo que habian ganado estaba bien reparado; que fuese allá y lo veria si era así. Y yo, con recelo que no se desmandasen y dejasen ruin recaudo en el cegar de las puentes, fuí allá, y hallé que habian pasado una quebrada de la calle que era de diez ó doce pasos de ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de mas de dos estados, y al tiempo que la pasaron habian echado en ella madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos á pocos y con tiento, no se habia hundido la madera y cañas; y ellos con el placer de la victoria iban tan embebecidos, que pensaban que quedaba muy fijo. E al punto que yo llegué á aquella puente de agua cuitada 1 vi que los españoles y muchos de nuestros amigos venian puestos en muy gran huida, y los enemigos como perros dando en ellos; y como yo vi tan gran desman, comencé á dar voces tener, tener; y ya que yo estaba junto al agua, halléla toda llena de españoles y indios, y de manera que no parecia que en ella hobiesen echado una paja; é los enemigos cargaron lanto, que matando en los españoles, se echaban al agua tras ellos; y ya por la calle del agua venian canoas de los enemigos y tomaban vivos los españoles. E como el negocio fué tan de súpito 2, y vi que mataban la gente, determiné de me quedar allí y morir peleando; y en lo que mas aprovechábamos yo y los otros que allí es

1 Llama Cortés à la puente cuitada, no al agua, que es lo mismo que decir, puente de afliccion ó miserable por las desgracias ó cuitas que sucedieron.

2 De supito es lo mismo que de súbito ó improviso.

taban conmigo, era en dar las manos á algunos tristes españoles que se ahogaban, para que saliesen afuera; y los unos salian heridos, y los otros medio ahogados, y otros sin armas, y enviábalos que fuesen adelante ; y ya en esto cargaba tanta gente de los enemigos, que á mí yá otros doce ó quince que conmigo estaban nos tenian por todas partes cercados. E como yo estaba muy metido en socorrerá los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba del daño que podia recibir; y ya me venian á asir ciertos indios de los enemigos, y me llevaran, sino fuera por un capitan de cincuenta hombres, que yo traia siempre conmigo, y por un mancebo de su companía, el cual, después de Dios, me dió la vida; é por dárinela como valiente hombre, perdió allí la suya. En esle comedio los españoles que salian desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y angosta y igual á la agua, que los perros la habian hecho así de industria, y iban por ella tambien desbaratados muchos de los nuestros amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar, que los enemigos tenian lugar de llegar por el agua de la una parte y de la otra, y tomar y matar cuantos querian. Y aquel capitan que estaba conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, dijome : « Vamos de aquí, y salvemos vuestra persona, pues sabeis que sin ella ninguno de nosotros puede escapar;» y no podia acabar conmigo que me fuese de allí. Y como esto vió, asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo holgara mas con la muerte que con la vida 3, por importunacion de aquel capitan y de otros compañeros que allí estaban, nos comenzamos á retraer peleando con nuestras espadas y rodelas con los enemigos, que venian hiriendo en nosotros. Y en esto llega un criado mio á caballo, y hizo algun poquito de lugar; pero luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que le bicieron dar la vuelta; y estando en este tan gran conflito, esperando que la gente pasase por aquella calzadilla á ponerse en salvo, y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mio con un caballo para que cabalgase, porque era tanto el lodo que habia en la calzadilla de los que entraban y salian por el agua, que no habia persona que se pudiese tener, mayormente con los empeHones que los unos á otros se daban por salvarse. E vo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era imposible podello hacer á caballo; porque si pudiera ser, antes de la calzadilla, en una isleta se habian hallado los ocho de caballo que yo habia dejado, y no habian podido hacer menos de se volver por ella; y aun la vuelta era tan peligrosa, que dos yeguas en que iban dos criados mios cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los indios, y la otra salvaron unos peones; y otro mancebo criado mio, que se decia Cristóbal de Guzman, cabalgó en un caballo que allí en la isleta le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar, y á él y al caballo antes que á mí llegase mataron los encmigos; la muerte del cual puso á todo el real en tanta tristeza, que hasta hoy está reciente el dolor de los que lo conocian. E ya con todos nuestros trabajos, plugo á

3 Los que minoran el mérito de la conquista reflexionen sobre lo que aquí expresa Cortés, pues fué tan grande el riesgo, que es maravilla que se hubiese libertado dél.

