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POR PEDRO DE ALBARADO A HERNANDO CORTÉS,

EN QUE SE REFIEREN LAS GUERRAS Y BATALLAS PARA PACIFICAR LAS PROVINCIAS DE CHAPOTULAN, CHECIALTENENGO Y UTLATAN, LA QUEMA DE SU CACIQUE, Y NOMBRAMIENTO DE SUS HIJOS

PARA SUCEDERLE, Y DE TRES Sierras dE ACIJE, AZUFRE Y ALUMBRE.

SEÑOR de Soncomisco escribí á vuestra merced todo lo que hasta allí me habia sucedido, y aun algo de lo que se esperaba ver adelante; y después de haber enviado mis mensajeros á esta tierra, haciéndoles saber cómo yo venia á ella á conquistar y pacificar las provincias que so el dominio de su majestad no se quisiesen meter, y de ellos como á sus vasallos, pues por tales se habian ofrecido á vuestra merced, les pedia favor y ayuda por su tierra, que haciéndolo así, que harian como buenos y leales vasallos de su majestad, y que de mí y de los españoles de mi compañía serian muy favorecidos y mantenidos en toda justicia; y donde no, que protestaba de hacerles la guerra como á traidores rebelados y alzados contra el servicio del Emperador nuestro señor, y que por tales los daba; y demás de esto, daba por esclavos á todos los que á vida se tomasen en la guerra; y después de hecho todo esto y despachados los mensajeros de sus naturales propios, yo hice alarde de toda mi gente de pié y de caballo; y otro dia, sábado de mañana, me partí en demanda de su tierra, y anduve tres dias por un monte despoblado, y estando asentado real, la gente de velas, que yo tenia puestas, tomaron tres espías de un pueblo de su tierra llamado Zapotulan; á los cuales pregunté que á qué venian, y me dijeron que á coger miel, aunque notorio fué que eran espías, segun adelante paresció, y no obstante todo esto, yo no los quise apremiar, antes los halagué y les dí otro mandamiento y requirimiento como el de arriba, y los envié á los señores del dicho pueblo, y nunca á ello ni á nada me quisieron responder; y después de llegado á este pueblo, hallé todos los caminos abiertos y muy anchos, así el real como los que atravesaban, y los caminos que iban á las calles principales tapados; luego juzgué su mal propósito, y que aquello estaba hecho para pelear, y allí salieron algunos dellos á mí enviados, y me decian dende léjos que me entrase en el pueblo á posentar para mas á su placer darnos la guerra, como la tenian ordenada, y aquel dia asenté real allí junto al pueblo hasta calar la tierra, á ver el pensamiento que tenian; y luego aquella tarde no pudieron

encubrir su mal propósito, y me mataron y hirieron gente de los indios de mi compañía; y como me vino el mandado, yo envié gente de caballo á correr el campo, y dieron en mucha gente de guerra, la cual peleó con ellos, y aquella tarde hirieron ciertos caballos. E otro dia fuí á ver el camino por donde habia de ir, y vi, como digo, tambien gente de guerra, y la tierra era tan montosa de cacaguatales y arboleda, que era mas fuerte para ellos que no para nosotros, y yo me retraje al real, y otro dia siguiente me partí con toda la gente á entrar en el pueblo, y en el camino estaba un rio de mal paso, y teníanlo los indios tomado, y allí peleando con ellos se lo ganamos; y sobre una barranca del rio, en un llano, esperé la rezaga, porque era peligroso el paso y traia mucho peligro, aunque yo traia todo el mejor recado que podia. Y estando, como digo, en la barranca, vinieron por muchas partes por los montes y me tornaron á acometer, y allí los resistimos hasta tanto que pasó todo el fardaje; y después de entrados en las casas dimos en la gente, y siguióse el alcance hasta pasar el mercado y media legua adelante, y después volvimos á asentar real en el mercado, y aquí estuve dos dias corriendo la tierra, y á cabo de ellos me partí para otro pueblo llamado Quezaltenago, y aqueste dia pasé dos rios muy malos, de peña tajada, y allí hicimos paso con mucho trabajo, y comencé á subir un puerto que tiene seis leguas de largo, y en la mitad del camino asenté real aquella noche; y el puerto era tan agro, que apenas podiamos subir los caballos; é otro dia de mañana seguí mi camino, y encima de un reventon hallé una mujer sacrificada y un perro, y segun supe de la lengua, era desafío; é yéndonos adelante, hallé en un paso muy estrecho una albarrada de palizada fuerte, y en ella no habia gente ninguna, y acabado de subir el puerto llevaba todos los ballesteros y peones delante de mí, porque los caballos no se podian mandar, por ser fragoso el camino. Salieron obra de tres ó cuatro mil hombres de guerra sobre una barranca, y dieron en la gente de los amigos y retrajéronla abajo, y luego los ganamos; y estando arriba recogiendo la gente para rehacerme, vi mas de

