Imágenes de página
PDF
ePub

JUSTO, aparte.

¡Cuánto me compadece! La suerte de su amigo le tiene inconsolable. Qué corazon tan honrado!

[ocr errors]

ESCENA SEGUNDA.

JUSTO, SIMON.

JUSTO, paseándose.

Mucho me agradan, señor Don Simon, el juicio y los talentos de este mozo. La señora Laura será muy dichosa en su compañía.

SIMON.

¡Oh! ella está loca de contento. Es verdad que salió de un marido tan malo.... El Marqués era un calaveron dé cuatro suelas, ¡Qué malos ratos dió á la muchacha, y qué pesadumbres á mí! A los ocho dias de casado ya no hacia caso de ella, y á los dos meses no tenia de la dote ni dos cuartos. Ahí nos engañaron con que sus parientes eran grandes señores en la Corte, y nos hicieron creer.... Éh! palabrones de cortesanos, que se llevó el viento. ¡Oh, Torcuato! Torcuato es otra cosa, ¡Qué muger era su tia! Yo la conocí mucho en Salamanca. A su muerte le dejó una corta herencia; porque siempre le quiso como si fuera su hijo; y aun hubo malas lenguas.... Pero era muy virtuosa : Dios la tenga en descanso, En fin las locuras del Marqués me dejaron harto de señoritos: con que, por no tropezar con otro, viendo que Laura quedaba viuda y niña, y que Torcuato la tenia inclinacion, se la ofrecí, sin esperar que él la pidiese, y hoy viven ambos dichosos y contentos.

JUSTO.

¿Y no pensais en darle algun destino?

SIMON.

¿Destino? No señor soy ya muy viejo; mañana ó esotro me moriré, les dejaré cuanto tengo, y con ello podrán vivir sin quebraderos de cabeza. ¿Destino? ¡ Buena es esa! Los hombres de empleo no sosiegan un instante. ¡Yo no sé cómo pretenden los que tienen con que pasar! Y luego se premia tan mal!...

JUSTO.

Sr. Don Simon, para el hombre honrado la satisfaccion de servir bien es el mejor premio.

SIMON.

¿Y os parece que la alcanzan los que sirven mejor? No por cierto. Hasta el crédito y la buena fama se reparte sin ton ni son. ¡Ah, señor! vos no conoceis todavía el mundo. Antiguamente era otra cosa; pero hoy se juzga solo por apariencias. Todo consiste en un poco de maña y de ingeniatura. Los hombres honrados por lo comun son modestos; pero los pícaros sudan y se afanan por parecer honrados, con que pasa por bueno, no el que lo es en realidad, sino el que mejor sabe fingirlo.

JUSTO.

En todo caso, el hombre de bien despues de haber cumplido con sus deberes, vivirá contento, y la injusticia de los que le juzguen no podrá quitarle su tranquilidad, que es el mas dulce fruto de las buenas acciones.

ESCENA TERCERA.

ESCRIBANO, LOS DICHOS.

ESCRIBANO, á la puerta.

Señor, las dos han dado.

JUSTO, ú SIMON.

Bien está. (Aparte.) Yo trataré de volver á buen tiempo para haceros la partida.

SIMON.

Señor, vos trabajais mucho y á malas horas: cuidad mas de vuestro descanso, que al cabo de la jornada sale mas bien librado el que se incomoda menos.

JUSTO.

Este hombre tiene muy buen corazon, pero muy malos principios. (El Escribano entra, y vuelve á salir con los papeles que dejó en el acto antecedente Con él sale un criado, que entrega á Justo baston, sombrero y espada, y se van.)

ESCENA CUARTA.

SIMON SOLO.

El hombre no sosiega. Con el bocado en la boca vuelve á su trabajo. ¡ Fuego de Dios! El que cogiere debajo, no se le ha de escapar á dos tirones.

ESCENA QUINTA.

LAURA, SIMON.

LAURA asustada.

¿Señor, habeis visto á Torcuato?

SIMON.

Poco ha que salió de aquí. Pero ¿qué tienes, muchacha? Por qué vienes tan asustada ?... Tú has llorado.... eh ?

¡Ay padre!

LAURA.

SIMON.

Pues qué? Qué te ha dado? Has perdido el juicio? Yo no os entiendo. Desde que tu marido resolvió su viaje andas tan alborotada y tan triste, que no te conozco, y el otro desde que prendieron á su amigote, anda tambien fuera de sí. Antes mucha prisa por irse, y ahora ya parece que no se va........ Aquí estuvo charlando una hora con Don Justo sobre las cosas de Don Anselmo, y al fin se fué diciendo que iba á verle.

