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ellas, y aun ellos, cercillos en las orejas, anillos en las narices y bezotes en los bezos. Casan los señores con cuantas quieren, los otros con una ó con dos, y aquella, no hermana ni madre ni hija. No las quieren extranjeras ni desiguales. Dejan, truecan y aun venden sus mujeres, especial si no paren; empero es el divorcio y apartamiento estando ella con su camisa, por la sospecha del preñado. Son ellos celosos, y ellas buenas de su cuerpo, segun dicen algunos. Tienen mancebías públicas de mujeres, y aun de hombres en muchos cabos, que visten y sirven como hembras sin les ser afrenta, antes se excusan por ello, queriendo, de irá la guerra. Las mozas que yerran, echan la criatura con yerbas que para ello comen, sin castigo ni vergüenza. Múdanse como alárabes, y esta debe de ser la causa de haber chicos pueblos. Andan los señores en mantas a hombros de sus esclavos, como en andas; son muy acatados; ultrajan mucho los vasallos; hacen guerra justa é injustamente sobre acrecentar su señorío. Consultan las guerras los señores y sacerdotes sobre bien borrachos ó encalabriados con humo de cierta yerba. Van muchas veces con los maridos á pelear las mujeres, que tambien saben tirar de un arco, aunque mas deben ir para servicio y deleite. Todos se pintan en la guerra, unos de negro y otros de colorado como carmesí. Los esclavos de la boca arriba, y los libres de allí abajo. Si caminando se cansan, jásanse de las pantorrillas con lancetas de piedra, con cañas ó colmillos de culebras, ó lábanse con agua de la corteza del hobo. Las armas que tienen son arco y flechas, lanzas de veinte palmos, dardos con amiento, cañas con lengua de palo, hueso de animal ó espina de peces, que mucho enconan la herida, porras y rodelas; casquetes no los han menester, que tienen las cabezas tan recias, que se rompe la espada dando en ellas; y por eso ni les tiran cuchilladas ni se dejan topetar. Llevan en ellas grandes penachos por gentileza. Usan atabales para tocar al arma y ordenanza, y unos caracoles que suenan mucho. El herido en la guerra es hidalgo y goza de grandes franquezas. No hay espía que descubra el secreto, por mas tormentos que le dén. Al captivo de guerra señalan en la cara, y le sacan un diente de los delanteros. Son inclinados á juegos y hurtos; son muy haraganes. Algunos tratan yendo é veniendo á ferias. Truecan una cosa por otra, que no tienen moneda. Venden las mujeres y los hijos. Son grandes pescadores de red todos los que alcanzan rio y mar; ca se mantienen así sin trabajo y con abundancia. Nadan mucho y bien, hombres y mujeres. Acostumbran á lavarse dos ó tres veces al dia, especial ellas, que van por agua; ca de otra manera hederian á sobaquina, segun ellas confiesan. Los bailes que usan son areitos, y los juegos pelota. La medicina está en los sacerdotes, como la religion; por lo cual, y porque hablan con el diablo, son en mueho tenidos. Creen que hay un Dios en el cielo, pero que es el sol, y que tiene por mujer á la luna; y así, adoran mucho estos dos planetas. Tienen en mucho al diablo, adóranle y píntanle como se les aparece, y por esto hay muchas figuras suyas. Su ofrenda es pan, humo, frutas y flores, con gran devocion. El mayor delito es hurto, y cada uno puede castigar al ladrón que hurta maíz, cortándole los brazos y echándoselos al cuello.

Concluyen los pleitos en tres dias, y hay justicia ejecutoria. Entiérranse generalmente todos, aunque en algunas tierras, como la de Comagre, desecan los cuerpos de los reyes y señores al fuego poco a poco hasta consumir la carne. Asanlos, en fin, después de muertos, y aquello es embalsamar. Dicen que duran así mucho; atavianlos muy bien de ropa, oro, piedras y pluma; guárdanlos en los oratorios de palacio colgados ó arrimados á las paredes. Hay agora pocos indios, y aquellos son cristianos. La culpa de su muerte cargan á los gobernadores, y la crueldad á los pobladores, soldados, y capitanes.

Cenu.

