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tado, y iba con él en busca del puerto, y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que habia de ir con él, que se proveyesen de lo que era menester para la jornada; y después de esto proveido, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba y temia la entrada por la tierra, que me quedase y tomase cargo de los navíos y la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí aquella misma tarde, diciendo que no le parescia que de nadie se podia fiar aquello, me envió á decir que me rogaba que tomase cargo de ello; y viendo que importunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó qué era la causa por que huia de aceptallo; á lo cual respondí que yo huia de encargarme de aquello porque tenia por cierto y sabia que él no habia de ver mas los navíos, ni los navíos á él, y que esto entendia viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro, y que yo queria mas aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navios, y dar ocasion que se dijese que, como habia contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo queria mas aventurar la vida que poner mi honra en esta condicion. El, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó á otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen; á los cuales respondí lo mismo que á él; y así, proveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, á un alcalde que traia, que se llamaba Caravallo.

CAPITULO V.

Cómo dejó los navios el Gobernador.

Sábado 1.° de mayo, el mismo dia que esto habia pasado, mandó dar á cada uno de los que habian de ir con él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y ansí nos partimos para entrar en la tierra. La suma de toda la gente que llevábamos era trecientos hombres : en ellos iba el comisario fray Juan Suarez, y otro fraile que se decia fray Juan de Palos, y tres clérigos y los oficiales. La gente de caballo que con estos íbamos, éramos cuarenta de caballo; y ansí anduvimos con aquel bastimento que llevábamos, quince dias, sin hallar otra cosa que comer, salvo palmitos de la manera de los de Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio ninguno, ni vimos casa ni poblado, y al cabo llegamos á un rio que lo pasamos con muy gran trabajo á nado y en balsas detuvímonos un dia en pasarlo; que traia muy gran corriente. Pasados á la otra parte, salieron á nosotros hasta docientos indios, poco mas ó menos; el Gobernador salió á ellos, y después de haberlos hablado por señas, ellos nos señalaron de suerte, que nos hobimos de revolver con ellos, y prendimos cinco ó seis, y estos nos llevaron á sus casas, que estaban hasta media legua de allí, en las cuales hallamos gran cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y dimos infinitas gracias a nuestro Señor por habernos socorrido en tan gran necesidad, porque ciertamente, como éramos nuevos en los trabajos, allende del cansancio que traiamos, veniamos muy fatigados de hambre, y á tercero dia que alli llegamos, nos juntamos el contador y veedor y

