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que estában diez leguas de allí con muchas gentes que nos habian traido; y él envió luego tres de caballo y cincuenta indios de los que ellos traian; y el negro volvió con ellos para guiarlos, y yo quedé allí, y pedí que me diesen por testimonio el año y el mes y dia que allí habia llegado, y la manera en que venia, y ansí lo hicieron. De este rio hasta el pueblo de los cristianos, que se llama Sant Miguel, que es de la gobernacion de la provincia que dicen la Nueva-Galicia, hay treinta leguas.

CAPITULO XXXIV.

De cómo envié por los cristianos. Pasados cinco dias, llegaron Andrés Dorantes y Alonso del Castillo con los que habian ido por ellos, y traian consigo mas de seiscientas personas, que eran de aquel pueblo que los cristianos habian hecho subir al monte, y andaban escondidos por la tierra, y los que hasta allí con nosotros habian venido los habian sacado de los montes y entregado á los cristianos, y ellos habian despedido todas las otras gentes que hasta allí habian traido; y venidos adonde yo estaba, Alcaraz me rogó que enviásemos á llamar la gente de los pueblos que están á vera del rio, que andaban ascondidos por los montes de la tierra, y que les mandásemos que trujesen de comer, aunque esto no era menester, porque ellos siempre tenian cuidado de traernos todo lo que podian, y enviamos luego nuestros mensajeros á que los llamasen, y vinieron seiscientas personas, que nos trujeron todo el maíz que alcanzaban, y traíanlo en unas ollas tapadas con barro, en que lo habian enterrado y escondido, y nos trujeron todo lo mas que tenian; mas nosotros no quisimos tomar de todo ello sino la comida, y dimos todo lo otro á los cristianos para que entre sí lo repartiesen; y después de esto, pasamos muchas y grandes pendencias con ellos, porque nos querian hacer los indios que traimos esclavos, y con este enojo, al partir, dejamos muchos arcos turquescos que traiamos, y muchos zurrones y flechas, y entre ellas las cinco de las esmeraldas, que no se nos acordó de ellas; y ansí, las perdimos. Dimos á los cristianos muchas mantas de vaca y otras cosas que traiamos; vímonos con los indios en mucho trabajo porque se volviesen á sus casas

no teniamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo cuanto nos daban tornábamos luego á dar, y con nada nos quedábamos, y los otros no tenian otro fin sino robar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada á nadie; y de esta manera relataban todas nuestras cosas, y las encarescian por el contrario de los otros; y así les respondieron á la lengua de los cristianos, y lo mismo hicieron saber á los otros por una lengua que entre ellos habia, con quien nos entendiamos, y aquellos que la usan llamamos propriamente primahaitu (que es como decir vascongados); la cual, mas de cuatrocientas leguas de las que anduvimos, hallamos usada entre ellos, sin haber otra por todas aquellas tierras. Finalmente, nunca pudo acabar con los indios creer que éramos de los otros cristianos, y con mucho trabajo y importunacion los hecimos volver á sus casas, y les mandamos que se asegurasen, y asentasen sus pueblos, y sembrasen y labrasen la tierra, que, de estar despoblada, estaba ya muy llena de monte; la cual sin dubda es la mejor de cuantas en estas Indias hay, y mas fértil y abundosa de mantenimientos, y siembran tres veces en el año. Tiene muchas frutas y muy hermosos rios, y otras muchas aguas muy buenas. Hay muestras grandes y señales de minas de oro y plata; la gente de ella es muy bien acondicionada; sirven á los cristianos ( los que son amigos) de muy buena voluntad. Son muy dispuestos, mucho mas que los de Méjico; y finalmente, es tierra que ninguna cosa le falta para ser muy buena. Despedidos los indios, nos dijeron que harian lo que mandábamos, y asentarian sus pueblos si los cristianos los dejaban; y yo así lo digo y afirmó por muy cierto, que si no lo hicieren, será por culpa de los cristianos.

