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lazquez, que ya tenia la gobernacion de aquella tierra de Yucatan, segun fama. Cortés entendió esto; informóse quién levantaba la murmuracion; prendió los principales y metióles en una nao; mas luego los soltó por complacer á todos, que fué causa de peor, por cuanto aquellos mesmos quisieron después alzarse con un bergantin, matando al maestre, é irse á Cuba con él, á avisar á Diego Velazquez de lo que pasaba, y del gran presente que Cortés enviaba al Emperador, para que se lo quitase á los procuradores al pasar por la Habana, juntamente con las cartas y relacion, porque no las viese el Emperador, y se tuviese por bien servido de Cortés y de todos los demás. Cortés entonces se enojó de veras. Prendió muchos dellos; tomóles sus dichos, en que confesaron ser verdad aquello. Por lo cual condenó los mas culpados, segun el proceso y tiempo. Ahorcó á Joan Escudero y á Diego Cermeño, piloto. Azotó á Gonzalo de Umbría, que tambien era piloto, y á Alonso Peñate. A los demás no tocó. Con este castigo se hizo Cortés temer y tener en mas que hasta allí; y á la verdad, si fuera blando, nunca los señoreara, y si se descuidara, se perdia; porque aquellos avisaran con tiempo á Diego Velazquez, y él tomara la nao con el presente, cartas y relaciones; que aun después la procuró tomar, enviando tras ella una carabela de armada; ca no pasaron tan secretos Montejo y Portocarrero por la isla de Cuba, que no entendiese Diego Velazquez á lo que iban.

Cortés da con los navíos al través.

Propuso Cortés de ir á Méjico, y encubríalo á los soldados, porque no rehusasen la ida con los inconvenientes que Teudilli con otros ponia, especialmente por estar sobre agua, que lo imaginaban por fortísimo, como en efecto lo era. Y para que le siguiesen todos aunque no quisiesen, acordó quebrar los navíos; cosa recia y peligrosa y de gran pérdida; á cuya causa tuvo bien que pensar, y no porque le doliesen los navíos; sino porque no se lo estorbasen los compañeros; ca sin duda se lo estorbaran y aun se amotinaran de veras si lo entendieran. Determinado pues de quebrarlos, negoció con algunos maestros que secretamente barrenasen sus navíos, de suerte que se hundiesen, sin los poder agotar ni atapar; y rogó á otros pilotos que echasen fama cómo los navíos no estaban para mas navegar de cascados y roídos de broma, y que llegasen todos á él, estando con muchos, á se lo decir así, como que le daban cuenta dello, para que después no les echase culpa. Ellos lo hicieron así como él ordenó, y le dijeron delante de todos cómo los navíos no podian mas navegar por hacer mucha agua y estar muy abromados; por eso, que viese lo que mandaba. Todos lo creyeron, por haber estado allí mas de tres meses, tiempo para estar comidos de la broma. Y después de haber platicado mucho en ello, mandó Cortés que aprovechasen dellos lo que mas pudiesen, y los dejasen hundir ó dar al través, haciendo sentimiento de tanta pérdida y falta. Y así, dieron luego al través en la costa con los mejores cinco navíos, sacando primero los tiros, armas, vituallas, velas, sogas, áncoras, y todas las otras jarcias que podian aprovechar. Dende á poco quebraron otros cuatro; pero ya

entonces se hizo con alguna dificultad, porque la gente entendió el trato y el propósito de Cortés, y decian que los queria meter en el matadero. Él los aplacó diciendo que los que no quisiesen seguir la guerra en tan rica tierra ni su compañía, se podian volver á Cuba en el navío que para eso quedaba; lo cual fué para saber cuántos y cuáles eran los cobardes y contrarios, y no les fiar ni confiarse dellos. Muchos le pidieron licencia descaradamente para tornarse á Cuba; mas eran marineros los medios, y querian antes marinear que guerrear. Otros muchos hubo con el mesmo desco, viendo la grandeza de la tierra y muchedumbre de la gente; pero tuvieron vergüenza de mostrar cobardía en público. Cortés, que supo esto, mandó quebrar aquel navío, y así quedaron todos sin esperanza de salir de allí por entonces, ensalzando mucho á Cortés por tal hecho; hazaña por cierto necesaria para el tiempo, y hecha con juicio de animoso capitan, pero de muy confiado, y cual convenia para su propósito, aunque perdia mucho en los navíos, y quedaba sin la fuerza y servicio de mar. Pocos ejemplos destos hay, y aquellos son de grandes hombres, como fué Omich Barbaroja, del brazo cortado, que pocos años antes desto quebró siete galeotas y fustas por tomar á Bujía, segun largamente. yo lo escribo en las batallas de mar de nuestros tiempos. Que los de Cempaolla n derrocaron sus ídolos por amonestacion de Cortés..