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comisario y yo, y rogamos al Gobernador que enviase á buscar la mar, por ver si hallariamos puerto, porque los indios decian que la mar no estaba muy lejos de allí. El nos respondió que no curásemos de hablar en aquello, porque estaba muy lejos de allí; y como yo era el que mas le importunaba, dijome que me fuese yo á descubrirla y que buscase puerto, y que había de ir á pié con cuarenta hombres; y ansí, otro dia yo me partí con el capitan Alonso del Castillo y con cuarenta hombres de su compañía, y así anduvimos hasta hora de mediodía, que Hegamos á unos placeles de la mar que parescia que entraban mucho por la tierra: anduvimos por ellos hasta legua y media con el agua basta la mitad de la pierna, pisando por encima de ostiones, de los cuales rescibimos muchas cuchilladas en los piés, y nos fueron causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en el rio que primero habiamos atravesado, que entraba por aquel mismo ancon, y como no lo podimos pasar, por el mal aparejo que para ello teniamos, volvimos al real, y contamos al Gobernador lo que habiamos ballado, y cómo era menester otra vez pasar por el rio por el mismo lugar que primero lo habiamos pasado, para que aquel ancon se descubriese bien, y viésemos si por allí habia puerto; y otro dia mandó á un capitan que se llamaba Valenzuela, que con sesenta hombres y seis de caballo pasase el rio y fuese por él abajo hasta llegar á la mar, y buscar si habia puerto; el cual, después de dos dias que allá estuvo, volvió y dijo que él habia descubierto el ancon, y que todo era bahía baja hasta la rodilla, y que no se hallaba puerto; y que habia viste cinco ó seis canoas de indios que pasaban de una parte á otra, y que llevabau puestos muchos penachos. Sabido esto, otro dia partimos de allí, yendo siempre en demanda de aquella provincia que los indios nos habian dicho Apalache, llevando por guia los que de ellos habiamos tomado, y así anduvimos hasta 17 de junio, que no hallamos indios que nos osasen esperar; y alli salió á nosotros un señor que le traia un indio á cuestas, cubierto de un cuero de venado pintado! traia consigo mucha gente, y delante de él venian tañendo unas flautas de caña; y así, llegó do estaba el Gobernador, y estuvo una hora con él, y por señas le dimos á entender que íbamos á Apalache, y por las que él hizo nos paresció que era enemigo de los de Apalache, y que nos iria á ayudar contra él. Nosotros le dimos cuentas y cascabeles y otros rescates, y él dió al Gobernador el cuero que traia cubierto; y así, se volvió, y nosotros le fuimos siguiendo por la via que él iba. Aquella noche llegamos á un rio, el cual era muy hondo y muy ancho, y la corriente muy recia, y por no atrevernos á pasar, con balsas hecimos una canoa para ello, y estuvimos en pasarlo un dia; y si los indios nos quisieran ofender, bien nos pudieran estorbar el paso, y aun con ayudarnos ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de caballo, que se decia Juan Velazquez, natural de Cuéllar, por no esperar entró en el rio, y la corriente, como era recia, lo derribó del caballo, y se asió á las riendas, y ahogo á sí y al caballo; y aquellos indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchellin, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallariamos á él por el rio abajo; y así, fueron por él, y su muerte nos dió mucha pena, por

que hasta entonces ninguno nos habia faltado. El caballo dió de cenar á muchos aquella noche. Pasados de allí, otro dia llegamos al pueblo de aquel señor, y allí nos envió maíz. Aquella noche, donde iban á tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso Dios que no lo hirieron. Otro dia nos partimos de allí sin que indio ninguno de los naturales paresciese, porque todos habian huido; mas yendo nuestro camino, parescieron indios, los cuales venian de guerra, y aunque nosotros los llamamos, no quisieron volver ni esperar; mas antes se retiraron, siguiéndonos por el mismo camino que llevábamos. El Gobernador dejó una celada de algunos de caballo en el camino, que como pasaron, salieron á ellos, y tomaron tres ó cuatro indios, y estos llevamos por guias de alli adelante; los cuales nos llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella hay muy grandes montes y los árboles á maravilla altos, y son tantos los que están caidos en el suelo, que nos embarazaban el camino de suerte, que no podiamos pasar sin rodear mucho y con muy gran trabajo; de los que no estaban caidos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas y tempestades. Con este trabajo caminamos hasta un dia después de San Juan, que llegamos á vista · de Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios por vernos tan cerca de él, creyendo que era verdad lo que de aquella tierra nos habian dicho, que allí se acabarian los grandes trabajos que habiamos pasado, así por el malo y largo camino para andar, como por la mucha hambre que habiamos padescido; porque aunque algunas veces hallábamos maíz, las mas audábamos siete y ocho leguas sin toparlo; y muchos habia entre nosotros que, allende del mucho cansancio y hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, de llevar las armas á cuestas, sin otras cosas que se ofresciau. Mas con vernos llegados donde deseábamos, y donde tanto mantenimiento y oro nos habian dicho que habia, paresciónos que se nos habia quitado gran parte del trabajo y cansancio.

CAPITULO VI.

Cómo llegamos á Apalache.