Después que hobimos enviado á los indios en paz, y regraciádoles el trabajo que con nosotros habían pasado, los cristianos nos enviaron (debajo de cautela) á un Cebreros, alcalde, y con él otros dos ; los cuales nos llevaron por los montes y despoblados, por apartarnos de la conversacion de los indios, y porque no viésemos ni entendiésemos lo que de hecho hicieron; donde paresce cuánto se engañan los pensamientos de los hombres, que nosotros andábamos á les buscar libertad, y cuando pensábamos que la teniamos, sucedió tan al contrario, porque tenian acordado de ir á dar en los indios que enviábamos asegurados y de paz; y ansí como lo

y se asegurasen, y sembrasen su maíz. Ellos no que pensaron, lo hicieron; lleváronnos por aquellos mon

rian sino ir con nosotros hasta dejarnos, como acostumbraban, con otros indios; porque si se volviesen sin hacer esto, temian que se moririan; que para ir con nosotros no temian á los cristianos ni á sus lanzas. A los cristianos les pesaba de esto, y hacian que su lengua les dijese que nosotros éramos de ellos mismos, y nos habiamos perdido muchos tiempos habia, y que éramos gente de poca suerte y valor, y que ellos eran los señores de aquella tierra, á quien habian de obedescer y servir. Mas todo esto los indios tenian en muy poco ó nonada de lo que les decian; antes unos con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristianos mentian, porque nosotros veniamos de donde salia el sol, y ellos donde se pone; y que nosotros sanábamos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sanos; y que nosotros veniamos desnudos y descalzos, y ellos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros

tes dos dias, sin agua, perdidos y sin camino, y todos pensamos perescer de sed, y de ella se nos ahogaron siete hombres, y muchos amigos que los cristianos traian consigo no pudieron llegar hasta otro dia á mediodía adonde aquella noche hallamos nosotros el agua; y caminamos con ellos veinte y cinco leguas, poco mas ó menos, y al fin de ellas llegamos á un pueblo de indios de paz, y el alcalde que nos llevaba nos dejó allí, y él pasó adelante otras tres leguas), á un pueblo que se llamaba Culiazan, adonde estaba Melchior Diaz, alcalde mayor y capitan de aquella provincia.

CAPITULO XXXV.

De cómo el Alcalde mayor nos recebió bien la noche que llegamos. Cómo el Alcalde mayor fué avisado de nuestra salida y venida, luego aquella noche partió, y vino adon

de nosotros estábamos, y lloró mucho con nosotros, dando loores á Dios nuestro Señor por haber usado de tanta misericordia con nosotros; y nos habló y trató muy bien; y de parte del gobernador Nuño de Guzman y suya nos ofresció todo lo que tenia y podia; y mostró mucho sentimiento de la mala acogida y tratamiento que en Alcaraz y los otros habiamos hallado, y tuvimos por cierto que si él se hallara allí, se excusara lo que con nosotros y con los indios se hizo; y pasada aquella noche, otro dia nos partimos, y el Alcalde mayor nos rogó mucho que nos detuviésemos allí, y que en esto hariamos muy gran servicio á Dios y á vuestra majestad, porque la tierra estaba despoblada, sin labrarse, y toda muy destruida, y los indios andaban escondidos y huidos por los montes, sin querer venir á hacer asiento en sus pueblos, y que los enviásemos á llamar, y les mandásemos de parte de Dios y de vuestra majestad que viniesen y poblasen en lo llano, y labrasen la tierra. A nosotros nos pareció esto muy dificultoso de poner en efecto, porque no traiamos indio ninguno de los nuestros ni de los que nos solian acompañar y entender en estas cosas. En fin, aventuramos á esto dos indios de los que traian allí captivos, que eran de los mismos de la tierra, y estos se habian hallado con los cristianos; cuando primero llegamos á ellos, y vieron la gente que nos acompañaba, y supieron de ellos la mucha autoridad y dominio que por todas aquellas tierras habiamos traido y tenido, y las maravillas que habiamos hecho, y los enfermos que habiamos curado, y otras muchas cosas, y con estos indios mandamos-á otros del pueblo, que juntamente fuesen y llamasen los indios que estaban por las sierras alzados, y los del rio de Petaan, donde habiamos hallado á los cristianos, y que les dijesen que viniesen á nosotros, porque les queriamos hablar; y para que fuesen seguros, y los otros viniesen, les dimos un calabazon de los que nosotros traiamos en las manos (que era nuestra principal insignia y muestra de gran estado), y con este ellos fueron y anduvieron por allí siete dias, y al fin de ellos vinieron, y trujeron consigo tres señores de los que estaban alzados por las sierras, que traian quince hombres, y nos trujeron cuentas y turquesas y plumas, y los mensajeros nos dijeron que no habian hallado á los naturales del rio donde habiamos salido, porque los cristianos los habian hecho otra vez huir á los montes; y el Melchior Diaz dijo á la lengua que de nuestra parte les hablase á aquellos indios, y les dijese cómo venia de parte de Dios, que está en el cielo, y que habiamos andado por el mundo muchos años, diciendo á toda la gente que habiamos hallado que creyesen en Diosy lo sirviesen, porque era señor de todas cuantas cosas habia en el mundo, y que él daba galardon y pagaba á los buenos, y pena perpetua de fuego á los malos; y que cuando los buenos morian, los llevaba al cielo, donde nunca nadie moria, ni tenian hambre ni frio ni sed, ni otra necesidad ninguna, sino la mayor gloria que se podria pensar ; y que los que no le querian creer ni obedescer sus mandamientos, los echaba debajo la tierra en compañía de los demonios y en gran fuego, el cual nunca se habia de acabar, sino atormentarlos para siempre; y que allende de esto, si ellos quisiesen ser cristianos y servir á Dios de la manera que

