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sas lenguas y naciones extrañas. Lo otro es considerar qué inumerables tesoros han entrado en Castilla por causa de estas Indias, y qué es lo que cada dia entra, y lo que se espera que entrará, así en oro y perlas como en otras cosas y mercaderías que de aquellas partes continuamente se traen y vienen à vuestros reinos, antes que de ninguna generacion extraña sean tratados ni vistos, sino de los vasallos de vuestra majestad, españoles; lo cual, no solamente hace riquísimos estos reinos, y cada dia lo serán mas, pero aun á los circunstantes redunda tanto provecho y utilidad, que no se podria decir sin muchos renglones y mas desocupacion de la que yo tengo. Testigos son estos ducados dobles que vuestra majestad por el mundo desparce, y que de estos reinos salen y nunca á ellos tornan; porque como sea la mejor moneda que hoy por el mundo corre, así como entra en poder de algunos extranjeros, jamás sale; y si á España torna es en hábito disimulado, y bajados los quilates, y mudadas vuestras reales insignias; la cual moneda, si este peligro no toviese, y no se deshiciese en otros reinos para lo que es dicho, de ningun príncipe del mundo no se hallaria mas cantidad de oro en moneda, ni que pudiese ser tanta, con grandísima cantidad У millones de oro como la de vuestra majestad. De todo esto es la causa las dichas Indias, de quien brevemente he dicho lo que me acuerdo.

Sacra, católica, cesárea, real majestad : Yo he escrito en este breve sumario ó relacion lo que de aquesta na

tural historia he podido reducir á la memoria, y he dejado de hablar eu otras cosas muchas de que enteramente no me acuerdo, ni tan al propio como son se pudieran escrebir, ni expresarse tan largamente como están en la general y natural historia de Indias, que de mi mano tengo escrita, segun en el proemio y principio de este reportorio dije; la cual tengo en la cibdad de Santo Domingo de la isla Española. A vuestra majestad humilmente suplico reciba por su clemencia la voluntad con que me muevo á dar esta particular informacion de lo que aquí he dicho, hasta tanto que en mayor volúmen y mas plenariamente vea todo esto y lo que de esta calidad tengo notado, si servido fuere, que lo haga escrebir en limpio para que llegue á su real acatamiento, y desde allí con la misma licencia se pueda divulgar; porque en verdad es una de las cosas muy dignas de ser sabidas y tener en gran veneracion, por tan verdaderas. y nuevas á los hombres de este primero mundo que Ptolomeo tenia en su cosmografía; y tan apartadas y diferentes de todas las otras historias de esta calidad, que por ser sin comparacion esta materia, y tan peregrina, tengo por muy bien empleadas mis vigilias, y el tiempo y trabajos que me ha costado ver y notar estas cosas, y mucho mas si con esto vuestra majestad se tiene por servido de tan pequeño servicio, respecto del deseo con que la hace el menor de los criados de la casa real de vuestra sacra, católica, cesárea majestad ; que sus reales piés besa.-Gonzalo Fernandez de Oviedo, aliàs de Valdés.

NAUFRAGIOS

DI

ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA,

RELACION DE LA JORNADA QUE HIZO A LA FLORIDA

CON

EL ADELANTADO PÁNFILO DE NARVAEZ.

CAPITULO PRIMERO.,

En que cuenta cuándo partió el armada, y los oficiales y gente que iba en ella.

A 17 dias del mes de junio de 1527 partió del puerto de Sant Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narvaez, con poder y mandado de vuestra majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el rio de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra-Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco mas ó menos, irian seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mencion) eran estos que aquí se nombran : Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enriquez, contador; Alonso de Solís, por factor de vuestra majestad y por veedor; iba un fraile de la órden de Sant Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suarez, con otros cuatro frailes de la misma órden. Llegamos á la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco dias, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada mas de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos, y llegamos á Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos dias que estuvimos, el Gobernador se rehizo de gente, de armas y de caballos. Suscedió allí que un gentil-hombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la Trinidad (que es en la misma isla ), ofresció de dar al Gobernador ciertos bastimentos que tenia en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El Gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados á un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parescióle, que era bien esperar allí, y enviar un navío que trujese aquellos bastimentos; y para esto mandó já un capitan Pantoja

