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Hleven el pago. «Estos y semejantes fieros y liviandades hablaban entre sí unos con otros, viendo tan poquitos españoles delante, y no conosciendo aun sus fuerzas y coraje. Aquellos cuatro capitanes enviaron luego hasta dos mil de sus muy esforzados hombres y soldados viejos al real, á tomar los españoles sin les hacer mal; é si armas tomasen y se les defendiesen, que los atasen y trujesen por fuerza, ó los matasen; mas ellos no quisieran, diciendo que ganarian poca honra en tomarse todos con tan poca gente. Los dos mil pasaron la barranca, y llegaron á la torre osadamente. Salieron los de caballo, y tras ellos de pié; é á la primera arremetida les hicieron conoscer cuánto cortaban las espadas de fierro; é á la segunda les mostraron para cuánto eran aquellos pocos españoles que poco antes ultrajaban; é á la otra les hicieron huir gentilmente los que ellos venian á prender. No escapó hombre dellos, sino los que acertaron el paso de la barranca. Corrió entonces la demás gente con grandísima gritería hasta llegar al real de los nuestros, é sin que les pudiesen resistir, entraron dentro muchos dellos, é anduvieron á las cuchilladas y brazos con los españoles; los cuales tardaron un buen rato á matar y echar fuera aquellos que entraron, saltando el valladar; y estuvieron peleando mas de cuatro horas con los enemigos, antes que pudiesen hacer plaza entre el valladar y los que lo combatian, y al cabo de aquel tiempo aflojaron reciamente, veyendo los muchos muertos de su parte y las grandes heridas, y que no mataban á nadie de los contrarios; aunque no dejaron de hacer algunas arremetidas hasta que fué tarde y se retiraron; de lo que mucho plugo á Cortés y á los suyos, que tenian los brazos cansados de matar indios. Mas alegría tuvieron aquella noche los nuestros que miedo, por saber que con lo escuro no pelean los indios; é así, descansaron y durmieron mas á placer que hasta allí; aunque con buen recaudo en las estancias, y muchas velas y escuchas por todo. Los indios, aunque echaron menos muchos de los suyos, no se tuvieron por vencidos, segun lo que después mostraron. No se pudo saber cuántos fueron los muertos; que ni los nuestros tuvieron ese vagar, ni los indios cuenta. El otro dia por la mañana salió Cortés á talar el campo, como la otra vez, dejando los medios de los suyos á guardar el real; é por no ser sentido primero que hiciese el daño, partió antes del dia. Quemó mas de diez pueblos, y saqueó uno de tres mil casas, en el cual habia poca gente de pelea, como estaban en la junta. Todavía pelearon los que dentro estaban, y mató mu-chos dellos. Púsole fuego, y tornóse á su fuerte sin mucho daño y con mucha presa, á mediodía, cuando ya los enemigos cargaban á mas andar para despojarle y dar en el real; los cuales luego vinieron como el dia antes, trayendo comida y braveando. Pero, aunque combatieron el real y pelearon cinco horas, no pudieron matar español, muriendo de los suyos infinitos, que como estaban apretados, hacia riza en ellos la artillería. Quedó por ellos el pelear, y por los nuestros la victoria. Pensaban que eran encantados, pues no les empecian sus flechas. Luego al otro dia enviaron aquellos señores y capitanes tres suertes de cosas en presente á Cortés; y los que las trujeron le decian: «Señor, veis

