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Pasaba el Señor Don Luis como enamorado, la vida con su consorte muy alegre, pero esto es como todas las demás cosas, que la vida de soldado le hacía ser casado, soltero, ocasionando algunas inquietudes, las cuales no eran de mucha monta hasta la muerte del buen Marqués de Alcañizas, que fueron recias, porque la madre ó suegra tenia otra hija, á la Señora Doña Francisca Enriquez de Almansa, y sobre las partijas y alimentos, se encrudeció la materia más de lo necesario, hasta haber franqueo de correos; sobre los intereses de Oropesa, estuvieron suegra y yerno sin ninguna comunicación.

Hasta que después se entabló pretensión para que la Señora Doña Francisca Enriquez entrase en Palacio, y enviándole á llamar para este fin, le dijo lo que se había de agenciar con el Rey, y que luego al punto puso en ejecución; y llegando á S. M. le dijo: «¿Qué milagro es este que no te he visto muchos días?» Y le respondió: «Es milagro de mi suegra;» y riéndose le preguntó: «Pues qué, ¿quiere traer á mi hermana Doña Francisca á servir á S. M. la Reyna, nuestra Señora? pues ve al instante, y asienta todo lo que pida, que todo se ejecutará; que el precepto de tu suegra para ti, me toca á mí el hacerle cumplir; » y dándole las gracias volvió con la respuesta á su suegra diciéndole: «Ya Señora, está V. E. obedecida.»

Ya nuestro Don Luis habiendo pasado & Marqués de Alcañizas, y la Señora Doña Teresa Enriquez á Marquesa, dió luego muestras de madre; y aunque mal logrado, luego se volvió á reparar el daño, dando á luz à la Señora Doña Maria de Almudena, quien parece sigue la fortuna de los padres, si bien está en estado de mejorarse; sólo tiene de reparo, que para destetarla, no fué necesaria más diligencia que ponerla en el coche para ir á Toro; á donde resolvió el Marqués, su padre, retirarse, porque los gastos que en Madrid tenía eran exorbitantes, y por la misma razón convino el Almirante padre, á poco tiempo de estar en Toro volvió á Madrid, donde se detuvo más de lo que era menester, y el Almirante padre, sobre sacar de la cárcel á Don Juan de Valú, hizo que le desterrasen á Toro; y ayudó á salir con gusto, el que un santico religioso, descalzo, le dijo: «Váyase V. E. á Toro, que á los

nueve meses tendrá un hijo, y se llamará Pascual; porque por intercesión de este Santo le tendrá sin falta;» como sucedió.

Nació en Toro, quien celebró su nacimiento con todas las demostraciones de regocijo que fueron posibles.

Pasó esta noticia á Rioseco, quien procuró aquella misma tarde celebrarla con un vitor; tenía esta ciudad mucha gente rica y moza, y llevaba muy mal el Almirante padre favoreciese á otra parcialidad, con quienes muchos estaban espinados; yendo con el vitor se pasaron las voces de alegría á injurias; con que se embarazó el vitor, y estuvo en punto de perderse el lugar, siendo milagro no haber muerto doscientos hombres; rara desgracia de Señor, que habiendo sido de todos los varones de su casa el mejor, tuvo el presagio de la muerte, desposeido de su mismo lugar, pero raro prodigio de persona que hasta el cielo se empeña en dar señales de manifestar su desgracia.

En estos tiempos se hallaba la Corte con tanta revolución, que jamás había tenido mayor contingencia, pues muchos Señores se hallaban descontentos del Gobierno de la Reina Madre; y siendo el Almirante padre quien movía los ejes sobre el Marqués de Villa Sierra, porque ya el Padre Everardo había salido ya broquelándose con el Señor Don Juan de Austria, se sembraron tan indignas voces, que escandalizaban á Madrid; y pasando á tratar á Zaragoza, capitularon cosas tan indignas, que no se permiten á la pluma; y así engañado, resolvió el pasar á Castilla, armado con doce mil aragoneses y catalanes, todos de alpargata y montera, escopetas y charpas; y habiendo pasado muestra en los campos de Ariza y Monreal, llegaron las voces à Madrid, cuya noticia hizo el eco que pedia una materia tan excesivamente destructora de estos reinos.