Dios que los que quedamos salimos á la calle de Tacuba, que era muy ancha, y recogida la gente, yo con nueve de caballo, me quedé en la retroguarda; y los enemigos venian con tanta victoria y orgullo, que no parecia sino que ninguno habian de dejar á vida; y retrayéndome lo mejor que pude, envié á decir al tesorero y al contador que se retrujesen á la plaza con mucho concierto; lo mismo envié á decir á los otros dos capitanes que habian entrado por la calle que iba al mercado; y los unos y los otros habian peleado valientemente y ganado muchas albarradas y puentes, que habian muy bien cegado; lo cual fué causa de no recibir daño al retraer. E antes que el tesorero y contador se retrujesen, ya los de la ciudad, por encima de una albarrada donde peleaban, les habian echado dos ó tres cabezas de cristianos, aunque no supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Albarado ó del nuestro. Y recogidos todos á la plaza, cargaba por todas partes tanta gente de los enemigos sobre nosotros, que teniamos bien qué hacer en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no osaran esperar á tres de caballo y á diez peones; y incontinente, en una torre alta de sus ídolos, que estaba allí junto á la plaza, pusieron muchos perfumes y saumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que parece mucho á ánime 1; lo cual ellos ofrecen á sus ídolos en señal de victoria; y aunque quisiéramos mucho estorbárselo, no se pudo hacer, porque ya la gente á mas andar se iban hácia el real. En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco ó cuarenta españoles y mas de mil indios nuestros amigos, y hirieron mas de veinte cristianos, y yo salí herido en una pierna; perdióse el tiro pequeño de campo que habiamos llevado, y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la ciudad, luego que hubieron la victoria, por hacer desmayar al alguacil mayor y Pedro de Albarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron al Tatebulco 2, que es el mercado, y en unas torres altas que allí están, desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos, y les sacaron los corazones para ofrecer á los ídolos; lo cual los españoles del real de Pedro de Albarado pudieron ver bien de donde pelea ban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conocieron que eran cristianos; y aunque por ello hubieron gran tristeza y desmayo, se retrajeron á su real, habiendo peleado aquel dia muy bien, y ganado casi hasta el dicho mercado; el cual aquel dia se acabara de ganar, si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran desman: nosotros fuimos á nuestro real con gran tristeza algo mas temprano que los otros dias nos soliamos retraer, y tambien porque nos decian que los bergantines eran perdidos, porque los de la ciudad con las caroas nos tomaban las espaldas, aunque plugo á Dios que no fué así, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se vieron en harto estrecho; y tanto, que un bergantin se erró poco de perder, y hirieron al capitan y maestre dél, y el capitan murió desde á ocho dias. Aquel dia y la noche siguiente

1 Son gomas, liquidámbar y gotas de árboles muy olorosas, y hay tambien ánime ó ánime copal, así dicho del mejicano copalli y xochicopal, que es como estoraque.

Tlatelulco.

los de la ciudad hacian muchos regocijos de bocinas y atabales, que parecia que se hundian, y abrieron todas las calles y puentes del agua, como de antes las tenian, y llegaron á poner sus fuegos y velas de noche á dos tiros de ballesta de nuestro real; y como todos salimos tan desbaratados y heridos y sin armas, habia necesidad de descansar y rehacernos. En este comedio los de la ciudad tuvieron lugar de enviar sus mensajeros á muchas provincias á ellos sujetas, á decir cómo habian habido mucha victoria y muerto muchos cristianos, y que muy presto nos acabarian; que en ninguna manera tratasen paz con nosotros; y la creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por donde á ellos parecia que convenia, que fué mucha ocasion de poner en mas contumacia á los rebelados que de antes; mas con todo, porque los de la ciudad no tomasen mas orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada dia algunos españoles de pié y de caballo, con muchos de nuestros amigos, iban á pelear á la ciudad, aunque nunca podian ganar mas de algunas puentes de la primera calle antes de llegar á la plaza.