aquí cinco esclavos: si sois dios bravo, que comeis carne y sangre, coméos estos, y traerémos mas; si sois dios bueno, hé aquí incienso y pluma; si sois hombre, tomad aves y pan y cerezas. » Cortés les dijo cómo él y sus compañeros eran hombres mortales, ni mas ni menos que ellos; y que pues siempre les decia verdad, que por qué trataban con él mentira y lisonjas; y que deseaba ser su amigo; y que no fuesen locos ni porfiados en pelear, que rescibirian siempre muy gran daño, y que ya veian cuántos mataban dellos sin morir ninguno de los españoles. Con esto los despidió ; mas no por eso dejaron de venir luego mas de treinta mil á tentar las corazas á los nuestros á su proprio real, como los dias antes; pero tornáronse descalabrados como siempre. Es aquí de saber que aunque llegaron el primer dia todos los de aquel gran ejército á combatir nuestro real y á pelear juntos, que los otros siguientes no llegaron así, sino cada cuartel por sí, para repartir mejor el trabajo y mal por todos, y porque no se embarazasen unos á otros con tanta multitud, pues no habian de pelear sino pocos y en lugar pequeño, y aun por esto eran mas recios los combates y batallas; que cada apellido de aquellos pugnaba por hacerlo mas valientemente, para ganar mas honra si matasen ó prendiesen algun español; ca les parescia que todo su mal y vergüenza recompensaba la muerte ó prision de un solo español; y tambien es de considerar sus convites y peleas, porque no solo estos dias hasta aquí, pero ordinariamente todos los quince ó mas dias que estuvieron allí los españoles, ora peleasen, ora no, les llevaban unas tortillas de pan, y gallipavos y cerezas; mas empero no lo hacian por darles de comer, sino por saber qué daño habian ellos hecho, y qué animo tenian los nuestros ó qué miedo; y esto no entendian los españoles, y siempre decian que los de Tlaxcallan, cuyos ellos eran, no peleaban, sino ciertos bellacos otomies que andaban por allí desmandados, que no reconoscian superior, por ser de unas behetrías que estaban detras de las sierras, que mostraban con el dedo.

Cómo Cortés cortó las manos á cincuenta espías.

Al siguiente dia, tras los presentes como á dioses, que fué el 6 de setiembre, vinieron al real hasta cincuenta indios de los de Tlaxcallan, honrados segun su manera, y dieron á Cortés mucho pan, cerezas y gallipavos, que traian de comida ordinaria; y preguntáronle cómo estaban los españoles, y qué querian hacer, y si habian menester alguna cosa; y tras esto anduviéronse por el real, mirando los vestidos y armas de España, y los caballos y artillería, y hacian de los bobos y maravillados; aunque á la verdad tambien se maravillaban de veras; pero todo su motivo era andar espiando. Entonces llegó á Cortés Teuch, de Cempoallan, hombre experto y criado de niño en la guerra, y díjole que no le parescian bien aquellos tlaxcaltecas, porque miraban mucho las entradas y salidas y lo flaco y fuerte del real. Por eso, que supiese si eran espías aquellos bellacos. Cortés le agradeció el buen aviso, y se maravilló cómo él ni español ninguno no habian dado en aquello, en tantos dias que entraban y salian indios de los enemigos en su real con comida, y habia caido en ello aquel

cempoallanés; y no fué por ser aquel indio mas agudo | y sabio que los españoles, sino porque vió y oyó á los otros cómo andaban y hablaban con los de Iztacmixtlitan, para sacar dellos por puntillos lo que querian saber. Así que Cortés conosció cómo no venian por hacerle bien, sino á espiar; y luego mandó tomar al que mas á mano y apartado estaba de la compañía, y meter secretamente donde no lo viesen; y allí lo examinó con Marina y Aguilar; el cual á la hora confesó cómo era espion, y que venia á ver y notar los pasos y cabos por do mejor le pudiesen dañar y ofender, y quemar aquellas sus chozuelas; y que por cuanto ellos habian probado la fortuna á todas las horas del dia, y no les sucedia nada á su propósito, ni á la fama y antigua gloria que de guerreros tenian, acordaban venir de noche, y quizá ternian mejor ventura; y aun tambien porque no temiesen los suyos de noche y con la escuridad á los caballos, ni las cuchilladas y estrago de los tiros de fuego; y que Xicotencatl, su capitan general, estaba ya para tal efecto con muchos millares de soldados detrás de ciertos cerros, en un valle frontero y cerca del real. Como Cortés vió la confesion deste, hizo luego tomar á otros cuatro ó cinco, cada uno aparte, y confesaron asimismo cómo ellos y todos los que en su compañía venian, eran espías, y dijeron lo mesmo que el primero, casi por los mesmos términos. Así que por los dichos destos los prendió á todos cincuenta, y allí luego les hizo cortar á todos las manos, y enviólos á su ejército, amenazando que otro tanto haria á todos los espiones que tomase; y que dijesen á quien los envió que, de dia y de noche, y cada y cuando que viniesen, verian quién eran los españoles. Grandísimo pavor tomaron los indios de ver cortadas las manos á sus espías; cosa nueva para ellos; y creian que tenian los nuestros algun familiar que les decia lo que ellos tenian allá en su pensamiento; y así, se fueron todos, cada uno por do mejor pudo, porque no les cortasen las suyas, y alejaron las vituallas que traian para la hueste, porque no se aprovechasen dellas los adversarios.

