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cosa comparable á Homero y Pindaro, ni á Horacio y el Mantuano ; nada que iguale á Xenofonte y Tito Livio, ni á Demóstenes y Ciceron. Pero ¿ de dónde viene esta vergonzosa diferencia? Por qué en las obras de los modernos, con mas sabiduría, se halla menos genio que en las de los antiguos? Y por qué brillan mas los que supieron menos? La razon es clara, dice un moderno; porque los antiguos crearon, y nosotros imitamos; porque los antiguos estudiaron en la naturaleza, y nosotros en ellos. ¿Por qué, pues, no seguirémos sus huellas? Y si queremos igualarlos, ¿por qué no estudiarémos como ellos? He aquí en lo que debemos imitarlos.

Y he aquí tambien á donde deseamos guiaros por medio de esta nueva enseñanza. Su fin es sembrar en vuestros ánimos las semillas del buen gusto en todos los géneros de decir. Para formarle, para hacerlas germinar, hartos modelos escogidos se os pondrán á la vista, de los antiguos en sus versiones, y de los modernos en sus originales. Estudiad las lenguas vivas; estudiad sobre todo la vuestra; cultivadla; dad mas á la observacion y á la meditacion, que á una infructuosa lectura; y sacudiendo de una vez las cadenas de la imitacion, separaos del rebaño de los metodistas y copiadores, y atreveos á subir á la contemplacion de la naturaleza. En ella estudiaron los hombres célebres de la antigüedad, y en ella se formaron y descollaron aquellos grandes talentos en que tanto como su escelencia, admiramos su estension y generalidad. Juzgadlos, no ya por lo que supieron y dijeron, sino por lo que hicieron ; y veréis de cuanto aprecio no son dignos unos hombres que parecian nacidos para todas las profesiones y todos los empleos, y que como los soldados de Cadmo brotaban del seno de la tierra armados y preparados á pelear, así salian ellos de las manos de sus pedagogos á brillar sucesivamente en todos los destinos y cargos públicos. Ved á Péricles, apoyo y delicia de Atenas, por su profunda política y por su victoriosa elocuencia, al mismo tiempo que era por su sabiduría el ornamento del Liceo, así como por su sensibilidad y buen gusto el amigo de Sófocles, de Fidias y de Aspasia. Ved á Ciceron mandando ejércitos, gobernando provincias, aterrando á los facciosos, y salvando la patria, mientras que desenvolvia en sus oficios y en sus academias los sublimes preceptos de la mo

ral pública y privada: á Xenofonte dirigiendo la gloriosa retirada de los diez mil, é inmortalizándola despues con su pluma: á César lidiando, orando y escribiendo con la misma sublimidad; y á Plinio, asombro de sabiduría, escudriñando entre los afanes de la magistratura y de la milicia los arcanos de la naturaleza, y describiendo con el pincel mas atrevido sus riquezas inimitables.

Estudiad vosotros como ellos el universo natural y racional, y contemplad como ellos este gran modelo, este sublime tipo de cuanto hay de bello y perfecto, de majestuoso y grande en el órden físico y moral, que así podréis igualar á aquellas ilustres lumbreras del genio. ¿Quereis ser grandes poetas ? Observad como Homero á los hombres en los importantes trances de la vida pública y privada, ó estudiad como Eurípides el corazon humano en el tumulto y fluctuacion de las pasiones, ó contemplad como Teócrito y Virgilio, las deliciosas situaciones de la vida rústica. ¿Queréis ser oradores elocuentes, historiadores disertos, políticos insignes y profundos ? Estudiad, indagad como Hortensio y Tulio, como Salustio y Tácito, aquellas secretas relaciones, aquellos grandes y repentinos movimientos con que una mano invisible, encadenando los humanos sucesos, compone los destinos de los hombres, y fuerza y arrastra todas las vicisitudes políticas. Ved aquí las huellas que debeis seguir ; ved aquí el gran modelo que debeis imitar. Nacidos en un clima dulce y templado, y en un suelo en que la naturaleza reunió á las escenas mas augustas y sublimes, las mas bellas y graciosas: dotados de un ingenio firme y penetrante, y ayudados de una lengua llena de majestad y de armonía, si la cultivareis, si aprendiereis á emplearla dignamente, cantaréis como Píndaro, narraréis como Tucídides, persuadiréis como Sócrates, argüiréis como Platon y Aristóteles, y aun demostraréis con la victoriosa precision de Euclides.