No veia Cortés la hora de ser con Moteczuma. Publicó su partida; sacó del cuerpo del ejército ciento y cincuenta españoles, que le parescieron bastaban para vecindad y guarda de aquella villa y fortaleza, que ya estaba casi acabada. Dióles por capitan á Pedro de Hircio, y dejólos en ella con dos caballos y otros dos mosquetes, y con hartos indios que los sirviesen, y con cincuenta pueblos á la redonda, amigos y aliados, de los cuales podian sacar cincuenta mil combatientes y mas, siempre que algo se les recreciese y los hobiesen menester; y él fuése con los demás españoles á Cempoallan, que está cuatro leguas de allí, donde apenas habia llegado, cuando le fueron á decir que andaban por la costa cuatro navíos de Francisco de Garay. Tornóse luego, por aquellas nuevas, con los españoles á la Veracruz, sospechando mal de aquellos navíos. Como llegó, supo que Pedro de Hircio habia ido á ellos á informarse quiénes eran y qué querian, y á convidarlos á su pueblo para si algo habian menester. Supo asimesmo que estaban surtos tres leguas de allí, y fué allá con Pedro de Hircio y con una escuadra de su compañía, á ver si alguno de aquellos navíos salia á tierra para tomar lengua, y informarse qué buscaban, temiendo mal dellos, pues no habian querido surgir allí cerca ni entrar en el puerto y lugar, pues los convidaban á ello. E ya que habia andado hasta una legua, encontró tres españoles de los navíos, de los cuales uno dijo ser escribano, y los dos testigos, que venian á le notificar ciertas escrituras que no mostraron, y á hacerle requirimiento que partiese con el capitan Garay, de aquella tierra, echando mojones por parte conveniente, por cuanto pretendia tambien él aquella conquista por primero descubridor, y porque queria asentar y poblar en

suyos

aquella costa, veinte leguas de allí, háciá poniente, cerca de Nahutlan, que agora se dice Almería. Cortés les dijo que tornasen primero á los navíos, á decir á su capitan que se viniese á la Veracruz con su armada, y que allí hablarian, y se sabria de qué manera venia; y si traia alguna necesidad, que se la rémediaria como mejor pu'diese; y si venia, como ellos decian, en servicio del Rey, que no deseaba él cosa mas que guiar y favorescer á los semejantes, pues estaba allí por su alteza, y eran todos españoles. Ellos respondieron que por ninguna manera el capitan Garay ni hombre de los saldria á tierra ni vernia donde estaba. Cortés, vista la respuesta, entendió el negocio. Prendiólos y púsose tras un médano de arena alto, y frontero de las naos, ya que casi era de noche, donde cenó y durmió, y estuvo hasta bien tarde del dia siguiente, esperando si el Garay ó algun piloto, ó cualquiera otra persona saltaria en tierra, para tomarlos y informarse de lo que habian navegado, y del daño que dejaban hecho, que por lo uno los enviara presos á España, y por lo otro supiera si habian hablado con gente de Moteczuma. Conosciendo, en fin, que se recelaban mucho, creyó que por algun mal recaudo ó despacho; hizo á tres de los suyos que trocasen vestidos con aquellos mensajeros, y que llegasen á la lengua del agua, llamando y capeando á los de las naos; de las cuales, ó porque conoscieron los vestidos, ó porque los llamaban, vinieron hasta una docena de hombres en un esquife con ballestas y escopetas. Los de Cortés, que tenian los vestidos ajenos, se apartaron á unas matas como que á la sombra, que hacia recio sol y era mediodía, por no ser conoscidos, y los del esquife echaron en tierra dos escopeteros y dos ballesteros y un indio, los cuales caminaron derecho á las matas, pensando que los que estaban debajo eran sus compañeros. Arremetió luego Cortés con otros muchos, y tomáronlos antes que pudiesen meterse en el barco, aunque tambien se quisieron defender; y el uno dellos, que era piloto y traia escopeta, encaró al capitan Hircio, y si trajera buena mecha y pólvora le matara. Como los de las naves vieron el engaño y burla, no aguardaron mas, y hicieron vela antes que su esquife llegase. Destos siete que hubo á las manos se informó Cortés cómo Garay habia corrido mucha costa en demanda de la Florida, y tocado en un rio y tierra cuyo rey se llamaba Pánuco, donde vieron oro, aunque poco, y que sin salir de las naves habian rescatado hasta tres mill pesos de oro, y habido mucha comida á trueco de cosillas de rescate; pero que nada de lo andado ni visto habia contentado al Francisco de Garay, por descubrir poco oro y no bueno. Tornóse Cortés sin otra relacion ni recaudo á Cempoallan con los mesmos cien españoles que trajera, y primero que de allí saliese, acabó con los de la ciudad que derribasen los ídolos y sepulcros de los caciques, que tambien reverenciaban como á dioses, y adorasen á Dios del cielo, y la cruz que les dejaba, y hizo amistad y confederacion con ellos y con otros lugares vecinos, contra Moteczuma, y ellos le dieron rehenes para que estuviese mas cierto y seguro que le serian siempre leales y no faltarian de la fe y palabra dada, y que bastescerian los españoles que dejaba de guarnicion en la Veracruz, y ofreciéronle cuanta