La embajada que Moteczuma envió á Cortés.

En yéndose las espías, vieron de nuestro real cómo atravesaba por un cerro grandísima muchedumbre de gente, y era la que traia Xicotencatl; y como era ya casi noche, determinó Cortés salir á ellos, y no aguardallos que llegasen, porque del primer ímpetu no pegasen fuego, como tenian pensado, á las chozas; ca si lo hicieran, pudiera ser no escapar español del fuego ó manos de los enemigos, y aun tambien porque temiesen mas las heridas viéndolas, que sintiéndolas solamente. Así que luego puso casi toda su gente en órden, y mandó que echasen á los caballos pretales de cascabeles, y fuése hácia do habian visto pasar los enemigos. Mas ellos no osaron esperalle, con haber visto cortadas las manos de los suyos, y con el nuevo ruido de los 'cascabeles. Los nuestros los siguieron dos horas de noche por entre muchas sembradas de centli, y mataron hartos en el alcance, y volviéronse á su real muy victoriosos. Ya á esta sazon eran venidos al real seis señores mejicanos, personas muy principales, con hasta docientos hombres de servicio, á traer á Cortés un presen

te, en que habia mil ropas de algodon, algunas piezas de pluma y mil castellanos de oro; y á decirle de parte de Moteczuma cómo él queria ser amigo del Emperador y suyo y de los españoles, y que viese cuánto queria de tributo cada un año, en oro, plata, perlas, piedras ó esclavos, y ropa y cosas de las que en sus reinos habia, y que lo daria sin falta y pagaria siempre, con tanto que aquellos que allí estaban con él no fuesen á Méjico; y que esto era, no tanto porque no entrasen en su tierra, cuanto porque ella era muy estéril y fragosa; y le pesaria que hombres tan valientes y honrados padesciesen trabajo y necesidad en su señorío, y que él no lo pudiese remediar. Cortés les agradesció su venida y el ofrecimiento para el Emperador y rey de Castilla, y con ruegos los detuvo que no se partiesen hasta ver el fin de aquella guerra, para que llevasen á Méjico la nueva de la victoria y matanza que él y sus compañeros harian de aquellos mortales enemigos de su señor Moteczuma. Luego tuvo Cortés unas calenturas, por las cuales no salia á correr al campo ni á hacer talas, quemas y otros daños á los enemigos. Solamente proveia que guardasen su fuerte de algunos montones y tropeles de indios que llegaban á gritar y á escaramuzar; que tan ordinario era como las cerezas y comida que cada dia traian, excusándose siempre que los de Tlaxcallan no les daban enojo, sino ciertos bellacos otomies, que no querian hacer lo que les rogaban ellos; pero ni las escaramuzas ni la furia de los indios era tanta como al principio. Quiso Cortés purgarse con una masa de píldoras que sacó de Cuba; partió cinco pedazos, y tragóselos á la hora, que de noche se suelen tomar, y acaesció que luego el otro dia, antes que obrase, vinieron tres muy grandes escuadrones á dar en el real, ó porque sabian cómo estaba malo, ó pensando que de miedo no habian osado salir aquellos dias. Dijéronselo á Cortés, y él, sin mirar que estaba purgado, cabalgó y salió con los suyos al encuentro, y peleó con los enemigos todo el dia hasta la tarde. Retrújolos un grandí-* simo trecho, y tornóse al real, y al otro dia purgó como si entonces tomara la purga. No lo cuento por milagro, sino por decir lo que pasó, y que Cortés era muy sufridor de trabajos y males, y siempre el primero que se hallaba á las puñadas con los enemigos; y no solamente era, que raro acontesce, buen hombre por las manos, pero aun tenia gran consejo en lo que hacia. Habiendo pues purgado y descansado aquellos dias, velaba de noche el tiempo que le cabia, como cualquier compañero, y como siempre acostumbraba; y no era peor por eso, ni menos amado de los que con él andaban.