les mandásemos, que los cristianos ternian por bermanos y los tratarian muy bien, y nosotros les mandariamos que no les hiciesen ningun enojo ni los sacasen de sus tierras, sino que fuesen grandes amigos suyos; mas que si esto no quisiesen hacer, loscristianos los tratarian muy mal, y se los llevarian por esclavos á otras tierras. A esto respondieron á la lengua que ellos serian muy buenos cristianos, y servirian á Dios; y preguntados en qué adoraban y sacrificaban, y á quién pedian el agua para sus maizales y la salud para ellos, respondieron que á un hombre que estaba en el cielo. Preguntámosles cómo se llamaba, y dijeron que Aguar, y que creian que él habia criado todo el mundo y las cosas de él. Tornámosles á preguntar cómo sabian esto, y respondieron que sus padres y abuelos se lo habian dicho, que de muchos tiempos tenian noticia de esto, y sabian que el agua y todas las buenas cosas las enviaba aquel. Nosotros les dijimos que aquel que ellos decian, nosotros lo llamábamos Dios, y que ansí lo llamasen ellos, y lo sirviesen y adorasen coino mandábamos, y ellos se hallarian muy bien de ello. Respondieron que todo lo tenian muy bien entendido, y que así lo harian; y mandámosles que bajasen de las sierras, y viniesen seguros y en paz, y poblasen toda la tierra, y hiciesen sus casas, y que entre ellas hiciesen una para Dios, y pusiesen á la entrada una cruz como la que allí teniamos, y que cuando viniesen allí los cristianos, los saliesen á recebir con las cruces en las manos, sin los arcos y sin armas, y los llevasen á sus casas, y les diesen de comer de lo que tenian, y por esta manera no les harian mal, antes serían sus amigos; y ellos dijeron que ansí lo harian como nosotros lo mandábamos; y el capitan les dió mantas y los trató muy bien; y así, se volvieron, llevando los dos que estaban captivos y habian ido por mensajeros. Esto pasó en presencia del escribano que allí tenian y otros muchos testigos.

CAPITULO XXXIV.

De cómo hecimos hacer iglesias en aquella tierra. Como los indios se volvieron, todos los de aquella provincia, que eran amigos de los cristianos, como tuvieron noticia de nosotros, nos vinieron á ver, y nos trujeron cuentas y plumas, y nosotros les mandamos que hiciesen iglesias, y pusiesen cruces en ellas, porque hasta entonces no las habian hecho; y hecimos traer los hijos de los principales señores y baptizarlos; y luego el capitan hizo pleito homenaje á Dios de no hacer ni consentir hacer entrada ninguna, ni tomar esclavo por la tierra y gente que nosotros habiamos asegurado, y que esto guardaria y cumpliria hasta que su majestad y el gobernador Nuño de Guzman, ó el Visorey en su nombre, proveyesen en lo que mas fuese servicio de Dics y de su majestad; y después de bautizados los niños, nos partimos para la villa de Sant Miguel, donde como fuimos llegados, vinieron indios, que nos dijeron cómo mucha gente bajaba de las sierras y poblaban en lo llano, y hacian iglesias y cruces y todo lo que les habiamos mandado; y cada dia teniamos nuevas de cómo esto se iba haciendo y cumpliendo mas enteramente; y pasados quince dias que allí habismos estado, llegó Alcaraz con los cristianos que habian