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gente mandase de guerra y servicio. Cortés tomó los rehenes, que fueron hartos, mas los principales eran Mamexi, Teuch y Tamalli, y para servicio al ejército de agua y leña y para carga pidió mill tamemes. Tamemes son bastajes, hombres de carga y recua, que llevan á cuestas dos arrobas de peso por do quiera que los traen. Estos tiraban la artillería y llevaban el hato y comida.

El encarescimiento que Olintlec hizo del poderio de Moteczuma.

así

Partió pues Cortés de Cempoallan, que llamó Sevilla, para Méjico, á 16 dias de agosto del mesmo año, con cuatrocientos españoles, con quince caballos y con seis tirillos, y con mill y trecientos indios entre todos, nobles y de guerra como tamemes, en que cuento los de Cuba. Ya cuando Cortés partió de Cempoallan no habia vasallo de Moteczuma en su ejército que los guiase camino derecho de Méjico; que todos eran idos, ó por miedo, como vieron la liga, ó por mandado de sus pueblos y señores, y aquellos de Cempoallan no lo sabian bien. Las tres primeras jornadas que el ejército caminó por tierras, de aquellos sus amigos, fué muy bien recebido y hospedado, en especial en Xalapan. El cuarto dia llegó á Sicuchimatl, que es un fuerte lugar, puesto ladera de una muy agra sierra, y tiene hechos á manos dos pasos como escaleras para entrar en él, У si los vecinos quisieran defenderles la entrada, con dificultad subieran por allí los peones, cuanto mas los caballeros. Pero, segun después paresció, tenian mandado de Moteczuma que hospedasen, honrasen y proveyesen á los españoles, y aun dijeron que pues iban á ver á su señor Moteczuma, que supiese de cierto que les era amigo. Este pueblo tiene muchas y buenas aldeas y alquerías en lo llano. Sacaba de allí Moteczuma, cuando habia menester, cinco mill hombres de pelea. Cortés agradeció mucho al señor el hospedaje y buen tratamiento, y la buena voluntad de Moteczuma; y despedido dél, fué á pasar una sierra bien alta por el puerto que llamó del Nombre de Dios, por ser el primero que pasaba; el cual es tan sin camino, tan áspero y alto, que no lo hay tanto en España, ca tiene tres leguas de subida. Hay en ella muchas parras con uvas, y árboles con miel; en bajando aquel puerto, entró en Theubixuacán, que es otra fortaleza y villa, amiga de Moteczuma, donde acogieron á los nuestros como en el pueblo atrás. Desde allí anduvo tres dias por tierra despoblada, inhabitable, salitral. Pasaron alguna necesidad de hambre, У mucha mas de sed, á causa de ser toda la agua que toparon salada, y muchos españoles que á falta de agua dulce bebieron della, enfermaron. Sobrevínoles asimismo un turbion de piedra, y con ella un frio que los puso en harto trabajo y aprieto, ca los españoles pasaron muy mala noche de frio, sobre la indispusicion que llevaban, y los indios cuidaron perescer; y así, murieron algunos de los de Cuba que iban mal arropados, y no hechos á semejante frialdad como la de aquellas montañas. A la cuarta jornada de mala tierra tornaron á subir otra sierra no muy agra, y porque hallaron en la cumbre della mil carretadas, á lo que juzgaron, de leña cortada y compuesta, junto de una torrecilla, en que habia algunos ídolos, le llamaron el puerto de la Leña.

