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se dice Acaxual, donde bate la mar del Sur en él, y ya que llegaba á media legua del dicho pueblo, vi los campos llenos de gente de guerra de él, con sus plumajes y divisas, y con sus armas ofensivas y defensivas, en mitad de un llano, que me estaban esperando, y llegué de ellos hasta un tiro de ballesta, y allí me estuve quedo hasta que acabó de llegar mi gente; y desque la tuve junta, me fuí obra de medio tiro de ballesta hasta la gente de guerra, y en ellos no hobo ningun movimiento ni alteracion, á lo que yo couoscí; y parescióme que estaban algo cerca de un monte, donde se me podrian acoger; y mandé que se retrajese toda mi gente, que éramos ciento de caballo, y ciento y cincuenta peones, y obra de cinco ó seis mil indios amigos nuestros; y así, nos íbamos retrayendo; y yo me quedé en la rezaga, haciendo retraer la gente; y fué tan grande el placer que hobieron, siguiendo hasta llegar á las colas de los caballos, las flechas que echaban pasaban en los delanteros; y todo aquesto era en un llano que para ellos ni para nosotros no habia donde estropezar. Ya cuando me vi retraido un cuarto de legua, adonde á cada uno le habian de valer las manos, y no el huir, dí vuelta sobre ellos con toda la gente, y rompimos por ellos; y fué tan grande el destrozo que en ellos hicimos, que en poco tiempo no habia ninguno de todos los que salieron vivos; porque venian tan armados, que el que caia en el suelo no se podia levantar; y son sus armas coseletes de tres dedos de algodon, y hasta en los piés, y flechas y lanzas largas; y en cayendo, la gente de pié los mataba todos. Aquí en este reencuentro me hirieron muchos españoles, y á mí con ellos, que me dieron un flechazo que me pasaron la pierna, y entró la flecha por la silla, de la cual herida quedo lisiado, que me quedó la una pierna mas corta que la otra bien cuatro dedos; y en este pueblo me fué forzado estar cinco dias por curarnos, y al cabo de ellos me partí para otro pueblo llamado Tacuxcalco, adonde envié por corredores del campo á don Pedro y á otros compañeros, los cuales prendieron dos espías, que dijeron cómo adelante estaba mucha gente de guerra del dicho pueblo y de otros sus comarcanos, esperándonos; y para mas certificar, llegaron hasta ver la dicha gente, y vieron mucha multitud de ella. A la sazon llegó Gonzalo de Albarado con cuarenta de caballo, que llevaba la delantera, porque yo venia, como he dicho, malo de la herida, y hizo cuerpo hasta tanto que llegamos todos; y llegados, y recogida toda la gente, cabalgué en un caballo como pude, por mejor poder dar órden cómo se acometiesen; y vi que habia un cuerpo de gente de guerra, toda hecha una batalla de enemigos, y envié á Gomez de Albarado que acometiese por la mano izquierda con veinte de caballo, y Gonzalo de Albarado por la mano derecha con treinta de caballo, y Jorge de Albarado rompiese con todos los demás por la gente, que verla de léjos era para espantar, porque tenian todos los mas lanzas de treinta palmos, todas en arboledas; y yo me puse en un cerro por ver bien cómo se hacia, y vi que llegaron todos los españoles hasta un juego de herron de los indios, y que ni los indios huian ni los españoles acometian; que yo estuve espantado de los indios que así osaron esperar. Los españoles no los habien acome

