ya ha llegado por fin aquel momento en que deben los filos de esta espada borrar y castigar vuestros ultrajes.
Con la sangre de Agar, que nuestras lanzas van á sacar de los traidores pechos
se lavará tu afrenta, oh dulce patria! Y tú, noble inquietud de los mortales, tú, dulce libertad, ven y embriaga nuestro fiel corazon en tus dulzuras: infunde un santo ardor en nuestras almas.... Pero quién á esta hora? Oh Dios! Munuza.
MUNUZA, ACHMET, GUARDIAS con hachas á lo lejos.
Ya está la ceremonia preparada
con el mayor secreto; el sacerdote
mismo ignora el motivo, y'de esta rara resolucion ninguno se ha instruido. Sin embargo, la creo algo arriesgada. He observado á Pelayo cuydadoso, y lleno de zozobras; si le ultrajas, se ofenden sus amigos. De una ofensa nace una sedicion, y esta quebranta los lazos de la paz. Tambien se ha dicho que él mismo con secreto convocaba los nobles de Gijon. En fin... yo dudo...
Nada dudes, Achmet, ni temas nada : yo voy á acelerar esto himeneo, y una vez concluido, su arrogancia hará necesidad del sufrimiento: tal vez corre uno ciego á la venganza de su agravio, y al fin no la consuma si el tiempo, el miedo ó la razon le aplacan : vé, pues, y haz que Dosinda aquí se acerque.
MUNUZA, DOSINDA, INGUNDA, GUARDIAS con h achas á lo lejos.
señor, si vengo en hora tan estraña á interrumpir vuestra quietud. Dignaos de decirme si acaso mi desgracia, ó vuestra ira alejan de mis brazos á un hermano infeliz. Yo, desdichada, creia consolarme en su presencia; pero vos retirais de cuanto ama
un corazon, que en nada os ha ofendido.
Otra inquietud mas grave y mas infausta ocupa el de Munuza en este instante, y en él tendréis la última y mas clara prueba de su pasion y sus bondades. Cuando quiero mostraros de mi saña todo el resentimiento, me detiene no sé que oculta voz, que por vos habla. Vos ignorais sin duda todo el riesgo á que os espuso la feroz constancia con que habeis resistido mis deseos. Yo debiera olvidar á un alma ingrata que desaira mi amor, y este amor mismo me inclina sin arbitrio á perdonarla.
Pues señor, castigadme: yo consagro mi vida á vuestro enojo; y pues no basta á separaros de un horrible intento los mas santos derechos, vuestra saña
acabe de oprimir el triste resto
de mis amargos dias.
cuando olvidando mis ardientes zelos,
á que os perdone el duro amor me arrastra, no oís en vuestro pecho inexorable alguna voz piadosa que mis ansias apruebe ó las disculpe? Siempre fiera, en lugar de seguirme resignada hasta el paterno solio, do pudierais librar de un yugo infame vuestra patria, reinando en el afecto de Munuza, pensaréis solo en irritar mi saña? Y de qué os servirá rigor tan fiero? Por ventura esperais que sosegada mi violenta pasion?.. No, yo no puedo resolverme á perderos, ni mi alma puede admitir tan vergonzosa idea: en este caso el odio y la venganza levantarán mi brazo poderoso contra un rival que logra vuestras ansias, contra un amigo infiel que me desprecia, y en fin contra su sangre, que adorada hasta este punto, se veria entonces correr de vuestro pecho y su garganta. El odio la hará el blanco de mis furias, si el amor la hizo objeto de mis ansias; y con la misma mano que otras veces, del dulce amor guiado, os presentaba una corona ilustre, á vuestro tio, para dárosla á vos, solo arrancada, labraré en los escesos de mi furia un trono inexorable, en que la rabia, la desesperacion, la ira, el odio presidirán á todas mis venganzas ; y donde solo pensarán mis zelos
en borrar hasta el nombre de una ingrata
obstinada en hacerme desdichado. A lo menos, cruel, tendrán mis ansias este funesto y bárbaro consuelo ;
pero ay! de qué me sirve esta esperanza, si pierdo á la que adoro, ni mis glorias, si vos no las haceis dulces y gratas
con vuestra mano? En fin ya estoy resuelto;
el altar está pronto, y preparada
la nupcial pompa, y el ministro espera: sea pues vuestra mano dulce paga de mi pasion. Venid conmigo al templo,
Ay', señor! perdonadme: mi constancia dispuesta á resistir vuestros intentos, del pundonor y la virtud guiada, se ha hecho superior al infortunio : en vano con promesas y amenazas pretendeis seducirme. Yo adivino hasta donde podrá vuestra venganza estender sus furores. Sí, ya veo muerto á mi esposo, y que en su pecho rasga una mano cruel mi triste imágen ; sepultado á mi hermano entre las altas ruinas del imperio de sus padres, me llena de terror. Miro en las aras arder cobarde el religioso fuego, y que desde el altar ensangrentada vuestra mano me ofrece una corona. Qué de engaños, ó Dios! qué de asechanzas contra el honor de una infeliz doncella! Pero este mismo honor, que es la mas santa de mis obligaciones, el recuerdo
de mi cuna, la fé de mi palabra, el amor, la virtud, el cielo : todo sostiene y favorece mi constancia contra un amor cruel y artificioso.
Pues qué, yo iré á ofreceros deslumbrada un corazon perjuro, y enlazada
mi mano con la vuestra, entre las aras iré á ser en mi patria vil objeto del comun menosprecio? No; la saña de mis crueles tiranos, sus astucias, la pérdida de un trono, ni la infausta muerte de un tierno esposo y un hermano no podrán despeñar mi triste alma á un estado de tanto vilipendio. Piérdase todo, y sálvese la fama.
Bien sé que al fin sin fuerza y sin auxilio me podréis conducir, aunque arrastrada hasta el pie del altar; pero allí mismo renovaré mi amor y mis palabras al infeliz Rogundo, y haré al cielo testigo y vengador de tan osada
y sacrílega accion. Sí... yo os lo juro: y no espereis, cruel ! que vuestra llama, el tálamo nupcial, ni los altares le puedan arrancar á mi constancia la mas leve caricia. No: Munuza
será eterno verdugo de mi alma.
Oh, Dios! todos me insultan, y no puedo vencer esta pasion! Muger ingrata ! yo os haré conocer... Hola, soldados...
MUNUZA, DOSINDA, KERIN, INGUNDA.
Kerin, al punto con mi guardia
lleva á Dosinda al templo. Yo te sigo.
« AnteriorContinuar » |