Imágenes de página
PDF
ePub

ESCENA CUARTA.

ESCRIBANO Y LOS DICHOS.

ESCRIBANO, á Justo desde el fondo de la escena. Señor: el caballero corregidor solicita entrar.

JUSTO, al Escribano.

Aguardad un momento. (A Torcuato.) Hijo mio, reserva en tu corazon este secreto, porque importa á mis ideas; y si el cielo no se doliere de este padre desventurado, ocultemos á la naturaleza un ejemplo capaz de horrorizarla.

ESCRIBANO, desde la puerta.

¡ Con qué ternura le habla ! Hasta le da el nombre de hijo por consolarle. ¡ Oh qué ejemplo tan digno de imitacion y de alabanza!

JUSTO, al Escribano.

Que entre. (El Escribano se retira, vuelve con Simon hasta la puerta, y se va.)

Solo me toca obedeceros.

TORCUATO.

ESCENA QUINTA.

SIMON, JUSTO Y TORCUATO.

SIMON.

Perdonad, Sr. Don Justo: esta muchacha no me deja sosegar un instante: si no la detengo, ya venia de speñada á echarse á vuestros pies. Clama por su marido, y dice que no quiere separarse de su lado. Tambien desea verle Don Anselmo

JUSTO.

Ah! Si supieran cuál es su suerte!

SIMON, á Torcuato.

¡Muy buena la hemos hecho, Torcuato! Mira en qué estado nos has puesto!

JUSTO, con gravedad.

Sr. Don Simon, ya no es tiempo de reconvenciones. Si no os doleis de su triste situacion, al menos no le aflijais.

TORCUATO, á Justo.

Pero, señor, se me negará el consuelo...

JUSTO, con blandura.

¿Para qué quereis esponeros á la angustia de ver las lágrimas de vuestra esposa y vuestro amigo? Tan tiernos objetos solo pueden serviros de mayor quebranto. Yo quiero escusárosle, amigo mio : retiraos un instante, y tratad de tranquilizar vuestro espíritu. Quizá en mejor ocasion podréis satisfacer tan justo deseo. (A los centinelas.) Hola, retiradle. (Los centinelas se van con Torcuato en la misma forma que han salido.)

ESCENA SEXTA.

JUSTO Y SIMON.

SIMON, viendo salir à Torcuato.

¡Este mozo nos ha perdido! Mi casa está hecha una Babilonia todos lloran, todos se afligen, y todos sienten su desgracia. Ve aquí, Sr. Don Justo, las consecuencias de los desafíos. Estos muchachos quieren disculparse con el honor, sin advertir que por conservarle atropellan todas sus obligaciones No: la ley los castiga con sobrada razon.

JUSTO.

Otra vez hemos tocado este punto, y yo creia haberos convencido. Bien sé que el verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud, y del cumplimiento de los propios deberes. El hombre justo debe sacrificar á su conservacion todas las preocupaciones vulgares; pero por desgracia la solidez de esta máxima se esconde á la muchedumbre. Para un pueblo de filósofos seria buena la legislacion que castigase con dureza al que admite un desafío, que entre ellos fuera un delito grande. Pero en un pais, donde la educacion, el clima, las costumbres, el genio nacional, y la misma constitucion inspiran á la nobleza estos sentimientos fogosos y delicados á que se da el nombre de pundonor; en un pais, donde el mas honrado es el menos sufrido, y el mas valiente el que tiene mas osadía; en un pais en fin, donde á la cordura se llama cobardía, y á la moderacion falta de espíritu: ¿ será justa la ley que priva de la vida á un desdichado solo porque piensa como sus iguales? Una

ley que solo podrán cumplir los muy virtuosos, ó los muy cobardes?

SIMON.

Pero, señor, yo creia que el mejor modo de hacer á los mozos mas sufridos era agravar las penas contra los temerarios.

JUSTO.

Cuando haya mejores ideas acerca del honor, convendrá acaso asegurarlas por ese medio; pero entre tanto las penas fuertes serán injustas, y no producirán efecto alguno. Nuestra antigua legislacion era en este punto menos bárbara. El genio caballeresco de los antiguos españoles hacia plausibles los duelos, y entonces la legislacion los autorizaba; pero hoy pensamos, poco mas ó menos como los godos, y sin embargo castigamos los duelos con penas capitales.

[ocr errors]

SIMON.

Esos discursos, señor, son demasiado profundos; yo no soy filósofo, ni los entiendo, pero estoy muy mal con que los

mozos...