tido porque pensaban que un prado que se hacia en medio de los unos y de los otros era ciénaga; y después que vieron que estaba teso y bueno, rompieron por los indios, y desbaratáronios, y fueronsiguiendo el alcance por el pueblo mas de una legua, y aquí se hizo muy gran matanza y castigo; y como los pueblos de adelante vieron que en campo los desbaratábamos, determinaron de alzarse y dejarnos los pueblos, y en este pueblo holgué dos dias, y al cabo de ellos me partí para un pueblo que se dice Miaguaclan, y tambien se fueron al monte como los otros. E de aquí me partí para otro pueblo que se dice Atehuan, y de allí me enviaron los señores de Cuxcaclan sus mensajeros, para que diesen la obediencia á sus majestades, y á decir que ellos querian ser sus vasallos y ser buenos; y así, la dieron á mí en su nombre; y yo los recebí, pensando que no me mentirian com los otros; y llegando que llegué á esta ciudad de Cuxcaclan, hallé muchos indios de ella, que me recibieron, y todo el pueblo alzado; y mientras nos aposentamos, no quedó hombre de ellos en el pueblo, que todos se fueron á las sierras. E como vi esto, yo envié mis mensajeros á los señores de allí á decirles que no fuesen malos, y que mirasen que habian dado la obediencia á su majestad, y á mí en su nombre, asegurándoles que viniesen, que yo no les iba á facer guerra niátomarles lo suyo, sino á traerlos al servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad. Enviáronme á decir que no conoscian á nadie, que no querian venir, que si algo les queria, que allí estaban esperando con sus armas. E desque vi su mal propósito, les envié un mandamiento y requerimiento de parte del Emperador nuestro señor, en que les requeria y mandaba que no quebrantasen las paces ni se rebelasen, pues ya se habian dado por sus vasallos; donde no, que procederia contra ellos como contra traidores alzados y rebelados contra el servicio de su majestad, y que les haria la guerra, y todos los que en ella fuesen tomados á vida serian esclavos y los herrarian; y que si fuesen leales, de mi serian favorecidos y amparados, como vasallos de su majestad. E á esto, ni volvieron los mensajeros ni res puesta de ellos; y como vi su dañada intencion, y porque aquella tierra no quedase sin castigo, envié gente á buscarlos á los montes y sierras; los cuales hallaron de guerra, y pelearon con ellos, y hirieron españoles y indios mis amigos; y después de todo esto fué preso un principal de esta ciudad; y para mas justificacion se le torné á enviar con otro mi mandamiento, y respondieron lo mismo que antes, é luego como vi esto, yo hice proceso contra ellos y contra los otros que me habian dado la guerra, y los llamé por pregones, y tampoco quisieron venir; é como vi su rebeldía y el proceso cerrado, lo sentenció, y dí por traidores y á pena de muerte á los señores de estas provincias, y á todos los demás que se hobiesen tomado durante la guerra y se tomasen después, hasta en tanto que diesen la obediencia á su majestad, fuesen esclavos, se herrasen, y de ellos ó de su valor se pagasen once caballos que en la conquista de ellos fueron muertos, y los que de aquí adelante matasen, y mas las otras cosas de armas y otras cosas necesarias á la dicha conquista. Sobre estos indios de esta dicha ciudad de Cuxcaclan, que estuve

ay

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diez y siete dias, que nunca por entradas que mandé hacer, ni por mensajeros que les hice, como he dicho, les pude atraer, por la mucha espesura de montes y grandes sierras y quebradas, y otras muchas fuerzas que tenian.

Aquí supe de muy grandes tierras, la tierra adentro, ciudades de cal y canto, y supe de los naturales cómo esta tierra no tiene cabo, y para conquistarse, segun es grande y de muy grandísimas poblaciones, es menester mucho espacio de tiempo, y por el recio invierno que entra no paso mas adelante á conquistar; antes acordé me volver á esta ciudad de Guatemala, y de pacificar de vuelta la tierra que atrás dejaba, y por cuanto hice y en ello trabajé, nunca los pude atraer al servicio de su majestad; porque toda esta costa del sur, por donde fuí, es muy montosa, y las sierras cerca, donde tienen el acogida; así que yo soy venido á esta ciudad por las de muchas aguas, adonde, para mejor conquistar y pacificar esta tierra tan grande y tan recia de gente, hice y edifiqué en nombre de su majestad una ciudad de españoles, que se dice la ciudad del Señor Santiago, porque desde aquí está en el riñon de toda la tierra, y hay mas y mejor aparejo para la dicha conquista y pacificacion, y para poblarlo de adelante ; y elegí dos alcaldes ordinarios y cuatro regidores, segun vuestra merced allá verá por la eleccion.

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Pasados estos dos meses de invierno que quedan, que son los mas recios de todo, saldré de esta ciudad en demanda de la provincia de Tapalan, que está quince jornadas de aquí, la tierra adentro, que, segun soy informado, es la ciudad tan grande como esa de Méjico, y de grandes edificios, y de cal y canto, y azoteas; y sin esta, hay otras muchas, y cuatro ó cinco de ellas han venido aquí á mí á dar la obediencia á su majestad, y dicen que la una de ellas tiene treinta mil vecinos; no me maravillo, porque, segun son grandes los pueblos de esta costa, que la tierra adentro haya lo que dicen; este verano que viene, placiendo á nuestro Señor, pienso pasar docientas leguas adelante, donde pienso su majestad será muy servido y su estado aumentado, y vuestra merced terná noticia de otras cosas nuevas. Desde esa ciudad de Méjico hasta lo que yo he andado y conquistado hay cuatrocientas leguas; y crea vuestra mer

ced que es mas poblada esta tierra y de mas gente que toda la que vuestra merced hasta agora ha gobernado.