Cómo ganó Cortés à Cimpancinco, ciudad muy grande. Subió Cortés una noche encima de la torre, y mirando á una parte y á otra, vió á cuatro leguas de allí, cabe unos peñascos de la sierra y entre un monte, cantidad de humos, y creyó estar mucha gente por allí. No dió parte á nadie; mandó que le siguiesen docientos españoles y algunos amigos indios, y los demás que guardasen el real, y á tres ó cuatro horas de la noche caminó hácia la sierra á tino, que hacia muy escuro. No hubo andado una legua, cuando dió de súbito á los caballos

una manera de torozon que los derribaba en el suelo, sin que se pudiesen menear. Como cayó el primero, y se lo dijesen, respondió: «Pues vuélvase su dueño con élal real.» Cayó luego otro, y dijo lo mesmo. Como cayeron tres ó cuatro, comenzaron los compañeros á ciar, y dijeronle que mirase que era malá señal aquella, y qué era mejor que se volviesen, ó esperar que amanesciese para ver á dó, ó por dó iban. El decíales que no mirasen en agüeros, y que Dios, cuya causa trataban, era sobre natura, y que no dejaria aquella jornada, ca se le figuraba que della se les habia de seguir mucho bien aquella noche, y que era el diablo, que por lo estorbar ponia delante aquellos inconvenientes; y diciendo esto se cayó el suyo. Entonces hicieron alto, y consultáronlo mejor; y fué que tornasen aquellos caballos caidos al real, y que los demás llevasen de diestro, y prosiguiesen su camino. Presto estuvieron buenos los caballos, mas no se supo de qué cayeron. Anduvieron pues hasta perder el tino de las peñas. Dieron en unos pedregales y barrancos, que aína nunca salieran de allí. Al cabo, después de haber pasado mal rato, con los cabellos erizados de miedo, vieron una lumbrecilla; fueron á tiento hácia ella, y estaba en una casa, do hallaron dos mujeres; las cuales, y otros dos hombres que acaso toparon luego, los guiaron y llevaron a las peñas donde habian visto los humos, y antes que amaneciese dieron en unos lugarejos. Mataron mucha gente, pero no los quemaron por no ser sentidos con el fuego, y por no detenerse; que le decian cómo estaban allí junto grandes poblaciones. De allí entró luego en Cimpancinco, un lugar de veinte mil casas, segun después paresció por la visitacion que dellas hizo Cortés; y como estaban descuidados de co⚫ sa semejante, y los tomaron de sobresalto y antes que se levantasen, salian en carnes por las calles, á ver qué era tan grandes llantos. Murieron muchos dellos al principio; mas, porque no hacian resistencia, mandó Cortés que no los matasen, ni tomasen mujeres ni ropa ninguna. Era tanto el miedo de los vecinos, que huian á mas no poder, sin curar el padre del hijo, ni el marido de la mujer ni casa ni hacienda. Hiciéronles señas de paz, y que no huyesen, y dijéronles que no temiesen; y así, cesó la huida y el mal. Salido ya el sol y pacificado el pueblo, se puso Cortés en un alto á descubrir tierra, y vió una grandísima poblacion, que preguntando cúya era, le dijeron que Tlaxcallan con sus aldeas. Llamó entonces á los españoles, y dijo: « Ved qué hiciera al caso matar los de aquí, habiendo tantos enemigos allí. » Y con esto, sin hacer otro daño en el pueblo, se salió fuera á una gentil fuente que tenia; y allí vinieron los principales y que gobernaban el pueblo, y otros mas de cuatro mil, sin armas y con mucha comida. Ro-garon á Cortés que no les hiciesen mas mal, y que le agradescian el poco que habia hecho, y que querian servirle, obedescerle y ser sus amigos, y no solamente guardar de allí adelante muy bien su amistad, mas trabajar tambien con los señores de Tlaxcallan y con otros, que hiciesen otro tanto. El les dijo cómo era cierto que ellos habian peleado con él muchas veces, aunque entonces le traian de comer; pero que los perdonaba, y recibia en su amistad y al servicio del Emperador. Con tanto, los dejó, y se volvió á su real muy alegre con tan buen suceso, de tan

mal principio como fué lo de los caballos, diciendo: «No digais mal del dia hasta que sea pasado ;» y llevando una cierta confianza que aquellos de Cimpancinco harian con los de Tlaxcallan que dejasen las armas y fuesen sus amigos, y por eso mandó que de allí en adelante nadie hiciese mal ni enojo á indio ninguno; y aun dijo á los suyos que creia, con ayuda de Dios, que habiau acabado aquel dia la guerra de aquella provincia.