ido en aquella entrada, y contaron al capitan cómo eran bajados de las sierras los indios, y habian poblado en lo Ilano, y habian hallado pueblos con mucha gente, que de primero estaban despoblados y desiertos, y que los indios les salieron á recebir con cruces en las manos, y los llevaron á sus casas, y les dieron de lo que tenian, y durmieron con ellos allí aquella noche. Espantados de tal novedad, y de que los indios les dijeron cómo estaban ya asegurados, mandó que no les hiciesen mal; y ansí, se despidieron. Dios nuestro Señor por su infinita inisericordia quiera que en los dias de vuestra majestad y debajo de vuestro poder y señorío, estas gentes vengan á ser verdaderamente y con entera voluntad sujetas al verdadero Señor, que las crió y redimió. Lo cual tenemos por cierto que así será, y que vuestra majestad ha de ser el que lo ha de poner en efecto (que no será tan difícil de hacer); porque dos mil leguas que anduvimos por tierra y por la mar en las barcas, y otros diez meses que después de salidos de captivos, sin parar anduvimos por la tierra, no hallamos sacrificios ni idolatría. En este tiempo travesamos de una mar á otra, y por la noticia que con mucha diligencia alcanzamos á entender, hay de una costa á la otra por lo mas ancho docientas leguas, y alcanzamos á entender que en la costa del sur hay perlas y mucha riqueza, y que todo lo mejor y mas rico está cerca de ella. En la villa de Sant Miguel estuvimos hasta 15 dias del mes de mayo, y la causa de detenernos allí tanto fué porque de allí hasta la ciudad de Compostela, donde el gobernador Nuño de Guzman residia, hay cien leguas y todas son despobladas y de enemigos, y hobieron de ir con nosotros gente, con que iban veinte de caballo, que nos acompañaron hasta cuarenta leguas; y de allí adelante vinieron con nosotros seis cristianos, que traian quinientos indios hechos esclavos, y llegados en Compostela, el Gobernador nos recebió muy bien, y de lo que tenia nos dió de vestir; lo cual yo por muchos dias no pude traer, ni podiamos dormir sino en el suelo; y pasados diez ó doce dias, partimos para Méjico, y por todo el camino fuimos bien tratados de los cristianos, y muchos nos salian á ver por los caminos, y daban gracias a Dios de habernos librado de tantos peligros. Llegamos á Méjico domingo, un dia antes de la víspera de Santiago, donde del Visorey y del marqués del Valle fuimos muy bien tratados y con mucho placer recebidos, y nos dieron de vestir, y ofrescieron todo lo que tenian, y el dia de Santiago hobo fiesta y juego de cañas y toros.

CAPITULO XXXVII.

De lo que acontesció cuando me quise venir. Después que descansamos en Méjico dos meses, yo me quise veuir en estos reinos; y yendo á embarcar en el mes de octubre, vino una tormenta que dió con el navío al través, y se perdió; y visto esto, acordé de dejar pasar el invierno, porque en aquellas partes es muy recio tiempo para navegar en él; y después de pasado el invierno, por cuaresma nos partimos de Méjico Andrés Dorantes y yo para la Veracruz, para nos embarcar, y allí estuvimos esperando tiempo hasta domingo de Ramos, que nos embarcamos, y estuvimos embarcados mas