En esta tierra habemos hallado una sierra do está un volcan, que es la mas espantable cosa que se ha visto, que echa por la boca piedras tan grandes como una casa, ardiendo en vivas llamas, y cuando caen, se hacen pedazos y cubren toda la sierra de fuego.

Adelante de esta, sesenta leguas, vimos otro volcan que echa humo muy espantable, que sube al cielo, y de anchor de compás de media legua el bulto del humo. Todos los rios que de allí decienden, no hay quien beba el agua, porque sabe á azufre, y especialmente viene de allí un rio caudal muy hermoso, tan ardiendo, que no le podia pasar cierta gente de mi compañía que iba á hacer una entrada; y andando á buscar vado, hallaron otro rio frio que entraba en este, y allí donde se juntaba hallaron vado templado que lo pudieron pasar. De las cosas de estas partes no hay mas que hacer saber á vuestra merced sino que me dicen los indios que de esta mar del Sur á la del Norte hay un invierno y un verano de andadura.

Vuestra merced me hizo merced de la tenencia de esa ciudad, y yo la ayudé á ganar y la defendí cuando estaba dentro con el peligro y trabajo que vuestra merced sabe; y si hobiera ido en España, por lo que yo á su majestad he servido, me la confirmara y me hiciera mas mercedes; hanme dicho que su majestad ha proveido; no me maravillo, pues que de mí no tiene noticia, y de esto nadie tiene la culpa sino vuestra merced, por no haber hecho relacion á su majestad de lo que yo le he servido, pues me envió acá : suplico á vuestra merced le haga relacion de quién yo soy, y lo que á su majestad he servido en estas partes, y donde ando, y lo que nuevamente le he conquistado, y la voluntad que tengo de le servir en lo que adelante, y cómo en su servicio me han lisiado de una pierna, y cuán poco sueldo hasta agora he ganado yo y estos hidalgos que en mi compañía andan, y el poco provecho que hasta agora se nos ha seguido.Nuestro Señor prósperamente crezca la vida y muy magnífico estado de vuestra merced por largos tiempos.-De esta ciudad de Santiago, á 28 de julio de 1524 años.-Pedro de Albarado.

RELACION

HECHA

POR DIEGO GODOY A HERNANDO CORTÉS,

EN QUE TRATA DEL DESCUBRIMIENTO DE DIVERSAS CIUDADES Y PROVINCIAS, Y GUERRA QUE TUVO CON LOS INDIOS, Y SU MODO DE PELEAR; DE LA PROVINCIA DE CHAMULA, DE LOS CAMINOS DIFÍCILES Y PELIGROSOS, Y REPARTIMIENTO QUE HIZO DE LOS PUEBLOS.

MUY magnífico Señor : Desde el pueblo de Cenacantean escribí á vuestra merced todo lo que hasta entonces me paresció que habia que hacer saber á vuestra merced, y esta será para hacer saber á vuestra merced todo lo demás que después ha sucedido, de que me pareció que es bien à vuestra merced hacer relacion; y sabrá vuestra merced que en mártes, tercero dia de pascua de Resurreccion, que fueron 29 dias de marzo, por la mañana el teniente se partió con la gente para ir á un pueblo que se dice Huegueyztean, que de allí á Cenacantean habia venido de paz á Francisco de Medina, antes que el teniente allí viniese, que le habia enviado desde Chiapa, y tambien habia ido de paz al teniente á Chiapa; y á mí, con seis de caballo y siete ballesteros, envió por otro camino, para ir á visitar otra provincia que se dice Chamula, que asimismo me habia ido de paz al teniente á Chiapa, y para desde allí ir después donde iba el teniente, porque no es muy léjos lo uno de lo otro; y por el camino que me guiaron, habia, hasta llegar á cinco pueblos pequeños de la dicha provincia, que todos están á vista unos de otros, tres leguas de muy perverso camino, que muy poco de él podimos ir cabalgando; y como llegamos al primer pueblo, hallamos que estaba todo despoblado, que en todo él no habia la menor cosa del mundo que comer, ni una olla ni piedra; y este pueblo estaba en un alto, y bajamos de él á una cañada que se hacia para subirá los otros pueblos, que desde este que digo muy bien se veian; los cuales estaban en una ladera muy alta, muy cerca unos de otros, y para subir á ellos se hacia una cuesta muy alta y agra, que de diestro los caballos con gran pena podian subir; y comenzando á subir, vimos en lo alto en el mismo camino un escuadron de gente de guerra y las lanzas enhiestas, que son tan largas como lanzas jinetas; y yendo así por la cuesta arriba, vimos cómo por la loma de la dicha ladera venian, á trechos unos de otros, muchos indios corriendo con sus armas á se juntar con los que estaban sobre el camino, y apellidándose y llamándose unos á otros; y viendo esto, y cómo la tierra que atrás quedaba para volver