Dende á dos dias del desbarato, que ya se sabia por toda la comarca, los naturales de una poblacion que se dice Cuarnaguacar 3, que eran sujetos á la ciudad y se habian dado por nuestros amigos, vinieron al real y dijéronme cómo los de la poblacion de Marinalco 4, que eran sus vecinos, les hacian mucho daño, y les destruian su tierra, y que agora se juntaban con los de la provincia de Cuisco5, que es grande, y querian venir sobre ellos á los matar porque se habian dado por vasallos de vuestra majestad y nuestros amigos; y que decian que después dellos destruidos, habian de venir sobre nosotros; y aunque lo pasado era de tan poco tiempo acaecido, y teniamos necesidad antes de ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedian con mucha instancia, determiné de se lo dar; y aunque tuve mucha contradicion y decian que me destruia en sacar gente del real, despaché con aquellos que pedian socorro ochenta peones y diez de caballo, con Andrés de Tapia, capitan, al cual encomendé mucho que ficiese lo que mas convenia al servicio de vuestra majestad y nuestra seguridad, pues veia la necesidad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese mas de diez dias; y él se partió, y llegado á una poblacion pequeña que está entre Marinalco y Coadnoacad 6, halló á los enemigos, que le estaban esperando; y él, con la gente de Coadnoacad y con la que llevaba, comenzó su batalla en el campo, y pelearon tan bien los nuestros, que desbarataron los enemigos, y en el alcance los siguieron fasta los meter en Marinalco, que está asentado en un cerro muy alto, y donde los de caballo no podian subir; y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el llano, y volviéronse á nuestro real con esta victoria dentro de los diez dias en lo alto desta poblacion de Marinalco hay muchas fuentes de muy buena agua, y es muy fresca cosa.

3 Cuernabaca.

* Malinalco.

5 Puede ser Huifuco.

6 Entre Malinalco y Cuernaba.

En tanto que este capitan fué y vino á este socorro, algunos españoles de pié y de caballo, como he dicho, con nuestros amigos entraban á pelear á la ciudad fasta cerca de las casas grandes que están en la plaza ; y de allí no podian pasar porque los de la ciudad tenian abierta la calle de agua que está á la boca de la plaza, y estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenian una muy grande y fuerte albarrada, y allí peleaban los unos con los otros fasta que la noche los despartió.

Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice Chichimecatecle, de que atrás he fecho relacion, que trujo la tablazon que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el principio de la guerra residia con toda su gente en el real de Pedro de Albarado; y como via que por el desbarato pasado los españoles no peleaban como solian, determinó sin ellos de entrar él con su gente á combatir los de la ciudad, dejando cuatrocientos flecheros de los suyos á una puente quitada de agua, bien peligrosa, que ganó á los de la ciudad; lo cual nunca acaecia sin ayuda nuestra. Pasó adelante con los suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando á su provincia y señor, pelearon aquel dia muy reciamente, y hobo de una parte y otra muchos heridos y muertos; y los de la ciudad bien tenian creido que los tenian asidos; porque como es gente que al retraer, aunque sea sin victoria, sigue con mucha determinacion, pensaron que al pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habian de vengar muy bien dellos. E para este efecto y socorro Chichimecatecle habia dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros; y como ya se venian retrayendo, los de la ciudad cargaron sobre ellos muy de golpe, y los de Tascaltecal echáronse al agua, y con el favor de los flecheros pasaron; y los enemigos, con la resistencia que en ellos fallaron, se quedaron, y aun bien espantados de la osadía que habia tenido Chichimecatecle 1. Dende á dos dias que los españoles vinieron de hacer guerra á los de Marinalco, segun que vuestra majestad habrá visto en los capítulos antes deste, llegaron á nuestro real diez indios de los otumíes, que eran esclavos de los de la ciudad; y como he dicho, habiéndose dado por vasallos de vuestra majestad, y cada dia venian en nuestra ayuda á pelear, y dijéronme cómo los señores de la provincia de Matalcingo 2, que son sus vecinos, les facian guerra y les destruian su tierra, y les habian quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que venian destruyendo cuanto podian, y con intencion de venir á nuestros reales y dar sobre nosotros, porque los de la ciudad saliesen y nos acabasen; y á lo mas desto dimos crédito, porque de pocos dias á aquella parte cada vez que entrábamos á pelear nos amenazaban con los desta provincia de Matalcingo; de la cual, aunque no teniamos mucha noticia, bien sabiamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas de nuestros reales; y en la queja que estos otumíes nos daban de aquellos sus vecinos, daban á entender que los diésemos socorro, y aunque lo pedian en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios; y por quebrar algo las alas á los de la ciudad, que cada dia nos amenazaban 4 Esta acción prueba que en los indios hay esfuerzo y valor. 2 Puede ser Temascalcingo.