Resolvieron el capitular con el Señor Don Juan, y cumplir las condiciones que pusiese, aunqne fuesen ásperas, por no malograr la vida de tanto inocente. Desterrada la Reina Madre Gobernadora á Toledo, el Rey Cristianisimo Luis XIV, le envío carta y persona á ofrecerle su Reino, ó todo lo que necesitase; en este también salió desterrado el Almirante padre à Rioseco.

Tenía en esta sazón nuestro Marqués el título de Virrey de

Galicia, y con este envolismo de cosas, se le embarazó; y el Almirante padre estando en Rioseco, lo envió á llamar á Toro, y que trajese los nietos, como lo ejecutó, y se alegró mucho de verlos; con que una ocasión, tratando en el modo de salir á servir, á que el padre respondió que no era necesario, pues habiendo de ser Almirante, de nada necesitaba más que de cuidar de sus estados sin meterse en gobiernos, que no haría poco en conservarlos en paz y justicia; pero esta respuesta le desazonó á nuestro Marqués, de manera que sin despedirse de su padre, cogió su mujer y sus hijos y se restituyó á Toro.

Y á poco tiempo pasó á Madrid sólo, y estuvo hospedado en casa de su querida hermana, á quien esperaba el destierro de su padre. Estaban las cosas de Madrid cada día más alteradas, y el Señor Don Juan en conocimiento verdadero del engaño con que le habían traido, y no había sido por el celo de conservar estos reinos sino el interés particular de cada uno, y que con su capa destrozaban el Reino, y al Rey no le servían, antes bien le hacían mucho daño, y se vió tan sumamente descontento, que quiso hurtarse de la privanza, y lo hubiera ejecutado si su Secretario no le hubiera detenido.

Nuestro Marqués, como era Gentilhombre, frecuentaba el Palacio, mas á ver si la ocasión le ponía motivos en la dependencia de su padre; el Señor Don Juan, viéndose tan acosado de los negocios que á cada día sobrevenían, discurría en sí, que el lado del Almirante padre le hacía mucha falta, porque aunque tenía sus diversiones en la importancia del Rey y de los Reinos, le consideraba justo; y que le tendría más cuenta para librarse la amistad suya que conservar la parcialidad que le había traído.

Un día que se hallaron los tres solos, el Rey, el Señor Don Juan y el Marqués, dijo el Señor Don Juan: «¿Ha tenido V. E. noticia de su padre?» á que respondió: «Todos los correos me escribe, y en todas las cartas me pondera el hallarse en desgracia de su Majestad;» respondió entonces el Rey: «Es mentira, que fuera de mi gracia no está, antes bien extraño cada día el no verle; » respondió el Señor Don Juan: «¿Pues sino está fuera de la gracia de vuestra Majestad, por qué no le llama?» y volviendo al Marqués le dijo:

«Tú, puedes enviar á llamar á tu padre;» y el Marqués, dándole las gracias, le pidió licencia para ir al instante á despachar propio con noticia tan apreciable para S E., como es saber que está en la gracia de V. M.

En este tiempo trataba S. M. el casamiento con la hija del señor Duque de Orleans contra el gusto de su madre, y el del Señor Don Juan, quien habiendo entendido que S. M. había dado orden á Castelldosrius de efectuar la boda y traer la Reina, sin haberle dado noticia ninguna, enfermó tan de recio, que á muy poco tiempo murió; y aún dijeron malas lenguas que había sido su muerte porque había enviado á llamar al Almirante padre, aunque nuestro Marqués pensativo discurría, que la licencia de su padre había sido solamente verbal; y solo entre los tres, al Señor Don Juan, que era el uno, le veía cercano á la muerte; y no quedando más de los dos, que era el Rey y el Marqués, temía no le barajase la venida, sólo porque uno le preguntó aquella noche: «¿Cuándo viene tu padre?» cuya pregunta le puso en grave recelo porque no suponía lo supiese nadie, habiendo sido la conferencia entre los tres solos.

