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ESCENA TERCERA.

FELIPE, LOS DICHOS.

FELIPE á Torcuato.

Ya está ahí el carruaje, señor.

LAURA.

Tan temprano! Aun no hemos comido.

SIMON.

Tanto peor para ellos. Que se aguarden.

TORCUATO, á Felipe.

Haz que entretanto se vayan poniendo los cofres en la zaga. (Se va Felipe.)

ESCENA CUARTA.

JUAN, LOS DICHOS.

JUAN.

El señor Don Justo envia á decir, que si acaso no está aquí al medio dia, no se le aguarde á comer.

SIMON.

Par diez que lo ha tomado bien de asiento. Voime á trabajar á mi despacho: si acaso viniere, que me avisen, y si tardare demasiado, que nos den de comer.

LAURA, á Eugenia.

Ven tú, Eugenia, á disponer lo que tengo prevenido, y haz que den de comer á Felipe, para que no haga falta á su amo.

ESCENA QUINTA.

TORCUATO, LAURA.

LAURA mirando á TORCUATO.

Al fin nos han dejado solos: veamos lo que dice.
TORCUATO la mira, levanta los ojos al cielo, y suspira.

Qué afligido está! No me atrevo á preguntarle... Pero es preciso salir de tantas dudas. (Con serenidad.) Torcuato, este viaje que vas á hacer te tiene muy inquieto; yo lo conozco en tu

semblante, y no sé como una ausencia de tan pocos dias, y que por otra parte es voluntaria, te puede costar tanto desasosiego.

TORCUATO, se levanta mirando á todas partes.

Ah! ¿cómo se lo diré?

LAURA, asustada.

¿Pero, qué es esto, Torcuato? Tú suspiras? Nada me respondes? (Levantándose). Querido esposo...

¡Ah, Laura!

TORCUATO, con pasion.

LAURA, con blandura.

Querido amigo, ¿qué es esto? Tú desconfias de tu espo sa ? ¿Puede haber en tu pecho alguna pena de que Laura no participe? Ah! yo he perdido tu confianza... Sí, tú me aborreces.

TORCUATO.

¿Yo aborrecerte? Oh Dios! No, tierna esposa, no: jamás mi corazon te ha querido con mas ardor, ni con mayor ternura. LAURA, con inquietud.

Pues bien, ¿qué es lo que te aflige?

TORCUATO, con estremo dolor.

El temor de perderte.

LUARA, con sobresaltó.

¿De perderme?

TORCUATO, como arriba.

Sí, Laura mia, y de perderte para siempre.

¡Oh, Dios! Qué oigo!

LAURA, asustada.

TORCUATO.

Mi corazon, querida esposa, no siente sus tormentos. Es muy digno de los que sufre, y de los que le aguardan. Pero la afliccion que te preparo... ah! esto, esto es lo que me tiene sin sentido!

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Ahora bien, Torcuato, el cielo por rumbos muy estraños me ha conducido hasta tu lecho. Mil veces me has oido que vivo contenta en este destino, y que en él he encontrado mi felicidad. Desde que un santo nudo unió nuestros corazones, nuestros gustos y nuestras penas deben ser comunes, y si yo fuese capaz de ocultarte alguno de mis cuidados, creeria fal

tar á la fidelidad que te debo. Háblame claro: descúbreme tu alina; y líbrame de las angustias en que me tiene tú silencio.

TORCUATO.

Sí, Laura mia: voy á satisfacer ese justo deseo. Tu virtud y tu candor lo merecen ; y ¡ ojalá mi corazon les hubiese hecho en otro tiempo tanta justicia como ahora! Pero ya no hay remedio... Preven el tuyo para el terrible golpe que va á descargar en él este bárbaro esposo... Ah! cuánto dolor me cuesta el afligirte!

LAURA, sobresaltada.

Mi alma se estremece al escuchar te.

TORCUATO.

Ya ves con cuanto ardor se busca al matador de tu primer marido, y cuántas, y cuán vivas diligencias se practican por descubrirle. El brazo de la justicia está levantando contra su vida miserable; el Soberano ha empeñado su augusto nombre en esta pesquisa; tu padre, y los parientes del muerto están sedientos de su sangre; y tal vez tú misma ofreces el deseo de su muerte á la buena memoria de tu primer amor: pues este delincuente, este hombre proscrito, desdichado, aborrecido de todos, y perseguido en todas partes... soy yo mismo.