treinta mil hombres que venian á nosotros, y plugo á Dios que allí hallamos unos llanos, y aunque los caballos iban cansados y fatigados del puerto, los esperamos, hasta tanto que llegaron á echarnos flechas y rompimos en ellos; y como nunca habian visto caballos, cobraron mucho temor, y hicimos un alcance muy bueno, y los derramamos, y murieron muchos de ellos, y allí esperé toda la gente, y nos recogimos, y fuíme á aposentar una legua de allí á unas fuentes de agua, porque allí no la teniamos, y la sed nos aquejaba mucho; que segun íbamos cansados, donde quiera tomáramos por buen asiento; y como eran llanos, yo tomé la delantera con treinta de caballo, y muchos de nosotros llevábamos caballos de refresco, y toda la gente demás venia hecha un cuerpo, y luego bajé á tomar el agua. Estando apeados bebiendo, vimos venir mucha gente de guerra á nosotros, y dejámosla llegar, que venian por unos llanos muy grandes, y rompimos en ellos, y aquí hicimos otro alcance muy grande, donde hallamos gente que esperaba uno de ellos á dos de caballo, y seguimos el alcance bien una legua, y llegábansenos ya á una sierra, y allí hicieron rostro, y yo me puse en huida con ciertos de caballo, por sacarlos al campo, y salieron con nosotros hasta llegar á las colas de los caballos, y después que me rehice con los de caballo, di vuelta sobre ellos, y aquí se hizo un alcance y castigo muy grande : en esta murió uno de los cuatro señores de esta ciudad de Vilatan, que venia por capitan general de toda la tierra, y yo me retraje á las fuentes, y allí asenté real aquella noche, harto fatigados, y españoles heridos, y caballos; é otro dia de mañana me partí para el pueblo de Quezaltenago, que estaba una legua, y con el castigo de antes le hallé despoblado, y no persona ninguna en él, y allí me aposenté y estuve reformándome y corriendo la tierra, que es tan gran poblacion como Tascalteque, y en las labranzas ni más ni menos, y friísima en demasía; y al cabo de seis dias que habia que estaba allí, un juéves á mediodía asomó mucha multitud de gente en muchos cabos, que segun supe de ellos mismos, eran de dentro de esta ciudad doce mil, y de los pueblos comarcanos, y de los demás dicen que no se pudo contar; y desque los vi, puse la gente en órden, y yo salí á darles la batalla en la mitad de un llano que tenia tres leguas de largo, con noventa de caballo, y dejé gente en el real que le guardase, que podria ser un tiro de ballesta del real no mas, y allí comenzamos á romper por ellos, y los desbaratamos por muchas partes, y les seguí el alcance dos leguas y media, hasta tanto que toda la gente habia rompido, que no llevaba ya nada por delante, y después volvimos sobre ellos, y nuestros amigos y los peones hacian una destruicion la mayor del mundo, en un arroyo, y cercaron una sierra rasa, donde se acogieron, y subiéronles arriba y tomaron todos los que allí se habian subido. Aqueste dia se mató y prendió mucha gente, muchos de los cuales eran capitanes y señores y personas señaladas, é desque los señores desta ciudad supieron que su gente era desbaratada, acordaron ellos y toda la tierra, y convocaron muchas otras provincias para ello, y á sus enemigos dieron parias y los atrajeron, para que todos se juntasen y nos matasen, y concertaron de enviarnos á decir que