Llegados que fuimos á vista de Apalache, el Gobernador mandó que yo tomase nueve de caballo y cincuenta peones, y entrase en el pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo; y entrados, no hallamos sino mujeres y muchachos; que los hombres á la sazon no estaban en el pueblo; mas de ahí á poco, andando nosotros por él, acudieron, y comenzaron á pelear, flechándonos, y mataron el caballo del veedor; mas al fin huyeron y nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que tenian encerrado. Hallámosles muchos cueros de venados, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y no buenas, con que las mujeres cubren algo de sus personas. Tenian muchos vasos para moler maíz. En el pueblo habia cuarenta casas pequeñas y edificadas, bajas y en lugares abrigados, por temor de las grandes tempestades que continuamente en aquella tierra suele haber. El edificio es de paja, y están cercados de muy

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La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra de Apalache, es Hana; el suelo de arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura, parte por tantos árboles como por ellas están caidos. El suelo de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos, son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas; entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra es muy fria; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de nuchas maneras, ansares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblís, gavilanes, esmerejones, y otras muchas aves. Dos horas después que llegamos á Apalache, los indios que de allí habian huido vinieron á nosotros de paz, pidiéndonos á sus mujeres y hijos, y nosotros se los dimos; salvo que el Gobernador detuvo un cacique de ellos consigo, que fué causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego otro dia volvieron de guerra, y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron á nos poner fuego á las casas en que estábamos; mas como salimos, huyeron, y acogiéronse á las lagunas, que tenian muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que babia, no les podimos hacer daño, salvo á uno que matamos. Otro dia siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron á nosotros y acometiéronnos de la misma arte que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y tambien murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco dias, en que hecimos tres entradas por la tierra, y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenia. Preguntamos al cacique que les habiamos detenido, y á los otros indios que traiamos con nosotros, que eran vecinos y enemigos de ellos, por la manera y poblacion de la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante habia menos gente y inuy mas pobre que ellos, y que la tierra era mal po

blada y los moradores de ella muy repartidos; y que yendo adelante, habia grandes lagunas y espesura de montes y grandes desiertos y despoblados. Preguntámosles luego por la tierra que estaba hácia el sur, qué pueblos y mantenimientos tenia. Dijeron que por aquella via, yendo á la mar nueve jornadas, habia un pueblo que llamaban Aute, y los indios de él tenian mucho maíz, y que tenian frísoles y calabazas, y que por estar tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que estos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la tierra, y las malas nuevas que de la poblacion y de todo lo demás nos daban, y cómo los indios nos hacian continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los lugares donde íbamos á tomar agua, y esto desde las lagunas, y tan á su salvo, que no los podiamos ofender, porque metidos en ellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí, y ir á buscar la mar y aquel pueblo de Aute que nos habian dicho; y así, nos partimos á cabo de veinte y cinco dias que allí habiamos llegado. El primero dia pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno; mas al segundo dia llegamos á una laguna de muy mal paso, porque daba el agua á los pechos y habia en ella muchos árboles caidos. Ya que estábamos en medio de ella, nos acometieron muchos indios que estaban abscondidos detrás de los árboles porque no los viésemos; otros estaban sobre los caidos, y comenzáronnos á flechar de manera, que nos hirieron muchos hombres y caballos, y nos tomaron la guia que llevábamos, antes que de la laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nos tornaron á seguir, queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba saliruos afuera ni hacernos mas fuertes, y querer pelear con ellos, que se metian luego en la laguna, y desde allí nos herian la gente y caballos. Visto esto, el Gobernador mandó á los de caballo que se apeasen y les acometiesen á pié. El contador se apeó con ellos, y así los acometieron, y todos entraron á vueltas en una laguna, y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algunos de los nuestros heridos, que no les valieron buenas armas que llevaban ; y hubo hombres este dia que juraron que habian visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo, pasados de parte á parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un pié de un álamo, que entraba por él un geme. Cuantos indios vimos desde la Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan crescidos de cuerpo y andan desnudos, desde léjos parescen gigantes. Es gente á maravilla bien dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son gruesos como el brazo, de once ó doce palmos de largo, que flechan á docientos pasos con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran. Pasados que fuimos de este paso, de ahí á una legua llegamos á otro de la misma manera, salvo que por ser tan larga, que duraba media legua, era muy peor este pasamos libremente y sin estorbo de indios; que, como habian gustado en el primero toda la municion que de flechas tenían, no quedó con que osarnos acometer. Otro dia

