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Los cónsules repartieron los bienes de los desterrados entre los plebeyos mas indigentes; elevaron á otros á la clase de senadores; concedieron una amnistía completa á los partidarios del rey'depuesto; renovaron muchas leyes de Servio favora bles al público, que aquel habia abolido, y entre ellas el cen so y el sistema de contribuciones, proporcionándolas á los bie nes de cada contribuyentes por cuyos medios lograron hacer mas détestable, la memoria de los reyes, yo menos odiosa la aristocracia.

Todas las formas de gobierno tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Muy triste suerte, es la de vivir bajo el yugo de un tirano pero no es mas agradable la de sufrir el de mus chos déspotas, sean nobles, ó plebeyos. sport p

Bien presto comenzaron á expérimentarse en Roma los inconvenientes de la aristocracia. Bien pronto los nobles se inso lentaron contra los plebeyos, de manera que no pudiendo tolerár éstos, su altanería, se amotinaban frecuentemente; exponian la patria á las invasiones de sus enemigos, y se creia nes cesario nombrar un dictador que reuniéra en si por algun tiem po todo el poder legislativo y ejecutivo »d se

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Siéndolo Manlio Valerio manifestó alguna pópularidad, repartiendo entre los plebeyos gran parte del botin ganado en la guerra contra los volscos; elevando mas de cuatrocientos á la clase de caballeros, y con otros varios beneficios. Los áris, tócratas murmurában de aquella conducta, atribuyéndola al deseo de perpetuarse en la dictadura No habia hacerse rey. y una nota mas peligrosa en Roma. La menor sospecha de que un ciudadano aspiraba á la soberanía, era muy bastante parà desacreditarlo, comprometerlo y arruinarlo. Valerió tuvo que hacer dimision de su dictadura. Los plebeyos, creyendo que aquella renuncia habia sido forzada por los nobles en venganza de la proteccion que les dispensaba el dictador, se amotinaron contra ellos. El senado creyó que podria contenerlos,

ocupándolos en la guerra que con este motivo suscitó contra los sabinos. Mas al salir los cónsules de la capital, mandando el ejército, los soldados, escitados por uno de ellos llamado Sicinio, abandonaron á sus gefes; crearon otros nuevos oficiales, y por su general al mismo Sicinio, y se fortificaron en un cerro, que despues fue llamado el Monte Sacro.

En vato solicitaban los cónsules la sumision de los rebeldes con halagos y promesas. Sicinio respondió á sus diputados: » Patricios, ¿ pensais volver á seducir á los que habeis sacado R de la patria, para que vuelvan á ser esclavos? ¿Qué garantías podeis darnos de vuestras promesas, despues de haber faltado á vuestras palabras tantas veces? Ya que quereis ser los amos de la ciudad, andad á ejercer alli vuestro dominio, sin temor de que los pobres os incomoden. Para nosotros todo pais será bueno, y lo miraremos como nuestra patria, como gocemos en él de nuestra libertad."

Sabida aquella novedad en Roma, causó la mayor consternacion. Todo eran quejas, clamores y provocaciones, de unos contra el gobierno, de otros contra los rebeldes. El senado se veia perplejo, sin saber á qué resolverse. Unos senadores se inclinaban al rigor, otros á la moderacion. Por fin se resolvió enviar á los insurgentes una embajada de diez senadores, y entre ellos al ex dictador Valerio, para persuadirles la obediencia, con ciertas proposiciones, siendo la principal la de la amnistía y olvido de todo lo pasado,

Los rebeldes, lejos de deslumbrarse con aquella humillacion del senado, ni de ablandarse con el halagüeño discurso que les hizo su antiguo protector Valerio, gefe de aquella embajada tan lisonjera, le respondieron que no necesitaban de amnistía los que no habian cometido delito alguno, Que no lo era el defender sus derechos naturales, y precaverse contra las injusticias y malos tratamientos de los nobles. Que las experiencias de los tiempos pasados les enseñaban á no confiar

TOMO I.

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en las promesas y decretos del senado, revocables á su arbitrio por otros posteriores; y que no desistirian de su rebelion como no se les permitiera nombrar ellos mismos anualmente algunos magistrados plebeyos, autorizados competentemente para proteger sus derechos.

El senado, no obstante la obstinada contradiccion de algunos aristocratas, se vió obligado á condescender á aquella propuesta; y á su consecuencia el pueblo creó dos magistrados plebeyos, que se llamaron tribunos; declaró sagrada su dignidad, é inviolables sus personas; y que cualquiera que los maltratara pudiera ser asesinado impunemente.