El deseo que algunos españoles tenian de dejar la guerra. Cuando Cortés llegó al real tan alegre como dije, halló á sus compañeros algo despavoridos por lo de los caballos que les enviara, pensando no le hubiese acontescido algun desastre. Pero como lo vieron venir bueno y victorioso, no cabian de placer; bien sea verdad que múchos de la compañía andaban mustios y de mala gana, y que deseaban volverse á la costa, como ya se lo tenian rogado algunos muchas veces; pero mucho mas quisieran ir de allí viendo tan gran tierra muy poblada, muy cuajada de gente, y toda con muchas armas y ánimo de no consentirlos en ella, y hallándose tan pocos, tan dentro en ella, tan sin esperanza de socorro; cosas ciertamente para temer cualquiera, y por eso platicaban algunos entrellos mesmos, que seria bueno y necesario hablar á Cortés, y aun requerirselo, que no pasase mas adelante, sino que se tornase á la Veracruz, de donde poco a poco se ternia inteligencia con los iná dios, y harian segun el tiempo dijese, y podria llamar y recoger mas españoles y caballos, que eran los que hacian la guerra. No curaba mucho dello Cortés, aunque algunos se lo decian en secreto para que proveyese y remediase aquello que pasaba, hasta que una noche saliendo de la torre donde posaba, á requerir las velas, oyó hablar recio en una de las chozas que al rededor estaban, y púsose á escuchar lo que hablaban; y era que ciertos compañeros decian: «Si el capitan quiere ser loco é irse donde lo maten, váyase solo; no le sigamos.»> Entonces llamó á dos amigos suyos, como por testigos, y díjoles que mirasen lo que estaban aquellos hablando; que quien lo osaba decir, lo osaria hacer; y asimesmo oyó decir á otros por los corrales y corrillos, que habia de ser lo de Pedro Carbonerote, que por entrar á tierra de moros á hacer salto, se habia quedado allá muerto con todos los que con él fueron; por eso, que no le siguiesen, sino que volviesen con tiempo. Mucho sentia Cortés pir estas cosas, y quisiera reprehender y aun castigar á los que las trataban; pero viendo que no estaba en tiempo, acordó de llevarlos por bien, y hablóles á todos juntos de la manera siguiente:

Oracion de Cortés á los soldados.

«Señores y amigos: Yo os escogi por mis compañeros, y vosotros á mí por vuestro capitan, y todo para en servicio de Dios y acrescentamiento de su santa fe, y para servir tambien á nuestro rey, y aun pensando hacer de nuestro provecho. Yo, como habeis visto, no os he faltado ni enojado, ni por cierto vosotros á iní hasta aquí; mas empero agora siento flaqueza en algunos, y poca gana de acabar la guerra que traemos entre manos; y si á Dios place, acabada es ya, á lo menos entendido hasta dó puede llegar el daño que nos pue