que fuese allá con su navío, y que yo, para mas seguridad, fuese con él, y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo habia comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitan Pantoja fué con Vasco Porcalle á la villa, que es una legua de allí, para rescebir los bastimentos: yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos de allí, porque aquel era un muy mal puerto, y se solian perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fué cosa muy señalada, me paresció que no seria fuera del propósito y fin con que yo quise escrebir este camino, contarla aquí. Otro dia de mañana comenzó el tiempo á dar no buena señal, porque comenzó á llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo dí licencia á la gente que saliese á tierra, como ellos vieron el tiempo que hacia y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frio que hacia, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, en que me traian una carta de un vecino de la villa, rogándome que me fuese allá, y que me darian los bastimentos que hobiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podia dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedian lo mismo, y traian un caballo en que fuese; yo dí la misma respuesta que primero habia dado, diciendo que no dejaria los navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese priesa que los bastimentos se trujesen lo mas presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habian de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razon yo determiné de ir á la villa, aunque primero que fuese, dejé proveido y mandado á los pilotos que si el sur, con que allí suelen perderse muchas veces los na

ellos á invernar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 dias del mes de hebrero. CAPITULO II.

Cómo el Gobernador vino al puerto de Xagua, y trujo consigo à un piloto.

víos, ventase, y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos al través, y en parte que se salvase la gente y los caballos; y con esto, yo sali, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en compañía; los cuales no quisieron salir, diciendo que hacia mucha agua y frio, y la villa estaba muy lejos; que otro dia, que era domingo, saldrian, con el ayuda de Dios, á oir misa. A una hora después de yo salido, la mar comenzó á venir muy brava, y el norte fué tan recio, que ni los bateles osaron salir á tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través, por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios, y mucha agua que hacia, estuvieron aquel dia y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la tempestad comenzó á crescer tanto, que no menos tormenta habia en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete ó ocho hombres abrazados unos con otros, para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teniamos de ellos que de las casas, porque como ellos tambien caian, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduviinos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.

Andando en esto, oimos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vió; yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié à vuestra majestad. Ellúnes por la mañana bajamos al puerto, y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, á donde conoscimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallariamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes; y andando por ellos, un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí por la costa se hallaron dos personas de mi navío, y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podian conoscer; halláronse tambien una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa paresció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habian salido á tierra el dia que los navíos allí llegaron, que serian hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos habia. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provision y mantenimientos que el pueblo tenia se perdieron, y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caidos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba. Así pasamos hasta 5 dias del mes de noviembre, que llegó el Gobernador con sus cuatro navíos, que tambien habian pasado gran tormenta, y tambien habian escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traia, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, quə temian mucho tornarse á embarcar en invierno, y rogaron al Gobernador que lo pasase allí; y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó allí. Dióme á mí cargo de los navíos y de la gente, para que me fuese con

En este tiempo llegó allí el Gobernador con un bergantin que en la Trinidad compró, y traia consigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decia que sabia y habia estado en el rio de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa del norte. Dejaba tambien comprado otro navío en la costa de la Habana, en el cual quedaba por capitan Alvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos dias después que llegó el Gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantin. El piloto que de nuevo habiamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro dia dimos en seco, y así estuvimos quince dias, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco; al cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tanta agua en los bajíos, que podimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partidos de aquí, y llegados á Guaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos á tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres dias; pasados estos, doblamos el cabo de Sant Anton, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar á doce leguas de la Habana; y estando otro dia para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur, que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida, y llegamos á la tierra mártes 12 dias del mes de abril, y fuimos costeando la via de la Florida; y Jueves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios.

CAPITULO III.

Cómo llegamos á la Florida.