¡ Dichoso aquel que aspirando á igualar á estos hombres célebres, luchare por alcanzar tan preciosos talentos! Cuánta gloria, cuánto placer no recompensará sus fatigas ! Pero si una falsa modestia entibiare en alguno de vosotros el inocente deseo de fama literaria ; si la pereza le hiciere preferir mas humildes y fáciles placeres, no por eso crea que el estudio que

le propongo es para él menos necesario. Porque ¿quién no le habrá menester para su provecho y conducta particular? Creedme la exactitud del juicio, el fino y delicado discernimiento; en una palabra, el buen gusto que inspira este estar dio, es el talento mas necesario en el uso de la vida. Lo es no solo para hablar y escribir, sino tambien para oir y leer; y aun me atrevo á decir, que para sentir y pensar : porque habeis de saber, que el buen gusto es como el tacto de nuestra razón; y á la manera que tocando y palpando los cuerpos nos enteramos de su estension y figura, de su blandura ó duresa, de su aspereza ó suavidad, así tambien tentando ó examinando con el criterio del buen gusto nuestros escritos ó los agenos, descubrimos sus bellezas ó imperfecciones, y juzgamos rectamente del mérito y valor de cada uno.

Este tacto, este sentido crítico, es tambien la fuente de todo el placer que escitan en nuestra alma las producciones del genio, así en la literatura como en las artes; y esta deliciosa sensación es siempre proporcionada al grado de exactitud con que distinguimos sus bellezas de sus defectos. El es el que nos eleva con los sublimes raptos de Fr. Luis de Leon, ó nos atormenta con las hinchadas metáforas de Silveira; y él es el que nos embelesa con los encantos del pincel de Murillo, ό nos fastidia con la descarnada sequedad del Greco; por él lloramos con Virgilio y Racine, ó reimos con Moreto y Cervantes; y mientras nos aleja desabridos de la ruidosa palabrería de uu charlatan, nos ata con cadenas doradas á los labios de un hombre elocuente; él, en fin, perfeccionando nuestras ideas y nuestros sentimientos, nos descubre las gracias y bellezas de ła naturaleza y de las artes, nos hace amarlas y saborearnos con ellas, y nos arrebata sin arbitrio en pos de sus encantos.

Perfeccionad, hijos mios, este precioso sentido, y él os servirá de guia en todos vuestros estudios, y él tendrá la primera influencia en vuestras opiniones y en vuestra conducta. El pondrá en vuestras manos las obras marcadas con el sello de la verdad y del genio, y arrancará ó hará caer de ellas los abortos del error y de la ignorancia. Perfeccionadle, y vendrá el dia en que difundido por todas partes, y no pudiendo sufrir ni la estravagancia, ni la medianía, ahuyente para siempre de vuestros ojos esta plaga, esta asquerosa colubie de embriones,

de engendros, de monstruos y vestiglos literários, con que el mal gusto de los pasados siglos infestó la república de las letras. Entonces, comparando la necesidad que tenemos de buena y provechosa doctrina con el breve período que nos es dado para adquirirla, condenarémos de una vez á las llamas y al eterno olvido tantos enigmas, sofismas y sutilezas, tantas fábulas y patrañas y supercherías, tanta paradoja, tanta inmundicia, tanta sandez y necedad, como se han amontonado en la enorme enciclopedia de la barbarie y de la pedantería.

