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ESCENA V.

MUNUZA, DOSINDA, INGUNDA, AGHMET.

ACHMET,

Presto, señor...

MUNUZA.

Qué es esto, amigo?

ACHMET.

Ahora salen

todos los prisioneros del castillo.
Mientras duraba el anterior combate
todo el fuerte quedó desamparado,
y aprovechando este fatal instante
el traidor Suero y otros violentaron
las prisiones... Al punto los cobardes
corren, y se apoderan de las armas:
furioso Rogundo á todas partes
lleva el horror, la muerte y el estrago.
Apenas á su vista favorable

se presentó Pelayo entre cadenas,
cuando lleno de ira y de corage

se arrojó entre las picas: hiere, mata,
atropella, y bañado en nuestra sangre,
nos arranca la presa. El desdichado
Kerin murió á sus manos, y el combate
prosigue sostenido por la guardia,
cuyos cabos valientes y leales
aumentan el destrozo: pero todos
los sediciosos lidian implacables
sin temor de la muerte, y los oprimen.
Yo os vengo á suplicar que en este trance
cuideis de vuestra vida. De ella solo

pende nuestra victoria. Ah, si faltase,
quién pudiera librarnos de la rabia
de un pueblo enfurecido !

MUNUZA.

Oh suerte instable!

Hado funesto! En qué profundo abismo
precipitas mi gloria en un instante!
Que conserve la vida me aconsejas,
y arriesgo la venganza? No, cobardes,
yo no os veré triunfar....

ACHMET.

Señor, adónde

correis de esa manera?

MUNUZA.

Almas infames!

pues qué, podré sufrir que el vil Pelayo
salve su odiosa vida, y sin vengarme
volveré á estar espuesto á los baldones?
No, la muerte será mas tolerable,

que su infame presencia.

MUNUZA quiere ir al combate, ACHMET le detiene; entretanto crece el rumor, y se oye como é la puerta del castillo.

DOSINDA.

Justo cielo !

Yo empiezo á respirar; pero el combate
parece que de nuevo se ha encendido;
crece el rumor, y cada vez mas grande
se hace la confusion. Ah! si los nuestros
cansados... Mas qué veo! Oh Dios afable!
protegedles.

PELAYO y alguno de sus amigos saldrán por la puerta del castillo á la escena retirándose de los Moros, y peleando al mismo tiempo.

ESCENA VI.

PELAYO, ALGUNOS ESPAÑOLES, Y LOS DICHOS.

PELAYO.

La vida, amigos mios,

no se debe apreciar en este instante;
perdámosla en defensa de la patria.

MUNUZA.

Achmet, amigos, guardias, destrozadle.

DOSINDA.

Bárbaros, dónde vais? Ay, triste hermano!

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ROGUNDO, MUNUZA PELAYO, DOSINDA, ACHMET, INGUNDA, GUARDIAS españolas. PELAYO pierde la espada, y procura cobrarla defendido de los suyos. MUNUZA corre hácia él con el puñal en la mano. En este tiempo se habrá descubierto ROGUNDO en el fondo de la escena, y advirtiendo el peligro en que está PELAYO, corre á herir á MUNUZA: ACHMET que advierte la accion de ROGUNDO, procura estorbarlo para defender al tirano, de modo que interpuesto entre MUNUZA Y PELAYO, defiende sin arbitrio la vida de este, y no la de MUNUZA, que cae herido

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por ROGUNDO.

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MUNUZA cae en los brazos de ACHMET: PELAYO se asegura de DOSINDA, y ROGUNDO con los demas cristianos salen persiguiendo á los Moros.

ROGUNDO.

Compañeros, seguid á estos cobardes,

que el cielo nos protege.

ESCENA VIII.

PELAYO, DOSINDA, MUNUZA, ACHMET, INGUNDA.

(1) Sintiéndose herido.

(2) A Munuza.

PELAYO (2).

Reconoce,

hombre cruel, en este horrible trance,
el brazo poderoso que me venga,
y pone fin á todas tus maldades.

MUNUZA.

Tú has vencido, traidor; el cielo injusto
sobre mí ha descargado en este instante
los tormentos que yo te destinaba.

Yo pierdo un trono, pierdo un alto enlace,
y pierdo en fin mis grandes esperanzas;
pero este es el menor de mis pesares.
Tú vives, tú triunfas á mis ojos;
yo muero desairado, y sin vengarme,
y esta idea, dos veces afrentosa,

me aflige, y me atormenta en este trance
aun mas que las angustias que me cercan.
Porqué, oh muerte, has querido arrebatarme
la venganza mas fiera y mas gozosa?
Acércate, cruel, mira (1) en mi sangre
el fruto de mi amor y tus rigores.
Querido Achmet, yo muero sin premiarte:
corre á escitar la ira de los tuyos,
Ilévales mi rencor. Tiembla cobarde (2),
y espera un fin igual al de Rodrigo.
Ya mis fuerzas.... (3) Separadme, amigo,
de estos viles objetos que me cercan,
y llevadme á morir en otra parte.

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DOSINDA.

A Suero y á Rogundo les debemos

la vida y el honor. Oh tierno amante!

ESCENA X.

ROGUNDO Y LOS DICHOS.

DOSINDA.

Oh dulce y fiel esposo !

En fin puede mi afecto inalterable. gozar de vuestra vista sin zozobra. Ya el tirano murió,

ROGUNDO.

Con esta espada

abrí su infame corazon; pero su muerte fué justa recompensa de los males causados á la patria y á nosotros. En fin, ya empieza España á recobrarse de una injusta opresion. Vüestra vida, señor, es el anuncio mas constante de los triunfos que el cielo nos ofrece.

PELAYO.

Yo os la debo, señor, y en esta parte
á vos tambien se deberá la gloria:
vamos pues á buscarla, vamos antes
que puedan los contrarios rehacerse.
Huyamos de estos fúnebres parajes
á buscar un asilo en las montañas;
en su fragosa cima, insuperables
serémos al orgullo berberisco ;
y si entretanto llega algun instante,
de menos inquietud, agradecida
dará Dosinda á tan heróico amante
la apetecida mano.

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