querian ser buenos, y que de nuevo daban la obediencia al Emperador nuestro señor, y que me viniese dentro á esta ciudad de Vilatan, como después me trajeron, y pensaron que me aposentarian dentro, y que después de aposentados, una noche darian fuego á la ciudad, y que allí nos quemarian á todos, sin podérselo resistir, como de hecho llegaran á poner en efecto su mal propósito, sino que Dios nuestro Señor no consiente que estos infieles hayan victoria contra nosotros, porque la ciudad es muy fuerte en demasía, y no tiene sino dos entradas, la una de treinta y tantos escalones de piedra muy alta, y por la otra parte una calzada hecha á mano, y mucha parte della ya cortada, para aquella noche acabarla de cortar, porque ningun caballo pudiera salir á la tierra; y como la ciudad es muy junta y las calles muy angostas, en ninguna manera nos pudiéramos sufrir sin ahogarnos, ó por huir del fuego despeñarnos. E como subimos, que yo me vi dentro, y la fortaleza tan grande, y que dentro de ella no nos podiamos aprovechar de los caballos, por ser las calles tan angostas y encaladas, determiné luego de salirme de ella á lo llano, aunque para ello los señores de la ciudad me lo contradecian, y me decian que me asentase á comer, y que luego me iria, por tener lugar de llegar á efecto su proposito; y como conoscí el peligro en que estábamos, envié luego gente delante á tomar la calzada y puente para tomar la tierra llana, y estaba ya la calzada en tales términos, que apenas podia subir un caballo, y al derredor de la ciudad habia mucha gente de guerra; y como me vieron pasado á lo llano, se arredraron no tanto, que yo no recebí mucho daño de ellos, y yo lo disimulaba todo, por prender á los señores, que ya andaban ausentados; y por mañas que tuve con ellos, y con dádivas que les dí para mas asegurarme, yo los prendí, y presos los tenia en mi posada, y no por eso los suyos dejaban de me dar guerra por los alderredores, y me berian y mataban muchos de los indios que iban por yerba ; y un español cogiendo yerba á un tiro de ballesta del real, de encima de una barranca le echaron una galga y lo mataron; y es la tierra tan fuerte de quebradas, que hay quebradas que entran docientos estados de hondo, y por estas quebradas no pudimos hacerles la guerra, ni castigarlos como ellos merecian; y viendo que con correrles la tierra y quemarsela yo los podria traer al servicio de su majestad, determiné de quemar á los señores, los cuales dijeron al tiempo que los queria quemar, como parescerá por sus confesiones, que ellos eran los que ine habian mandado dar la guerra y los que la hacian, y de la manera que habian de tener para me quemar en la ciudad, y con ese pensamiento me habian traido í ella, y que ellos habian mandado á sus vasallos que no viniesen á dar la obediencia al Emperador nuestro señor, ni sirviesen, ni hiciesen otra buena obra. E come conoscí de ellos tener tan mala voluntad al servicio de su majestad, y para el bien y sosiego de esta tierra, yo los quemé, y mandé quemar la ciudad y poner por los cimientos; porque es tan peligrosa y tan fuerte, que mas parece casa de ladrones que no de pobladores; y para buscarlos, envié á la ciudad de Guatemala, que está diez leguas de esta, á decirles y requerirles de parte de su majestad que me enviasen gente de guerra, así para

