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attachement avec le quel j'ai l'honneur d'être, Monsieur, -Vôtre très-humble et très-obéissant serviteur. A Cadix, le 8 septembre 1777.

P. S. Je dois vous dire au reste, Monsieur, qu'à raison de nos usages particuliers et de nôtre extreme delicatesse, j'ai été obligé de changer une grande partie de pantomime dans le cinquième acte. Le dénouement ne séroit pas assez rapide sur notre scène, et languiroit trop: vôtre pièce est trop bonne pour lui laisser aucun défaut.

Contestacion à la carta anterior.

MUY Señor mio: Acabo de recibir la apreciable carta de V. de 8 del corriente, y lleno de reconocimiento á las honras que en ella me dispensa, paso á satisfacer sus dudas, tomándome tambien, para ser mas claro, la licencia de escribir en mi lengua.

Scimus, et hanc veniam petimusque, damusque vicissim.

Si no me engaño, el carácter de Don Simon de Escobedo está definido en una sentencia con que remata la escena tercera del tercer acto de mi Delincuente. Este hombre, dice allí Don Justo, tiene muy buen corazon, pero muy malos principios. Yo haré una esplicacion de la idea que envuelve esta sentencia, y de los accidentes con que está adornado el personaje de nuestro viejo.

Siendo el objeto de este drama descubrir la dureza de las leyes, que sin distincion de provocado y provocante castigan á los duelistas con pena capital, me pareció conveniente introducir en la accion dos personajes de una misma profesion, pero de diverso carácter, para que haciendo recíproco contraste uno á otro, realzasen el interés de la misma accion, y ofreciendo muchas y varias

situaciones, mantuviesen al espectador en una ordenada alternativa de sentimientos.

A este fin dí el primer lugar á un magistrado filósofo; esto es, ilustrado, ilustrado, virtuoso y humano. Ilustrado, para que conociese los defectos de las leyes: virtuoso, para que supiese respetarlas, y humano, para que compadeciese en alto grado al inocente que veia oprimido bajo de su peso. Tal es D. Justo. Penetra todo el rigor de la legislacion en cuanto á desafios, y la respeta; palpa la inocencia de D. Torcuato, y le condena; ve la preocupacion del Gobierno contra los duelos, y representa y clama en favor de un duelista.

Don Simon es todo lo contrario. Esclavo de las preocupaciones comunes, y dotado de un talento y de una instruccion limitados, aprueba sin conocimiento cuanto disponen las leyes, y reprueba sin exámen cuanto es contrario á ellas. Respétalas como leyes, y no como leyes buenas. Cree que los magistrados no son justos, si no son sangrientos, y que la pena de los duelistas, es siempre justa. Pero por otra parte intercede por un duelista, y cree que está en manos del magistrado no obrar segun las leyes. Es duro y cruel por ignorancia, blando y flexible por genio; y en el mismo punto en que juzga que su ye rno es un ingrato, un engañador, un asesino, se le ve tomar á su cargo su defensa; esto es, la defensa de su ofensor. Si alguna vez herido de la punta de un agravio, se le oye prorumpir en quejas sensatas, luego su con

ducta y sus razonamientos descubren su inconstancia. En fin, es siempre frívolo, siempre chocarrero, y siempre importuno.

Yo pudiera haberle pintado con todos sus defectos, y hacerle además de un genio duro é inflexible; pero este personaje entonces no hubiera tenido tanta novedad, ni tanta gracia: no hubiera hecho tan buen contraste con el de Don Justo: hubiera irritado al espectador, y dado menos lugar á la variedad de las situaciones.

Con esto he respondido al reparo que V. indica con mucha urbanidad. Es cierto que Horacio quiere que el poeta conserve siempre á sus personas el carácter que les hubiese atribuido al principio.

servetur ad imum

qualis ab incepto processerit, et sibi constet.

Pero esta regla no exige que el personaje sea inalterable, sino que no pierda su carácter. No escluye aquella alteracion que las situaciones presentes pueden causar en sus sentimientos, sino aquella que supone un cambio absoluto de índole é ideas. El frivolo puede parecer grave por un instante, cuando algun poderoso sentimiento fije su liviandad y el cruel sentir la compasion á vista de un objeto digno de ella; pero ambos volverán despues á su carácter, el uno á su crueldad, y el otro á su inconstancia. Las pasiones alteran momentáneamente la índole de los hombres, pero no la destruyen; y esta alteracion, que no es con

traria á la naturaleza, nunca lo será al arte que la remeda, ni á la ilusion, que es su primer objeto. A pesar de lo dicho, estoy muy lejos de pretender que el personaje de D. Simon, ni los demas del Delincuente guarden todo el decoro y toda la consecuencia que exige la dramática. Escrita esta pieza con precipitacion, y no corregida, ni limada detenidamente, podrá muy bien ser defectuosa: yo lo creo así, y no solo espero de V. que la corrija en su traduccion, sino que le ruego lo haga. De la gloria que resultare al autor original, será V. principal acreedor, y yo participante; con que intereso no menos que V. en que la traduccion salga perfecta.

Séame lícito ahora decir alguna cosa en defensa de mis compatriotas, á quienes supone V. muy atrasados en punto de poesía dramática, á la verdad sin mucha razon, aunque con alguna disculpa.

Del buen ó mal gusto de una nación, no deben decidir las ideas del vulgo, sino las de las personas cultas y literatas. En todas partes el vulgo es ciego, y mal estimador de las cosas que no conoce; y yo juzgo que la diferencia entre una nacion generalmente culta, y otra que no lo es aun del todo, no consiste en que la primera tenga buen gusto, y la segunda no, sino en que en la una el buen gusto esté mas propagado que en la otra; ó, lo que viene á ser lo mismo, que en una haya mas vulgo y en otra menos.

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