siguiente, pasando otro semejante paso, yo ballé rastra de gente que iba delante, y dí aviso de ello al Gobernador que venia en la retaguarda; y ansí, aunque los indios salieron á nosotros, como íbamos apercebidos, no nos pudieron ofender; y salidos á lo llano, fuéronnos todavía siguiendo; volvimos á ellos por dos partes, y matámosles dos indios, y hiriéronme á mí y dos ó tres cristianos; y por acogérsenos al monte no les podimos hacer mas mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho dias, y desde este paso que he contado, no salieron mas indios á nosotros hasta una legua adelante, que es lugar donde he dicho que íbamos. Alli, yendo nosotros por nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos, dieron en la retaguarda, y á los gritos que dió un muchacho de un hidalgo de los que allí iban, que se llamaba Avellaneda, el Avellaneda volvió, y fué á socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las corazas, y fué tal la herida, que pasó casi toda la flecha por el pescuezo, y luego allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve dias de camino, desde Apalache hasta allí, llegamos. Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la gente de él ida, y las casas quemadas, y mucho maíz y calabazas y frísoles, que ya todo estaba para empezarse á coger. Descansamos allí dos dias, y estos pasados, el Gobernador me rogó que fuese á descubrir la mar, pues los indios decian que estaba tan cerca de alli; ya en este camino la habiamos descubierto por un rio muy grande que en él hallamos, á quien habiamos puesto por nombre el rio de la Magdalena. Visto esto, otro dia siguiente yo me partí á descubrirla, juntamente con el comisario el capitan Castillo y Andrés Dorantes y otros siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos hasta hora de vísperas, que llegamos á un ancon ó entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con que la gente holgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos traido allí. Otro dia de mañana envié veinte hombres á que conosciesen la costa y mirasen la disposicion de ella; los cuales volvieron otro dia en la noche, diciendo que aquellos ancones y balías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho para descubrir lo que queriamos, y que la costa estaba muy lejos de allí. Sabidas estas nuevas, y vista la mala disposicion y aparejo que para descubrir la costa por allí habia, yo me volví al Gobernador, ! cuando llegamos, hallámosle enfermo con otros muchos, y la noche pasada los indios habian dado en ellos y puéstolos en grandísimo trabajo, por la razon de la enfermedad que les habia sobrevenido; tambien les habian muerto un caballo. Yo di cuenta de lo que habia hecho y de la mala disposicion de la tierra. Aquel dia nos detuvimos allí.

CAPITULO VIII.

Cómo partimos de Aute.

Otro dia siguiente partimos de Aute, y caminamos todo el dia hasta llegar donde yo habia estado. Fué el camino en extremo trabajoso, porque ni los caballos bastaban á llevar los enfermos, ni sabiamos qué reme dio poner, porque cada dia adolescian; que fué cosa de muy gran lástima y dolor ver la necesidad y trabajo en que estábamos. Llegados que fuimos, visto el poco re