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rizar la tierra; y ella fué buena y dijo que la placia, y para esto me envió cuatro mil hombres, con los cuales y con los demás que yo tenia, hice una entrada, y los corrí y eché de toda su tierra. E viendo el daño que se les hacia, me enviaron sus mensajeros, haciéndome saber cómo ya querian ser buenos, y si habian errado, que habia sido por mandado de sus señores, y que siendo ellos vivos no osaban hacer otra cosa; y que pues ya ellos eran muertos, que me rogaban que los perdonase, y yo les aseguré las vidas, y les mandé que se viniesen á sus casas y poblasen la tierra como antes; b, los cuales lo han hecho así, y los tengo al presente en el estado que antes solian estar, en servicio de su majestad; y para mas asegurar la tierra, solté dos hijos de los señores, á los cuales puse en la posesion de sus dres, y creo harán bien todo lo que convenga al servicio de su majestad y al bien de esta tierra. E cuanto toca á esto de la guerra, no hay mas que decir al presente, sino que todos los que en la guerra se tomaron, se herraron y se hicieron esclavos, de los cuales se dió el quinto de su majestad al tesorero Baltasar de Mendoza; el cual quinto se vendió en almoneda, para que mas segura esté la renta de su majestad.

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saber de ellos la voluntad que tenian, como para atemo-, está de guerra, y me ha muerto cuatro mensajeros; y pienso, con el ayuda de nuestro Señor, presto lo atraerémos al servicio de su majestad; porque, segun estoy informado, tengo mucho que hacer adelante, y á esta causa me daré priesa por invernar cincuenta ó cien leguas adelante de Guatemala, donde me dicen, y tengo nueva de los naturales de esta tierra, de maravillosos y grandes edificios y grandeza de ciudades que adelante hay. Tambien me han dicho que cinco jornadas adelante de una ciudad muy grande, que está veinte jornadas de aquí, se acaba esta tierra, y afírmase en ello; si así es, certísimo tengo que es el estrecho: plegue á nuestro Señor me dé victoria contra estos infieles, para que yo los traiga á su servicio ó al de su majestad. No quisiera hacer en pedazos esta relacion, sino desde el cabo de todo, porque mas pa-hobiera que decir. La gente de españoles de mi compañía de pié y de caballo lo han fecho tan bien en la guerra que se ha ofrecido, que son dignos de muchas mercedes. Al presente no tengo mas que decir que de substancia sea, sino que estamos metidos en la mas recia tierra de gente que se ha visto; y para que nuestro Señor nos dé victoria, suplico á vuestra merced mande hacer una procesion en esa ciudad de todos los clérigos y frailes, para que nuestra Señora nos ayude, pues estamos tan apartados de socorro si de allá no nos viene. Tambien tenga vuestra merced cuidado de hacer saber á su majestad cómo le servimos con nuestras personas y haciendas y á nuestra costa ; lo uno para descargo de la conciencia de vuestra merced, y lo otro para que su majestad nos haga mercedes. Nuestro Señor guarde el muy magnífico estado de vuestra merced por largo tiempo, como deseo. Desta ciudad de Utlatan, á 11 de abril.

De la tierra hago saber á vuestra merced que es templada y sana, y muy poblada de pueblos muy recios, y esta ciudad es bien obrada y fuerte á maravilla, y tiene muy grandes tierras de panes, y mucha gente sujeta á ella, la cual, con todos los pueblos á ella sujetos y comarcanos, dejo so el yugo y en servicio de la corona real de su majestad. En esta tierra hay una sierra de alumbre y otra de acije, y otra de azufre el mejor que hasta hoy se ha visto, que con un pedazo que me trajeron sin afinar ni sin otra cosa, hice media arroba de pólvora muy buena; y por enviar á Argueta y no querer esperar, no envio á vuestra merced cincuenta cargas de ello; pero su tiempo se tiene para cada y cuando fuere mensajero.

Yo me parto para la ciudad de Guatemala, lúnes 11 de abril, donde pienso detenerme poco, á causa que un pueblo que está asentado en el agua, que se dice Aticlan,

Y segun llevo el viaje largo, pienso me faltará el herraje si para este verano que viene, vuestra merced me pudiere proveer de herraje, será gran bien, y su majestad será muy servido en ello; que agora vale entre nosotros ciento y noventa pesos la docena, y así la mercamos y pagamos ahora. — Beso las manos de vuestra merced. Pedro de Albarado.