peleando era tan peligrosa, que poniéndose con nosotros en contienda, corriamos mucho riesgo, y corriéndolo nosotros, lo corrian todos los demás españoles que con el teniente estaban, acordé que era mejor dejar la subida y tornarnos al pueblo que atrás quedaba, que digo que estaba despoblado; y de allí enviéles á hablar, y les envié á decir con un indio de Cenacantean que por qué lo habian hecho mal, que no habian aderezado el camino para que fuésemos; que los caballos no podian subir arriba; que viniesen allí donde estábamos, los senores ó algunos principales, para les hablar lo que el teniente nos habia mandado que les dijésemos y hiciésemos saber; y nos enviaron á decir que no querian venir, ni que fuésemos allá ; que qué los queriamos; que nos volviésemos; si no, que allí estaban con sus armas apercebidos para recebirnos. E viendo esto, y acordándoseme de la de Almería, que me paresció semejante á ella, porque no nos acaesciese algun desman, como se puede creer, segun lo que después sucedió, que fuera milagro escapar ninguno de nosotros, por no poder pelear á caballo ni retraernos, nos volvimos; porque volviendo el teniente con toda la gente sobre ellos, se podia bien castigar; y volviendo la guia, nos llevó por un camino de atajo, por el cual fuimos á salir á puesta de sol adonde el teniente estaba aposentado, que era en el camine, en una muy buena vega muy grande, á par de un rio, y cercado de muy hermosos pinales, á vista de tres pueblos de Cenacantean, que estaban en una sierra que allí junto se hacia, que habrá hasta esta vega de Cenacantean dos leguas y media; y allí llegados, le hice saber al teniente lo que habiamos visto, y que me parescia que era bien que aquellos no quedasen sin castigo; y á él así le paresció.

Otro dia por la mañana, 30 de marzo, miércoles, partimos para ir sobre el dicho pueblo de Chamula, y quedando en la dicha vega todo el fardaje y algunos dolientes, y con ellos Francisco de Ledesma, regidor, con diez de caballo para guarda del real; y nos guiaron por otro camino, que iba á la dicha cabecera de la dicha provincia, y llegamos á ella á hora de las diez del

dia, y antes de llegar á ella se hace una muy gran cuesta hácia bajo, muy peligrosa, en la cual á la vuelta algunos caballos cayeron en harta hondura, aunque no peligraron, por no ser de piedras y haber en ella algu

nas matas.

Bajado, Señor, abajo de la cuesta, al rededor del pueblo, que está en un cerro muy alto, se hace una cañada; y creyendo que luego se pudiera tomar, los de caballo nos partimos en tres cuadrillas, para cercar el dicho pueblo y dar en la gente que hubiese con parte de nuestros amigos; y el teniente con los peones y los demás de los amigos, porque caballo en ninguna manera podia subir, si no era con mucho peligro y de diestro, comenzó á subir por una ladera, por do iba el camino muy angosto y á partes de peña tajada. E llegados ya arriba, antes de llegar al pueblo, á par de unas casas le recibieron con muchas piedras y flechas y con muchas lanzas como las que tengo dichas, que son las armas con que ellos mas pelean, y con unas pavesinas que les cubre todo el cuerpo desde la cabeza hasta los piés, las cuales cuando quieren huir ligeramente, arrollan y toman debajo del sobaco, y muy presto, cuando quieren esperar, las tornan á extender; y aquí peleó un rato con ellos, hasta que los retrajo y metió por una muy fuerte albarrada de esta manera, que tenia de alto dos buenos estados, y tan gruesa como cuatro piés, y mas, toda de piedra y tierra, entretejida con árboles y hecha de mucho tiempo, y por la parte mas áspera tenia una escalera de gradas muy angosta, que subia hácia arriba, por donde entraban adentro; y encima de la dicha albarrada todo del luengo puestas tablas muy gruesas, tan altas como otro estado, y muy reciamente atadas con muy buenos maderos por fuera y por de dentro, y muy fuertes bejucos y cuerdas. E antes de llegar á la dicha albarrada, al pié de ella estaba hecha una palizada de madera, metida en el suelo y cruzada una con otra, y atada tan fuertemente, que todos estábamos muy espantados; y desde la dicha albarrada de piedra, y por de dentro, desde un cerrillo que se hacia, todo lleno de monte, peleaban tan fuertemente y tiraban tanta piedra, que no habia medio de poderle entrar por ninguna parte; y estando así, arremetieron ciertos españoles á la dicha escalera, creyendo entrarles; y no fueron llegados arriba, cuando los levantaron en peso con las lanzas, y los hicieron volver rodando por ella; y lo mismo hicieron por dos ó tres veces que acometieron por entrarles; lo cual era imposible, porque de dentro era hondo, y de esta manera se defendian, y hirieron muchos españoles y de nuestros amigos; aunque con la artillería y ballestas se les hacia harto daño, porque ellos se descubrian tambien para pelear, que no podia ser menos, y muy pocos tiros se echaban perdidos, que no se empleasen.