con estos y mostraban tener esperanza de ser dellos socorridos, y este socorro de ninguna parte les podia venir, si destos no, determiné de enviar allá á Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con diez y ocho de caballo y cien peones, en que habia solo un ballestero, el cual se partió con ellos y con otra gente de los otumíes, nuestros amigos; y Dios sabe el peligro en que todos iban, y aun el en que nosotros quedábamos; pero como nos convenia mostrar mas esfuerzo y ánimo que nunca, y morir peleando, disimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos; pero muchas y muchas veces decian los españoles que pluguiese á Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la ciudad, aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interés ni provecho; por do se conocerá la aventura y necesidad extrema en que teniamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fué aquel dia á dormir á un pueblo de los otumíes que está frontero de Marinalco, y otro dia muy de mañana se partió y llegó á unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló sin gente, y mucha parte dellas quemadas; y llegando mas á lo llano, junto á una ribera halló mucha gente de guerra de los enemigos, que habian acabado de quemar otro pueblo; y como le vieron, comenzaron á dar la vuelta, y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que traian para su provision, las cuales habian dejado como habian sentido ir los españoles; y pasado un rio que allí estaba mas adelante en lo llano, los enemigos comenzaron á reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos, y puestos en huida, tiraron su ca→ mino derecho á su pueblo de Matalcingo, que estaba cerca de tres leguas de allí; y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo, y allí esperaron á los españoles y á nuestros amigos, los cuales venian matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás; y en este alcance murieron mas de dos mil de los enemigos. Llegados los de pié donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mil hombres, comenzaron á huir hacia el pueblo, adonde los enemigos hicieron rostro, en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponian en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos, hiciéronlos tambien retraer á la fuerza que tenian en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio, y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y tambien porque estaban muy cansados, porque todo aquel dia habian peleado: los enemigos toda la mas de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas.

Otro dia de mañana el alguacil mayor con toda la gente comenzó á guiar para subirles á los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia, y llegados, no vieron gente ninguna de los contrarios; é ciertos indios amigos nuestros descendian de lo alto, y dijeron que no habia nadie y que al cuarto del alba se habian ido todos los enemigos. Y estando así vieron por todos aquellos ilanos de la redonda mu

cha gente, y eran los otumies; é los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron hácia ellos y alancearon tres ó cuatro ; y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa, no los entendian mas de como echaban las armas y se venian para los españoles; y todavía alancearon tres ó cuatro, pero ellos bien entendieron que habia sido por no los conocer. E como los enemigos no esperaron, los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que tambien estaba de guerra; pero como vieron venir tanto poder sobre ellos, saliéronle de paz, y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo, y díjole que ya sabia que yo recibia con muy buena voluntad á todos los que se venian á ofrecer por vasallos de vuestra majestad, aunque fuesen muy culpados; que le rogaba que fuese á hablar con aquellos de Matalcingo 1 para que se viniesen á mí, y profirióse de lo hacer así y de traer de paz á los de Marinalco; y así, se volvió el alguacil mayor con esta victoria á su real. E aquel dia algunos españoles estaban peleando en la ciudad, y los ciudadanos habian enviado á decir que fuese allá nuestra lengua, porque querian hablar sobre la paz; la cual, segun pareció, ellos no querian sino con condicion que nos fuésemos de toda la tierra; lo cual hicieron á fin que los dejásemos algu→ nós dias descansar y fornecerse de lo que habian menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros, y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos, que no habia sino una puente quitada en medio, un viejo dellos allí á vista de todos sacó de su mochila 2, muy despacio, ciertas cosas que comió, por nos dar á entender que no tenian necesidad, porque nosotros les deciamos que allí se habian de morir de hambre, y nuestros amigos decian á los españoles que aquellas paces eran falsas; que peleasen con ellos; y aquel dia no se peleó mas porque los principales dijeron á la lengua que me hablase.