Esto deberá la educacion pública á la reunion de las ciencias con la literatura; esto le deberá la vuestra. Alcanzadlo, y cualquiera que sea vuestra vocacion, vuestro destino, apareceréis en el público como miembros dignos de la nacion que os instruye; que tal debe ser el alto fin de vuestros estudios. Porqué ¿qué vale la instruccion que no se consagra al provecho comun? No, la patria no os apreciará nunca por lo que 'supie» reis, sino por lo que hiciereis. ¿Y de qué servirá que atesoreis muchas verdades, si no las sabeis comunicar?

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Ahora bien para comunicar la verdad es menester persuadirla; y para persuadirla hacerla amable. Es menester despojarla del oscuro científico aparato, tomar sus mas puros y claros resultados, simplificarla, acomodarla á la comprension general, é inspirarle aquella fuerza, aquella gracia que fijando la imaginacion cautiva victoriosamente la atencion de cuantos la oyen.

¿Y á quién os parece que se deberá esta victoria' sino al arte de bien hablar? No lo dudeis: el dominio de las ciencias se ejerce solo sobre la razon : todas hablan con ella, con el còrazon ninguna ; porque á la razon toca el asenso, y á la voluntad el albedrío. Aun parece que el corazon, como celoso de su independencia, se revela alguna vez contra la fuerza del raciocinio, y no quiere ser rendido ni sojuzgado sino por el sentimiento. Ved, pues, aquí el mas alto oficio de la literatura, á quien fué dado el arte poderoso de atraer y mover los corazones, de encenderlos, de encantarlos, y sujetarlos á su imperio.

Tal es la fuerza de su hechizo, y tal será la del hombre que á una sólida instruccion uniere el talento de la palabra, perfeccionado por la literatura. Consagrado al servicio público,

¿con cuánto esplendor no llenará las funciones que le confiaré la patria? Mientras las ciencias alumbren la esfera de accion en que debe emplear sus talentos; mientras le hagan ver en toda su luz los objetos del público interés que debe promover, y los medios de 'alcanzarlos, y los fines á que debe conducirlos, la literatura le allanará las sendas del mando. Dirigiendo ó exhortando, hablando ó escribiendo, sus palabras serán siempre fortificadas por la razon, ó endulzadas por la elocuencia; y escitando los sentimientos y captando la voluntad del público, le asegurarán el asenso y la gratitud universal.

Comparemos con este hombre respetable uno de aquellos sabios especulativos, que desdeñando tan precioso talento, deben tal vez á la incierta opinion de sus teorías la entrada á los empleos públicos. Veréis que sus estudios no le inspiran otra pasion que el orgullo, otro sentimiento que el menosprecio, otra aficion que el retiro y la soledad; pero al emplear sus talentos, vedle en un pais desconocido, en que ni descubre la esfera de su accion, ni la estension de sus fuerzas, ni atina con los medios de mandar ni con los de hacerse obedecer. Abstrac to en los principios, inflexible en sus máximas, enemigo de la sociedad, insensible á las delicias del trato ; si alguna vez los deberes de urbanidad le arrancan de sus nocturnas lucubraciones, aparecerá desaliñado en su porte, embarazado en su trato, taciturno ó importunamente misterioso en su conversacion, como si solo hubiese nacido para ser espantajo de la sociedad y baldon de la sabiduría.

Pero la literatura, enemiga del mando, y amartelada de la dulce independencia, se acomoda mucho mejor con la vida privada, y en ella se recrea, y en ella ejerce y desenvuelve sus gracias. Mientras los conocimientos científicos, levantados en su alta atmósfera, se desdeñan de bajar hasta el trato y conversacion familiar, ó son desdeñados de ella, veréis que la erudicion pule y hace amable este trato, le adorna, le perfecciona, y concurre así al esplendor de la sociedad, y tambien al provecho. Sí, señores: tambien al provecho. ¿Por ventura es la sociedad otra cosa que una gran compañía, en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces, y las consagra al bien de los demás? Cortés, amigable, espresivo en sus palabras, ninguno obligará, ninguno persuadirá mejor; cariñoso, tierno, com

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