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resistencia ninguna, las espaldas. Como el Conde alzó los ojos volviendo al puesto donde primero estaba, el cual venia, como ya dijimos, de visitar y recoger el ejércimandó tocar la trompeta con la señal que se hace para parar, y á esta señal el dicho D. Martin de Córdoua y los que con él iban, no pararon, siguiendo su victoria. Como vió el Conde que no paraban, arremetió con su caballo rucio, y aunque poderoso, por respecto que la tierra estaba muy llovida con las muchas aguas que ya habemos dicho, cayó el caballo con el Conde, y áun caida peligrosa, porque diria yo que ví el caballo vuelto arriba y al Conde con trabajo. Fué grande el escándalo que todos tomamos, y cada uno iba al más correr de su caballo á ver qué le habia sucedido en la caida, teniéndolo á mala dicha; mas plugo á Nuestro Señor y á la Vírgen, Nuestra Señora, de quien su Señoría es devoto, que no desampara á los que van en su servicio, que vimos levantar al Conde sin lision ni pasion ninguna; y á la grita que la gente dió cuando vieron al Conde en el suelo, volvieron algunos destos caballeros del cerro la cabeza, y vieron que era el Conde, y así se dieron aviso los unos á los otros y pa

raron.

Fué muy desgraciado el tiempo que acertó á caer el Conde, porque cuando llegaron al cerro estos caballeros ya dichos, descubriendo, cayó del caballo en que iba el alcaide Abrahen, y pudieran muy á su salvo prenderle ó matarle; no se pudo hacer por la caida del Conde, por el cual respeto todos pararon y volvieron al lugar do el Conde estaba; el cual subió luégo en su caballo sin que ningun daño recibiese, y á D. Martin de Córdoua dió una gran reprension; y yo, preguntándole de su caida, aquello del conde Fernan Gonzalez que respondió cuando le dijeron que la tierra se habia abierto y absorvido un caballero, dije: «Señor, la tierra no puede sufrir á vuestra Señoría, ¿cómo sufrirán los moradores della los rigurosos golpes de vuestra espada?» Respondióme su Señoría: «Padre, es que la tierra me quiere á mí como yo á ella;» y así paramos aquella noche en un palmar, de la otra parte del cerro ya dicho, y á la media noche nos dieron el arma, y esto muchas veces; y allí, por descuido ó por hacer más de lo nescesario, lo cual no deben hacer los que son puestos en los tales lugares, porque les sucederá lo que á éste, y es que nos alançearon los alárabes una centinela, aunque no murió.

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CAPÍTULO XXIV.

De la primera batalla que el Conde tuvo
con los moros, dia de Nuestra Señora
Candelaria, y cómo fueron los moros
vencidos, y de lo que nos aconteció
en un pantano.

Otro dia, viernes, á 2 de Febrero, dia de Nuestra Señora Candelaria, vimos los moros alárabes cómo nos iban siguiendo por una sierra arriba, corriendo y habiendo placer, haciendo el algazara que suelen, y los nuestros poniéndoseles á vista; y algunos hablaron con ellos, en que fué el uno que les habló D. Francisco de Córdoua, hijo del Conde, y pasaron tiempo. Este dia, á las ocho horas de la mañana, en saliendo del alojamiento, mandó el Conde á D. Martin de Córdoua, Señor del Albayda, que con sus criados y alguna gente, la que pudiese recoger consigo, llevase cargo de la retaguardia, y, para esto, dejó con el dicho D. Martin de Córdoua á Diego Ponce de Leon, su primo, y al capitan Luis de Rueda con su compañía de gente de caballo, y con esta órden caminaron, y siempre llevaban al

guna gente de caballo de los alárabes moros, que les daban los gritos y algazara acostumbrada en la retaguardia. A las diez horas de la mañana, á la subida de un cerro, pareció una bandera roja grande, y con ella buena copia de gente de caballo. Visto esto, el capitan Luis de Rueda dijo á D. Martin de Córdoua: «Bien será, señor, que se saquen tiradores que llevemos aquí como gente suelta, porque no es posible sino que se les haga algun buen tiro á estos moros.» Y á esta sazon el Conde peleaba en el avanguardia con el alcaide Abrahen y con mucha cantidad de moros de pié y de á caballo, entre los cuales habia muchos escopeteros; y el Conde mandó á D. Alonso de Villaroel que con 500 tiradores fuese por el un lado, y el Conde con la otra gente acometió é hízoles perder el cerro y volver las espaldas. Esto hecho, el Conde no quiso seguir porque estaba la tierra muy lodosa y pesada para la gente de caballo, mas volvió á recoger la gente, y volvieron á caminar en su órden.

Acabado esto, un arcabucero de la gente suelta que D. Martin de Córdoua traia en la retarguardia, vió descubierto el Alférez de la bandera roja, que ya dijimos, y, asestando su arcabuz, le dió

un arcabuzazo que dió con él y con la bandera en el suelo; y luego, el dicho D. Martin de Córdoua y los que con él iban, dieron Sanctiago por cobrar la dicha bandera, y á causa de una rambla honda que en medio estaba, la cual se tardaron en atravesar, los moros la pusieron en cobro, de manera que fué ésta la causa que la bandera no se cobró, aunque el moro que la traia no la volvió á llevar,` porque quedó muerto en el campo. Salidos de la rambla, la vía de la retaguardia, vieron gente de caballo que nuevamente venia; y miraron más adelante, y vieron venir muy gran hilo de gente de caballo muy bien aderezados con ricas adargas y capellares: y esta gente era el alcaide Almanzor-ben-Bogani, Capitan general del reino de Tremecen; Muley-Mahamet, que entónces llevaba la delantera de su gente, là cual traia gran copia de gente de caballo y de peones. A esta sazon llegó Don Francisco de Córdoua, hijo del conde de Alcaudete, á juntarse con D. Martin de Córdoua en la retagurdia, y así se juntó; y desta manera caminaron, llevando más cantidad de moros en la retaguardia que hasta entonces se habia visto, los cuales venian con mucha gana de pelear con los cristianos; y así fué que á las tres horas

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