de quince dias por falta de tiempo, y el navío en que estábamos hacia mucha agua. Yo me salí de él, y me pasé á otros de los que estaban para venir, y Dorantes se quedó en aquel; y á 10 dias del mes de abril partimos del puerto tres navíos, y navegamos juntos ciento y cincuenta leguas, y por el camino los dos navíos hacian mucha agua, y una noche nos perdimos de su conserva, porque los pilotos y maestros, segun después paresció, no osaron pasar adelante con sus navíos, y volvieron otra vez al puerto do habian partido, sin darnos cuenta de ello ni saber mas de ellos, y nosotros seguimos nuestro viaje, y á 4 dias de mayo llegamos al puerto de la Habana, que es en la isla de Cuba, adonde estuvimos esperando los otros dos navíos, creyendo que vernian, hasta 2 dias de junio, que partimos de allí con mucho temor de topar con franceses, que habia pocos dias que habian tomado allí tres navíos nuestros; y llegados sobre la isla de la Bermuda, nos tomó una tor menta, que suele tomar á todos los que por allí pasan, la cual es conforme á la gente que dicen que en ella anda, y toda una noche nos tuvimos por perdidos, y plugo á Dios que, venida la mañana, cesó la tormenta, y seguimos nuestro camino. A cabo de veinte y nueve dias que partimos de la Habana habiamos andado mil y cien leguas, que dicen que hay de allí hasta el pueblo de los Azores; y pasando otro dia por la isla que dicen del Cuervo, dimos con un navío de franceses á hora de mediodía; nos comenzó á seguir con una carabela que traia tomada de portugueses, y nos dieron caza, y aquella tarde vimos otras nueve velas, y estaban tan lejos, que no podimos conocer si eran portugueses ó de aquellos mismos que nos seguian, y cuando anocheció estaba el francés á tiro de lombarda de nuestro navío; y desque fué obscuro, hurtamos la derrota por desviarnos de él; y como iba tan junto de nosotros, nos vió, y tiró la via de nosotros, y esto hecimos tres ó cuatro veces; y él nos pudiera tomar si quisiera, sino que lo dejaba para la mañana. Plugo á Dios que cuando amaneció nos hallamos el francés y nosotros juntos, y cercados de las nueve velas que he dicho que á la tarde antes habiamos visto, las cuales conosciamos ser de la armada de Portugal, y dí gracias á nuestro Señor por haberme escapado de los trabajos de la tierra y peligros de la mar; y el francés, como conosció ser el armada de Portugal, soltó la carabela que traia tomada, que venia cargada de negros, la cual traian consigo para que creyésemos que eran portugueses y la esperásemos; y cuando la soltó dijo al maestre y piloto de ella que nosotros éramos franceses y de su conserva; y como dijo esto, metió sesenta remos en su navío, y ansí á remo y á vela se comenzó á ir, y andaba tanto, que no se puede creer; y la carabela que soltó se fué al Galeon, y dijo al capitan que el nuestro navío y el otro eran de franceses; y como nuestro navío arribé al galeon, y como toda la armada via que íbamos sobre ellos, teniendo por cierto que éramos franceses, se pusieron á punto de guerra y vinieron sobre nosotros; y llegados cerca, les salvamos. Conosció que éramos amigos; se hallaron burlados, por habérseles escapado aquel cosario con haber dicho que éramos franceses y de su compañía; y así, fueron cuatro carabelas tras él; y llegado á nosotros

el galeon, después de haberles saludado, nos preguntó el capitan Diego de Silveira que de dónde veniamos y qué mercadería traiamos; y le respondimos que veniamos de la Nueva-España y que traiamos plata y oro; y preguntónos qué tanto seria, el maestro le dijo que traeria trecientos mil castellanos. Respondió el capitan : Boa fee que venis muito ricos, pero tracedes muy ruin navio y muito ruin artilleria, ò fi de puta can, à renegado frances, y que bon bocado perdeo, vota Deus. Ora sus pois vos abedes escapado, seguime, y non vos apartedes de mi, que con ayuda de Deus, eu vos porné en Castela. Y dende á poco volvieron las carabelas que habian seguido tras el francés, porque les paresció que andaba mucho, y por no dejar el armada, que iba en guarda de tres naos que venian cargadas de especería; y así llegamos á la isla Tercera, donde estuvimos reposando quince dias, tomando refresco y esperando otra nao que venia cargada de la India, que era de la conserva de las tres naos que traia el armada; y pasados los quince dias, nos partimos de allí con el armada, y llegamos al puerto de Lisbona á 9 de agosto, víspera | de señor sant Laurencio, año de 1537 años. Y porque es así la verdad, como arriba en esta Relacion digo, lo firmé de mi nombre, Cabeza de Vaca.-Estaba firınada de su nombre, y con el escudo de sus armas, la Relacion donde este se sacó.

CAPITULO XXXVIII.