Viendo, Señor, que no querian huir, los de caballo, que abajo los estábamos esperando, acordamos de dejar los caballos y hacernos peones, y subimos arriba, y peleamos todo aquel dia hasta que fué de noche, que todo aquel dia se gastó en deshacer la estacada de madera que estaba delante de la dicha albarrada, y el teniente envió al real por hachas y azadones y barretas para derribar el albarrada de piedra; porque de otra ma

nera no habia medio para les poder entrar; que no se asomaba hombre, cuando veinte lanzas le tenian puestas en los ojos. E como anocheció allí en las dichas casas, que eran dos ó tres, desde donde peleamos, tuvimos la noche velando con mucho recado, y no menos de dentro hicieron; que toda la noche hicieron muy grandes areitos y gritas, y tañendo atabales, y muchas veces nos tiraban piedras y algunas flechas, y se oia cómo arrancaban piedras para tirar, porque sonaba al tiempo que la descargaban en el suelo.

Luego, Señor, como fué de dia, comenzamos á combatir el albarrada; y ya que el sol salia, vinieron las hachas y azadones y barretas por que se habia enviado; y venido, se comenzó á deshacer el albarrada; y como comenzamos á los apartar, nuestros amigos trajeron haces de paja y fuegos, y pusiéronlo encima de la albarrada á las tablas para las quemar; y tan presto como comenzó á arder el fuego, socorrieron con muchas ollas de agua para lo matar. Antes de esto habian hecho un ardil, que nos echaban mucha agua caliente, envuelta en ceniza y cal; y estando así peleando, echaron un poco de oro desde dentro, diciendo que dos petacas tenian de aquello, que entrásemos á las tomar, como gente que nos mostraba tener en poco, E ya que era mas de mediodía, cuasi á hora de vísperas, teniamos hechos dos portillos, por los cuales nos juntábamos tanto con ellos, que pié á pié peleábamos; y ellos como de cabo tener quedo tanto, que los ballesteros, sin encarar, á manteniente les ponian las ballestas á los pechos, y no hacian sino apretar las llaves y derribar, y estando de esta manera, vino una grandísima agua y una niebla tan escura, que apenas unos á otros nos podiamos ver; fué forzado desviarnos del albarrada á las casas, y duró el agua una hora, y pasada, y esparcida la niebla, tornamos al combate, y hallámonos burlados; que, segun parece, la noche antes, como se vieron apretar, y aquel dia no habian hecho sino alzar el hato y mujeres y cuanto tenian, y subiendo el albarrada, no habis hombre dentro; y porque paresciese que estaban alli, dejaron las lanzas arrimadas al albarrada, que se parescian por de fuera; y entramos por el pueblo adelante, el cual era muy trabajoso de andar, porque cada cinco ó seis casas era una fortaleza en ser fuertes; y los arroyos del agua que habia llovido eran tan grandes, que no podiamos andar sin dar muchas caidas, y los amigos siguieron hasta abajo, y tomaron muchas mujeres y mochachos y algunos hombres; tenian asimismo las lanzas arrimadas á las puertas de las casas, porque pensásemos que estaban dentro, y aquí estuvimos todo este dia y la noche, donde hallamos harto de comer, que bien lo habiamos menester, á causa que los dos dias no habiamos comido ni teniamos qué, ni aun los caballos, y no hallamos otra cosa. Supimos de los presos que el dia antes se habian muerto docientos hombres, y que aquel dia, que habian muerto tantos, que no los contaron; y nos dijeron cómo habian estado allí gente de la otra provincia de Huegueyztean. Viérnes, 1.o dia del mes de abril, nos tornamos al real; y porque descansasen los españoles, que todos los mas estaban heridos, y se hiciese almacen, que mucho se habia gastado, estuvimos allí, y el sábado adelante.

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