Dos leguas pasado el puerto, era la tierra estéril y pobre, mas luego dió el ejército en un lugar que dijeron Castilblanco, por las casas del señor, que eran de piedra, nuevas, blancas, y las mejores que hasta entonces habian visto en aquella tierra, y muy bien labradas; de que no poco se maravillaron todos. Llámase en su lenguaje Zaclotan aquel lugar, y el valle Zacatami y el señor Olintlec; el cual recibió á Cortés muy bien, y aposentó y proveyó á toda su gente muy cumplidamente, porque tenia mandamiento de Moteczuma que lo honrase, segun después él mesmo dijo, y aun por aquella nueva y mandamiento ó favor sacrificó cincuenta hombres por alegrías, cuya sangre vieron fresca y limpia, y muchos hubo del pueblo que llevaron á los españoles en hombros y hamacas, que es casi en andas. Cortés les habló con sus farautes, que eran Marina y Aguilar, y les dijo la causa de su ida por aquellas partes, y lo demás que á los de hasta allí decia siempre, y

punto de cobardía, sino que cuantas mas maravillas le decian de aquel gran señor, tanto mayores espuelas le ponian de ir á verlo; y porque tenia de pasar para ir allá por Tlaxcallan, que todos le afirmaban ser grande ciudad aquella, y de mucha fuerza y bellicosísima generacion, despachó cuatro cempoallaneses para los señores y capitanes de allí, que de su parte y de la de Cempoallan y confederados, les ofresciesen su amistad y paz, y les hiciesen saber cómo iban á su pueblo aquellos pocos españoles á los ver y servir; por tanto, que les rogasen lo tuviesen por bueno. Pensaba Cortés que los de Tlaxcallan harian otro tanto con él, como los de Cempoallan, que eran buenos y leales, y que como hasta allí le habian siempre dicho verdad, que tambien entonces los podria creer; que aquellos tlaxcaltecas eran sus amigos, y holgarian serlo asimesmo dél y de sus compañeros, pues eran inimicísimos de Moteczuma, y

al cabo le preguntó si conoscia ó reconoscia á Motec aun que irian de buena gana con él á Méjico, si hubiese

zuma. El, como maravillado de la pregunta, respondió: «Pues ¿quién hay que no sea esclavo ó vasallo de Moteczumacin?» Entonces Cortés le dijo quien era el Emperador, rey de España, y le rogó que fuese su amigo, y servidor de aquel tan grandísimo rey que le decia, y si tenia oro, que le diese un poco para enviarle. A esto respondió que no saldria de la voluntad de Moteczuma, su señor, ni daria, sin que él se lo mandase, oro ninguno, aunque tenia harto. Cortés calló á esto y disimuló, que le paresció hombre de corazon, y los suyos gente de manera y de guerra; pero rogóle que le dijese la grandeza de aquel su rey Moteczuma, y respondió que era señor del mundo, que tenia treinta vasallos con cada cien mill combatientes, que sacrificaba veinte mill personas cada año; que residia en la mas linda y fuerte ciudad de todo lo poblado; que su casa y corte era grandísima, noble, generosa; su riqueza increible, su gasto excesivo; y por cierto que él dijo la verdad en todo, salvo que se alargó algo en lo del sacrificio, aunque á la verdad era grandísima carnicería la suya de hombres muertos en sacrificios por cada templo, y algunos españoles dicen que sacrificaban, años habia, cincuenta mill. Estando así en estas pláticas, Ilegaron dos señores en el mesmo valle á ver los españoles, y presentaron á Cortés cada cuatro esclavas, y sendos collares de oro de no mucha valía. Olintlec, aunque tributario de Moteczuma, era gran señor y de veinte mill vasallos. Tenia treinta mujeres todas juntas y en su propia casa, con mas de cien otras que las servian. Tenia dos mill criados para su servicio y guarda; el pueblo era grande, y habia en él trece templos, con cada muchos ídolos de piedra y diferentes, ante quien sacrificaban hombres, palomas, codornices y otras cosas, con sahumerios y mucha veneracion. Aquí, y por su territorio, tenia Moteczuma cinco mill soldados en guarnicion y frontera, y postas de hombres en parada hasta Méjico. Nunca Cortés hasta aquí habia entendido tan entera y particularmente la riqueza y poderío de Moteczuma; y aunque se le representaban delante muchos inconvenientes, dificultades, temores cosas otras en su ida á Méjico, oyendo aquello, que á muchos valientes por ventura desmayara, no mostró