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POR PEDRO DE ALBARADO Á HERNANDO CORTÉS,

EN QUE SE REfiere la conQUISTA DE MUCHAS CIUDADES, LAS GUERRAS, BATALLAS, TRAICIONES Y REBELIOnes que sucedIERON, Y LA POBLACIÓN QUE Hizo de una ciudad; DE DOS VOLCANES, UNO QUE EXHALABA FUEGO, Y OTRO HUMO; DE UN RIO HIRVIENDO, Y OTRO FRIO; Y COMO QUEDÓ ALBARADO HERIDO DE UN

FLECHAZO.

SEÑOR: De las cosas que hasta Utlatan me habian sucedido, así en la guerra como en lo demás, hice larga relacion á vuestra merced, y agora le quiero hacer relacion de todas las tierras que he andado y conquistado, y de todo lo que me ha sucedido, y es :

al diclio peñol, por donde no podian andar de caballo;! allí me apeé con mis compañeros, y á pié juntamente y á las vueltas de los indios nos entramos en el peñol, de manera que no tuvieron lugar de romper puentes; queá quitarlas, no pudiéramos entrar. En este medio tiempo llegó mucha gente de la mia, que venia atrás, y ganamos el dicho peñol, que estaba muy poblado, y toda la gente de él se nos echó á nado á otra isla, y se escapó mucha gente de ella, por causa de no llegar tan presto trecien

Que yo, Señor, partí de la ciudad de Utlatan, y vine en dos dias á esta ciudad de Guatemala, donde fuí muy bien recebido de los señores de ella, que no pudiera ser mas en casa de nuestros padres; y fuimos tan proveidos de todo lo necesario, que ninguna cosa hobo falta; ytas canoas de amigos que traian por el agua; y yo me sali dende á ocho dias que estaba en esta ciudad, supe de los señores de ella, cómo á siete leguas de aquí estaba otra ciudad sobre una laguna muy grande, y que aquella hacia guerra á esta y á Utlatan y á todas las demás á ella comarcanas, por las fuerzas del agua y canoas que tenian, y que de allí salian á facer salto de noche en la tierra de estos; y como los de esta ciudad viesen el daño que de allí recebian, me dijeron cómo ellos eran buenos, y que estaban en el servicio de su majestad, y que no querian hacerle guerra, ni darla sin mi licencia, y rogándome que los remediase; y yo les respondí que yo los enviaria á llamar de parte del Emperador nuestro señor; y que si viniesen, que yo les mandaria que no les diesen guerra ni le hiciesen mal en su tierra, como hasta entonces lo habian hecho; donde no, que yo iria juntamente con ellos á facerles la guerra y castigarlos. Por manera que luego les envié dos mensajeros naturales de esta ciudad, á los cuales mataron sin temor ninguno. E como yo lo supe, viendo su mal propósito, me partí de esta ciudad contra ellos con sesenta de caballo y ciento y cincuenta peones, y con los señores y naturales de esta tierra, y anduve tanto, que aquel dia llegué á su tierra, y no me salió á recebir gente ninguna de paz ni de otra manera; y como esto vi, me metí con treinta de caballo, por la tierra, á la costa de la laguna. Ya que llegamos cerca de un peñol poblado, que estaba en el agua, vimos un escuadron de gente muy cerca de nosotros, y yo les acometi con aquellos de caballo que llevaba, y siguiendo el alcance de ellos, se metieron por una calzada angosta que entraba