De lo que suscedió á los demás que entraron en las Indias. Pues he hecho relacion de todo lo susodicho en el viaje, y entrada y salida de la tierra, hasta volver á estos reinos, quiero asimismo hacer memoria y relacion de lo que hicieron los navíos y la gente que en ellos quedó, de lo cual no he hecho memoria en lo dicho atrás, porque nunca tuvimos noticia de ellos hasta después de salidos, que hallamos mucha gente de ellos en la NuevaEspaña, y otros acá en Castilla, de quien supimos el suceso y todo el fin de ello de qué manera pasó, después que dejamos los tres navíos, porque el otro era ya perdido en la costa Brava; los cuales quedaban á mucho peligro, y quedaban en ellos hasta cien personas con pocos mantenimientos, entre los cuales quedaban diez mujeres casadas, y una de ellas habia dicho al Gobernador muchas cosas que le acaecieron en el viaje, antes que le suscediesen; y esta le dijo, cuando entraba por la tierra, que no entrase, porque ella creia que él ni ninguno de los que con él iban no saldrian de la tierra; y que si alguno saliese, que haria Dios por él muy grandes milagros; pero creia que fuesen pocos los que escapasen ó no ningunos ; y el Gobernador entonces le respondió que él y todos los que con él entraban, iban á pelear y conquistar muchas y muy extrañas gentes y tierras; y que tenia por muy cierto que conquistándolas habian de morir muchos; pero aquellos que quedasen serian de buena ventura y quedarian muy ricos, por la noticia que él tenia de la riqueza que en aquella tierra habia; y díjole mas, que le rogaba que ella le dijese las cosas que habia dicho pasadas y pre

sentes, quién se las habia dicho. Ella le respondió, y dijo que en Castilla una mora de Hornachos se lo habia dicho, lo cual antes que partiésemos de Castilla nos lo habia á nosotros dicho, y nos habia suscedido todo el viaje de la misma manera que ella nos habia dicho. Y después de haber dejado el Gobernador por su teniente, y capitan de todos los navíos y gente que allí dejaba, á Carvallo, natural de Cuenca de Huete, nosotros nos partimos de ellos, dejándoles el Gobernador mandado que luego en todas maneras se recogiesen todos á los navíos, y siguiesen su viaje derecho la via del Pánuco, y yendo siempre costeando la costa y buscando lo mejor que ellos pudiesen el puerto, para que en hallándolo parasen en él y nos esperasen. En aquel tiempo que ellos se recogian en los navíos, dicen que aquellas personas que allí estaban vieron y oyeron todos muy claramente cómo aquella mujer dijo á las otras que, pues sus maridos entraban por la tierra adentro y ponian sus personas en tan gran peligro, no hiciesen en ninguna manera cuenta de ellos; y que luego mirasen con quién se habian de casar, porque ella así lo habia de hacer, y así lo hizo; que ella y las demás se casaron y amancebaron con los que quedaron en los navios; y después de partidos de allí los navíos, hicieron vela y siguieron su viaje, y no hallaron el puerto adelante, y volvieron atrás; y cinco leguas mas abajo de donde habiamos desembarcado, hallaron el puerto, que entraba siete ó ocho leguas la tierra adentro, y era el mismo que nosotros habiamos descubierto, adonde hallamos las cajas de Castilla que atrás se ha dicho, á do estaban los cuerpos de los hombres muertos, los cuales eran cristianos; y en este puerto y esta costa anduvieron los tres navíos y el otro que vino de la Habana y el bergantin, buscándonos cerca de un año; y como no nos hallaron, fuéronse á la Nueva-España. Este puerto que decimos es el mejor del mundo, y entra la tierra adentro siete ó ocho leguas, y tiene seis brazas á la entrada y cerca de tierra tiene cinco, y es lama el suelo de él, y no hay mar dentro ni tormenta brava, que como los navíos que cabrán en él son muchos, tiene muy gran cantidad de pescado. Está cien leguas de la Habana, que es un pueblo de cristianos en Cuba, y está á norte sur con este pueblo, y aquí reinan las brisas siempre, y van y vienen de una parte á otra en cuatro dias, porque los navíos van y vienen á cuartel.