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LAURA, cae sobre su silla.

TORCUATO.

Sí, adorada Laura, yo soy ese objeto miserable de la ira del cielo y de los hombres ; y sin embargo viviria tranquilo, si no mereciese serlo tambien de la tuya... Pero yo te he ofendido, y lo conozco. Ocultándote mi situacion, hice á tu alma inocente el mas atroz agravio, y esto solo me hace digno de los mayores suplicios. No: la muerte de tu esposo fué de mi parte un delito involuntario. El cielo es testigo de cuanto hice por evitarla. Pero mi silencio... mi perfidia... haberte engañado... Ah! En vano querrá perdonarme tu alma virtuosa; yo no puedo perdonarme á mí mismo.

LAURA, con sumo abatimiento.

Mujer desventurada, ¡ qué es lo que acabas de saber!
TORCUATO, con despecho.

Pero, Laura, consuélate: yo voy á vengarte. No, mi perfilia atroz no quedará sin castigo. Voy á huir de tí para siempre

y la

y á esconder mi vida detestable en los horribles climas donde no llega la luz del sol; y donde reinan siempre el horror obscuridad. Y no creas que voy huyendo de la muerte. ¿Qué hay en ella de horrible para los desdichados? Ah! lejos de tu vista, el dolor de haberte ofendido será para mi alma un suplicio mas duro y mas terrible que la muerte misma.

LAURA, como arriba.

Buen Dios, ¿porqué delito castigas á esta desdichada ?

TORCUATO.

¡Triste esposa! Yo soy el único autor de tus desdichas... Soy un monstruo que está envenenando tu corazon y llenándole de amargura, (Aparte.) Ah! mi silencio !.. A lo menos si despues de perderla conservase su estimacion...

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Acaban de traer preso al señor Don Anselmo á una de las torres de este alcázar. Yo estaba sobre el foso disponiendo las zagas, y le ví entrar. Tambien me vió su merced, y me dijo al paso: corre, Felipe, corre, dile á tu amo lo que pasa ; que vaya sin cuidado; que no se detenga, y que me escriba desde Madrid.

TORCUATO, con notable admiracion y susto.

¡Oh, Dios! qué golpe tan terrible!

FELIPE.

Dicen los que le trajeron, que es quien mató al señor Marqués, y que Juanillo lo ha declarado.

TORCUATO.

Bien está vete. (Se va Felipe.)

ESCENA SÉPTIMA.

TORCUATO Y LAURA.

TORCUATO, resolviéndose despues de una gran pausa.

No; yo no sufriré que padezca un momento por mi causa. El está inocente, y voy á socorrerle.

LAURA, deteniéndole.

¡A socorrerle! ¿Y podrás hacerlo sin esponer tu vida?

TORCUATO,

Pero, Laura, ¿cómo he de sufrir que padezca mi amigo por mi culpa ? Le veré arrestado, deshonrado, y tenido por delincuente, sin correr á ayudarle, siendo el único autor de su calamidad? No, no: voy á delatarme, á librar su preciosa vida, y á morir; pues solo soy digno de este infortunio.

LAURA.

¿Y las lágrimas de tu esposa, hombre cruel, no podrán reprimir tus ímpetus violentos ? Quieres esponer mi triste vida á nuevos desconsuelos ? Sosiégate, desdichado, y ten compasion de esta infeliz. Don Anselmo está inocente; el cielo velará sobre su vida, y nos dará medios de conservársela. Salva ahora la tuya, pues nos importa tanto. Huye, huye al instante de este funesto clima, donde te persigue el infortunio, y deja á nuestro cuidado la libertad de tu amigo.

TORCUATO.

No, querida Laura, no puedo obedecerte. Las cosas han tomado otro semblante, y ya no puedo separarme de aquí sin hacer traicion al mas honrado y digno amigo. Anselmo está preso por mi causa. Conozco su corazon: es incapaz de descubrirme; y antes correrá mil veces á la muerte, que contribuya á la desgracia de un amigo. Yo no espondré temerariamente mi vida: no, Laura mia, tú me la haces amable; pero tampoco puedo abandonarle. Voy á enterarme de todo, á poner en salyo su vida y su reputacion, y en fin, si no pudiere conseguirlo, á tomar el partido que me dicten el honor y la amistad.

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