aquella tarde fuera del peñol con toda mi gente, y asenté real en un llano de maizales, donde dormí aquella noche; y otro dia de mañana nos encomendamos á nuestro Señor, y fuimos por la poblacion adelante, que estaba muy fuerte, á causa de muchas peñas y ceberucos que tenia, y hallámosla despoblada; que como perdieron la fuerza que en el agua tenian, no osar esperar en la tierra, aunque todavía esperó alguna poca de gente allá al cabo del pueblo; y por la mucia agrura de la tierra, como digo, no se mató mas gente; y allí asenté real á mediodía, y les comencé à correr la tierra, y tomamos ciertos indios naturales de ella, á tres de los cuales yo envié por mensajeros á los señores de ella, amonestándoles que viniesen á dar la obediencia á sus majestades y á someterse so su corona imperial, y á mí en su nombre; y dende no, que todavía seguiria la guerra, y los correria y buscaria por los montes; los cuales me respondieron que hasta entonces que nunca su tierra habia sido rompida, ni gentes por fuerza de armas les habian entrado en ella; y que pues yo habia entrado, que ellos holgaban de servir á su majestad, así como yo se lo mandaba; y luego vinieron y se pusieron en mi poder; y yo les hice saber la grandeza y poderío del Emperador nuestro señor, y que mirasen que por lo pasado yo en su real nombre lo perdonaba, y que de allí adelante fuesen buenos, y que no hiciesen guerra á nadie de los comarcanos, pues que eran todos ya vasallos de su majestad; y los envié, y dejé seguros y pacíficos, y me volví á esta ciudad; y dende á tres dias que llegué á ella, vinieron todos los señores y prin

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cipales y capitanes de la dicha laguna á mí con presente, y me dijeron que ya ellos eran nuestros amigos y se hallaban dichosos de ser vasallos de su majestad, por quitarse de trabajos y guerras y diferencias que entre ellos habian; y yo les hice muy buen recebimiento, y les dí de mis joyas, y los torné á enviar á su tierra con mucho amor, y son los mas pacíficos que en esta tierra hay.

Estando en esta ciudad vinieron muchos señores de otras provincias de la costa del sur á dar la obediencia á sus majestades, y diciendo que ellos querian ser sus vasallos, y no querian guerra con nadie; y que para esto yo los recebiese por tales, y los favoresciese y mantuviese en justicia. E yo los recebí muy bien, como era razon; y les dije que de mí, en nombre de su majestad, serian muy favorecidos y ayudados, y me hicieron saber de una provincia, que se dice Iscuintepeque, que estaba algo mas la tierra adentro, cómo no les dejaba venir á dar la obediencia á su majestad; y aun no solamente esto, pero que otras provincias que están de aquella parte de ella, estaban otras con buen propósito y querian venir de paz, y que yap aquesta no les dejaba pasar, diciéndoles que adónde iban, y que eran locos; sino que me dejasen á mí ir allá, y que todos me darian guerra. E como fuí certificado ser así, así por las dichas provincias como por los señores de esta ciudad de Guatemala, me partí con toda mi gente de pié y de caballo, y dormí tres dias en un despoblado; y otro dia de mañana, ya que entraba en los términos del dicho pueblo, que es todo arboledas muy espesas, hallé todos los caminos cerrados y muy angostos, que no eran sino sendas, porque con nadie tenia contratacion ni camino abierto, y eché los ballesteros delante, porque los de caballo allí no podian pelear, por las muchas ciénagas y espesura de monte; y llovia tanto, que con la mucha agua las velas y espías sujetas se retrajeron al pueblo, y como no pensaron que aquel dia llegara á ellos, descuidáronse algo, y no supieron de mi ida hasta que estaba con ellos en el pueblo, y como entré, toda la gente de guerra estaba en los cauces, por amor del agua, metidos; y cuando se quisieron juntar, no tuvieron lugar, aunque todavía esperaron algunos de ellos, y me hirieron españoles y muchos de los indios amigos que llevaba, y con la mucha arboleda y agua que llovia se metieron por los montes, que no tuve lugar de les hacer daño ninguno mas de quemarles el pueblo, y luego les hice mensajeros á los señores, diciéndoles que viniesen á dar la obediencia á sus majestades, y á mí en su nombre; si no, que les haria mucho daño en la tierra y les talaria sus maizales; los cuales vinieron, y se dieron por vasallos de su majestad, y yo los recebí, y mandé que fuesen de ahí adelante buenos, y estuve ocho dias en este pueblo, y aquí vinieron otros muchos pueblos y provincias de paz, los cuales se ofrecieron vasallos del Emperador nuestro señor.