Dende á cuatro dias que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa, y estaban tambien rebelados, vinieron á nuestro real, y pidieron perdon de lo pasado, y ofreciéronse de servir muy bien; y así lo hicieron y han hecho hasta ahora.

En tanto que el alguacil mayor fué á Matalcingo, los de la ciudad acordaron de salir de noche y dar en el real de Albarado; y al cuarto del alba dan de golpe. E como las velas de caballo y de pié lo sintieron, apellidaron de llamar al arma; y los que allí estaban arremetieron á ellos; y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua; y en tanto llegan los nuestros y pelearon mas de tres horas con ellos; y nosotros oimos en nuestro real un tiro de campo que tiraba; y como teniamos recelo no los desbaratasen, yo mandé armar la gente para entrar por la ciudad, para que aflojasen en el combate de Albarado; y como los indios hallaron tan recios á los españoles, acordaron de se volver á su ciudad; y nosotros aquel dia fuimos á pelear á la ciudad.

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En esta sazon ya los que habiamos salido heridos del desbarato estábamos buenos, y á la Villarica habia aportado un navío de Juan Ponce de Leon, que habian desbaratado en la tierra ó isla Florida; y los de la villa enviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teniamos muy extrema necesidad; y ya, gracías á Dios, por aquí á la redonda no teniamos tierra que no fuese en nuestro favor; y yo, viendo como estos de la ciudad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinacion de morir que nunca generacion tuvo, no sabia qué medio tener con ellos para quitarnos á nosotros de tantos peligros y trabajos, y á ellos y á su ciudad no los acabar de destruir, porque era la mas hermosa cosa del mundo; y no nos aprovechaba decirles que no habiamos de levantar los reales, ni los bergantines habian de cesar de les dar guerra por el agua, ni que habiamos destruido á los de Matalcinco y Marinalco, y que no tenian en toda la tierra quien los pudiese socorrer, ni tenian de donde haber maíz, ni carne, ni frutas, ni agua ni otra cosa de mantenimiento. E cuanto mas destas cosas les deciamos, menos muestra viamos en ellos de flaqueza; mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca. E yo, viendo que el negocio pasaba desta manera, y que habia ya mas de cuarenta y cinco dias que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder mas estrechar á los enemigos, y fué que como fuésemos ganando por las calles de la ciudad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro; por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado, y lo que era agua hacerlo tierra firme, aunque hobiese toda la dilacion que se pudiese seguir. E para esto yo llamé á todos los señores y principales nuestros amigos, y dijeles lo que tenia acordado; por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores, y trujesen sus coas, que son unos palos, de que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada; y ellos me respondieron que así lo harian de muy buena voluntad, y que era muy buen acuerdo; y holgaron mucho con esto, porque les pareció que era manera para que la ciudad se asolase3; lo cual todos ellos deseaban mas que cosa del mundo.

Entre tanto que esto se concertaba pasáronse tres ó cuatro dias: los de la ciudad bien pensaron que ordcnábamos algunos ardides contra ellos; y ellos tambien, segun después pareció, ordenaban lo que podian para su defensa, segun que tambien lo barruntábamos 4. E concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habiamos de ir á combatir, otro dia de mañana, después de haber oido misa, tomamos el camino para la ciudad; y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la ciudad dijeron que estuviésemos quedos, que querian paz; y yo mandé á la gente que no pelease, y díjeles que viniese allí el señor de la ciudad á me hablar y que se daria órden

3 Así se ejecutó, porque no se ve hoy en Méjico rastro del gentilismo, y todos sus edificios fueron asolados.

4 Barruntar es imaginar ó conjeturar, y segun la ley 2, tit. 26, partida 11, se llaman barruntes á las espías.

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