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ACTO III.

ESCENA PRIMERA.

JUSTO, SIMON, TORCUATO.

El teatro representa lo mismo que en al acto primero.

JUSTO.

í, señor D. Torcuato : quien sabe de los autores de un delito, debe esta triste noticia á la causa pública, y á là seguridad de los demas. Las leyes no pueden castigar los delitos si antes no los prueban. ¿Y cómo los probarán, si miran con indiferencia la ocultacion de la verdad? Así que, D. Anselmo podrá estar inocente en cuanto al desafio; pero él contesta haber gratificado al criado del Marqués, enviádole á Madrid, y mantenídole á su costa hasta el dia ; y esto supone que tiene noticia de la ejecucion, y aun del autor del delito. Os aseguro que esto mismo escita mi compasion hácia él, pues conozco que por un efecto de generosidad labra su propia ruina por evitar la de algun otro.

SIMON.

Allá se las avenga ; si no quiere pernear, que cante de plano. Tú, hijo mio, ya has abogado bastante en su favor: deja ahora que el señor Don Justo haga su oficio, pues sabe lo que se hace.

TORCUATO, á Simon.

Tambien sé yo lo que me toca hacer por un amigo, de cuya inocencia estoy seguro. (A Justo.) ¿Y habrá algun inconve niente en que yo le hable?

JUSTO.

No os lo permitirán sin órden mia pero os la daré, y no habrá embarazo.

(Justo se acerca á la mesa, escribe un papel, le entrega á Torcuato, y este se

retira.)

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JUSTO, aparte.

¡Cuánto me compadece! La suerte de su amigo le tiene inconsolable. ¡Qué corazon tan honrado !

ESCENA SEGUNDA.

JUSTO, SIMON.

JUSTO, paseándose.

Mucho me agradan, señor Don Simon, el juicio y los talentos de este mozo. La señora Laura será muy dichosa en su compañía.

SIMON.

¡Oh! ella está loca de contento. Es verdad que salió de un marido tan malo.... El Marqués era un calaveron de cuatro suelas. ¡Qué malos ratos dió á la muchacha, y qué pesadumbres á mí! A los ocho dias de casado ya no hacia caso de ella, y á los dos meses no tenia de la dote ni dos cuartos. Ahí nos engañaron con que sus parientes eran grandes señores en la Corte, y nos hicieron creer.... Eh! palabrones de cortesanos, que se llevó el viento. ¡Oh, Torcuato! Torcuato es otra cosa, ¡Qué muger era su tia! Yo la conocí mucho en Salamanca. A su muerte le dejó una corta herencia; porque siempre le quiso como si fuera su hijo; y aun hubo malas lenguas.... Pero era muy virtuosa : Dios la tenga en descanso. En fin las locuras del Marqués me dejaron harto de señoritos con que, por no tropezar con otro, viendo que Laura quedaba viuda y niña, y que Torcuato la tenia inclinacion, se la ofrecí, sin esperar que él la pidiese, y hoy viven ambos dichosos y contentos.

JUSTO.

¿Y no pensais en darle algun destino ?

SIMON.

i

¿Destino? No señor: soy ya muy viejo; mañana ó esotro me moriré, les dejaré cuanto tengo, y con ello podrán vivir sin quebraderos de cabeza. ¿Destino? ¡ Buena es esa! Los hombres de empleo no sosiegan un instante. ¡Yo no sé cómo pretenden los que tienen con que pasar! Y luego se premia tan mal!...

JUSTO.

Sr. Don Simon, para el hombre honrado la satisfaccion de servir bien es el mejor premio.

SIMON.

¿Y os parece que la alcanzan los que sirven mejor? No por cierto. Hasta el crédito y la buena fama se reparte sin ton ni son. ¡Ah, señor! vos no conoceis todavía el mundo. Antiguamente era otra cosa; pero hoy se juzga solo por apariencias. Todo consiste en un poco de maña y de ingeniatura. Los hombres honrados por lo comun son modestos; pero los pícaros sudan y se afanan por parecer honrados, con que pasa por bueno, no el que lo es en realidad, sino el que mejor sabe fingirlo.