Cenu es rio, lugar y puerto grande y seguro. El pueblo está diez leguas de la mar; hay en él mucha contratacion de sal y pesca. Gentil platería de indios. Labran de vaciadizo y doran con yerba. Cogen oro en do quieren, y cuando llueve mucho paran redes muy menudas en aquel rio y en otros, y á las veces pescan granos como huevos, de oro puro. Descubriólo Rodrigo de Bastidas, como dije, el año de 2. Juan de la Cosa entró en él dos años después, y en el año de 9 aconteció lo siguiente al bachiller Enciso, yendo tras Alonso de Hojeda; el cual echó gente allí para rescatar con los naturales, y tomar lengua y muestra de la riqueza de aquella tierra. Vinieron luego muchos indios armados con dos capitanes en son de pelear. Enciso hizo señas de paz, y hablóles por una lengua que Francisco Pizarro llevaba de Uraba, diciendo cómo él y aquellos sus compañeros eran cristianos españoles, hombres pacificos, y que habiendo navegado mucha mar y tiempo, traian necesidad de vituallas y oro. Por tanto, que les. rogaba se lo diesen á trueco de otras cosas de mucho precio, y que nunca ellos las habian visto tales. Respondieron que bien podia ser que fuesen hombres de paz, pero que no traian tal aire; que se fuesen luego de su tierra, ea ellos no sufrian cosquillas, ni las demasías que los extranjeros con armas suelen hacer en tierras ajenas. Replicóles entonces él que no se podia ir sin les decir primero á lo que venia. Hízoles un largo sermon, que tocaba su conversion á la fe y baptismo, muy fundado en un solo Dios, criador del cielo y de la tierra y de los hombres; y al cabo dijo cómo el santo padre de Roma, vicario de Jesucristo en toda la redondez de la tierra, que tenia mando absoluto sobre las almas y la religion, habia dado aquellas tierras al muy poderoso rey de Castilla, su señor, y que iba él á tomar la posesion dellas; pero que no les echaria de allí, si querian ser cristianos y vasallos de tan soberano príncipe, con algun tributo de oro que cada un año le diesen. Ellos dijeron á esto, sonriéndose, que les parecia bien lo de un Dios, mas que no querian disputar, ni dejar su religion; que debia ser muy franco de lo ajeno el Padre Santo, ó revoltoso, pues daba lo que no era suyo; y el Rey, que era algun pobre, pues pidia, y algun atrevido, que amenazaba á quien no conocia; y que llegase á tomarles su tierra, y porníanle la cabeza en un palo á par de otros muchos enemigos suyos, que le mostraron con el dedo junto al lugar. Requirióles otra y muchas veces que lo recibiesen con las condiciones sobredichas, si no, que los mataria ó prenderia.por escia

vos para vender. Pelearon por abreviar, y aunque murieron dos españoles con flechas enhervoladas, mataron muchos, saquearon el lugar y captivaron muchas personas. Hallaron por las casas muchas canastas yespuertas de palma llenas de cangrejos, caracoles sin cáscara, cigarras, grillos, langostas de las que destruyen los panes, secas y saladas, para llevar mercaderes la tierra adentro, y traer oro, esclavos y cosas de que carecen.

Cartagena.