de haber guerra, por el deseo que tenian de librarse y vengarse de las injurias y daños que habian recebido de muchos años á esta parte, de la gente de Culúa. Holgó Cortés en Zaclotan cinco dias, que tiene fresca ribera y es apacible gente. Puso muchas cruces en los templos, derrocando los ídolos, como lo hacia en cada lugar que llegaba y por los caminos. Dejó muy contento á Olintlec, y fuése á un lugar que está dos leguas rio arriba, y que era de Iztacmixtlitan, uno de aquellos señores que le dieron las esclavas y collares. Este pueblo tiene en lo llano y ribera, dos leguas á la redonda, tantas caserías, que casi toca una con otra, á lo menos por do pasó nuestro ejército; y él será de mas de cinco mill vecinos, y puesto en un cerro alto, y á una parte dél está la casa del señor con la mejor fortaleza de aquellas partes, y tan buena como en España, cercada de muy buena piedra con barbacanas y honda cava. Reposó allí tres dias para repararse del camino y trabajo pasado, y por esperar los cuatro mensajeros que envió de Zaclotan, á ver qué respuesta traerian.

El primer rencuentro que Cortés hobo con los de Tlaxclallan.

Como tardaban los mensajeros, se partió Cortés de Zaclotan sin otra inteligencia de Tlaxcallan. No anduvo mucho nuestro campo después que salió de aquel lugar, cuando á la salida del valle por donde iba, topó una gran cerca de piedra seca, y de estado y medio alta, y ancha veinte piés, y con un petril de dos palmos por toda ella para pelear de encima, la cual atravesaba todo aquel valle de una sierra á la otra, y no tenia mas de una sola entrada de diez pasos, y en aquella doblaba la una cerca sobre la otra á manera de rebellin, por trecho y estrecho de cuarenta pasos; de suerte que era fuerte, y mala de pasar habiendo quien la defendiese. Preguntando Cortés la causa de estar allí aquella cerca, y quién la habia hecho, le dijo Iztacmixtlitan, que le acompañó hasta ella, que estaba para atajar, comro mojon, sus tierras de las de Tlaxcaljan, y que sus antecesores la habian hecho para impidir la entrada á los tlaxcaltecas en tiempo de guerra, que venian á los robar y matar por amigos y vasallos de Moteczuma. Grandeza les paresció á nuestros españoles aquella pared allí tan costosa y panfarrona, mas inútil y superflua, pues

