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atributo del vicio, y nuestras Julias mas que ser malas, quieren parecerlo. Hubo un tiempo en que andaba la modestia dorando los delitos; hubo un tiempo en que el recato tímido cubria la fealdad del vicio: pero huyóse el pudor á vivir en las cabañas. Con él huyeron los dichosos dias que ya no volverán ; huyó aquel siglo en que aun las necias burlas de un marido las bascuñanas crédulas tragaban; mas hoy Alcinda desayuna al suyo con ruedas de molino. Triunfa, gasta, pasa saltando las eternas noches

del crudo enero, y cuando el sol tardío rompe el oriente, admírala golpeando, cual si fuese una estraña, al propio quicio; entra barriendo con la undosa falda la alfombra, aquí y allí cintas y plumas del enorme tocado siembra, y sigue con débil paso soñolienta y mustia, yendo aun Fabio de su mano asido hasta la alcoba, donde á pierna suelta ronca el cornudo, y sueña que es dichoso. Ni el sudor frio, ni el hedor, ni el rancio eructo le perturban. A su hora despierta el necio: silencioso deja la profanada holanda, y guarda atento á su asesina el sueño mal seguro. Cuántas, ó Alcinda, á la coyunda uncidas, tu suerte envidian! cuántas de himeneo buscan el yugo por lograr tu suerte! Y sin que invoquen la razon, ni pese su corazon los méritos del novio, el sí pronuncian, y la mano alargan al primero que llega! Qué de males esta maldita ceguedad no aborta! Veo apagadas las nupciales teas

por la discordia con infame soplo

al pie del mismo altar; y en el tumulto,
brindis y vivas de la tornaboda

una indiscreta lágrima predice
guerras y oprobios á los mal unidos.
Veo por mano temeraria roto
el velo conyugal, y que corriendo
con la impudente frente levantada,
va el adulterio de una casa en otra :
zumba, festeja, rie, Ꭹ descarado
canta sus triunfos, que tal vez celebra
un necio esposo, y tal del hombre honrado
hieren con dardo penetrante el pecho,
su vida abrevian, y en la negra tumba
su error,

su afrenta y su despecho esconden.
Oh viles almas ! oh virtud! oh leyes!
Oh pundonor mortífero ! qué causa
te hizo fiar á guardas tan infieles

tan preciado tesoro? Quién, oh Themis,
tu brazo sobornó? Le mueves cruda
contra las tristes víctimas, que arrastra
la desnudez ó el desamparo al vicio;
contra la débil huérfana, del hambre
y del oro acosada, ó al halago,
la seduccion y el tierno amor rendida ;
la espías, la deshonras, la condenas
á incierta y dura reclusion; y en tanto
ves, indolente, en los dorados techos
cobijado el desórden, ó le sufres

salir en trinnfo por las anchas plazas,
la virtud y el honor escarneciendo!

Oh infamia! oh siglo! oh corrupcion! Matronas castellanas, quién pudo vuestro claro pundonor eclipsar? quién de Lucrecias en Lais os volvió? ni el proceloso Océano, ni lleno de peligros el Lylibeo, ni las arduas cumbres De Pyrene pudieron guareceros

del contagio fatal? Zarpa preñada
de oro la nao gaditana, aporta
á las orillas gálicas, y vuelve
llena de objetos fútiles y vanos;

y entre los signos de estranjera pompa
ponzoña esconde y corrupcion, compradas
con el sudor de las iberas frentes;
y tú, mísera España, tú la esperas
sobre la playa, y con afan recoges
la pestilente carga, y la repartes
alegre entre tus hijos. Viles plumas,
gasas y cintas, flores y penachos

te trae en cambio de la sangre tuya :
de tu sangre, oh baldon ! y acaso, acaso
de tu virtud y honestidad. Repara
cuál la liviana juventud los busca.
Mira cuál va con ellos engreida
la impudente doncella. Su cabeza,
cual nave real en triunfo empavesada,
vana presenta del favonio al soplo
la mies de plumas y de airones, y anda
loca buscando en la lisonja el premio
de su indiscreto afan. Ay triste! guarte,
guarte que está cercano el precipicio.
El astuto amador ya en asechanza
te atisba, y sigue con lascivos ojos.
La adulacion y la caricia el lazo
te van á armar, do caerás incauta,
en él tu oprobio y perdicion hallando.
Ay cuánto, cuánto de amargura y lloro
te costarán tus galas! cuán tardío
será y estéril tu arrepentimiento!
Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas
del nunca exhausto Potosí no bastan
á saciar el hidrópico deseo,

la ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan. Cuesta un sombrerillo
lo que antes un Estado, y se consume

en un festin la dote de una Infanta.
Todo lo tragan. La riqueza unida
va á la indigencia. Pide, y pordiosea
el noble, engaña, empeña, malbarata,
quiebra y perece; y el logrero goza
los pingües patrimonios, premio un dia
del generoso afan de altos abuelos.

Oh ultraje! oh mengua! todo se trafica:
parentesco, amistad, 'favor, influjo,
y hasta el honor, depósito sagrado,

ó se vende, ó se compra. Y tú, belleza,
don el mas grato que dió al hombre el cielo,
no eres ya premio del valor, ni paga
del peregrino ingenio. La florida
juventud, la ternura, el rendimiento
del constante amador ya no te alcanzan.
Ya ni te das al corazon, ni sabes
de él recibir adoracion y ofrendas.
Ríndeste al oro. La vejez hedionda,
la sucia palidez, la faz adusta,

fiera y terrible, con igual derecho
vienen sin susto á negociar contigo.
Daste al barato, y tu rosada frente,
tus suaves besos y tus dulces brazos,
corona un tiempo del amor mas puro,
son ya una vil y torpe mercancía.

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VES, Arnesto, aquel majo en siete varas de pardomonte envuelto, con patillas de tres pulgadas afeado el rostro, magro, pálido y sucio, que al arrimo de la esquina de enfrente nos acecha

con aire sesgo y baladí? Pues ese,
ese es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetin, las anchas bragas,
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho ; si los mil botones
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubon perdidos,
no lo gritan: la faja, el guadijeño,
el harpa, la bandurria y la guitarra

lo cantarán. No hay duda el tiempo mismo
lo testifica. Atiende á sus blasones:
sobre el porton de su palacio ostenta,
grabado en berroqueña, un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno.
Nácenle al pie las bombas y las balas
entre tambores, chuzos y banderas,
como en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
se ve picando del morrion las plumas
allá en la cima; y de uno y otro lado,
á pesar de las puntas asomantes,
grifo y leon rampantes le sostienen.
Ve aquí sus timbres. Pero sigue, sube,
entra, y verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado, y roto
en partes mil; empero de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones.
En procesion aquí y allí caminan

en sendos cuadros los ilustres deudos,
por hábil brocha al vivo retratados.
Qué gregüescos! qué caras! que bigotes!
el polvo y telarañas son los gages
de su vejez. Qué mas? hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco
escritorio, con ámbar perfumado,
en otro tiempo de marfil y nácar
sobre ébano embutido, y hoy deshecho,

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