Juan de la Cosa, vecino de Santa María del Puerto, piloto de Rodrigo de Bastidas, armó el año de 4 cuatro carabelas con ayuda de Juan de Ledesma, de Sevilla, y de otros, y con licencia del Rey, porque se ofreció á domar los caribes de aquella tierra. Fué pues á desembarcar á Cartagena, y creo que halló allí al capitan Luis Guerra, y entrambos hicieron la guerra y mal que pudieron; saltearon la isla de Codego, que cae á la boca del puerto. Tomaron seiscientas personas, discurrieron por la costa, pensando rescatar oro, entraron en el golfo de Uraba, y en un arenal halló Juan de la Cosa oro, que fué lo primero que de allí se presentó al Rey. Llevaban muy llenos de gente los navíos, dieron vuelta á Santo Domingo, que ni hallaban rescate ni mantenimiento. Alonso de Hojeda fué allá dos veces, y la postrera le mataron setenta españoles; y él, como ya estaban dados los caribes por esclavos, cogió la gente, oro y ropa que pudo. Pedro de Heredia, natural de Madrid, pasó á Cartagena por gobernador, el año de 32, con cien españoles y cuarenta caballos, en tres carabelas bien artilladas y bastecidas. Pobló y conquistó; mató indios y matáronle españoles en el tiempo que gobernó. Tuvo émulos y pecados, por donde vinieron á España él y un su hermano presos; y anduvieron fatigados muchos años tras el consejo de Indias en Valladolid, Madrid y Aranda de Duero. Nombráronla así los primeros descobridores, porque tiene una isla en el puerto como nuestra Cartagena, aunque mayor, y que se dice Codego. Es larga dos leguas, y ancha media. Estaba muy poblada de pescadores cuando los capitanes Cristóbal y Luis Guerra y Juan de la Cosa la saltearon. Los hombres y mujeres desta tierra son mas altos y hermosos que isleños. Andan desnudos como nacen, aunque se cubren ellas la natura con una tira de algodon, y usan cabellos largos. Traen cercillos de oro, y en las muñecas y tobillos cuentas, y un palillo de oro atravesado por las narices, y sobre las tetas bronchas. Ellos se cortan el cabello encima de las orejas, no crian barbas, aunque hay hombres barbados en algunas partes. Son valientes y belicosos. Précianse mucho del arco; tiran siempre con yerba al enemigo y á la caza. Pelea tambien la mujer como el hombre. Una tomó presa el bachiller Enciso, que siendo de veinte años, habia muerto ocho cristianos. En Chimitao van las mujeres á la guerra con huso y rueca; comen los enemigos que matan, y aun hay muchos que compran esclavos para comérselos. Entiérranse con mucho oro, pluma y cosas ricas, sepultura se halló en tiempo de Pedro de Heredia que tuvo veinte y cinco mil pesos de oro. Hay mucho cobre, oro no tanto, ca lo traen de otras partes por rescate y trueco de cosas. Los indios que hay son cristianos, tienen su obispo.

Santa Marta.

Rodrigo de Bastidas, que descubrió á Santa Marta, la gobernó tambien; fué á eso el año de 24, pobló y conquistó buenamente, que le costó la vida; ca se enojaron dél los soldados en Tarbo, pueblo rico, porque no se lo dejó robar. Enojados pues y descontentos, murmuraban dél terriblemente, diciendo que queria mas para los indios que para ellos; entró ambicion en Pedro de Villafuerte, nacido en Ecija, á quien Bastidas honraba mucho y procuraba de levantar, y á quien confiaba sus secretos y hacienda; el cual pensaba que muriendo Bastidas, se quedaria él por gobernador, pues tenia la mano en los negocios, así de guerra como de justicia, por la gota y otros males de Bastidas. Con este pensamiento tentó á ciertos soldados, y como los halló aparejados para seguir su voluntad, propuso de matarlo. Juramentóse con cincuenta españoles, de los cuales eran los principales Montesinos de Librija, Montalvo de Guadalajara y un Porras; fué con ellos una noche á casa del gobernador Bastidas, y dióle cinco puñaladas en su propia cama, estando durmiendo, de que al cabo murió. Después fueron gobernadores los adelantados de Tenerife, don Pedro de Lugo y su hijo don Alonso Luis de Lugo, que se hubo en la provincia como suelen codiciosos. Alonso de Hojeda pacificó al cacique Jaharo mucho antes que fuese á Uraba, al cual robó Cristóbal Guerra, á quien después mataron indios. Yendo Pedrarias de Avila por gobernador al Darien, quiso tomar puerto, tierra y lengua aquí. Juntó los navíos á la costa por asegurar la gente que salia en los bateles, acudieron muchos indios á la marina con armas para defender la tierra escarmentados de semejantes navíos y hombres, ó arregostados á la carne de cristianos. Comenzaron á chiflar y tirar flechas, piedras y varas á las naos; encendidos en ello, entraban en el agua hasta la cinta; muchos descargaron sus carcajes nadando: tanta es su braveza y ánimo. Empavesáronse muy bien los nuestros, por miedo de la yerba, y aun con todo eso fueron heridos dos españoles, que después murieron dello; jugaron en los indios la artillería, con que hicieron mas miedo que daño, ca pensaban que de las naos salian truenos y relámpagos como de nubes. Tuvo Pedrarias consejo si saldrian á tierra ó á la mar; hubo diversos pareceres. Al fin pudo mas la honrada vergüenza que la sabia cobardía; salieron á tierra, echaron de la marina á los indios, y luego ganaron el pueblo y mucha ropa, oro, niños y mujeres. Cerca de Santa Marta es Gaira, donde mataron cincuen→ ta y cinco españoles á Rodrigo de Colmenares. Hay en Santa Marta mucho oro y cobre que doran con cierta yerba majada y esprimida; fregan el cobre con ella y sá→ canlo al fuego: tauto mas color toma cuanto mas yerba le dan, y es tan fino, que engañó muchos españoles al principio. Hay ámbar, jaspe, calcidonias, zafis, esmeraldas y perlas; la tierra es fértil y de regadío, multiplica mucho el maíz, la yuca, las batatas y ajes. La yuca que en Cuba, Haiti y las otras islas es mortal estando cruda, aquí es sana; cómenla cruda, asada, cocida, en cazuela ó potajes, y como quiera es de buen sabor; es planta, y no simiente; hacen unos montones de tierra grandes y en hila, como cepas de viñas. Hincan en cada uno dellos los palos de yuca que les parece, dejando la