JUSTO.

En todo caso, el hombre de bien despues de haber cumplido con sus deberes, vivirá contento, y la injusticia de los que le juzguen no podrá quitarle su tranquilidad, que es el mas dulce fruto de las buenas acciones.

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Bien está. (Aparte.) Yo trataré de volver á buen tiempo para haceros la partida.

SIMON.

Señor, vos trabajais mucho y á malas horas: cuidad mas de vuestro descanso, que al cabo de la jornada sale mas bien librado el que se incomoda menos.

JUSTO.

Este hombre tiene muy buen corazon, pero muy malos principios. (El Escribano entra, y vuelve á salir con los papeles que dejó en el acto antecedente. Con él sale un criado, que entrega á Justo baston, sombrero y espada, y se van.)

ESCENA CUARTA.

SIMON SOLO.

El hombre no sosiega. Con el bocado en la boca vuelve á su trabajo. ¡ Fuego de Dios! El que cogiere debajo, no se le ha de escapar á dos tirones.

ESCENA QUINTA.

LAURA, SIMON.

LAURA asustada.

¿Señor, habeis visto á Torcuato?

SIMON.

Poco ha que salió de aquí. Pero ¿qué tienes, muchacha? Por qué vienes tan asustada ?... Tú has llorado.... eh ?

LAURA.

¡Ay padre!

SIMON.

¿Pues qué? Qué te ha dado? Has perdido el juicio? Yo no os entiendo. Desde que tu marido resolvió su viaje andas tan alborotada y tan triste, que no te conozco, y el otro desde que prendieron á su amigote, anda tambien fuera de sí. Antes mucha prisa por irse, y ahora ya parece que no se va.... Aquí estuvo charlando una hora con Don Justo sobre las cosas de Don Anselmo, y al fin se fué diciendo que iba á verle.

LAURA, mas asustada.

¿Y qué, le habeis dejado ir?

SIMON, sereno.

¿Dejado? por qué no?

LAURA.

¡Ay, padre, yo temo una desgracia!

SIMON, cuidadoso.

ત Una desgracia? Cómo?...

LAURA.

¡Ah! No ha querido oirme... Sin duda se complace en hacerme desdichada.... Tal vez á la hora de esta....

SIMON.

Pero, muchacha.... (Viendo á Felipe que entra corriendo y lloroso). ¿ Otra tenemos?

ESCENA SEXTA.

FELIPE, LOS DICHOS.

FELIPE sollozando.

¡Ay, señor, qué desgracia! Quién creyera lo que acaba de suceder!

SIMON.

¿Pues qué?... Qué hay? Qué traes? Jesus! Hoy todos andan locos en mi casa.

FELIPE.

Señor, yo estaba en este instante con los centinelas que guardan al señor Don Anselmo, cuando veo á mi amo llegar á la torre con mucha prisa, diciendo que queria hablarle; y aunque los soldados trataban de estorbárselo, manifestó una órden del señor Don Justo, y le dieron entrada. Al punto corre hácia su amigo, le abraza, y sin reparar en los que estaban presentes : «< Anselmo, le dice, yo vengo á librarte: no es justo que por mi causa padezcas inocente. » Don Anselmo, que conoció su idea, procuró contenerle para que callase, le hizo mil señas, le interrumpió mil veces, y hasta le tapó la boca; pero todo fué en vano porque mi amo desatinado, y como fuera de sí proseguia diciendo á voces, que él habia dado muerte al señor Marqués. A este tiempo entra el señor Don Justo, á quien mi amo repite la misma confesion, intercediendo por su amigo, y asegurándole que estaba inocente. De todo tomó razon el escribano, y ya quedan examinándolos. Don Anselmo queria persuadir al juez que él solo era el reo; pero mi amo se afligió tanto, é hizo tantas protestas, que le obligó á desdecirse. El señor Don Justo queda sorprendido sobremanera; su amigo confuso, é inconsolable, y hasta los centinelas, viendo su generosidad, lloraban como unas criaturas. No, yo no puedo vivir si pierdo á mi amo.

LAURA.

¡Ah, mi corazon me anunciaba esta desgracia! Padre mio!...

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