de hacer. El bien que della consiguirémos, en parte lo habeis visto, aunque lo que teneis de ver y haber es sin comparacion mucho mas, y excede su grandeza á nuestro pensamiento y palabras. No temais, mis compañeros, de ir y estar comigo, pues ni españoles jamás temieron en estas nuevas tierras, que por su propria virtud, esfuerzo é industria han conquistado y descubierto, ni tal concepto de vosotros tengo. Nunca Dios quiera que ni yo piense, ni nadie diga que miedo caiga en mis españoles, ni desobediencia á su capitan. No hay volver la cara al enemigo, que no parezca huida; no hay huida, ó si la quereis colorar, retirada, que no cause á quien la hace infinitos males: vergüenza, hambre, pérdida de amigos, de hacienda y armas, y la muerte, que es lo peor, aunque no lo postrero, porque para siempre queda la infamia. Si dejamos esta tierra, esta guerra, este camino comenzado, y nos tornamos, como alguno desea, ¿hemos por ventura de estar jugando, ociosos y perdidos? No por cierto, diréis; que nuestra nacion española no es de esa condicion cuando hay guerra y va la honra. Pues ¿adónde irá el buey que no are? ¿Pensais quizá que habeis de hallar en otra parte menos gente, peor armada, no tan lejos de mar? Yo os certifico que andais buscando cinco piés al gato, y que no vamos á cabo ninguno, que no hallemos tres leguas de mal camino, como dicen, peor mucho que este que llevamos; porque, á Dios gracias, nunca después que en esta tierra entramos nos ha faltado el comer, ni amigos ni dineros ni honra; que ya veis que os tienen por mas que hombres los de aquí, y por inmortales, y aun por dioses, si decirse puede, pues siendo ellos tantos, que ellos mesmos no se pueden contar, y tan armados como vosotros decis, no han podido matar siquiera uno de nosotros; y en cuanto á las armas, ¿qué mayor bien quereis dellas que no traer yerba, como los de Cartagena, Veragua, los caribes, y otros que han muerto con ella muy muchos españoles rabiando? Pues aun por solo esto, no debríades buscar otros con quien guerrear. La mar aparte está, yo lo confieso, y ningun español basta nosotros se alejó della tanto en Indias; porque la dejamos atrás cincuenta leguas; pero tampoco ninguno ha hecho ni merescido tanto como vosotros. Hasta Méjico, donde reside Moteczuma, de quien tantas riquezas y mensajerías habeis oido, no hay mas de veinte leguas; lo mas, andado está, como veis, para llegar allá. Si llegamos, como espero en Dios nuestro Señor, no solo ganarémos para nuestro emperador y rey natural rica tierra, grandes reinos, infinitos vasallos, mas aun tambien para nosotros propios muchas riquezas, oro, plata, piedras, perlas y otros haberes; y sin esto, la mayor honra y prez que hasta nuestros tiempos, no digo nuestra nascion, mas ninguna otra ganó; porque cuanto mayor rey es este tras que andamos, cuanto mas ancha tierra, cuanto mas enemigos, tanto es mas gloria nuestra, y ¿no habeis oido decir que cuanto mas moros, mas ganancia? Allende de todo esto, somos obligados á ensalzar y ensanchar nuestra santa fe católica, como comenzamos y como buenos cristianos, desarraigando la idolatría, blasfemia tan grande de nuestro Dios; quitando los sacrificios y comida de carne de hombres, tan contra natura y tan usada, y excu

sando otros pecados, que por su torpedad no los nom→ bro. Así que pues, ni temais ni dubdeis de la vitoria; que cincuenta mil el otro dia de aquestos de Tlaxcallan, que tienen fama de descarrilla-leones; venceréis tambien, con ayuda de Dios y con vuestro esfuerzo, los que destos mas quedan, que no pueden ser muchos, y los de Culúa, que no son mejores, si no desmayais y si me seguis. » Todos quedaron contentos del razonamiento de Cortés. Los que flaqueaban, esforzaron; los esforzados cobraron doblado ánimo; los que algun mal le querian, comenzaron á honrarlo; y en conclusion, él fué de allí adelante muy amado de todos aquellos españoles de su compañía. No fué poco necesario tantas palabras en este caso; porque, segun algunos andaban ganosos de dar la vuelta, movieran un motin que le forzara tornar á la mar; y fuera tanto como nada cuanto habian hecho hasta entonces.

Cómo vino Xicotencatl por embajador de Tlaxcallan al real
de Cortés.