mitad fuera; prenden estos palos, y lo que cubre la tierra bácese como nabo galiciano, y es el fruto lo que no cubre; crece un estado, mas o menos. La caña es maciza, gorda y ñudosa, pardisca, la hoja es verde y que parece de cáñamo; es trabajosa de sembrar y escardar, pero segura y cierta, por ser raíz; tarda un año á venir, y si la dejan dos es mejor; los ajes y batatas son casi una misma cosa en talle y sabor, aunque las batatas son mas dulces y delicadas. Plántanse las batatas como la yuca, pero no crecen así; ca la rama no se levanta del suelo mas que la de rubia, y echa la hoja á manera de yedra; tardan medio año á sazonarse para ser buenas; saben á castañas con azúcar ó á mazapan; hay muy gran ejercicio de pescar con redes y de tejer algodon y pluma; por causa destos dos oficios se hacian gentiles mercados. Précianse de tener sus casas bien aderezadas con esteras de junco y palma, teñidas ó pintadas; paramentos de algodon y oro y aljófar, de que mucho se maravillaron nuestros españoles; cuelgan en las puntas de las camas sartas de caracoles marinos para que suenen. Los caracoles son de muchas maneras y gentiles, muy grandes y mas resplandecientes y finos que nácar. Van desnudos, pero cubren lo suyo en unos como embudos de calabaza ó canutillos de oro; ellas se ciñen unos delantales; las señoras traen en las cabezas unas como diademas de pluma grandes, de las cuales cuelgan por las espaldas un chia hasta medio cuerpo. Parecen muy bien con ellas, y mayores de lo que son, y por eso dicen que son dispuestas y hermosas; no son menores las indias que las mujeres de acá, sino que como no traen chapines de á palmo ni de palmo y medio como ellas, ni aun zapatos, parecen chicas. La obra de las diademas tiene arte y primor; las plumas son de tantas colores y tan vivas, que atraen mucho la vista; muchos hombres visten camisetas estrechas, cortas y con medias mangas. Ciñen faldillas hasta los tobillos, y atan al pecho unas capitas. Son muy putos y précianse dello; ca en los sartales que traen al cuello ponen por joyel al dios Priapo, y dos hombres uno sobre otro por detrás, relevados de oro : tal pieza de aquestas hay que pesa treinta castellanos. En Zamba, que los indios dicen Nao, y en Gaira, crian los putos cabello y atapan sus vergüenzas como mujeres, que los otros traen coronas como frailes; y así, los llaman coronados; las que guardan virginidad allí siguen mucho la guerra con arco y aljaba; van á caza solas y pueden matar sin pena al que se lo pide. Caponan los niños porque enternezcan para comer; son estos de Santa Marta caribes, comen carne humana, fresca y cecinada, hincan las cabezas de los que matan y sacrifican, á las puertas por memoria, y traen los dientes al cuello (como sacamuelas) por bravosidad, y cierto ellos son bravos, belicosos y crueles; ponen por hierro en las flechas hueso de raya, que de suyo es enconado, y úntanlo con zumo de manzanas ponzoñosas ó con otra yerba, hecha de muchas cosas, que hiriendo mata. Son aquellas manzanas del tamaño y color que nuestras magrillas; si algun hombre, perro ó cualquier otro animal come dellas, se les vuelven gusanos, los cuales en brevísimo tiempo crecen mucho y comen las entrañas sin que haya remedio, á lo menos muy poco; el árbol que las produce es grande, comun,

