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ORACIONES.

ORACION

Que pronunció en el Instituto sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (37).

SEÑORES:

La primera vez que tuve el honor de hablaros desde este lugar, en aquel dia memorable y glorioso, en que con el júbilo mas puro y las mas halagüeñas esperanzas os abrimos las puertas de este nuevo Instituto y os admitimos á su enseñanza, bien sabeis que fué mi primer cuidado realzar á vuestros ojos la importancia y utilidad de las ciencias que veniais buscando. Y si algun valor residia en mis palabras, si alguna fuerza les podia inspirar el celo ardiente de vuestro bien (38) que las animaba, tampoco habreis olvidado la tierna solicitud con que las empleé en persuadiros tan provechosa verdad, y en exhortaros á abrazarla. Y qué? despues de corridos tres años, cuando habeis cerrado ya tan gloriosamente el círculo de vuestros estudios, y cuando vamos á presentar al público los pri meros frutos de vuestra aplicacion y nuestra conducta, ¿estarémos todavía en la triste necesidad de persuadir é inculcar una verdad tan conocida ?

Esto acaso exigiria de nosotros la opinion pública, y esto haríamos en su obsequio, si no nos prometiésemos captarla mas bien con hechos que con discursos. Sí, señores: á pesar de los progresos debidos á nuestra constancia y la vuestra, y en medio de la justicia con que la honran aquellas almas buenas que penetradas de la importancia de la educacion pública, suspiran por sus mejoras; sé que andan todavía en derredor de vosotros ciertos espíritus malignos, que censuran y persiguen vuestros esfuerzos : enemigos de toda buena instruccion, como del bien público, cifrado en ella, desacreditan los objetos

de vuestra enseñanza, y aparentando falsa amistad y compa. sion hácia vosotros, quieren poner en duda sus ventajas y vuestro provecho particular. Tal es la lucha de la luz con las tinieblas, que presentí y os predije en aquel solemne dia; y tal será siempre la suerte de los establecimientos públicos, que haciendo la guerra á la ignorancia, tratan de promover la verdadera instruccion.

¿Pero qué podria yo responder á unos hombres, que no por celo, sino por espíritu de contradiccion; no por conviccion, sino por envidia y malignidad, murmuran de lo que no entienden, y persiguen lo que no pueden alcanzar? No, no espereis que les respondamos sino con nuestro silencio y nuestra conducta. Vean hoy los frutos de vuestro estudio, y enmudezcan. Ellos serán nuestra mejor apología, y ellos serán tambien su mayor confusion, si menospreciando nosotros sus susurros, seguís constantes vuestras útiles tareas, como las industriosas abejas labran tranquilamente sus panales mientras los zanganos de la colmena zumban y se agitan en derredor.

Un nuevo objeto, no menos censurado de estos zóilos ni á vosotros menos provechoso, ocupa hoy toda mi atencion, y reclama la vuestra: en el curso de buenas letras, ó mas bien en el ensayo de este estudio, que hemos abierto con el año, visteis anunciar el designio de reunir la literatura con las ciencias; y esta reunion, tanto tiempo ha deseada y nunca bien establecida en nuestros imperfectos métodos de educacion, parecerá á unos estraña, á otros imposible, y acaso á vosotros mismos inútil ó poco provechosa.

Es nuestro ánimo satisfacer hoy á todos, porque á todos debemos la razon de nuestra conducta. La debemos al Gobierno, que nos ha encargado de perfeccionar este establecimiento; la debemos al público, á cuyo bien está consagrado; y pues que nos habeis confiado vuestra educacion, la debemos á vosotros principalmente. Qué, ¿ me atreveria yo á pediros este nuevo sacrificio de trabajo y vigilias, si no pudiese presentaros en él la esperanza de un provecho grande y seguro? Ved, pues, aquí lo que servirá de materia á mi discurso. No temais, hijos mios, que para inclinaros al estudio de las buenas letras trate yo de menguar ni entibiar vuestro amor á las ciencias. No por

cierto: las ciencias serán siempre á mis ojos el primero, el mas digno objeto de vuestra educacion: ellas solas pueden ilustrar vuestro espíritu: ellas solas enriquecerle; ellas solas comunicaros el precioso tesoro de verdades que nos ha transmitido la antigüedad, y disponer vuestros ánimos á adquirir otras nuevas, y aumentar mas y mas este rico depósito; ellas solas pueden poner término á tantas inútiles dispu tas, y á tantas absurdas opiniones; y ellas en fin, disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra pueden difundir algun dia aquella plenitud de luces y conoci mientos que realza la nobleza de la humana especie.

Mas no porque las ciencias sean el primero, deben ser el único objeto de vuestro estudio; el de las buenas letras será para vosotros no menos útil, y aun me atrevo á decir no menos necesario.

Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquellas le enriquecen, esta pule y avalora sus tesoros: las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza ; la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona. Estos oficios son esclusivamente suyos porque á su inmensa jurisdiccion pertenece cuanto tiene relacion con la espresion de nuestras ideas. Y ved aquí la gran línea de demarcacion que divide los conocimientos humanos. Ellas nos presenta las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas: por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los seres que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su mas alto orígen. Pero aquí acaba su ministerio, y empieza el de la literatura, que despues de haberlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generacion.