Y pues he dado relacion de los navíos, será bien que diga quién son, y de qué lugar de estos reinos, los que nuestro Señor fué servido de escapar de estos trabajos. El primero es Alonso del Castillo Maldonado, natural de Salamanca, hijo del doctor Castillo y de doña Aldonza Maldonado. El segundo es Andrés Dorantes, hijo de Pablo Dorantes, natural de Béjar y vecino de Gibraleon. El tercero es Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hijo de Francisco de Vera y nieto de Pedro de Vera, el que ginó á Canaria, y su madre se llamaba doña Teresa Cabeza de Vaca, natural de Jerez de la Frontera. El cuarto se llama Estebanico; es negro alárabe, natural de Azamor.

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CAPITULO PRIMERO.

De los comentarios de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

Después que Dios nuestro Señor fué servido de sacar á Alvar Nuñez Cabeza de Vaca del captiverio y trabajos que tuvo diez años en la Florida, vino á estos reinos en el año del Señor de 1537, donde estuvo hasta el año de 40, en el cual vinieron á esta corte de su majestad personas del rio de la Plata á dar cuenta á su majestad del suceso de la armada que allí habia enviado don Pedro de Mendoza, y de los trabajos en que estaban los que de ellos escaparon, y á le suplicar fuese servido de los proveer y socorrer, antes que todos peresciesen (porque ya quedaban pocos de ellos). Y sabido por su majestad, mandó que se tomase cierto asiento y capitulacion con Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, para que fuese á socorrellos; el cual asiento y capitulacion se efectuó, mediante que el dicho Cabeza de Vaca se ofresció de los ir á socorrer, y que gastaria en la jornada y socorro que así habia de hacer en caballos, armas, ropas y bastimentos y otras cosas, ocho mil ducados, y por la capitulacion y asiento que con su majestad tomó, le hizo merced de la gobernacion y de la capitanía general de aquella tierra y provincia, con título de adelantado de ella; y asimesmo le hizo merced del dozavo de todo lo que en la tierra y provincia se hobiese y lo que en ella entrase y saliese, con tanto que el dicho Alvar Nuñez gastase en la jornada los dichos ocho mil ducados; y así, él, en cumplimiento del asiento que con su majestad se hizo, se partió luego á Sevilla, para poner en obra lo capitulado y proveerse para el dicho socorro y armada; y para ello mercó dos naos y una carabela para con otra que le esperaba en Canaria; la una nao de estas era nueva del primer viaje, y era de trecientos y cincuenta toneles, y la otra era de ciento y cincuenta; los cuales navíos aderezó muy bien y pro

veyó de muchos bastimentos y pilotos y marineros, y hizo cuatrocientos soldados bien aderezados, cual convenia para el socorro; y todos los que se ofrecieron á ir en la jornada llevaron las armas dobladas. Estuvo en mercar y proveer los navíos desde el mes de mayo hasta en fin de septiembre, y estuvieron prestos para poder navegar, y con tiempos contrarios estuvo detenido en la ciudad de Cádiz desde en fin de septiembre hasta 2 de noviembre, que se embarcó y hizo su viaje, y en nueve dias llegó á la isla de la Palma, á do desembarcó con toda la gente, y estuvo allí veinte y cinco dias esperando tiempo para seguir su camino, y al cabo de ellos se embarcó para Cabo-Verde, y en el camino la nao capitana hizo un agua muy grande, y fué tal, que subió dentro en el navío doce palmos en alto, y se mojaron y perdieron mas de quinientos quintales de bizcocho, y se perdió mucho aceite y otros bastimentos; lo cual los puso en mucho trabajo; y así, fueron con ella dando siempre á la bomba de dia y de noche, hasta que llegaron á la isla de Santiago (que es una de las islas de Cabo-Verde), y allí desembarcaron y sacaron los caballos en tierra, porque se refrescasen y descansasen del trabajo que hasta allí habian traido y tambien porque se habia de descargar la nao para remediar el agua que hacia; y descargada, el maestre de ella la estancó (porque era el mejor buzo que habia en España). Vinieron desde la Palma hasta esta isla de Cabo-Verde en diez días; que hay de la una á la otra trecientas leguas. En esta isla hay muy mal puerto, porque á do surgen y echan las anclas hay abajo muchas peñas, las cuales roen los cabos que llevan atadas las anclas, y cuando las van á sacar quédanse allá las anclas; y por esto dicen los marineros que aquel puerto tiene muchos ratones, porque les roen los cabos que llevan las anclas; y por esto es muy peligroso puerto para los navíos que allí están, si les toma alguna tormenta. Esta isla es vi→

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