y de tan pestilencial sombra, que luego duele la cabeza al que se pone á ella. Si mucho se detiene allí, hinchasele la cara y túrbasele la vista, y si duerme, ciega; morian, y aun rabiando, los españoles heridos della, como no sabian ningun remedio, aunque algunos sanaban con cauterios de fuego y agua de mar. Los indios tienen otra yerba que con el zumo de su raíz remedia la ponzoña desta fruta y restituye la vista y cura todo mal de ojos. Esta yerba que hay en Cartagena, dicen que es la hipérbaton con que Alejandro sanó á Ptolomeo, y poco há se conoció en Cataluña por industria de un esclavo inoro, y la llaman escorzonera.

Descubrimiento de las esmeraldas.

Para ir á la nueva Granada entran por el rio que Ilaman Grande, diez ó doce leguas de Santa Marta al poniente. Estando en Santa Marta el licenciado Gonzalo Jimenez, teniente por el adelantado don Pedro de Lugo, gobernador de aquella provincia, subió el rio Grande arriba por descubrir y conquistar en una tierra que nombró Sant Gregorio. Diéronle ciertas esmeraldas; preguntó de dónde las habian, y fuése al rastro dellas; subió mas arriba, y en el valle de los alcázares, se topó con el rey Bogotá, hombre avisado, que por echar de su tierra los españoles, viéndolos codiciosos y atrevidos, dió al licenciado Jimenez muchas cosas de oro, y le dijo cómo las esmeraldas que buscaba estaban en tierra y señorío de Tunja. Tenia Bogotá cuatrocientas mujeres, y cada uno de su reino podia tomar cuantas pudiese tener, pero no habian de ser parientas; todas se habian muy bien, que no hacian poco. Era Bogotá muy acatado, ca le volvian las espaldas por no le mirar á la cara, y cuando escupia se hincaban de rodillas los mas principales caballeros á tomar la saliva en unas tohallas de algodon muy blancas, porque no tocase á tierra cosa de tan gran príncipe; allí son mas pacíficos que guerreros, aunque tenian guerra muchas veces con los panches. No tienen yerba ni muchas armas, justifícanse inucho en la guerra que toman, piden respuesta del succeso della á sus ídolos y dioses, pelean de tropel, guardan las cabezas de los que prenden; idolatran reciamente, especial en bosques; adoran el sol sobre todas las cosas; sacrifican aves, queman esmeraldas y sahuman los ídolos con yerbas. Tienen oráculos de dioses, á quien piden consejo y respuesta para las guerras, temporales, dolencias, casamientos y tales cosas; pónense para esto por las coyunturas del cuerpo unas yerbas que llaman jop y osca, y toman el humo. Tienen dieta dos meses al año, como cuaresma, en los cuales no pueden tocar á mujer ni comer sal; hay unos como monesterios donde muchas mozas y mozos se encierran ciertos años. Castigan recio los pecados públicos, hurtar, matar y sodomía, que no consienten putos; azotan, desorejan, desnarigan, ahorcan, y á los nobles y honrados cortan el cabello por castigo, ó rásganles las mangas de las camisetas; visten sobre las camisetas ropas que ciñen, pintadas de pincel. Traen en las cabezas, ellas guirlandas, y los caballeros cofias de red ó bonetes de algodon; traen cercillos y otras joyas por muchas partes del cuerpo; mas han primero de estar en monesterio. Heredan los hermanos y sobrinos, y no los

brazos y cabellos; hay guerras sobre caza; dicen que hay tierra donde las mujeres reinan y mandan; no miran al sol, por acato, ni al señor. Reprehendian mucho á los españoles, que miraban de hito á su capitan. Ciento y cincuenta leguas el rio arriba hacen sal de raspaduras de palma y orinas de hombre, y es la gente de Indias que menos sin voces y ruido compran y venden. Es tierra que ni enfada la ropa ni la lumbre, aunque está cerca de la tórrida zona; el año de 47 puso el Emperador chancillería en la Nueva-Granada como está en la vieja, de solos cuatro oidores.