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medio que para ir adelante habia, porque no habia dónde, ni aunque lo hubiera, la gente pudiera pasar adelante, por estar los mas enfermos, y tales, que pocos habia de quien se pudiese haber algun provecho. Dejo aquí de contar esto mas largo, porque cada uno puede pensar lo que se pasaria en tierra tan extraña y tan mala, y tan sin ningun remedio de ninguna cosa, ni para estar ni para salir de ella. Mas como el mas cierto remedio sea Dios nuestro Señor, y de este nunca desconfiamos, suscedió otra cosa que agravaba mas que todo esto, que entre la gente de caballo se comenzó la mayor parte de ellos á ir secretamente, pensando hallar ellos por sí remedio, y desamparar al Gobernador y á los enfermos, los cuales estaban sin algunas fuerzas y poder. Mas, como entre ellos habia muchos hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase sin dar parte al Gobernador y á los oficiales de vuestra majestad; y como les afeamos su propósito, y les pusimos delante el tiempo en que desamparaban á su capitan y los que estaban enfermos y sin poder, y apartarse sobre todo del servicio de vuestra majestad, acordaron de quedar, y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin que ninguno desamparase á otro. Visto esto por el Gobernador, los llamó á todos y á cada uno por sí, pidiendo parescer de tan mala tierra, para poder salir de ella y buscar algun remedio, pues allí no lo habia, estando la tercia parte de la gente con gran enfermedad, y cresciendo esto cada hora, que teniamos por cierto todos lo estariamos así; de donde no se podia seguir sino la muerte, que por ser en tal parte se nos hacia mas grave; y vistos estos y otros muchos inconvenientes, y tentados muchos remedios, acordamos en uno harto difícil de poner en obra, que era hacer navíos en que nos fuésemos. A todos parescia imposible, porque nosotros no los sabiamos hacer, ni babia herramientas, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, finalmente, ni cosa ninguna de tantas como son menester, ni quien supiese nada para dar industria en ello, y sobre todo, no haber qué comer entre tanto que se hiciesen, y los que habian de trabajar del arte que habiamos dicho; y considerando todo esto, acordamos de pensar en ello mas de espacio, y cesó la plática aquel dia, y cada uno se fué, encomendándolo á Dios nuestro Señor, que lo encaminase por donde él fuese mas servido. Otro dia quiso Dios que uno de lá compañía vino diciendo que él haria unos cañones de palo, y con unos cueros de venado se harian unos fueHles, y como estábamos en tiempo que cualquiera cosa que tuviese alguna sobrebaz de remedio, nos parescia bien, dijimos que se pusiese por obra; y acordamos de hacer de los estribos y espuelas y ballestas, y de las otras cosas que habia, los clavos y sierras y hachas, y otras herramientas, de que tanta necesidad habia para ello; y dimos por remedio que para haber algun manteni`miento en el tiempo que esto se hiciese, se hiciesen cuatro entradas en Aute con todos los caballos y gente que pudiesen ir, y que á tercero dia se matase un caballo, el cual se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban enfermos; las entradas se hicieron con la gente y caballos que fué posible, y en ellas se trajeron hasta cuatrocientas hanegas de maíz, aunque no sin contiendas y pendencias con los