habia cerca otros pasos para llegar al lugar, arrodeando un poco; pero no dejaron con todo eso de sospechar que los de Tlaxcallan debian ser bravos y valientes guerreros, pues tales amparos les ponian delante. Como el ejército paró para mirar aquella magnífica obra, pensó Iztacmixtlitan que ciaba y temia de ir adelante, y dijo y rogó al capitan que no fuese por allí, pues era su amigo y iba á ver á su señor, ni curase de atravesar por tierra de los de Tlaxcallan, que por ventura por quedar su amigo, le harian algun daño y le serian malos, como con otros solian, y que él le guiaria y llevaria siempre por tierras de Moteczuma, donde seria bien recebido y proveido, hasta llegar á Méjico. Mamexi y los otros de Cempoallan le decian que tomase su consejo, y en ninguna manera fuese por do Iztacmixtlitan le queria encaminar, que era por le desviar de la amistad de aquella provincia, cuya gente era honrada, buena y valiente, y no queria que se juntase con él para contra Moteczuma, y que no le creyese; que eran él y los suyos, unos malos, traidores y falsos, y le meterian donde no pudiese salir, y allí los comerian y matarian. Cortés estuvo suspenso una pieza con lo que unos y otros le decian; pero á la postre arrimóse al consejo de Mamexi, porque tenia mas concepto de los de Cempoallan y aliados, que no de los otros, y por no mostrar miedo; y así, prosiguió el camino de Tlaxcallan, que comenzó. Despidióse de Iztacmixtlitan, tomó dél trecientos soldados, y entró por aquella puerta de la cerca, y luego con mucha órden y buen recaudo en todo, caminó, llevando á punto los tiros, y siempre yendo él de los primeros que se adelantaban media y una legua á descubrir el campo, para si algo hobiese, que con tiempo volviese á concertar su gente, y á escoger buen lugar para batalla ó para real; así que, andadas mas de tres leguas desde la cerca, mandó decir á la infantería que caminase apriesa, que era tarde, y él fuése con los de caballo cuasi una legua adelante, donde en encumbrando una cuesta, dieron los dos de caballo que iban delanteros en unos quince hombres con espadas y rodelas, y con unos penachos que acostumbran traer en la guerra; los cuales eran escuchas, y como vieron los de caballo, echaron á huir de miedo ó por dar aviso. Llegó Cortés entonces con otros tres compañeros á caballo, y por mas que voceó ni señas hizo, no quisieron esperar; y porque no se les fuesen sin tomar lengua, corrió tras ⚫ellos con seis caballos, y alcanzólos ya que estaban juntos y remolinados con determinacion de morir antes que rendirse; y señalándoles que estuviesen quedos, se juntó á ellos, pensando tomarlos á manos y á vida; pero ellos no curaron sino de esgrimir; y así, hubieron de pelear con ellos. Defendiéronse tan bien un rato de los seis, que hirieron dos dellos, y les mataron dos caballos de dos cuchilladas, y segun algunos que lo vieron, cortaron cercen de un golpe cada pescuezo con riendas y todo. En esto llegaron otros cuatro de caballo, y luego los demás, con uno de los cuales envió Cortés á llamar corriendo la infantería, porque allegaban ya bien cinco mil indios en un ordenado escuadron, á socorrer y remediar los suyos, que los habian visto pelear; mas llegaron tarde para ello, porque ya eran todos muertos y alanceados, con enojo que mataron aquellos dos ca

ballos, y no se quisieron rendir. Todavía pelearon con los de caballo, de muy gentil ánimo y denuedo, hasta que vieron cerca los peones y artillería y el otro cuerpo del ejército contrario, y retiráronse entonces, dejando el campo á los nuestros. Los de caballo salian y entraban en los enemigos, arremetiendo á su salvo por mas que eran, sin recebir daño, y mataron hasta setenta dellos. Luego que se fueron, enviaron á nuestro ejército á decir al capitan con dos de los mensajeros que allá tenian dias habia, y con otros suyos, cómo los de Tlaxcallan decian que ellos no sabian de lo que habian hecho aquellos, que eran de otras comunidades y sin su licencia; pero que les pesaba, y que pagarian los cabaHos por ser en su tierra, y que fuesen mucho enhorabuena á su pueblo, que holgarian de acogerlos y ser sus amigos, porque les parescian valientes hombres. Todo era recado falso. Cortés se lo creyó, y les agradesció su buen comedimiento y voluntad, diciendo que iria, como ellos querian, á ser su amigo, y que no tenia necesidad de paga por sus caballos, porque presto le vernian muchos dellos. Mas Dios sabe cuánto le pesaba de la falta que le hacian, y de que supiesen los indios que los caballos morian y se podian matar. Pasó Cortés casi una legua mas adelante de do fué la muerte de los caballos, aunque era casi puesta del sol, y venia su gente cansada de haber caminado mucho aquel dia, por poner su real en lugar fuerte y de agua; y así, lo asentó cabe un arroyo, donde estuvo esta noche con miedo y con recado de centinelas á pié y á caballo, mas ningun sobresalto le dieron los enemigos; y así, pudieron los suyos reposar mas descansados que pensaban.