Para alcanzar tan sublime fin no os propondré yo largos y penosos estudios: el plazo de nuestra vida es tan breve, y el de vuestra juventud huirá tan rápidamente, que me tendré por venturoso si lograre economizar algunos de sus momentos. Tal por lo menos ha sido mi deseo, reduciendo el estudio de las bellas letras al arte de hablar, y encerrando en él todas

las artes que con varios nombres han distinguido los metodistas, y que esencialmente le pertenecen.

¿Y por qué no podré yo combatir aquí uno de los mayores vicios de nuestra vulgar educacion, el vicio que mas ha retardado los progresos de las ciencias y los del espíritu humano? Sin duda que la subdivision de las ciencias, así como la de las artes, ha contribuido maravillosamente á su perfeccion. Un hombre consagrado toda su vida á un solo ramo de instruccion, pudo sin duda emplear en ella mayor meditacion y estudio; pudo acumular mayor número de observaciones y esperiencias, y atesorar mayor suma de luces y conocimientos. Así es como se formó y creció el árbol de las ciencias: así se multiplicaron y estendieron sus ramas; y así como nudrida y fortificada cada una de ellas pudo llevar mas sazonados y abundantes frutos.

Mas esta subdivision, tan provechosa al progreso, fué muy funesta al estado de las ciencias; y al paso que estendia sus límites, iba dificultando su adquisicion, y trasladada á la enseñanza elemental, la hizo mas larga y penosa, si ya no imposible y eterna. ¿ Cómo es que no se ha sentido hasta ahora este inconveniente? Cómo no se ha echado de ver que truncado el árbol de la sabiduría, separada la raiz de su tronco, y del tronco sus grandes ramas, y desmembrando y esparciendo todos sus vástagos, se destruia aquel enlace, aquella íntima union que tienen entre sí todos los conocimientos humanos, cuya intuicion, cuya comprehension, debe ser el único fin de nuestro estudio, y sin cuya posesion todo saber es vano?

¿Y cómo no se ha temido otro mas grave mal, derivado del mismo orígen? Ved como multiplicando los grados de la escala científica, detenemos en ellos á una preciosa juventud, que es la esperanza de las generaciones futuras, y como cargando su memoria de impertinentes reglas y preceptos, le hacemos consagrar á los métodos de inquirir la verdad el tiempo que debiera emplear en alcanzarla y poseerla. Así es como se le prolonga el camino de la sabiduría, sin acercarla nunca á su término; así es como en vez de amor, le inspiramos tedio y aversion á unos estudios en que se siente envejecer sin provecho; y así tambien como se llena, se plaga la sociedad de tantos hombres vanos y locuaces que se abrogan el título de sa

bios, sin ninguna luz de las que ilustran el espíritu, sin ningun sentimiento de los que mejoran el corazon. Para huir de este escollo, así como hemos reducido al curso de matemáticas los elementos de todas las ciencias exactas, y al de física los de todas las naturales, reducirémos al de buenas letras cuanto pertenece á la espresion de nuestras ideas. ¿Por ventura es otro el oficio de la gramática, retórica y poética, y aun de la dialéctica y lógica, que el de espresar rectamente nuestras ideas? ¿Es otro su fin que la exacta enunciacion de nuestros pensamientos por medio de palabras claras, colocadas en el órden y serie mas convenientes al objeto y fin de nuestros discur'sos?

Pues tal será la suma de esta nueva enseñanza. Ni temais que para darla oprimamos vuestra memoria con aquel fárrago importuno de definiciones y reglas, á que vulgarmente se han reducido estos estudios. No por cierto: la sencilla lógica del lenguaje, reducida á pocos y luminosos principios, derivados del purísimo orígen de nuestra razon, ilustrados con la observacion de los grandes modelos en el arte de decir, harán la suma de vuestro estudio. Corto será el trabajo; pero si vuestra aplicacion correspondiere á nuestros deseos y al tierno desvelo del laborioso profesor que está encargado de vuestra enseñanza, el fruto será grande y copioso.

Mas por ventura, al oirme hablar de los grandes modelos, preguntará alguno si trato de empeñaros en el largo y penoso estudio de las lenguas muertas, para transportaros á los siglos y regiones que los han producido. No, señores: confieso que fuera para vosotros de grande provecho beber en sus fuentes purísimas los sublimes raudales del genio que produjeron Gre cia y Roma. Pero valga la verdad: ¿seria tan preciosa esta ventaja, como el tiempo y ímprobo trabajo que os costaria alcanzarla? Hasta cuando ha de durar esta veneracion, esta ciega idolatría, por decirlo así, que profesamos á la antigüedad? Porqué no habemos de sacudir alguna vez esta rancia preocupacion, á que tan neciamente esclavizamos nuestra razon, y sacrificamos la flor de nuestra vida?

Lo reconozco, lo confieso de buena fe: fuera necedad negar la escelencia de aquellos grandes modelos. No, no hay entre nosotros, no hay todavía en ninguna de las naciones sabias

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