Imágenes de página
PDF
ePub

ESCENA XI.

SUERO Y LOS DICHOS.

PELAYO (1).
Tierno amigo

nuestro libertador! corre á abrazarme.

SUERO.

Ya todo está en quietud. Los Agarenos
que huyeron asombrados del combate
van ya lejos del puerto. Sus galeras
les dieron un asilo, y los cobardes
salvan, favorecidos de los remos,
el resto de sus vidas miserables;
pero tambien se sabe que Munuza,
para poder mejor asegurarse
en sus viles ideas, ha pedido
socorro á los soldados que se esparcen
por las costas de Asturias y Vizcaya:
ellos vendrán sin duda á este paraje
con el primer aviso; y pues nosotros
pudimos redimir de tantos males
vuestra ilustre persona y nuestras vidas,
vamos, aprovechando estos instantes,
á buscar otro asilo mas seguro,
en donde la virtud que aquí renace,
se afirme con acciones valerosas.

DOSINDA.

Oh feliz dia, oh dia memorable!

(1) A Suero.

FIN DE LA TRAGEDIA.

Notas del Autor

Para aclarar algunos pasajes dé esta tragedia.

Ista studia non improbo, moderata modo sint.
CIC. DE ORAT. I. 2.

1. No me mueve á escribir las presentes notas la mania de hacer comentarios, de que estuvieron tan poseidos nuestros antiguos, ni el deseo de hacer creer que mi tragedia es digna de ellos. Estoy tan lejos de la ostentacion, como de la pedantería. Las escribo solamente para dar de ellas algunas noticias, que en el prólogo hubieran parecido importunas, y sido molestas; pero aqui podrán ser útiles á los lectores menos instruidos, sin incomodar a los eruditos y sabios,

2.a Quien da al público una obra con el conocimiento de que se le pueden oponer algunos reparos, ¿porqué no podrá prevenir y adelantar algunas respuestas ?

a

3. Seria nimiedad ridicula querer examinar con todo el rigor de la crítica algunos hechos que se indican en esta tragedia. Quien escribe como poeta no está sujeto á las leyes de historiador. Este, ligado á la observancia de la verdad, debe despreciar las ficciones y las fábulas; pero en el poeta, que tiene la facultad de inventar, nada se debe desechar por fabuloso, pues cumple con dar á las mentiras las apariencias de la verdad. Así el nacimiento de Pelayo en Asturias, su crianza en Toledo, su viage á Córdoba, la existencia y nombre de Dosinda, sus esponsales con Rogundo, los amores de Munuza, y los intentos de este sobre ocupar el trono de Asturias,

con otras especies, ó inciertas ó mal averiguadas, entran en el plan de mi tragedia como si fuesen verdades incontrastables El poeta las pudo inventar; ¿porqué no podria adoptarlas, si las halló inventadas por otros ?

a

PELAYO.

4. Aunque pudiera intitular esta tragedia la Muerte de Munuza, he querido distinguirla con el ilustre nombre de Pelayo, tomando el fundamento de su título, no de la accion, sino de la persona mas famosa que interviene en ella. Por la misma razon me abstuve de imitar al señor Moratin, que dió á la suya el nombre de Hormesinda Esta persona, cuya existencia no está aun bien probada, y cuyos amores pasan por fabulosos, no debe dar nombre à un drama, en que entra como persona episódica para los críticos, y como persona verdadera para los eruditos.

MUNUZA.

5. No están de acuerdo los historiadores sobre el nombre, la patria y la religion de este personaje. Unos le llaman Monuza, como el Cronicon de D. Alonso, y el de Albelda. Otros Numancio, como Garibai y Saavedra. Algunos le llaman Manuces, como Abulcacin (ó el novelero Miguel de Luna), y otros en fin Munuza, como D. Rodrigo y Ferreras. Cuál le hace moro, y por consiguiente mahometano, cuál godo, y por lo mismo católico. En estos términos nos pareció que podíamos aplicarle el carácter y cualidades que tiene en este drama, para hacerle mas sobresaliente en su accion. Como quiera que sea, no se debe confundir este Munuza con otro del mismo nombre, árabe de nacion, que fué gobernador de Celtiberia, se rebeló contra Abderramen, hizo alianza con el duque de Aquitania Eudon, casó con una hija suya, y últimamente, perseguido de sus enemigos y compatriotas, se dió la muerte precipitándose de las alturas de los Pirineos, como refieren el Pacense y Ferreras.

DOSINDA.

6. Todos habrán estrañado que demos este nombre á la hermana de Pelayo, á quien otros han llamado Hormesinda, aunque acaso con menos fundamento. Este punto merece alguna investigacion.