hijos; entiérranse los bogotás en ataudes de oro; partió Jimenez de Bogotá, pasó por tierra de Conzota, que llamó valle del Espíritu Santo; fué á Turmeque, y nombróle valle de la Trompeta ; de allí á otro valle, dicho Sant Juan, y en su lenguaje Tenesucha. Habló con el señor Somondoco, cuya es la mina ó cantera de las esmeraldas: fué allá, que hay siete leguas, y sacó muchas. El monte donde está el minero de las esmeraldas es alto, raso, pelado, y á cinco grados de la Equinocial á nosotros. Los indios para sacarlas hacen primero ciertos encantes y hechizos por saber cuál es buena veta; vinieron á monton para sacar el quinto y repartir mil y ochocientas esmeraldas, entre grandes y pequeñas, que las comidas y hurtadas no se contaron; riqueza nueva y admirable, y que jamás se vió tanta ni tan fina piedra junta. Otras muy muchas se han hallado después acá por aquella tierra,empero este fué el principio; cuyo hallazgo y honra se debe á este letrado Jimenez: notaron mucho los españoles que, habiendo tal bendicion de Dios en lo alto de aquel serrejon, fuese tan estéril tierra, y en lo llano que criasen los moradores hormigas para comer, y tan simples los hombres, que no saliesen á trocar aquellas ricas piedras por pan; creo que indios se dan poco por piedras. Tambien hubo el licenciado Jimenez en este viaje, que fué de poco tiempo, trecientos mil ducados en oro; ganó asimesmo muchos señores por amigos, que se ofrecieron al servicio y obe diencia del Emperador. Las costumbres, religion, traje y armas de lo que llaman Nueva-Granada son como en Bogotá, aunque algunas gentes se diferencian: los panches, enemigos de bogotás, usan paveses grandes y livianos, tiran flechas como caribes, comen todos los hombres que captivan, después y antes de sacrificados, en venganza; puestos en guerra, nunca quieren paz ni concierto, y si les cumple, sus mujeres la piden, que no pierden ánimo ni honra, como perderian ellos. Llevan sus ídolos á la guerra por devocion ó esfuerzo; cuando se los tomaban españoles, pensaban que lo hacian de devotos, y era por ser de oro y por quebrallos; de que mucho se entristecian. Sepúltanse los de Tunja con mucho oro; y así, habia ricos enterramientos; las palabras del matrimonio es el dote en mueble; que raíces no dan, ni guardan mucho parentesco. Llevan á la guerra hombres muertos que fueron valientes, para animarse con ellos, y por ejemplo que no han de huir mas que ellos, ni dejarlos en poder del enemigo; los tales cuerpos están sin carne, con sola el armadura de los huesos asidos por las coyunturas. Si son vencidos, lloran y piden perdon al sol de la injusta guerra que comenzaron; si vencen, hacen grandes alegrías, sacrifican los niños, captivan las mujeres, matan los hombres aunque se rindan, sacan los ojos al señor ó capitan que prenden, y hácenle mil ultrajes. Adoran muchas cosas, y principalmente al sol y luna; ofrecen tierra, haciendo primero della ciertas cerimonias y vueltas con la mano; los sabumerios son de yerbas, y á revuelta dellas queman oro y esmeraldas, que es su devoto sacrificio; sacrifican tambien aves para rosciar los ídolos con la sangre. Lo santo es sacrificar en tiempo de guerra hombres captivos en ella, ó esclavos comprados y traidos de léjos tierras; atan los malhechores á dos palos por piés,

Venezuela.