LAURA, mas asustada.

¿Y qué, le habeis dejado ir?

SIMON, Sereno.

¿Dejado? por qué no?

LAURA.

¡Ay, padre, yo temo una desgracia!

SIMON, cuidadoso.

¿Una desgracia? Cómo?...

LAURA.

¡Ah! No ha querido oirme... Sin duda se complace en hacerme desdichada.... Tal vez á la hora de esta....

SIMON.

Pero, muchacha.... (Viendo á Felipe que entra corriendo y lloroso). ¿ Otra tenemos?

ESCENA SEXTA.

FELIPE, LOS DICHOS.

FELIPE Sollozando.

¡Ay, señor, qué desgracia! Quién creyera lo que acaba de suceder!

SIMON.

¿Pues qué?... Qué hay? Qué traes? Jesus! Hoy todos andan locos en mi casa.

FELIPE.

Señor, yo estaba en este instante con los centinelas que guardan al señor Don Anselmo, cuando veo á mi amo llegar á la torre con mucha prisa, diciendo que queria hablarle; y aun que los soldados trataban de estorbárselo, manifestó una órden del señor Don Justo, y le dieron entrada. Al punto corre hácia su amigo, le abraza, y sin reparar en los que estaban presentes: «< Anselmo, le dice, yo vengo á librarte: no es justo que por mi causa padezcas inocente. » Don Anselmo, que conoció su idea, procuró contenerle para que callase, le hizo mil señas, le interrumpió mil veces, y hasta le tapó la boca; pero todo fué en vano porque mi amo desatinado, y como fuera de sí proseguia diciendo á voces, que él habia dado muerte al señor Marqués. A este tiempo entra el señor Don Justo, á quien mi amo repite la misma confesion, intercediendo por su amigo, y asegurándole que estaba inocente. De todo tomó razon el escribano, y ya quedan examinándolos. Don Anselmo queria persuadir al juez que él solo era el reo; pero mi amo se afligió tanto, é hizo tantas protestas, que le obligó á desdecirse. El señor Don Justo queda sorprendido sobremanera; su amigo confuso, é inconsolable, y hasta los centinelas, viendo su generosidad, lloraban como unas criaturas. No, yo no puedo vivir si pierdo á mi amo.

LAURA.

¡Ah, mi corazon me anunciaba esta desgracia! Padre mio!...

SIMON, paseándose muy aprisa.

¡Yo no sé donde estoy ! ¿ Qué, Torcuato?... Mi yerno?... No, no puede ser.... Felipe, ¿estás bien seguro?

FELIPE.

Ay, señor, ¡ ojalá no lo estuviera ! Por señas que antes de apartarse de nuestra vista me dijo : « Corre, querido Felipe, dile á mi esposa que ya está vengada; pero que si la interesa mi sosiego, me restituya su gracia, y moriré contento.»

LAURA.

¡Que le restitnya mi gracia!... Ah! si pudiera salvarle á costa de mi vida ¡ Desdichada de mí !... ¿A quién acudiré? Quién me socorrerá en tan terrible angustia ? ¡ Querido padre! ¿ Vos me abandonais en este conflicto? Cómo no volamos á socorrerle?

SIMON.

No, hija mia, yo no lo creo aun. ¿Qué, tu marido, Torcuato? No, no puede ser.... ¿Cómo es posible que nos engañara ?..... (Despues de una larga pausa). Pero si es cierto; si ha sido capaz de una superchería tan infame.... No, Laura, no lo esperes, yo no podré perdonársela; antes seré el primero que clame por su castigo.... ¿ Pues qué, despues de haberle hospedado y protegido, de haberle agregado á mi familia, y tenídole en lugar de hijo, habrá sido capaz de olvidar todos mis beneficios, y de engañarme de esta suerte ?... Pero no, no puede ser... yo no lo creo.... El es allá medio filósofo, y tal vez querrá librar á su amigo por medio de una accion generosa.

LAURA.

No, señor: ya es tiempo de hablar con claridad: su delito es cierto; él mismo me lo ha confesado.

SIMON muy enojado.

¿El te lo ha confesado? Y tuviste sufrimiento para oirlo? ¡Pícaro engañador! Llenar de afliccion la familia donde estaba acogido; asesinar al que yo tenia en lugar de hijo; aspirar á la mano de su misma viuda, y lograrla por medio de un engaño!... No, Laura, él es muy digno de toda nuestra cólera, y tú misma no puedes olvidar los agravios que te ha hecho.

LAURA.

Padre mio, estoy muy segura de su inocencia : no, Torcuato no es merecedor de los viles títulos con que afeais su con

« AnteriorContinuar »