No habian bien acabado de despartirse platicando sobre lo arriba tratado, que entró por el real Xicotencat!, capitan general de aquella guerra, con cincuenta personas principales y honradas que le acompañaban. Llegó á Cortés, y saludáronse cada uno á fuer de su tierra; y sentados, le dijo cómo venia de su parte y de la de Maxixca, que es el otro señor mas principal de toda aquella provincia, y de otros muchos que nombró, y en fin, por toda la república de Tlaxcallan, á rogarle los admitiese á su amistad, y á darse á su rey, y á que les perdonase por haber tomado armas y peleado contra él y sus compañeros, no sabiendo quién fuesen ni qué buscasen en sus tierras; y que si le habian defendido la entrada, era como á extranjeros y hombres de otra facion muy diferente de la suya, y tal, que jamás vieron su igual; y temiendo no fuesen de Moteczuma, antiguo y perpetuo enemigo suyo, pues venian con él sus criados y vasallos; ó fuesen personas que quisiesen enojarlos y usurparles su libertad, que de tiempo inmemorial tenian y guardaban; y que por conservarla, como habian hecho todos sus antepasados, tenian derramada mucha sangre, perdida mucha gente y hacienda, y padecido muchos males y desventuras, en especial desnudez, porque como aquella su tierra era fria, no llevaba algodon; y así, les era forzado andarse como nacieron, ó vestir de hojas de met; y asimesmo no comian sal, cosa sin la cual ningun manjar tiene gusto ni buen sabor, como allí no se hacia; y que de estas dos cosas, sal y algodon, tan necesarias á la vida humana, carecian, y las tenian Moteczuma y otros enemigos suyos, de que estaban cercados; y como no alcanzaban oro ni piedras, ni las otras cosas preciadas á que trocarlas, tenian necesidad muchas veces de venderse para comprarlas. Las cuales faltas no ternian si quisiesen ser sujetos y vasallos de Moteczuma; pero que antes moririan todos que cometer tal deshonra y maldad, pues eran tan buenos para defenderse de su poderío, como habian sido sus padres y abuelos defendiéndose del suyo y de sa abuelo, que fueron tan grandes señores como él, y los que sojuzgaron y tiranizaron toda la tierra; y que tam

bien agora quisieran defenderse de los españoles, mas que no podian, aunque habian probado y echado todas sus fuerzas y gente, así de noche como de dia, y hallábanlos fuertes é invencibles, y ninguna dicha contra ellos. Por tanto, pues que su suerte era tal, querian antes estar sujetos á ellos que á otro ninguno; porque, segun les decian los de Cempoallan, eran buenos, poderosos, y no venian á mal hacer; y segun ellos habian conocido, en la guerra y batallas eran valentísimos y venturosos. Por las cuales dos razones confiaban dellos que su libertad seria menos quebrada, sus personas, sus mujeres mas miradas, y no destruidas sus casas ni labranzas; y si alguno los quisiese ofender, defendidos. Al cabo, en fin, de todo, le rogó mucho, y aun con los ojos arrasados, que mirase cómo nunca jamás Tlaxcallan reconoció rey ni tuvo señor, ni entró hombre nacido en ella á mandar, sino el que le Hamaban y rogaban. No se podria decir cuánto se holgó Cortés con tal embajador y embajada; porque, allende de tanta honra como venir á su tienda tan gran capitan y señor á humillarse, era grandísimo negocio para su demanda, tener amiga y sujeta aquella ciudad y provincia, y haber acabado la guerra á mucho contentamiento de los suyos, y con gran fama y reputacion para con los indios. Así que le respondió alegre y graciosamente, aunque cargándole la culpa del daño que habia recebido su tierra y ejército, por no lo querer escuchar ni dejar entrar en paz, como se lo rogaba y requeria con los mensajeros de Cempoallan, que les envió de Zaclotan; pero que él les perdonaba dos caballos que le mataron, el saltear que hicieron, las mentiras que le dijeron, peleando ellos y echando la culpa á otros; el haberle llamado á su pueblo para matarle en el camino sobre seguro y en celada, y no desafiándole primero, de valientes hombres como eran. Recibió el ofrecimiento que le hizo al servicio y sujecion del Emperador, y despidióle con que presto seria con él en Tlaxcallan, y que no iba luego por amor de aquellos criados de Moteczuma.

El recibimiento y servicio que hicieron en Tlaxcallan
á los nuestros.

