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ESCENA SÉPTIMA.

TORCUATO Y LAURA.

TORCUATO, resolviéndose despues de una gran pausa.

No; yo no sufriré que padezca un momento por mi causa. El está inocente, y voy á socorrerle.

LAURA, deteniéndole.

¡ A socorrerle! ¿Y podrás hacerlo sin esponer tu vida?

TORCUATO.

Pero, Laura, ¿cómo he de sufrir que padezca mi amigo por mi culpa ? Le veré arrestado, deshonrado, y tenido por delincuente, sin correr á ayudarle, siendo el único autor de su calamidad? No, no: voy á delatarme, á librar su preciosa vida, y á morir; pues solo soy digno de este infortunio.

LAURA.

¿Y las lágrimas de tu esposa, hombre cruel, no podrán reprimir tus ímpetus violentos ? Quieres esponer mi triste vida á nuevos desconsuelos ? Sosiégate, desdichado, y ten compasion de esta infeliz. Don Anselmo está inocente; el cielo velará sobre su vida, y nos dará medios de conservársela. Salva ahora la tuya, pues nos importa tanto. Huye, huye al instante de este funesto clima, donde te persigue el infortunio, y deja á nuestro cuidado la libertad de tu amigo.

TORCUATO.

No, querida Laura, no puedo obedecerte. Las cosas han tomado otro semblante, y ya no puedo separarme de aquí sin hacer traicion al mas honrado y digno amigo. Anselmo está preso por mi causa. Conozco su corazon: es incapaz de descubrirme; y antes correrá mil veces á la muerte, que contribuya á la desgracia de un amigo. Yo no espondré temerariamente mi vida: no, Laura mia, tú me la haces amable; pero tampoco puedo abandonarle. Voy á enterarme de todo, á poner en salvo su vida y su reputacion, y en fin, si no pudiere conseguirlo, á tomar el partido que me dicten el honor y la amistad.

ESCENA OCTAVA.

LAURA, SENTADA, Y MUY AFLIGIDA.

Yo no sé donde estoy... El cielo sin duda se complace en llenar mi corazon de susto y desconsuelo... ¡Desventurada! Aun no ha dos horas que gozaba de la dicha mas pura, y ahora rodeada de aflicciones, me veo espuesta á perder lo que idolatro. ¡Cruel esposo ! Tu silencio... ¿ Era indigno mi corazon de tu confianza? Ah! si conocieras la ternura con que te ama !... Pero yo soy injusta : tú me amabas tambien ; temias perderme, y un esceso de amor te hizo conmigo delincuente... ¿Y sufriré que tu vida en tan urgente riesgo se vea ?.... ( Levantándose.) No: corro á defenderte... ( Deteniéndose.) ¿Y á quién acudi ré con mis lágrimas?... Mi padre... Ah! ¿podrá sufrir mi padre que interceda por el matador de mi esposo ? (Con resolucion.) Pero este mismo ¿no es mi esposo tambien ? Sí: ya reconozco mi primera obligacion. (Viendo á su padre.) Padre....

ESCENA NONA.

SIMON Y LAURA.

SIMON, desde la puerta.

¡ Vaya, vaya, que la hemos hecho buena! Laura, ¿no sabes lo que pasa? Jesus! Jesus! Estoy aturdido. El amigote de tu marido está en la torre, y dicen es quien mató al Marqués. ¿Quién lo creyera? ¡sobre que no se puede fiar de los hombres! Pero á fe que no le arriendo la ganancia. Ya, ya el amigo Don Justo le dirá cuantas son cinco. Que vaya, que vaya ahora á defenderle tu marido con sus filosofías. ¿Qué, no hay mas que andarse matando los hombres por frioleras, y luego disculparlos con opiniones galanas? Todos estos modernos gritan: la razon, la humanidad, la naturaleza. Bueno andará el mundo cuando se haga caso de estas cosas. Pero Don Justo..

ESCENA DÉCIMA.

JUSTO, ESCRIBANO, LOS DICHOS.

JUSTO, al Escribano, en el fondo.

Don Claudio, váyase á descansar un rato, y vuelva despues de las dos.

ESCRIBANO.

Señor, las doce han dado ya.

JUSTO.

Y bien: ¿ no le bastan dos horas para comer y reposar? Ponga esos papeles sobre mi bufete, y vuelva á la hora que le digo. (El Escribano pasa con los papeles á un cuarto interior, y vuelve á salir por la misma pieza.)

SIMON,

viéndole pasar.