Que se juntaron ciento y cuarenta mil hombres contra Cortés.

Otro dia con el sol partió Cortés de allí con su escuadron bien concertado, y en medio del fardaje y artillería, é ya que llegaban á un pequeño pueblo allí cerquita, toparon con los otros dos mensajeros de Cempoallan que fueron de Zaclotan, que venian llorando, y dijeron cómo los capitanes del ejército de Tlaxcallan los habian atado y guardado, mas que se habian ellos soltado y escapado aquella noche, porque los querian sacrificar luego en siendo de dia, al dios de la victoria, y comérselos para dar buen comienzo á la guerra, y en señal que así tenian de hacer á los barbudos y á cuantos venian con ellos. Apenas acabaron de contar esto, cuando á menos de tiro de ballesta asomaron por detrás un cerrillo hasta mil indios muy bien armados, y llegaron con un alarido que subia hasta el cielo, á tirar dardos, piedras y saetas á los nuestros. Cortés les hizo muchas señas de paz para que no peleasen, y les habló con los farautes, rogando y requiriéndoselo en forma por ante escribano y testigos, como si hubiera de aprovechar ó entendieran lo que era; y como cuanto mas les decian, tanta mas prisa ellos se daban á combatir, pensando desbaratallos, ó meterlos en juego para que los siguiesen hasta llevarlos á una celada de mas de ochenta mil hombres, que les tenian parada entre unas grandes quebradas de arroyos que atravesaban el camino y hacian mal paso. Tomaron los nuestros las armas y dejaron las palabras; trabóse una gentil contienda, porque aquellos mil eran tantos como los que de nuestra

ansí verdad, porque los de Tlaxcallan juntaron toda la gente posible para tomar los españoles, y hacer dellos los mas solenes sacrificios y ofrendas á sus dioses, que jamás se hubiesen hecho, y un banquete general de aquella carne, que llamaban celestial. Repártese Tlaxcallan'en cuatro cuarteles ó apellidos, que son Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatlan, Cuyahuiztlan, que es como decir en romance los Serranos, los del Pinar, los del Yeso, los del Agua. Cada apellido destos tiene su cabeza y señor, á quien todos acuden y obedescen, y estos así juntos hacen el cuerpo de la república y ciudad. Mandan y gobiernan en paz, y en guerra tambien ; y así, aquí en esta hubo cuatro capitanes, de cada cuartel el suyo; mas el general de todo el ejército fué uno dellos mesmos que se llamaba Cicotencålt, y era de los del Yeso, y llevaba el estandarte de la ciudad, que es una grua de oro con las alas tendidas y muchos esmaltes y argentería. Traíala detrás de toda la gente, como es su costumbre estando en guerra; que si no, delante va. El segundo capitan era Maxixcacin. El número de todo el ejército era casi cient У cincuenta mil combatientes. Tanta junta y aparato hicieron contra cuatrocientos españoles, y al cabo fueron vencidos y rendidos, aunque después amigos grandísimos. Vinieron pues estos cuatro capitanes con todo su ejército, que cubria el campo, á ponerse cerca de los españoles, una gran barranca no mas en medio, el otro dia siguiente, como prometieron, é antes que amaneciese. Era gente muy lucida y bien armada, segun ellos usan, aunque venian pintados con bija y jagua, que mirados al gesto parescian demonios. Traian grandes penachos, y campeaban á maravilla; traian hondas, varas, lanzas, espadas, que acá llaman bisarmas; arcos y flechas sin yerbas; traian asimismo cascos, brazaletes y grevas de madera, mas doradas ó cubiertas de pluma ó cuero. Las corazas eran de algodon, las rodelas y broqueles muy galanos, y no mal fuertes, ca eran de recio palo y cuero, y con laton y pluma, las espadas de palo y pedernal engastado en él, que cortan bien y hacen mala herida. El campo estaba repartido por sus escuadrones, é con cada muchas bocinas, caracoles y atabales; que cierto era bien de mirar, y nunca españoles vieron junto mejor ni mayor ejército en Indias después que las descubrieron.