indios. Hecimos coger muchos palmitos para aprovecharnos de la lana y cobertura de ellos, torciéndola y adereszándola para usar en lugar de estopa para las barcas; las cuales se comenzaron á hacer con un solo carpintero que en la compañía habia, y tanta diligencia pusimos, que, comenzándolas á 4 dias de agosto, á 20 dias del mes de setiembre eran acabadas cinco barcas, de á veinte y dos codos cada una, calafeteadas con las estopas de los palmitos, y breámoslas con cierta pez de alquitran que hizo un griego, llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la misma ropa de los palmitos, y de las colas y crines de los caballos, hecimos cuerdas y jarcias, y de las nuestras camisas velas, y de las sabinas que allí habia, hecimos los remos que nos paresció que era menester; y tal era la tierra en que nuestros pecados nos habian puesto, que con muy gran trabajo podiamos hallar piedras para lastre y anclas de las barcas, ni en toda ella habiamos visto ninguna. Desollamos tambien las piernas de los caballos enteras, y curtimos los cueros de ellas para hacer botas en que llevásemos agua. En este tiempo algunos andaban cogiendo marisco por los rincones y entradas de la mar, en que los indios, en dos veces que dieron en ellos, nos mataron diez hombres á vista del real, sin que los pudiésemos socorrer, los cuales hallamos de parte á parte pasados con flechas; que, aunque algunos tenian buenas armas, no bastaron á resistir para que esto no se hiciese, por flechar con tanta destreza y fuerza como arriba he dicho, y á dicho y juramento de nuestros pilotos, desde la bahía, que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos docientas y ochenta leguas, poco mas ó menos. En toda esta tierra no vimos sierra ni tuvimos noticia de ella en ninguna manera; y antes que nos embarcásemos, sin los que los indios nos mataron, se murieron mas de cuarenta hombres de enfermedad y hambre. A 22 dias del mes de septiembre se acabaron de comer los caballos, que solo uno quedó, y este dia nos embarcamos por esta órden : que en la barca del Gobernador iban cuarenta y nueve hombres; en otra que dió al contador y comisario iban otros tantos; la tercera dió al capitan Alonso del Castillo y Andrés Dorantes, con cuarenta y ocho hombres, y otra dió á dos capitanes, que se llamaban Tellez y Peñalosa, con cuarenta y siete hombres. La otra dió al veedor y á mí con cuarenta y nueve hombres, y después de embarcados los bastimentos y ropa, no quedó á las barcas mas de un geme de bordo fuera del agua, y allende de esto, íbamos tan apretados, que no nos podiamos menear; y tanto puede la necesidad, que nos hizo aventurar á ir de esta manera, y meternos en una mar tan trabajosa, y sin tener noticia de la arte del marear ninguno de los que allí iban.

CAPITULO IX.

Cómo partimos de bahía de Caballos.

Aquella bahía de donde partimos ha por nombre la bahía de Caballos, y anduvimos siete dias por aquellos ancones, entrados en el agua hasta la cinta, sin señal de ver ninguna cosa de costa, y al cabo de ellos llegamos á una isla que estaba cerca de la tierra, Mi barca iba delante, y de ella vimos venir cinco canoas

de indios, los cuales las desampararon y nos las dejaron en las manos, viendo que íbamos á ellas; las otras barcas pasaron adelante, y dieron en unas casas de la misma isla, donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas, que estaban secas; que fué muy gran remedio para la necesidad que llevábamos. Después de tomadas, pasamos adelante, y dos leguas de allí pasamos un estrecho que la isla con la tierra hacia, al cual llamamos de Sant Miguel por haber salido en su dia por él; y salidos, llegamos á la costa, donde, con las cinco canoas que yo habia tomado á los indios, remediamos algo de las barcas, haciendo falcas de ellas, y añadiéndolas; de manera que subieron dos palmos de bordo sobre el agua; y con esto tornamos á caminar por luengo de costa la via del rio de Palmas, cresciendo cada dia la sed y la hambre, porque los bastimentos eran muy pocos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque las botas que hecimos de las piernas de los caballos luego fueron podridas y sin ningun provecho; algunas veces entramos por ancones y babías que entraban mucho por la tierra adentro; todas las hallamos bajas y peligrosas; y ansí anduvimos por ellas treinta días, donde algunas veces hallábamos indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta dias, que la necesidad del agua era en extremo, yendo cerca de costa, una noche sentimos venir una cauoa, y como la vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer cara; y aunque la llamamos, no quiso volver ni aguardarnos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos nuestra via; cuando amanesció vimos una isla pequeña, y fuimos á ella por ver si ballariamos agua, mas nuestro trabajo fué en balde, porque no la habia. Estando allí surtos, nos tomó una tormenta muy grande, porque nos detuvimos seis dias sin que osásemos salir á la mar; y como habia cinco dias que no bebiamos, la sed fué tanta, que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos se desatentaron tanto en ello, que súpitamente se nos murieron cinco hombres. Cuento esto asi brevemente, porque no creo que hay necesidad de particularmente contar las miserias y trabajos en que nos vimos; pues considerando el lugar donde estábamos y la poca esperanza de remedio que teniarnos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí pasaria; y como vimos que la sed crescia y el agua nos mataba, aunque la tormenta no era cesada, acordamos de encomendarnos á Dios nuestro Señor, y aventurarnos antes al peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerte que la sed nos daba; y así, salimos la via donde habiamos visto la canoa la noche que por allí veniamos; y en este dia nos vimos muchas veces anegados, y tan perdidos, que ninguno hubo que no tuviese por cierta la muerte. Plugo á nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele mostrar su favor, que á puesta del sol volvimos una punta que la tierra hace, adonde hallatnos mucha bonanza y abrigo. Salieron á nosotros muchas canoas, y los indios que en ellas venian nos hablaron, y sin quereruos aguardar, se volvieron. Era gente grande y bien dispuesta, y no traian flechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí á la lengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos cántaros de agua y

