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cia precipitada hará sospechar?.... Por otra parte, la fuga es un recurso tan arriesgado... tan poco honroso...

TORCUATO.

¿Y piensas tú, que cuando recurro á ella lo hago por evitar el castigo? Ah! en el conflicto en que me hallo, la muerte fue ra dulce á mis ojos! Pero si se descubre mi delito, ¿cómo sufriré la presencia de Don Simon, mi bienhechor, á quien ofendí tanto? La de Laura, á quien hice verter tan tiernas lágrimas sobre el sepulcro de su esposo, y á quien despues hice el atroz agravio de ocultarle mi delito? Ah! yo llené sus corazones de luto y desconsuelo; yo desterré de esta casa el gusto y la alegría; y yo, en fin, turbé la paz de una familia virtuosa que, sin mi delito, gozaria aun del sosiego mas puro. Este remordimiento llenará mi alma de eterna amargura. Sí, amigo mio, lejos de Laura y de su padre, buscaré en mi destierro el castigo de que soy digno; y al fin me hallará la muerte donde nadie sea testigo de mi perfidia y mis engaños.

ANSELMO.

un

¡Ay Torcuato! el dolor te enagena y te hace delirar. ¿Qué quiere decir mi delito, mi perfidia, mis engaños? Acaso lo que has hecho merece esos nombres? Es verdad que has muer. to al marqués de Montilla; pero lo hiciste insultado, provocado y precisado á defender tu honor. El era un temerario, hombre sin seso. Entregado á todos los vicios, y siempre enredado con tahures y mujercillas; despues de haber disipado el caudal de su esposa, pretendió asaltar el de su suegro, y hacerte cómplice en este delito. Tú resististe sus propuestas, procuraste apartarle de tan viles intentos, y no pudiendo conseguirlo avisaste á su suegro para que viviese con precaucion; pero sin descubrirle á él. Esta fué la única causa de su enojo. No contento con haberte insultado y ultrajado atrozmente, te desafió varias veces. En vano quisiste satisfacerle y templarle; su temeraria importunidad te obligó á contestar. No, Torcuato, tú no eres reo de su muerte: su genio violento le condujo á ella. Yo mismo ví que mientras el Marqués como un leon furioso buscaba tu corazon con la punta de su espada, tú reportado y sereno pensabas solo en defenderte; y sin duda no hubiera perecido, si su ciego furor no le hubiese precipitado sobre la tuya. En cuanto á tu silencio, ¿no me has dicho que Don

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Simon, prendado de tu juiciosa conducta, movido de su antigua amistad con tu tia Doña Flora Ramirez, y cierto de tu inclinacion á Laura, te la ofreció en matrimonio? Hiciste otra cosa que aceptar esta oferta? Y qué, despues de lo que debes á esta familia, pudieras despreciarla sin agraviar al amor, al reconocimiento y á la hospitalidad? No, amigo mio, no; tú tomarás el partido que te acomode, pero tu interior debe estar tranquilo.

TORCUATO, con viveza.

¿Tranquilo despues de haber engañado á Laura? Ah! su corazon no merecia tal perfidia! Yo le entregué una mano manchada en la sangre de su primer esposo le ofrecí una alma sellada con el sello de la iniquidad; y le consagré una vida envilecida con el reato de este crímen, que me hace deudor de un escarmiento á la sociedad, y siervo de la ley. ¡ Qué de agravios contra el amor y la virtud de una desdichada ! No, Anselmo, yo no podré sufrir su vista: no hay remedio, voy á ausentarme de ella para siempre.

ANSELMO.

Amigo mio, yo no puedo aprobar un partido tan peligroso; pero si tú estás resuelto á marchar, yo debo estarlo á servirte. ¿Quieres que te siga? Que vayamos juntos hasta los desiertos de Siberia? Quieres...?

TOR CUATO.

No, Anselmo conviene que te quedes. Yo necesito aquí de un fiel amigo, que me envie noticias de mi esposa, y se las dé de mi destino. No porque piense en ocultar á Laura mi resolu. cion, no; este nuevo engaño me haria indigno de su memoria, y de la luz del dia. Aunque haya de serle amarga la noticia de mi separacion, quiero que la deba á mi franqueza y fidelidad, y remediar de algun modo mis antiguas reservas.

ANSELMO.

Pues bien; ¿y cuándo piensas ?....

TORCUATO.

Despues de comer. He pretestado un viaje de pocos dias á Madrid para deslumbrar á mi suegro, y aun no le dije cosa alguna. En cuanto á mis intereses y negocios, este pliego te dirá lo que debes hacer. Contiene una instruccion puntual conforme á inis intenciones, y un poder general, de que podrás va

lerte cuando llegare el caso. Sobre todo, querido amigo, te recomiendo á Laura. En ella te dejo mi corazon: procura con> solarla... Ah! cómo podrá consolarse su alma desdichada!

ANSELMO enternecido.

Mi buen amigo: lejos de tí tambien yo habré menester de consuelo, y no le hallaré en parte alguna. ¡Cuánto me duele tu amarga situacion! Qué amigo, qué consolador, qué compañero voy á perder con tu ausencia! Pero te has empeñado en afligirnos... En fin, cuenta con mi amistad, y con el puntual desempeño de tus encargos. ¡Ah, si fuese capaz de mejorar tu

suerte!

