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á nuestra tierra esta hidra Infernal, este vestiglo, este monstruo, y esta harpía, que del invencible Antioro pudo despreciar las iras ? No es este aquel á quien juntos el Duero y Turia prohijan, y á cuyo ingenio oficiosas de uno y otro las orillas dieron sales de Secano con liviandad regadía? No es aquel que con Proteo puede apostar á engañifas, pues sabe cascar las liendres bajo mil formas distintas? No es el que osó dar asalto á los muros de la China, y hacer en sus mandarines horrenda carnicería ? Oh malhadada victoria por el tiempo oscurecida ! Desluciéronte los brujos, piciáronte las jorquinas. No es aquel, que allá del Bétis en las desmandadas linfas zambulló qué sé yo á cuantas deidades hechas de prisa, ya de recia carne humana, y ya de estraza y de tinta ? Epico divinizante !

tú lo dirás, ó lo digan las prensas que ya en tu abono resudan quizá, ó rechinan.

No es en fin quien nuevas armas fundiendo está á la sordina

contra el Teatro Hespañol allá en las forjas Sanchinas? El mismo es pintiparado

.

que con el albor del dia al encuentro de Antioro se salió medio en camisa, solo, y sin mas armadura que su astucia serpentina: vá caballero en un asno ducho ya en cruentas rizas. Apenas le ve Antioro, cuando clavando en las tripas de su hipógrifo tres palmos de acicate, á suelta brida corre á él, y puesto en jarras de esta suerte le exorciza: « Ven acá, desacordado gigante, á quien apellidan azote de altos ingenios las gálicas sabandijas : ven acá, follon cobarde, tú, que nunca abierta liza otorgaste en campo raso, sino con rüin perfidia, parapetado y cubierto, detrás de cien celosías, contra la flor del Parnaso tu municion encaminas: en mala hora á mis manos te cabestró tu desdicha, has de perecer en ellas sin mas ni mas, como hay viñas. » Dijo, y blandiendo el lanzon, con tal aire á la tetilla

que

le apuntó, que ya le enviara

á almorzar en la otra vida,
á no ser porque en un punto
(esta sí que es maravilla!)
se le convirtió en barbero
con guitarra y con bacía.
Quién podrá contar la rabia,

la furia, el livor, la tirria con que el bueno de Antioro tragó la burla maldita ? Pero por fin, reparado de su vergüenza, á la liza vuelve, diciendo al endriago estas dulces palabritas : «Ya, ya conozco, espantajo, tus mágicas arterías,

y estoy bien seguro de ellas por la estafeta Mambrina ; mas no te valdrán por cierto, pues juro á la charca estigia de no rizarme los tufos en mas de cuarenta dias, hasta poner fin y postre á tu duendesca estantigua.» Dijo, y ya iba el lanzon

á alzar, cuando una neblina (que no sé de dónde diablos bajó ) robó de su vista el burro, el flebotomiano,. la guitarra y la bacía;

y en su lugar, oh portento! quedó un ciego romancista con su garrote, su perro, lazarillo y sinfonía.

Válame Dios, y qué burla tan pesada y tan rolliza! Viste alguna vez chasqueado por la astucia peregrina de Pepe Hillo un torazo de Gijon, cuál las sortijas del negro testud encrespa, brama, bufa, y con la vista torva al débil enemigo, impropera y desafia ?

Pues así, ni mas ni menos,

Antioro, ardiendo en ira, y echando trinos y tacos, por la estrada corre y brinca como un sandio, y al trasgüelo quiere engullir con la vista. Inpertérrito entretanto el ciego á la sinfonía, cantaba la horrenda rota de las huestes cisalpinas, y el lazarillo hacia el son con su vara y sortijillas. De tan desigual combate bien quisiera la indecisa suerte evitar Antioro, ó que una bruja maldita, súbito le trastrocase en Bereber de Numidia, en Hebrea Toledana, ó en Orate de Chinchilla; mas reparóse, y membrando de corazon la alta estima de su nombre, el juramento que jurara, y la rechifla de todo el género humano ; pues nada, dijo, me auxilian, ni el valor, ni tan tremendas armas contra una estantigua, mágicamente endiablada, venza otro encanto sus iras, que industrias contra finezas, dijo una pluma erudita; y al punto arrojó la lanza tan veloz, que por la limpia region del aire crujiendo, fué á dar á la puerta misma de la tienda de Copin, donde hasta hoy se divisa profundamente clavada,

y aun hay quien diz que se cimbra. Ahora las habrá conmigo,

dijo entonce al sinfonista ;

y qué hace ?... Quién lo creyera ! Toma, y coge... Oh maravilla! el prólogo del Teatro

con toda su ortografía preñada de HH y XX

de tal temple y con tan finas
puntas armadas, que un muro
de diamante herir podrian:
añadióle por contera

la advertencia de Xaïra,
las obras sueltas, el pedo
dispersador (53), y una ristra
de romanzones heróicos
y jácaras, embutidas

con desvergüenzas tamañas
como el puño. A tan dañina
metralla, qué hombre, qué ángel,
qué dios resistir podria !
y porque á ningun ensalmo
se doblase, la exorciza,
leyendo en alto el romance
de las playas de Numidia,
con sus horrendos conjuros
y sus nombres de paulina.
Conoció el riesgo el gigante,
y la mortal batería

temiendo, vuelve á su forma,
y se presenta á la liza.
Empero viendo la rabia.
con que hácia él se movia
su fiero rival, turbóse,
y con voz interrumpida,
puesto en cuclillas el burro,
él de hinojos encima :
Bravo campeon, le dijo,

y

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