Mucho pesó en grande manera á los embajadores mejicanos la venida de Xicotencall al real de los españoles, y el ofrecimiento que á Cortés hizo para su rey de las personas, pueblo y hacienda. E dijéronle que no creyese nada de aquello, ni se confiase en palabras; que todo era fingido, mentira y traicion, para cogerlo en la ciudad á puerta cerrada y á su salvo. Cortés les decia que aunque todo aquello fuese verdad, determinaba ir allá, porque menos los temia en poblado que en el campo. Ellos, como vieron esta respuesta y determinacion, rogáronle que diese licencia á uno dellos para ir á Méjico á decir á Moteczuma lo que pasaba, y la respuesta de su principal recado, que dentro de seis dias tornaria sin falta ninguna ; y que hasta tanto no se partiese del real. El se la dió, y esperó allí á ver qué trairia de nuevo, y porque á la verdad, no se osaba fiar de aquellos sin mayor certinidad. En este medio tiempo iban y venian al real muchos de Tlaxcallan, unos con gallipavos, otros con pan, cuál con cerezas, cuál con ají, y todos lo daban de balde y con alegre semblante, rogando que

se fuesen con ellos á sus casas. Vino pues el mejicano, como prometió, al sexto dia, y trajo á Cortés diez piezas é joyas de oro muy bien labradas y ricas, y mil y quinientas ropas de algodon, hechas á mil maravillas, é muy mejores que las otras mil primeras. Y rogóle muy ahincadamente de parte de Moteczuma que no se pusiese en aquel peligro, confiándose de aquellos de Tlaxcallan, que eran pobres, y le robarian lo que él le habia enviado, y le matarian por solo saber que trataba con él. Vinieron asimismo todas las cabeceras y señores de Tlaxcallan á rogarle les hiciese tanto placer de irse con ellos á la ciudad, donde seria servido, proveido y aposentado; ca era vergüenza suya que tales personas estuviesen en tan ruines chozas; y que si no se fiaba dellos, que viese cualquiera otra seguridad ó rehenes, y dárselas hian; pero que le prometian é juraban que podia ir y estar segurísimamente en su pueblo, porque no quebrantarian su juramento, ni faltarian la fe de la república, ni la palabra de tantos señores y capitanes, por todo el mundo. Así que, viendo Cortés tanta voluntad en aquellos caballeros y nuevos amigos, y que los de Cempoallan, de quien tenia muy buen crédito, le importunaban y aseguraban que fuese, hizo cargar su fardaje á los bastajes, y llevar la artillería, y partióse para Tlaxcallan, que estaba á seis leguas, con tanta órden y recado como para una batalla. Dejó en la torre y real, y donde habia vencido, cruces y mojones de piedra. Salió tanta gente á rescebirle al camino y por las calles, que no cabian de piés. Entró en Tlaxcallan á 18 de setiembre; aposentose en el templò mayor, que tenia muchos y buenos aposentos para todos los españoles, y puso en otros á los indios amigos que iban con él; puso tambien ciertos límites y señales para hasta do saliesen los de su compañía, y no pasasen de allí, so graves penas, y mandó que no tomasen sino lo que les diesen ; lo cual muy bien cumplieron, porque aun para ir á un arroyo, tiro de piedra del templo, le pedian licencia. Mil placeres hacian aquellos señores á los españoles, y mucha cortesía á Cortés, y les proveian de cuanto menester habian para su comida; y muchos les dieron sus hijas en señal de verdadera amistad, y porque nasciesen hombres esforzados de tan valientes varones, y les quedase casta para la guerra; ó quizá se las daban por ser su costumbre ó por complacellos. Parescióles bien á los nuestros aquel lugar y la conversacion de la gente, y holgáronse allí veinte dias, en los cuales procuraron saber particularidades de la república y secretos de la tierra, y tomaron la mejor informacion y noticia que pudieron del hecho de Moteczuma.

De Tlaxcallan.

Tlaxcallan quiere decir pan cocido ó casa de pan; ca se coge allí mas centli que por los alrededores. De la ciudad se nombra la provincia, ó al revés. Dicen que primero se nombró Texcallan, que quiere decir casa de barranco es grandísimo pueblo; está á orillas de un rio que nasce en Atlancatepec y que riega mucha parte de aquella provincia, y después entra en el mar del Sur por Zacatulian. Tiene cuatro barrios, que se llaman Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatian, Quiyahuiztlan. El primero está en un cerro alto, y léjos del rio mas de

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