7. Debe advertirse que los historiadores que refi eren estos amores de Munuza con una hermana de Pelayo, no han señalado á esta señora nombre alguno, ni el arzobispo D. Rodrigo, á quien siguieron los demas, le señala. Posteriormente se le aplicó el nombre de Hormesinda, acaso porque habiendo de darle alguno, les pareció mas regular á algunos modernos aplicarle el mismo que tuvo la hija de Pelayo, , que casó despues con D. Alfonso el Católico, y á quien llamaron los antiguos Hermesenda, Hermosinda ó Hermisel da.

a

8. En un privilegio ó escritura de donacion que existia el siglo pasado en el archivo de la insigne iglesia colegial de Santillana, y que copió en su Crónica de los Principes de Asturias y Cantabria el P. Fr. Francisco de Sota, atribuyéndole á nuestro D. Pela yo, se halla memoria de dos hermanas de este Príncipe, llamadas Ana y Dosinda, retiradas á vivir en el monasterio de Santa Juliana, á quien es hecha la citada donacion. Ya conozco que se pued e dudar con bastante fundamento que aquel documento sea del tiempo de nuestro D. Pelayo, y no quisiera pasar por fiador de esta noticia; pero el padre Sota se empeña tanto en persuadir que no pudo ser otro el Autor de aquella donacion, que nos pareció poder seguir su opinion para este efecto.

[ocr errors]
[ocr errors]

9. Descoso de averiguar la autenticidad de aquel documento, acudí á ver el dictámen del Rmo. Florez en su España Sagrada; pero su obra no desvaneció mis dudas. No hace este Rmo., hablando de la Iglesia de Santillana, memoria alguna de la citada escritura; pero refiere ciertas espresiones que hacen relacion á ella. «Desde lo muy antiguo, dice, gozaba el antiguo monas terio de santa Juliana de grandes exenciones, de no contribuir al obispo, ni admitir merino, ui sayon, etc., ni pagar pechos ni portazgos, y que ninguno de esta iglesia pueda ser compelido por juez seglar, ni usurpar sus bienes; » cuyas cláusulas, que parecen copiadas casi á la letra de la escri'ura que refiere el padre Sota, me han dado lugar á congeturar una de tres cosas, á saber: ó que el Rmo. Flor ez halló en aquel archivo el citado documento, de donde copió las tales cláusulas, ó que las tomó de alguna copia del mismo documento, conservada en el mismo archivo; ó la letra de esta escritura (como dice el padre Sota) por su mucha antigüedad estaba ya despintada en algunas partes, á cuya causa no la pudimos leer enteramente.» ¿Quién sabe si suce. dió lo mismo al Rmo. Florez? ¿No pudo ser que hallase aquel docu

mento mas deteriorado despues de un siglo, y que no pudiendo determinar su época, se contentase con poner aquella cláusula desde lo muy antiguo ?

10. Como quiera que sea, sin decidirme por la opinion del Pad re Sota, me pareció que podia aprovecharme de ella para señalar el nombre de Dosinda á la hermana de Pelayo. Y si alguno fuese tan” escrupuloso que repute por temeraria la libertad con que aplico á la hermana de nuestro héroe, un nombre del todo nuevo, reflexione que la existencia de esta dama no está mejor averiguada, y que en mi plan ha entrado como persona episódica para los que piensan con tanta nimiedad.

y

ROGUNDO.

11. Este personaje, y sus amores y esponsales con Dosinda, son de pura invencion. Nos hacia mucha falta en nuestro plan una persona que contuviese á Munuza en sus designios durante la ausencia de D. Pelayo, y así inventamos la persona de Rogundo, que nos parece contribuye singularmente á este fin, aumentando al mismo tiempo el interés de la accion, sosteniéndole en los tres primeros actos, haciéndole mas complicado. En efecto, ¿quién pudiera oponerse á los designios de Munuza, ausente D. Pelayo? ¿Dosinda? ¿Una muger débil, sola y desamparada de todos? ¿Una Princesa perseguida por un tirano, robada violentamente de su casa, y privada de todo recurso? La presencia de Rogundo, sus justas instancias sobre la restitucion de Dosinda, y la promesa esponsalicia que las justificaba, eran los únicos estorbos capaces de reprimir al tirano. En lo demás creemos haber observado las reglas del arte en cuanto al carácter de esta persona, y cumplido exactamente con el precepto de Horacio:

Si quid inexpertum scena commitis, et audes
personam formare novam, servetur ad imam
qualis ab incepto processerit, et sibi constet

ACHMET-ZADE.

12. A este personaje tambien episódico le hemos dado un carácter de probidad, medio que acaso estrañarán los que están acostumbra

« AnteriorContinuar »