TORCUATO abatido.

El cielo me ha condenado á vivir en la adversidad. ¡Qué desdichado nací! Incierto de los autores de mi vida, he andado siempre sin patria ni hogar propio, y cuando acababa de labrarme una fortuna, que me hacia cumplidamente dichoso, quiere mi mala estrella..... Pero, Anselmo, no demos ocasion en la familia... Felipe vuelve... Aun nos verémos antes de mi partida.

ANSELMO.

Sí: tengo que volver á cumplimentar á ese Ministro: enton

ces hablarémos. A Dios.

ESCENA CUARTA.

TORCUATO, FELIPE.

TORCUATO con serenidad.

¿Han preguntado por mí?

FELIPE.

El señor Don Simon, y con algun cuidado. Dijo que iba á misa, y que volvia al instante. Tambien preguntó mi ama: díjela que estabais con vuestro amigo.

TORCUATO, inquieto.

Cómo? Pues no te previne?....

FELIPE.

Vos no me prevenisteis que callase.

TORCUATO con serenidad.

Anda á ver si hay algun retorno de Madrid, y ajustale para despues de medio dia. Entiendes ?

FELIPE.

Muy bien, señor. Qué mal humor tiene!

ESCENA QUINTA.

SIMON, TORCUATO.

SIMON.

Qué es esto de retorno? Qué viaje es este, Torcuato? Tú traes á Felipe alborotado con tu viaje, y no me has dicho cosa alguna. Tampoco Laura...

TORCUATO.

Perdonad si no he solicitado antes vuestro permiso. ¡ Andais tan ocupado con el huesped! Cuando me vestí aun dormia Laura, y por no incomodarla... Ya sabeis que por muerte de mi tia quedaron en Madrid aquellos veinte mil pesos... Yo quisiera pasar á recogerlos.

SIMON.

Me parece muy bien. Pero me haces tanta falta para acompañar á este Ministro... El gusta tanto de tu conversacion...

TORCUATO.

En todo caso estoy pronto á complaceros: si os parece...

SIMON.

No, hijo mio, haz tu viaje, y procura volver cuanto antes. Laura sin tí no vivirá contenta, ni yo puedo pasar sin tu ayuda, porque las ocupaciones son muchas, y el trabajo escesivo me aflige demasiado. Ah! en otro tiempo... Pero ya soy muy viejo... A propósito, ¿qué te parece de este Don Justo?

TORCUATO.

Jamás traté ministro alguno que reuna en sí las cualidades de buen juez en tan alto grado. Qué rectitud! Qué talento! Qué humanidad!

SIMON.

Pero, hombre, es tan blando, tan filósofo..... Yo quisiera á los ministros mas duros, mas enteros. Me acuerdo que le conocí en Salamanca de colegial, y á fe que entonces era bien enamorado. Pero, hijo mio, si tú hubieras alcanzado á los ministros de mi tiempo!... Oh! aquellos sí que eran hombres en forma! Qué teoricones! Cada uno era un Digesto vivo. ¿Y su

entereza? Vaya no se puede ponderar. Entonces se ahorcaban hombres á docenas.

Habria mas delitos.

TORCUATO.

SIMON.

¿Mas delitos que ahora? Pues no ves que estamos rodeados de ladrones y asesinos?

TORCUATO.

Segun eso habria menos conocimiento de las leyes?

SIMON.

y

¿De las leyes? Bueno! Ahí están los Comentarios que escribieron sobre ellas: míralos, y verás si las conocieron. Hombre hubo que sobre una ley de dos renglones escribió un tomo en folio. Pero hoy se piensa de otro modo. Todo se reduce á libritos en octavo, y no contentos con hacernos comer y vestir como la gente de estrangia, quieren tambien que estudiemos sepamos á la francesa. ¿No ves que solo se trata de planes, mé todos, ideas nuevas?... ¡Así anda ello! ¿Querrás creerme, que hablando la otra noche Don Justo de la muerte de mi yerno, se dejó decir que nuestra legislacion sobre los duelos necesitaba de reforma; y que era una cosa muy cruel castigar con la misma pena al que admite un desafío, que al que le provoca? ¡Mira tú qué disparate tan garrafal! Como si no fuese igual la culpa de ambos! Que lea, que lea los autores, y verá si encuentra en alguno tal opinion.

TORCUATO.

No por eso dejará de ser acertada. Los mas de nuestros autores se han copiado unos á otros, y apenas hay dos que hayan trabajado seriamente en descubrir el espíritu de nuestras leyes. Oh! en esa parte lo mismo pienso yo que el señor Don Justo.

Pero hombre...

SIMON.

TORCUATO.

En los desafíos, señor, el que provoca es por lo comun el mas temerario, y el que tiene menos disculpa. Si está injuriado, por qué no se queja á la justicia? Los tribunales le oirán, y satisfarán su agravio segun las leyes. Si no lo está, su provoacion es un insulto insufrible; pero el desafiado...

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