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Sí:

: yo puedo oprimirte... pero aun laten en mi seno los plácidos impulsos

de esta misma amistad, que mas constante cuanto tú mas ingrato y mas rebelde, mueve con fuerza oculta mis piedades. Por última razon yo voy al templo á confirmar mi dicha en los altares: ya todo se me humilla, y nadie puede oponerse á la gloria de este enlace. Si vos le autorizais, todo lo olvido, y esta última prueba, que negarle no podeis á un amigo que os perdona, sellará mi fortuna y nuestras paces.

PELAYO.

No lo espereis, Munuza: muy en vano
renovais un proyecto abominable,
que oiré con horror mientras respire:
yo no quiero admitiros á un enlace,
cuyo recuerdo en los futuros siglos
haria mi memoria detestable.

No quiero que se diga en tiempo alguno
que aquel mismo Pelayo, que constante
supo vengar injurias de Munuza,
fué á vista del suplicio tan cobarde,
que manchando la gloria de su cuna,
mezcló á la de un traidor su ilustre sangre.
Tú me llamas ingrato; pero ahora

veo cual era el fin de unas bondades
que nunca he pretendido, y fueron hijas
de tu ambicion perversa é insaciable.
Ella sola ha regido tus acciones,
no el amor de la patria, cuyos males
son hoy de tu perfidia triste efecto.
Unido estrechamente á los cobardes
hijos é imitadores de Witiza,

y hecho parcial de la faccion infame
del falso Don Julian, y el traidor Opas,
fuiste de los primeros que al turbante

ofrecieron sus cultos en España.
Tú con esos rebeldes convocaste
á los feroces pueblos que habitaban
la inculta Berbería, y su estandarte,
junto al de los facciosos, fué en tu mano
repentino terror de los leales.

La destruccion, la muerte y los estragos
que lamenta tu patria; tanta sangre
vertida cruelmente en este sitio,
tantas víctimas tristes, cuyos manes
piden sobre estos muros la venganza,
serán de tus designios execrables
eternos y funestos testimonios.

Y no tienes rubor de recordarme
los servicios que España te ha debido?
tú, cuya autoridad es el infame
precio de la perfidia y las traiciones;
Tú, que aun estás sediento de la sangre
de tus conciudadanos! Y tú quieres
que Pelayo consienta en un enlace
que manche eternamente su memoria?
No.... no.... lejos de serte favorable,
rindo gracias al cielo, que propicio
en el último estremo de los males,
me reserva el arbitrio de abatirte.
con la venganza de un atroz desaire.

MUNUZA.

Tú no tendrás, traidor, por mucho tiempo

tan bárbaro consuelo. Los altares

van ya á ser garantes de mi dicha,
y tú vas á morir. Tiembla, cobarde:
una muerte afrentosa será el fruto
de tus baldones.

PELAYO.

Solo al que es culpable debe asustar la muerte. El varon justo la espera sin mudanza en su semblante. Tú deberás mas bien estremecerte

si contemplas la suerte miserable
que ha de llenar tus dias. Rodeado
de amigos lisonjeros; inconstante
en todos tus designios; hecho presa
de mil remordimientos implacables,
del cielo, y de tu patria aborrecido,
gozarás sin sosiego del infame
fruto de tus delitos y traiciones.

Sobre el trono usurpado, en tus umbrales,
hasta en el fondo obscuro de tu pecho,
continuamente asistirá la imágen

y

de la espantosa muerte. Su presencia vendrá á llenar de acíbar tus manjares, tu lecho de ilusiones y de espinas, y tu aprension de los eternos males que su brazo prepara á los impíos. Triunfa, pues, inhumano, triunfa, aplaude tu dicha y mi infortunio, que algun dia pondrá límite el cielo á tus maldades

MUNUZA

Baste ya de delirios: profetiza,

hombre iluso, si quieres, mis desastres, pero corre á sufrir lo que merece

tu ciega obstinacion.

DOSINDA.

Oh duro trance!

Oh conficto terrible y doloroso!

MUNUZA.

Achmet?

ACHMET.

Señor:

MUNUZA.

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Haced que al instante

conduzcan á Pelayo al mas obscuro calabozo del fuerte: que se alce

al momento un suplicio en esta plaza. Marcha despues al templo, y mientras arden sobre el altar las nupciales teas,

que muera quien se atreve á despreciarme.

DOSINDA.

Pero, bárbaro, dime...

MUNUZA.

Que se cumpla mi órden al instante.

PELAYO.

Sí, yo voy á morir. Recibe, oh cielo,
en sacrificio mi inocente sangre.
Oh si fuese capaz de expiar todas
las culpas de la patria! En este trance
acuérdate, Dosinda, de tu cuna,
tus leyes y tu honor.

MUNUZA.

Achmet, llevadle,

y haced que me reserven la cabeza:
ella será, traidor, en mis umbrales
horroroso espectáculo que asuste
á tus imitadores.

ESCENA IV.

MUNUZA, DOSINDA, INGUNDA.

MUNUZA (1).

Los altares

están prontos, venid; la resistencia
os será muy inútil, pues ya nadie
os puede defender.

DOSINDA.

Oh monstruo fiero, hombre el mas vil de todos los mortales, asombro, horror y afrenta de este siglo ! Qué espíritu infernal contra la sangre mas ilustre conmueve tus entrañas ? Qué furia vierte en ese pecho infame la rabia pertinaz con que persigues á una estirpe inocente? Te persuades

(1) A Dosinda.

á que podrá forzarme tu fiereza
á recibir en un funesto enlace
esa mano cruel, mano asesina,

que va á teñirse en la inocente sangre
del infeliz Pelayo? No, no quiero
unirme con un monstruo. Los altares
serán solo testigos de mi odio.

Pero si acaso en este mismo instante,
víctima del furor de tus ministros,
la vida de mi hermano.... si su sangre
se va ya á derramar.... estoy mirando
el sacrilego acero sepultarse

en su cuello... Qué horror! Yo me estremezco !
Ahora mismo un brazo formidable....
cruel! suspende el órden inhumano.....
No escuchas los gemidos lamentables
que se oyen en el centro de la tierra?
Oh Dios! Del hueco de las tumbas salen
las sombras de los que has asesinado.
Yo las oigo, las veo... Mira infame,
en las trémulas manos los cuchillos
que aun gotean inocente sangre.
Revuelven frias los vacíos cráneos
buscando á su verdugo en todas partes.
Sobre tí abren las obscuras bocas,
y fijando en tus manos execrables
la encarnizada y tenebrosa vista,
corren despavoridas á buscarte.
Ya todas te rodean', y en tu seno
van á clavar rabiosas los puñales.

Huye, bárbaro... oh Dios! de nuevo se oyen
los tristes alaridos (duro trance!)

No puedo sostenerme.... Ingunda.

DOSINDA cae desmayada en los brazos de Ingunda á este tiempo entra ACHMET apresurado por la puerta del castillo, y MUNUZA asustado le sale al

paso.

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