Todo lo que hay del cabo de la Vela al golfo de la Paria descubrió Cristóbal Colon en el año 1498. Caen en esta costa Venezuela, Curiana, Chiribichi y Cumaná y otros muchos rios é puertos. El primer gobernador que pasó á Venezuela fué Ambrosio de Alfinger, aleman, en nombre de los Belzares, mercaderes riquísimos á quien el Emperador empeñó esta tierra; fué año de 28. Hizo algunas entradas con los que llevó, conquistó muchos indios, y al fin murió de un flechazo con yerba que le dieron caribes por la garganta, y los suyos vinieron á tanta hambre, que comieron perros y tres indios. Sucedióle Jorge Spira, tambien aleman, y que fué allá el año de 35; la reina doña Isabel no consentia pasar á Indias, sino á gran importunacion, hombre que no fuese su vasallo. El Rey Católico dejó ir allá, después que murió ella, á los suyos de los reinos de Aragon; el Emperador abrió la puerta á los alemanes y extranjeros en el concierto que hizo con la compañía destos Belzares, aunque agora mucho cuidado y rigor se tiene para que no vayan ni vivan en las Indias sino españoles. Venezuela es obispado, y la silla está en Coro; el primer obispo fué Rodrigo de Bastidas, y no el descubridor. Díjose Venezuela porque está edificada dentro en agua sobre peña llana, y en un lago que llaman Maracaibo, y los españoles, de Nuestra Señora; son las mujeres mas gentiles que sus vecinas, píntanse pecho y brazos, van desnudas, cúbrenselo con un hilo; esles vergüenza si no lo traen, y si alguno se lo quita, las injuria. Las doncellas se conocen en el color y tamaño del cordel, y traello así es señal certísima de virginidad; en el cabo de la Vela traen por la horcajadura una lista de algodon no mas ancha que un jeme; en Tarare usan sayas hasta en piés con capillas; son tejidas en una pieza, que no llevan costura ninguna; ellos en general meten lo suyo en cañutillos, y los enotos atan la capilla por cubrir la cabeza. Hay muchos sodométicos que no les falta para ser del todo mujer, sino tetas y parir; adoran idolos, pintan al diablo como le hablan y ven, tambien se pintan todos ellos el cuerpo, y el que vence, prende ó mata ó otro, ora sea en guerra, ora en desafío, con que á traicion no sea, se pinta un brazo por la primera vez, la otra los pechos, y la tercera con un verdugo de los ojos á las orejas, y esta es su caballería. Sus armas son flechas con yerba, lanzas de á veinte y cinco palmos, cuchillos de caña, porras, hondas, adargas muy grandes de corteza y cuero. Los sacerdotes son médicos; preguntan al enfermo si cree que lo pueden ellos sanar, traen la mano por el dolor, llaga ó postema, rig

tan y chupan con una paja; si no sana, echan la culpa al paciente ó á los dioses (que así hacen todos los médicos). Lloran de noche al señor que muere; el lloro es cantar sus proezas : tuéstanlo, muélenlo, y echado en vino, se lo beben, y esto es gran honra; en Zompachai entierran los señores con mucho oro, piedras y perlas, y sobre la sepultura hincan cuatro palos en cuadro, emparaméntanlos, y cuelgan allí dentro armas, plumajes y muchas cosas de comer y beber. En Maracaibo hay casas sobre postes en agua, que pasan barcos por debajo; allí aprendió Francisco Martin á curar con humo, soplos y bramidos.

El descubrimiento de las perlas.

Antes que mas adelante pasemos, pues hay perlas en mas de cuatrocientas leguas de costa que ponen del cabo de la Vela al golfo de Paria, es bien decir quién las descubrió. En el viaje tercero que Cristóbal Colon hizo á Indias, año de 1498, 6 (segun algunos) 7, llegó á la isla Cubagua, que llamó de Perlas. Envió un batel con ciertos marineros á tomar una barca de pescadores, para saber qué pescaban y qué gente eran. Los marineros siguieron la barca, que de miedo, habiendo visto aquellos grandes navíos, huia. No la pudieron alcanzar. Llegaron á tierra, donde los indios pararon su barca y aguardaron. No se alteraron ni llamaron gente, antes mostraron alegría de ver hombres barbados y vestidos á la marinesca. Un marinero quebró un plato de Málaga, y salió á rescatar con ellos y á mirar la pesca, porque vió entre ellos una mujer con gargantillas de aljófar al cuello. Hubo á trueco del plato (que otra cosa no sacó) ciertos hilos de aljófar blanco y granado, con que se tornaron á las naos muy alegres. Colon, por certificarse mas y mejor, mandó ir otros con cascabeles, agujas, tijeras y cascos de aquel mesmo barro valenciano, pues lo querian y preciaban. Fueron pues, y trajeron mas de seis marcos de aljófar menudo y grueso con muchas buenas perlas entre ello. «Dígovos que estáis, dijo Colon entonces á los españoles, en la mas rica tierra del mundo: demos gracias al Señor.» Maravillóse de ser tan crecido todo aquel aljófar, ca de ver tanto no cabia de placer. Entendió que los indios no hacian caso de lo muy menudo por tener harto de lo granado, ó por no saber agujerarlo. Dejó Colon la isla y acercóse á tierra, que andaba mucha gente por la marina, para ver si habia tambien allá perlas. Estaba la costa cubierta de hombres, mujeres y niños que salian á mirar los navios, cosa para ellos extraña. El señor de Cumaná, que ansí llamaban aquella tierra y rio, envió á rogar al capitan de la flota que desembarcase y seria bien recebido. Mas él, aunque hacian gestos de amor los mensajeros, no quiso ir, temiendo alguna zalagarda, ó porque los suyos no se quedasen allí si habia tantas perlas como en Cubagua. Tornaron luego muchos indios á las naos; entraron en ellas, y quedaron espantados de los vestidos, espadas y barbas de los españoles; de los tiros, jarcias y obras muertas de las naos, y aun los nuestros se santiguaron y gozaron en ver que todos aquellos indios traian perlas al cuello y muñecas. Colon les demandaba por señas donde las pescaban. Ellos señalaban con el dedo la isla y la costa. Envió entonces Colon á tierra