Aquella mañana como había pasado desvelado, fué más temprano á Palacio, y encontrando al Duque del Infantado le dijo al oido: «Cuidado, que hay enemigos en la costa; » con menos aviso que este sobraba á quien iba con tanto cuidado, y sin detenerse se entró á donde estaba el Rey, y le dijo: «¿Qué busca tan temprano? «El decreto Señor, para la venida de mi padre; que aunque vuestra Majestad me lo mandó, juzgo necesario el decreto; » y dijo: «Pues baja á Lira y que le haga, y suba á firmar porque no se detenga;> y por la escalerilla bajó á la Secretaría y le dijo á Lira: «Mándame S. M. haga V. S. el decreto para la venida de mi padre;» y le respondió: «Vaya V. E. con Dios, que yo le haré y le subiré á firmar; > á que replicó S. E.: «Yo bajo por él, y S. M. queda aguardando para firmarle, vea V. S. si se le podrá hacer aguardar á S. M., ya que no valga el ser yo quien viene por él.» A que Lira, sin replicar más palabra lo hizo, y subieron ambos á que le firmase, y después que se bajó el Secretario le dijo: «Parece que no tenías seguridad; » respondióle: «No lo extrañe v. md., que todo es menes

ter;» y dándole las gracias se salió fuera, donde halló á Infantado y Montijo, y sacando su decreto dijo: «Ahora es cierta la venida de mi padre; » y Montijo, zarabullando las palabras, le dijo: «Amigo, la buena diligencia es madre de la buenaventura; por Dios que si te hubieras descuidado, que había de haber ido otro á que se detuviese, porque ya el Señor Don Juan está en el mundo de la verdad; y ahora conocido claramente el engaño con que le trajeron, y si se hubiera estado en Zaragoza, pudiera ser viviera más.»

Llegó el Almirante padre à Madrid á tiempo que pudo lograr el que las cosas tomasen otro sesgo, porque las prevenciones de venida y entrada de la Reina, dieron lugar á que por debajo de cuerda se manejasen los trevejos de otra forma. Nuestro Marqués, contento de ver que había podido restituir á su padre, y en las prevenciones de la entrada de la Reina francesa, se ocupó muchos días, así para el lucimiento de su persona y familia, estuvo entretenido, porque en la realidad fué la función mayor que ha tenido España, y para ella compró un vestido, de dos que había enviado el Conde de Melgar, su hermano, de regalo de Milán, tan bien guisado, que ninguno de los Señores le sacó mejor; fenecida esta función se siguió la del viaje de Zaragoza, en que se consumió todo el caudal de veinte años, y S. E. comenzó á ser pobre hasta siempre.

El Rey, conociendo sus muchos gastos, le dió el Gobierno de Navarra, pero como su padre no estaba todavía restablecido se lo barajaron, de suerte que nuestro Marqués no hizo el juicio que habían sido otros los que se lo habían quitado, sino sólo su padre; porque había conocido desde la pendencia de Rioseco que no gustaba de que saliese á servir, y de ver que su padre era en esto su mayor enemigo, sin hablar palabra se volvió á Toro.

Luego como llegó dijo á la Señora Marquesa: «Yo no sé qué desgracia es la mía, que mi padre me quita las ocasiones que pudiera tener de recobrar lo mucho que he gastado, y el daño no es sólo el que me hace en lo que me quita, sino en lo que me dá; y discurro que no ha de hacer tampoco nada sino es poniéndole en la precisión. Y me parecía conveniente el pasar á Milán, que respec

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