En este mismo dia salió el contador Alonso Enriquez, y se puso en una isla que está en la misma bahia,y llamó á los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por via de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro dia siguiente, que era Viernes Santo, el Gobernador se desembarcó con la mas gente que en los bateles que traia pudo sacar; y como llegamos á los buhíos ó casas que habiamos visto de los indios, hallámoslas desamparadas y solas, porque la gente se habia ido aquella noche en sus canoas. El uno de aquellos buhíos era muy grande, que cabrian en él mas de trecientas personas; los otros eran mas pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro dia el Gobernador levantó pendones por vuestra majestad, y tomó la pose sion de la tierra en su real nombre, presentó sus provisiones, y fué obedescido por gobernador, como vuestra majestad lo mandaba. Asimismo present..mos nos◄ otros las nuestras ante él, y él las obedesció como en ellas se contenia. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase, y los caballos que habian quedado, que no eran inas de cuarenta y dos, porque los demás, con

las grandes tormentas y mucho tiempo que habian andado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, que por el presente poco provecho podiamos tener de ellos. Otro dia los indios de aquel pueblo vinieron á nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teniamos lengua, no los entendiamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos paresció que nos decian que nos fuésemos de la tierra; y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningun impedimento, y ellos se fueron.

CAPITULO IV.

"Cómo entramos por la tierra.

Otro dia adelante el Gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella habia. Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podiamos aprovechar. Llevamos la via del norte, hasta que á hora de vísperas llegamos á una bahía muy grande, que nos paresció que entraba mucho por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro dia nos volvimos donde los navíos y gente estaban. El Gobernador mandó que el bergantin fuese costeando la via de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el piloto habia dicho que sabia; mas ya él lo habia errado, y no sabia en qué parte estábamos, ni adónde era el puerto; y fuéle mandado al bergantin que si no lo haIlase, travesase á la Habana, y buscase el navío que Alvaro de la Cerda tenia, y tomados algunos bastimentos, nos viniesen á buscar. Partido el bergantin, tornamos á entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna gente mas, y costeamos la bahía que habiamos haHlado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si lo conoscian; porque hasta entonces no habiamos visto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarian donde lo habia; y así, nos llevaron á su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos mostraron un poco de maiz, que aun no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venados pintados. Al comisario le paresció que esto era especie de idolatría, y quemó las cajas con los cuerpos. Hallamos tambien pedazos de lienzo y de paño, y penachos que parecian de la NuevaEspaña; hallamos tambien muestras de oro. Por señas preguntamos á los indios de adónde habian habido aquellas cosas; señaláronnos que muy lejos de allí habia una provincia que se decia Apalache, en la cual habia mucho oro, y hacian seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo. Decian que en Apalache habia mucho, y tomando aquellos indios por guia, partimos de allí; y andadas diez ó doce leguas, ballamos otro pueblo de quince casas, donde habia buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y tambien hallamos alguno que estaba ya seco; y después de dos dias que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y contamos al contador y pilotos lo que habiamos visto, y las nuevas que los indios nos habian dado. Y otro dia, que fué 1.° de mayo, el Gobernador llamó aparte al co

misario y al contador y al veedor y á mí, y á un marinero que se llamaba Bartolomé Fernandez, y á un escribano que se decia Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenia en voluntad de entrar por la tierra adentro, y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotos decian y creian que yendo la via de las Palmas, estaban muy cerca de allí, y sobre esto nos rogó le diésemos nuestro parescer. Yo respondia que me parescia que por ninguna manera debía dejar los navíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabian á qué parte estaban; y que allende de estó, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofresciese nos pudiésemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto, íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podiamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queriamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relacion teniamos, ni sabiamos de qué suerte era, ni lo que en ella habia, ni de qué gente estaba poblada, ni á qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teniamos bastimentos para entrar adonde no sabiamos; porque, visto lo que en los navíos habia, no se podia dar á cada hombre de racion para entrar por la tierra, mas de una libra de bizcocho y otra de tocino, y que mi parescer era que se debia embarcar y ir á buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la que habiamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se habia hallado. Al comisario le paresció todo lo contrario, diciendo que no se habia de embarcar, sino que, yendo siempre hácia la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decian que no estaria sino diez ó quince leguas de allí la via de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre á la costa, que no topásemos con él, porque decian que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí á los otros, y que embarcarse era tentar á Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habiamos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que por estas razones él se debia de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos, con la otra gente, se irian la misma via hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estaban paresció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, que dijo que primero que desamparase los navíos, los debia de dejar en puerto conoscido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podria entrar por la tierra adentro y hacer lo que le pareciese. El Gobernador siguió su parescer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinacion, requerile de parte de vuestra majestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí por testimonio al escribano que allí teniamos. El respondió que, pues él se conformaba con el parescer de los mas de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí habia asen

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