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dos bateles con muchos españoles, para mayor certificacion de aquella nueva riqueza, y porque todos le importunaron. Hubo tanto concurso de gente á ver los extranjeros, que no se podian valer. El señor los llevó al lugar á una casa redonda que parecia templo, donde los sentó en banquillos muy labrados de palma negra. Sentóse tambien él, un hijo suyo, y otros que debian ser caballeros; trajeron luego mucho pan y frutas de diversas suertes, y algunas que aun no las conoscian españoles. Trajeron eso mesmo razonable vino tinto y blanco, hecho de dátiles, grano y raíces; diéronles al cabo perlas en colacion por confites. Lleváronlos después á palacio á ver las mujeres y aparato de casa. No habia ninguna dellas, aunque habia muchas, que no tuviesen ajorcas de oro y gargantillas de perlas. Holgaron, teniendo palacio con ellas, una gran pieza ; que eran amorosas, y para ir desnudas, blancas, y para ser indias, discretas. Los que van al campo están negros del sol. Volviéronse los españoles á los navíos, admirados de tantas perlas y oro. Rogaron á Colon que los dejase allí; mas él no quiso, diciendo ser pocos para poblar. Alzó velas, corrió la costa hasta el cabo de la Vela, y de allí se vino á Santo Domingo con propósito de volver á Cubagua en ordenando las cosas de su gobernacion. Distmuló el gozo que sintia de haber hallado tanto bien, y no escribió al Rey el descubrimiento de las perlas, ó á lo menos no lo escribió hasta que ya lo sabian en CastiIla; lo cual fué gran parte que los Reyes Católicos se enojasen y lo mandasen traer preso á España, segun ya contamos. Dicen que lo hizo por capitular de nuevo y haber para sí aquella rica isla; que no era tal, que pensase encubrir el descubrimiento al Rey, que tiene muchos ojos. Mas tardó á decir y tratarlo con la ocupacion que tuvo en lo de Roldan Jimenez.

Otro gran rescate de perlas.

Los mas de los marineros que iban con Cristóbal CoIon cuando halló las perlas, eran de Palos, los cuales se vinieron á España y dijeron en su tierra lo de las perlas, y aun mostraron muchas y las llevaron á vender á Sevilla, de donde se supo en corte y en palacio. A la mucha fama armaron algunos de allí, como fueron los Pinzones y los Niños. Aquellos se tardaron por llevar cuatro carabelas, y fueron al cabo de Sant Augustin, como despues dirémos. Estos, levantando el pensamiento á la codicia, aprestaron luego un navío, hicieron capitan dél á Peralonso Niño, el cual hubo de los Reyes Católicos licencia de ir á buscar perlas y tierra, con tal que no entrase en lo descubierto por Colon con cincuenta leguas. Embarcóse pues el agosto de 1499 con treinta y tres compañeros, que algunos fueran con Cristóbal Colon. Navegó hasta Paria, visitó la costa de Cumaná, Maracapana, Puerto-Flechado y Curiana, que cae junto á Venezuela. Salió allí en tierra, y un caballero que vino á la marina con cincuenta indios, lo llevó amigablemente á un gran pueblo á tomar el agua, refresco y rescate que buscaba. Comió, y rescató en un momento quince onzas de perlas á trueco de alfileres, sortijas de cuerno y estaño, cuentas de vidro, ciscabeles y semejantes cosillas. Otro dia surgió con la nao en par de aquel lugar. Acudió tanta muchedumbre de indios á la

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