Eh! Yo apuesto que no va contento. Este bribon querrá trabajar poco, y que la comision dure mucho... Sí, á mí con esas.

ESCENA UNDÉCIMA.

JUSTO, SIMON, LAURA.

JUSTO, acercándose.

¡Quién podrá reposar tranquilo mientras los infelices maldicen su descanso !

SIMON.

Vaya, señor Don Justo, que esta mañana se ha trabajado mucho.

JUSTO.

Sí, amigo, pero se ha adelantado poco.

SIMON.

Poco! Pues no habeis atrapado dos reos, que se escaparon á la penetracion de mi Alcalde mayor?

JUSTO.

Cierto es; pero si no me engaño, aun estamos muy lejos de la verdad. (A Laura. ) Señora; ¿ porqué estais tan triste? Qué?.....

SIMON.

No hagais caso de niñerías. Su marido se va á Madrid por una ó dos semanas, y ved ahí lo que la tiene sin consuelo.

ESCENA DUODÉCIMA.

TORCUATO, FELIPE, LOS DICHOS.

FELIPE á su amo, en el fondo.

¿Con qué les digo que se vayan ?

TORCUATO.

Sí: págales el dia, pues ya no los necesito.

FELIPE.

Jamás le ví tan impertinente. (Se va Felipe. )

SIMON.

¿Pues qué, Torcuato, ya no te vas?

TORCUATO.

No, señor, no puedo desamparar á mi amigo.

JUSTO.

Si yo fuese delicado, señor Don Torcuato, atribuiria esta ausencia á la incomodidad de mi hospedaje; pero tengo de vos mejor opinion.

TORCUATO.

Señor, las personas de vuestro mérito, lejos de incómodar, hacen dichoso á cualquiera que las obsequia. Un negocio doméstico me obliga á pasar á Madrid; pero vos me habeis detenido arrestando á un amigo, á quien no puedo desamparar.

JUSTO.

Siempre me es apreciable vuestra compañía; pero no quisiera lograrla á tanta costa. La suerte de Don Anselmo me compadece mucho; y la amistad con que le honrais no es lo que menos me interesa en su favor.

TORCUATO.

Nunca tendréis que arrepentiros de haberle honrado con vuestra compasion; pues además de sus buenas cualidades, tiene para merecerla la de ser inocente. ( Al oir esto se inmuta Laura.)

JUSTO.

Así lo espero. Su semblante, su compostura, y la serenidad que manifiesta, no son compatibles con una conciencia delincuente. Pero él se ha obstinado en callar cuanto sabe sobre el desafío y muerte del Marqués, y esto no se lo perdonarán las leyes.

SIMON.

Oh! Cuando lo sabe y no lo dice, algo será ello. Señor Don Justo, no hay que juzgar á los hombres por sus semblantes : reos he visto yo que parecian unos santos, y eran peores que Barrabás.

TORCUATO.

No es Anselmo de ese número; ni es tan fácil á los perversos ocultar la iniquidad de su corazon. En fin, soy su amigo, y debo hacer por él cuanto me permitan el honor y la justicia. JUSTO, aparte.

¡Qué juicio, qué compostura! No he visto mozo mas cabal.

ESCENA DÉCIMATERCIA.

JUAN, LOS DICHOS.

JUAN, en el fondo.

Señores, la sopa está en la mesa.

SIMON.

¡ Santa palabra! Vamos, vamos á comerla antes que se enfrie, que lo demas lo descubrirá el tiempo.

ESCENA DÉCIMACUARTA.

TORCUATO MUY PENSATIVO, Y PASEANDO.

En fin ya no hay recurso.... Ya no puedo salvar á mi amigo sin esponer mi propia vida. ¡Anselmo tiene contra sí tantas sospechas!... Si se obstina en callar sufrirá todo el rigor de la ley.... Y tal vez la tortura.... (Horrorizado.); La tortura! .... Oh nombre odioso! Nombre funesto!... ¿Es posible que en un siglo en que se respeta la humanidad, y en que la filosofía derrama su luz por todas partes, se escuchen aun entre nosotros los gritos de la inocencia oprimida?... Pero sufriré yo que por mi causa ?... No: el honor me sujeta á la dureza de las leyes, y yo seria digno de ella, si le espusiese por evitarla. Perdona, triste Laura, tú, cuyas virtudes eran dignas de suerte mas dichosa, perdona á este infeliz el sacrificio que va á hacer de una vida que es tuya, en las aras del honor y de la amistad.

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