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ya ha llegado por fin aquel momento en que deben los filos de esta espada borrar y castigar vuestros ultrajes.

Con la sangre de Agar, que nuestras lanzas van á sacar de los traidores pechos

se lavará tu afrenta, oh dulce patria! Y tú, noble inquietud de los mortales, tú, dulce libertad, ven y embriaga nuestro fiel corazon en tus dulzuras: infunde un santo ardor en nuestras almas.... Pero quién á esta hora? Oh Dios! Munuza.

ESCENA III.

MUNUZA, ACHMET, GUARDIAS con hachas á lo lejos.

ACHMET.

Ya está la ceremonia preparada

con el mayor secreto; el sacerdote

mismo ignora el motivo, y'de esta rara
resolucion ninguno se ha instruido.
Sin embargo, la creo algo arriesgada.
He observado á Pelayo cuydadoso,
y lleno de zozobras; si le ultrajas,
se ofenden sus amigos. De una ofensa
nace una sedicion, y esta quebranta
los lazos de la paz. Tambien se ha dicho
que él mismo con secreto convocaba
los nobles de Gijon. En fin... yo dudo...

MUNUZA.

Nada dudes, Achmet, ni temas nada : yo voy á acelerar esto himeneo, y una vez concluido, su arrogancia hará necesidad del sufrimiento: tal vez corre uno ciego á la venganza de su agravio, y al fin no la consuma si el tiempo, el miedo ó la razon le aplacan : vé, pues, y haz que Dosinda aquí se acerque.

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MUNUZA, DOSINDA, INGUNDA, GUARDIAS con h achas á lo lejos.

DOSINDA.

Perdonadme,

señor, si vengo en hora tan estraña
á interrumpir vuestra quietud. Dignaos
de decirme si acaso mi desgracia,
ó vuestra ira alejan de mis brazos
á un hermano infeliz. Yo, desdichada,
creia consolarme en su presencia;
pero vos retirais de cuanto ama

un corazon, que en nada os ha ofendido.

MUNUZA.

Otra inquietud mas grave y mas infausta
ocupa el de Munuza en este instante,
y en él tendréis la última y mas clara
prueba de su pasion y sus bondades.
Cuando quiero mostraros de mi saña
todo el resentimiento, me detiene
no sé que oculta voz, que por vos habla.
Vos ignorais sin duda todo el riesgo
á que os espuso la feroz constancia
con que habeis resistido mis deseos.
Yo debiera olvidar á un alma ingrata
que desaira mi amor, y este amor mismo
me inclina sin arbitrio á perdonarla.

DOSINDA.

Pues señor, castigadme: yo consagro
mi vida á vuestro enojo; y pues no basta
á separaros de un horrible intento
los mas santos derechos, vuestra saña

wwwww.

acabe de oprimir el triste resto

de mis amargos dias.

MUNUZA.

Pero ingrata!

cuando olvidando mis ardientes zelos,

á que os perdone el duro amor me arrastra,
no oís en vuestro pecho inexorable
alguna voz piadosa que mis ansias
apruebe ó las disculpe? Siempre fiera,
en lugar de seguirme resignada
hasta el paterno solio, do pudierais
librar de un yugo infame vuestra patria,
reinando en el afecto de Munuza,
pensaréis solo en irritar mi saña?
Y de qué os servirá rigor tan fiero?
Por ventura esperais que sosegada
mi violenta pasion?.. No, yo no puedo
resolverme á perderos, ni mi alma
puede admitir tan vergonzosa idea:
en este caso el odio y la venganza
levantarán mi brazo poderoso
contra un rival que logra vuestras ansias,
contra un amigo infiel que me desprecia,
y en fin contra su sangre, que adorada
hasta este punto, se veria entonces
correr de vuestro pecho y su garganta.
El odio la hará el blanco de mis furias,
si el amor la hizo objeto de mis ansias;
y con la misma mano que otras veces,
del dulce amor guiado, os presentaba
una corona ilustre, á vuestro tio,
para dárosla á vos, solo arrancada,
labraré en los escesos de mi furia
un trono inexorable, en que la rabia,
la desesperacion, la ira, el odio
presidirán á todas mis venganzas ;
y donde solo pensarán mis zelos

en borrar hasta el nombre de una ingrata

obstinada en hacerme desdichado.
A lo menos, cruel, tendrán mis ansias
este funesto y bárbaro consuelo ;

pero ay! de qué me sirve esta esperanza,
si pierdo á la que adoro, ni mis glorias,
si vos no las haceis dulces y gratas

con vuestra mano? En fin ya estoy resuelto;

el altar está pronto, y preparada

la nupcial pompa, y el ministro espera:
sea pues vuestra mano dulce paga
de mi pasion. Venid conmigo al templo,

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Ay', señor! perdonadme: mi constancia
dispuesta á resistir vuestros intentos,
del pundonor y la virtud guiada,
se ha hecho superior al infortunio :
en vano con promesas y amenazas
pretendeis seducirme. Yo adivino
hasta donde podrá vuestra venganza
estender sus furores. Sí, ya veo
muerto á mi esposo, y que en su pecho rasga
una mano cruel mi triste imágen ;
sepultado á mi hermano entre las altas
ruinas del imperio de sus padres,
me llena de terror. Miro en las aras
arder cobarde el religioso fuego,
y que desde el altar ensangrentada
vuestra mano me ofrece una corona.
Qué de engaños, ó Dios! qué de asechanzas
contra el honor de una infeliz doncella!
Pero este mismo honor, que es la mas santa
de mis obligaciones, el recuerdo

de mi cuna, la fé de mi palabra,
el amor, la virtud, el cielo : todo
sostiene y favorece mi constancia
contra un amor cruel y artificioso.

Pues qué, yo iré á ofreceros deslumbrada un corazon perjuro, y enlazada

mi mano con la vuestra, entre las aras iré á ser en mi patria vil objeto del comun menosprecio? No; la saña de mis crueles tiranos, sus astucias, la pérdida de un trono, ni la infausta muerte de un tierno esposo y un hermano no podrán despeñar mi triste alma á un estado de tanto vilipendio. Piérdase todo, y sálvese la fama.

Bien sé que al fin sin fuerza y sin auxilio me podréis conducir, aunque arrastrada hasta el pie del altar; pero allí mismo renovaré mi amor y mis palabras al infeliz Rogundo, y haré al cielo testigo y vengador de tan osada

y sacrílega accion. Sí... yo os lo juro: y no espereis, cruel ! que vuestra llama, el tálamo nupcial, ni los altares le puedan arrancar á mi constancia la mas leve caricia. No: Munuza

será eterno verdugo de mi alma.

MUNUZA.

Oh, Dios! todos me insultan, y no puedo vencer esta pasion! Muger ingrata ! yo os haré conocer... Hola, soldados...

ESCENA V.

MUNUZA, DOSINDA, KERIN, INGUNDA.

Señor...

KERIN.

MUNUZA.

Kerin, al punto con mi guardia

lleva á Dosinda al templo. Yo te sigo.

Pero, cruel, no oís...

DOSINDA.

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