mucha cantidad de pescado guisado, y el señor de aquellas tierras ofresció todo aquello al Gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó á su casa. Las casas de estos eran de esteras, que á lo que paresció eran estantes; y después que entramos en casa del Cacique, nos dió mucho pescado, y nosotros le dimos del maiz que traiamos, y lo comieron en nuestra presencia, y nos pidieron mas, y se lo dimos, y el Gobernador le dió muchos rescates; el cual, estando con el Cacique en su casa, á media hora de la noche súpitamente los indios dieron en nosotros y en los que estaban muy malos echados en la costa, y acometieron tambien la casa del Cacique, donde el Gobernador estaba, y lo hicieron de una piedra en el rostro. Los que allí se hallaron prendieron al Cacique; mas como los suyos estaban tan cerca, soltóseles y dejóles en las manos una manta de martas cebelinas, que son las mejores que creo yo que en el mundo se podrian hallar, y tienen un olor que no paresce sino de ámbar y almizcle, y alcanza tan léjos, que de mucha cantidad se siente; otras vimos allí, mas aingunas eran tales como estas. Los que allí se hallaron, viendo al Gobernador herido, lo metimos en la barca, y hecimos que con él se recogiese toda la mas gente á sus barcas, y quedamos hasta cincuenta en tierra para contra los indios, que nos acometieron tres veces aquella noche, y con tanto ímpetu, que cada vez nos bacian retraer mas de un tiro de piedra. Ninguno hrubo de nosotros que no quedase herido, y yo lo fuí en la cara; y si, como se hallaron pocas flechas, estuvieran mas proveidos de ellas, sin dubda nos hicieran mucho daño. La última vez se pusieron en celada los capitanes Dorantes y Peñalosa y Tellez con quince hombres, y dieron en ellos por las espaldas, y de tal manera les hicieron huir, que nos dejaron. Otro dia de mañana yo les rompi mas de treinta canoas, que nos aprovecharon para un norte que hacia, que por todo el dia hubimos de estar allí con mucho frio, sin osar entrar en la mar, por la mucha tormenta que en ella habia. Esto pasado, nos tornamos á embarcar, y navegamos tres dias; y como habiamos tomado poca agua, y los vasos que teniamos para llevar asimismo era muy pocos, toruamos á caer en la primera necesidad; y siguiendo nuestra via, entramos por un estero, y estando en él, vimos venir una canoa de indios. Como los llamamos, vinieron á nosotros, y el Gobernador, á cuya barca habian legado, pidióles agua, y ellos la ofrescieron con que les diesen en que la trajesen ; y un cristiano griego, llamado Doroteo Teodoro (de quien arriba se hizo mencion), dijo que queria ir con ellos; el Gobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino que en todo caso queria ir con ellos; así se fué, y llevó consigo un negro, y los indios dejaron en rebenes dos de su compañía; y á la noche volvieron los indios y trajéronnos muchos vasos sin agua, y no trajeron los cristianos que habian llevado; y los que habian dejado por rehenes, como los otros los hablaron, quisiéronse echar al agua. Mas los que en la barca estaban los detuvieron; y así, se fueron huyendo los indios de la canoa, y nos dejaron muy confusos y tristes por haber perdido aquellos dos cristianos.

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