Y deseando calar la tierra y saber los secretos de ella, para que su majestad fuese mas servido, y tuviese y señorease mas tierras, determiné de partir de allí, y fuí á un pueblo que se dice Atiepar, donde fuí recebido de los señores y naturales de él, y este es otra lengua y

gente por sí; y á puesta del sol, sin propósito ninguno remanesció despoblado y alzado, y no se halló hombre en todo él. Y porque el riñon del invierno no me tomase y me impidiese mi camino, dejélos así, y paséme de largo, llevando todo recado en mi gente y fardaje, porque mi propósito era de calar cien leguas adelante, y de camino ponerme á lo que me viniese hasta calar á ellas, y después dar la vuelta sobre ellos, y venir pacificándolos. E otro dia siguiente me partí, y fuí á otro pueblo que se dice Tacuilula, y aquí hicieron lo mismo que los de Atiepar, que me rescibieron de paz, y se alzaron dende á una hora. Y de aquí me partí y fuí á otro pueblo que se dice Taxisco, que es muy recio y de mucha gente, y fuí recebido como de los otros de atrás, y dormí en él aquella noche; y otro dia me partí para otro pueblo, que se dice Nacendelan, muy grande; y temiéndome de aquella gente, que no la entendia, dejé diez de caballo en la rezaga, y otros diez en el medio del fardaje, y seguí mi camino; y podria ir dos ó tres leguas del dicho pueblo de Taxisco, cuando supe que habia salido gente de guerra, y que habian dado en la rezaga, en que me mataron muchos indios de los amigos, y me tomaron mucha parte del fardaje y todo el hilado de las ballestas, y el herraje que para la guerra llevaba, que no se les pudo resistir. E luego envié á Jorge de Albarado, mi hermano, con cuarenta ó cincuenta de caballo, á buscar aquello que nos habian tomado, y halló mucha gente armada en el campo, y él peleó con ellos y los desbarató, y ninguna cosa de lo perdido se pudo cobrar, porque la ropa ya la habian hecho pedazos, y cada uno traia en la guerra su pampanilla de ella; y llegado á este pueblo de Nacendelan, Jorge de Albarado se volvió, porque todos los indios se habian alzado á la sierra; y desde aquí torné á enviar á don Pedro con gente de pié, que los fuese á buscar á las sierras, por ver si los pudiéramos atraer al servicio de su majestad, y nunca pudo hacer nada por la grande espesura de los montes; y así, se volvió; y yo les envié mensajeros indios de sus mesmos naturales, con requerimientos y mandamientos, y apercibiéndolos que si no venian, los haria esclavos; y con todo esto no quisieron venir ni los mensajeros ni ellos. E al cabo de ocho dias que habia que estaba en este pueblo de Nacendelan, vino un pueblo que se dice Pazaco, de paz, que estaba en el camino por donde habiamos de ir, y yo lo recebí y le dí de lo que tenia, y les rogué que fuesen buenos. E otro dia de mañana me partí para este pueblo, y hallé á la entrada de él los caminos cerrados y muchas flechas hincadas; y ya que entraba por el pueblo, vi que ciertos indios estaban haciendo cuartos un perro, á manera de sacrificio; y dentro en el dicho pueblo dieron una grita, y vimos mucha multitud de gente de tierra, y entramos por ellos, rompiendo en ellos, hasta que los echamos del pueblo, y seguimos el alcance todo lo que se pudo seguir; y de allí me partí á otro pueblo que se dice Mopicalco, y fuí recebido ni mas ni menos que de los otros; y cuando llegué al pueblo no hallé persona viva, y de aquí me partí para otro pueblo llamado Acatepeque, adonde no hallé á nadie, antes estaba todo despoblado. E siguiendo mi propósito, que era de calar las dichas cien leguas, me partí á otro pueblo que

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