La creacion de los tribunos, que despues fueron aumentándose hasta diez, moderó algun tanto la aristocracia. AqueIlos magistrados plebeyos, fiados en la inviolabilidad de sus personas y en el amor del pueblo, lo alarmaban frecuentemente contra los nobles, fingiendo ó ponderando sus agravios en apropiarse tierras y otros bienes nacionales; la crueldad de los acreedores contra sus deudores, y otros tales cargos; por cuyos medios fueron los plebeyos adquiriendo muchos derechos de que antes carecian; el de no poder ser condenados á pena alguna sin ser antes juzgados y sentenciados legalmente; el de apelacion á los cornicios en causas graves; el de juntarse en congregaciones particulares, sin concurrencia de los patricios, y decretar en ellas plebiscitos, de igual fuerza á los senatusconsultos; y la opcion á todas las dignidades, aun á las del consulado y sumo pontificado, que por muchos siglus habian estado vinculadas en la nobleza.

Establecido el gobierno consular, se habian abolido las leyes reales. Ya no habia un código, ni un derecho fijo (1), mas que la prudencia ó el capricho de sus magistrados, todos nobles, los cuales tenian un interes en no estar sujetos á reglas claras y restrictivas de su autoridad.

(1) L. 2. D. De orig. juris.

En el año 301 de la fundacion de Roma propusieron los tribunos la formacion de un código; y aunque este pensamiento encontró mucha oposicion en los nobles, al fin quedó aprobado, y para que su ejecucion fuera mas acertada, se nombraron tres comisionados encargados de partir á Grecia recoger alli las leyes mas convenientes (1).

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Habiendo vuelto de su viage los diputados, y presentado en el senado su coleccion de leyes, todavia muchos senadores se oponian á la obra del código, alegando que para la buena administracion de justicia no se necesitaba nada mas que la esacta observancia de los usos y costumbres antiguas. Mas prevaleció la idea de los tribunos; y para llevarla á efecto con mas acierto se convinieron con los cónsules en hacer unos y otros dimision de sus empleos, y reconcentrar toda la potestad consular y tribunicia en diez senadores, el tiempo necesario para la conclusion de aquella grande obra.

Aunque entre los decemviros se encontraban los tres que habian sido enviados á Grecia, los cuales pudieran suministrar todas las luces necesarias á dicho fin, no por eso dejaban de manifestar sus tareas á cuantos ciudadanos querian verlas, ni de oirlos y aprovecharse de sus advertencias.

Con tanto aparato y tanta madurez se escribieron las leyes decemvirales, que aprobadas por el senado, sancionadas por el pueblo, y copiadas én doce tablas se fijaron en el sitio mas público de Roma, para que todo el mundo pudiera leerlas y saberlas.

Muchos romanos, y aun algunos extrangeros, estaban tan persuadidos de la perfeccion de aquellas leyes, que las reputaban por el non plus ultra de la sabiduría humana. » Quién haga profesion de la jurisprudencia y de la política, decia Dionisio Halicarnaseo, la encontrará toda en las Doce tablas,

(1) Dionys. lib. 10. cap. 9.

que son un retrato verdadero del gobierno mas perfecto......... *Mas que todo el mundo clame cóntra mí, yo creo que solo este pequeño libro vale mas que las bibliotecas de todos los filósofos (1). De la misma manera pensaba Ciceron (2).

Pero el modo de esplicarse aquellos dos sabios da bien á entender que no todos pensaban como ellos, y que pudo influir mucho en su juicio sobre el mérito de las Doce tablas la anticuomanía ó demasiado respeto á la antigüedad, vicio muy comun aun de los mas sabios, y que puede producir errores no menos dañosos que la demasiada ligereza en adoptar sistemas y opiniones nuevas.

Lo cierto es que si se ha de juzgar de las leyes decemvirales por los fragmentos que nos quedan, deben rebajarse mucho los citados panegíricos. Porque ¿quién podrá elogiar la inmensa potestad que concedian á los padres sobre sus hijos, de desheredarlos á su capricho, atormentarlos, matarlos, y aun venderlos por esclavos? ¿Quién la crueldad permitida á los acreedores de prender á sus deudores, encerrarlos en los mas horribles calabozos, cargados de hierro, sin darles mas comida que pan y agua, y esponerlos en los mercados públicos atados y andrajosos, para escitar á sus amigos á que pagáran sus deudas? ¿Quién la prohibicion de las juntas ó sociedades particulares en un gobierno republicano? ¿Quién la pena de muerte contra los poetas y escritores satíricos? Esta ley manifiesta bien claramente que los decemviros temian la libertad de hablar y de escribir, como que era el mayor freno de la aristocracia; y que este fue su verdadero motivo, mas que el bien general de la república.

Como quiera que fuese el mérito de las Doce tablas, lo cierto es que sus autores intentaron perpetuarse en el decemvirato, abolir las dignidades consular y tribunicia, y esta(1) Lib. II., cap. 7.

(2) De Orator. lib. I., cap. 44.

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