JUSTO, con alguna aspereza.

Dejemos una contestacion que debe afligirnos á entrambos, y vamos á consolar á Laura, pues tanto lo necesita.

SIMON.

Pero, decidme, ¿no habrá algun medio de salvar á Torcuato ?

JUSTO, con seriedad.

Esa pregunta es bien estraña en quien sabe las obligaciones de un juez El órgano de la ley no es árbitro de ella. No tengo mas arbitrio que el de representar; y pues habeis oido como pienso, podréis inferir si lo habré hecho con eficacia.

SIMON.

Oh! pues si habeis representado, yo confio...

JUSTO.

No haréis bien en confiar. Las representaciones de un juez suelen valer muy poco cuando conspiran á mitigar el rigor de una ley reciente. Sin embargo, la Providencia... la piedad del Soberano...

ESCENA SÉPTIMA.

ESCRIBANO, LOS DICHOS.

ESCRIBANO.

Señor, acaba de llegar el espreso.

JUSTO, recibiendo el pliego.

Veamos.. (Asustado.) No sé lo que me altera: el corazon no

me cabe en el pecho.

SIMON.

¿Qué tendrá que tanto se ha turbado?

JUSTO, leyendo en secreto la carta, manifiesta en su semblante grande conmo cion y estremo dolor, y despues de haber acabado se arroja en una silla. ¡Oh padre sin ventura ! Oh hijo desdichado !

ESCRIBANO.

Malo! malo! Sin duda se ha confirmado la sentencia ! ( Se va el Escribano; y Simon, como temeroso de interrumpir á Justo se retira al fondo de la escena, sin resolverse á des ampararle

SIMON.

Yo no comprendo... El ha perdido el color... ¡Cuál se ha puesto, Dios mio! ¿ Qué traerá esta carta ? (Cuanto dice Justo. en el resto de la presente escena se entiende aparte.)

JUSTO.

[ocr errors]

Sí, sí: yo he sido el cruel, que ha acelerado su desgracia... Ah! Yo esperaba que mis clamores en favor de un inocente... ¡Hijo desventurado!

SIMON.

¿Señor?... (Acercándose con timidez.) ¿Qué tendrá que tanto esclama?

JUSTO, sin oirle.

¡No solo aprueban su muerte, sino que quieren tambien atropellarla! (Levantándose.) No: al Soberano le han engañado. Ah! Si hubiera oido mis razones, ¿cómo pudiera negarse su piadoso ánimo á la defensa de un inocente?

[merged small][merged small][ocr errors]

JUSTO, paseándose por la escena, como fuera de sí.

¡ Hijo mio! hijo desdichado ! ¿Cómo he de consentir ?... Iré

á bañar los pies del mejor de los Reyes con mis humildes lágrimas.

SIMON.

¡Cuál está, Dios mio! No sosiega un instante ! Sr. Don Justo... Por vida de... Sr Don Justo... ¡ Pero qué gritos!...

ESCENA OCTAVA.

LAURA, ANSELMO, LOS DICHOS.

LAURA, entra corriendo en la escena, y Anselmo deteniéndola.

ANSELMO.

Señora, señora, deteneos.

LAURA mirando á todas partes.

Qué, ¿El correrá á la muerte, y yo no podré abrazarle ?.... Querido esposo, dónde te esconden ? Quiénes son los crueles que nos separan?

SIMON.

¡Hija mia! ¿qué es esto?.... Don Anselmo...

ANSELMO.

Señor, no he podido contenerla... El posta que llegó de la corte esparció la voz de que traia malas nuevas: entendiéronlo algunos de la familia, y sus lágrimas...

LAURA de rodillas á Justo.

Ay señor! Así abandonais á vuestro amigo? Sufriréis esposa desventurada?

JUSTO volviendo el rostro.

que su

Ve aquí lo que faltaba al complemento de mi desdicha! Señor Don Simon, separad á vuestra hija de este sitio, donde nada es capaz de aliviar su dolor.

Vamos, hija, vamos.

SIMON.

LAURA resistiéndose.

No, yo no me separaré de aquí... Qué! ¿Despues de perderle me negarán tambien el consuelo de morir en sus brazos? ¡Crueles! todos son crueles con esta desdichada!

(Simon lleva casi violentamente á su hija, y Anselmo pretende seguirlos, pero

se detiene avisado por Justo.)

« AnteriorContinuar »