parte combatian, y diestros y valientes hombres, y en mejor lugar puestos para pelear. Duró muchas horas la batalla, y al cabo, ó por cansados, ó por meter los enemigos en el garlito do pensaban tomarlos á bragas enjutas, comenzaron de aflojar y á retirarse hacia los suyos, no desbaratados, sino cogidos. Los nuestros, encendidos en la pelea y matanza, que no fué chica, siguiéronlos con toda la gente y fardaje, y cuando menos se cataron, entraban en las acequias y quebradas, y entre infinitísimos indios armados que los aguardaban en ellas. No se pararon por no desordenarse, y pasáronlos con harto temor y trabajo, por la mucha prisa y guerra que los contrarios les daban; de los cuales hubo muchos que arremetieron á los de caballo en aquellos malos pasos á les quitar las lanzas: tan osados eran. Muchos españoles quedaran allí perdidos si no les ayudaran los indios amigos. Ayudóles tambien mucho el esfuerzo y consuelo de Cortés, que aunque iba en la delantera con los caballos peleando y haciendo lugar, volvia de cuando en cuando á concertar el escuadron y animar su gente. Salieron en fin de aquellas quebradas á campo llano y raso, donde pudieron correr los caballos é jugar la artillería; dos cosas que hicieron harto daño en los enemigos, y que mucho los maravilló por su novedad; y así, luego huyeron todos. Quedaron este dia en el un rencuentro y en el otro muchos indios muertos y heridos, y de los españoles fueron algunos heridos, pero ninguno muerto, y todos dieron gracias a Dios, que los libró de tanta multitud de enemigos; y muy alegres con la vitoria, se subieron á poner real en Teocacinco, aldea de pocas casas, que tenia una torrecilla y templo, donde se hicieron fuertes, y muchas chozas de paja y rama, que trajeron después los tamemes. Hiciéronlo tan bien aquellos indios que iban en nuestro ejército de los de Cempoallan y de Iztamixtlitan, que les dió Cortés muy cumplidas gracias, ora fuese por miedo de ser comidos, ora por vergüenza y amistad. Durmieron aquella noche, que fué la primera de setiembre, los nuestros mal sueño, con recelo no les sobresalteasen los enemigos; pero ellos no vinieron; que no acostumbran pelear de noche; y luego en siendo dia envió Cortés á rogar y requerir á los capitanes de Tlaxcallan con la paz y amistad, y á que le dejasen pasar con Dios por su tierra á Méjico; que no iba á les hacer enojo ni mal ninguno. Dejó docientos españoles y la artillería y tamemes en el real, tomó otros docientos, y los trecientos de Iztacmixtlitan y hasta cuatrocientos cempoallaneses, y salió á correr el campo con ellos y con los caballos antes que los de la tierra se hubiesen de juntar. Fué, quemó cinco ó seis lugares, y volvióse con hasta cuatrocientas personas presas, sin rescebir daño, aunque le siguieron peleando hasta la torre y real, donde halló la respuesta de los capitanes contrarios, la cual era que otro dia vernian á verle y á responderle, como veria. Cortés estuvo aquella noche muy á recaudo, ca le paresció brava. respuesta y determinada para hacer lo que decian, mayormente que le certificaban los prisioneros que se juntaban ciento y cincuenta mil hombres para venir sobre él otro dia, y tragarse vivos los españoles, á quien querian muy mal, creyendo ser muy grandes amigos de Moteczuma, al cual deseaban la muerte y todo mal; y era

Los fieros que hacían á nuestros españoles aquellos de Tlaxcallan.

Estaban feroces aquellos y habladores, y diciendo en―. tre sí mesmos: «¿Qué gente poca y loca es esta que nos amenaza sin conoscernos, y se atreve á entrar en nuestra tierra sin licencia y contra nuestra voluntad? No vamos á ellos tan presto; dejémoslos descansar, que tiempo tenemos de los tomar y atar. Enviémosles de comer, que vienen hambrientos, no digan después que los tomamos por hambre y de cansados. » Eansí, les enviaron luego trecientos gallipavos y docientas cestas de bollos de Centli, que es su pan ordinario, que pesaban mas de cien arrobas; lo cual fué gran refrigerio y socorro para la necesidad que tenian. Dende á poco dijeron: «Vamos á ellos que ya habrán comido, y comerémonoslos, y pagaránnos nuestros gallipavos y nuestras tortas, é sabrémos quién les mandó entrar acá; é si es Moteczuma, venga y líbrelos; é si es su atrevimiento,

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