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remembranza, mas triste y congojosa.
Vendrá en pos de ella, aunque con lento paso,
la perezosa muerte, único puerto
á los estremos males. Mas vendráse
lentamente la cruda, solo pronta
á cortar con segur inexorable
la flor de juventud viva y alegre,
empero siempre sorda y detenida
al infeliz, que en su favor la invoca.
Ay! cuándo! cuándo ! el deseado dia
vendrá á acabar con mi perenne llanto!

FABIO A ANFRISO ( 13 ).

Credibile est illi Numen inesse loco.

OVIDIO.

DESDE el oculto y venerable asilo,
do la virtud austera y penitente
vive ignorada, y del liviano mundo
huida, en santa soledad se esconde ;
el triste Fabio al venturoso Anfriso
salud en versos flébiles envia.

Salud le envia á Anfriso, al que inspirado
de las mantuanas musas, tal vez suele
al grave son de su celeste canto
precipitar del viejo Manzanares
el curso perezoso; tal suave
suele ablandar con amorosa lira
la altiva condicion de sus zagalas.
Pluguiera á Dios, ó Anfriso, que el cuitado,
á quien no dió la suerte tal ventura,
pudiese huir del mundo y sus peligros!
Pluguiera á Dios, pues ya con su barquilla
logró arribar á púerto tan seguro,

que esconderla supiera en este abrigo, á tanta luz y ejemplos enseñado! Huyera asi la furia tempestuosa

de los contrarios vientos, los escollos
y las fieras borrascas, tantas veces
entre sustos y lagrimas corridas.
Asi tambien del mundanal tumulto
lejos, y en estos montes guarecido,
alguna vez gozara del reposo,
que hoy desterrado de su pecho vive.
Mas
ay de aquel, que hasta en el santo asilo
de la virtud arrastra la cadena,

la pesada cadena, con que el mundo
oprime á sus esclavos! Ay del triste,
en cuyo oido suena con espanto,
por esta oculta soledad rompiendo,
de su Señor el imperioso grito!

Busco en estas moradas silenciosas
el reposo y la paz, que aquí se esconden,
y solo encuentro la inquietud funesta,
que mis sentidos y razon conturba.

Busco paz y reposo, pero en vano los busco, oh caro Anfriso, que estos dones, herencia santa, que al partir del mundo dejó Bruno en sus hijos vinculada, nunca en profano corazon entraron, ni á los parciales del placer se dieron. Conozco bien que fuera de este asilo solo me guarda el mundo sinrazones, vanos deseos, duros desengaños, susto y dolor; empero todavía

á entrar en él no puedo resolverme.
No puedo resolverme, y despechado
sigo el impulso del fatal destino,
que á muy mas dura esclavitud me guia.
Sigo su fiero impulso, y llevo siempre
por todas partes los pesados grillos,
que de la ansiada libertad me privan.

De afan y angustia el pecho traspasado, pido á la muda soledad consuelo,

y con dolientes quejas la importuno. Salgo al ameno valle, subo al monte, sigo del claro rio las corrientes, busco la fresca y deleitosa sombra, corro por todas partes, y no encuentro, en parte alguna la quietud perdida.

Ay, Anfriso, qué escenas á mis ojos, cansados de llorar, presenta el cielo !

Rodeado de frondosos y altos montes se estiende un valle, que de mil delicias con sabia mano ornó naturaleza. Pártele en dos mitades, despeñado de las vecinas rocas, el Lozoya, por su pesca famoso y dulces aguas. Del claro rio sobre el verde márgen crecen frondosos álamos, que al cielo ya erguidos alzan las plateadas copas, ó ya sobre las aguas encorvados, en mil figuras miran con asombro su forma en los cristales retratada. De la siniestra orilla un bosque umbrío hasta la falda del vecino monte se estiende; tan ameno y delicioso, que le hubiera juzgado el gentilismo morada de algun dios, ó á los misterios de las silvanas Dríadas guardado.

Aquí encamino mis inciertos pasos, y en su recinto umbrío y silencioso, mansion la mas conforme para un triste, entro á pensar en mi cruel destino. La grata soledad, la dulce sombra, el aire blando, y el silencio mudo, mi desventura y mi dolor adulan. No alcanza aquí del padre de las luces el rayo acechador, ni su reflejo viene á cubrir de confusion el rostro

de un infeliz en su dolor sumido.
El canto de las aves no interrumpe
aquí tampoco la quietud de un triste ;
pues solo de la viuda tortolilla
se oye tal vez el lastimero arrullo,
tal vez el melancólico trinado
de la angustiada y dulce Filomena.
Con blando impulso el zéfiro suave,
las copas de los árboles moviendo,
recrea el alma con el manso ruido;
mientras al dulce soplo desprendidas
las agostadas hojas, revolando,
bajan en lentos círculos al suelo:
cúbrenle en torno, y la frondosa pompa
que al árbol adornara en primavera,
yace marchita, y muestra los rigores
del abrasado estío y seco otoño.

Asi tambien de juventud lozana pasan, oh Anfriso, las livianas dichas. Un soplo de inconstancia, de fastidio, ó de capricho femenil las tala,

y

lleva por el aire, cual las hojas

de los frondosos árboles caidas.
Ciegos empero, y tras su vana sombra
de contino exhalados, en pos de ellas
corremos hasta hallar el precipicio,
do nuestro error y su ilusion nos guian,
Volamos en pos de ellas, como suele
volar á la dulzura del reclamo
incauto el pajarillo. Entre los hojas
el preparado visco le detiene:
lucha cautivo por huir, y en vano;

porque un traidor, que en asechanza atisba, con mano infiel la libertad le roba,

y á muerte le condena, ó cárcel dura.
Ah! dichoso el mortal, de cuyos ojos
un pronto desengaño corrió el velo
de la ciega ilusion! Una y mil veces

dichoso el solitario penitente,

que triunfando del mundo y de sí mismo, vive en la soledad libre y contento! Unido á Dios por medio de la santa contemplacion, le goza ya en la tierra; y retirado en su tranquilo albergue observa reflexivo los milagros de la naturaleza, sin que nunca turben el susto ni el dolor su pecho. Regálanle las aves con su canto, mientras la aurora sale refulgente á cubrir de alegría y luz el mundo. Nácele siempre el sol claro y brillante, y nunca á él levanta conturbados sus ojos, ora en el oriente raye, ora del cielo á la mitad subiendo, en pompa guie el reluciente carro, ora con tibia luz, mas perezoso,

su faz esconda en los vecinos montes. Cuando en las claras noches cuidadoso vuelve desde los santos ejercicios, la plateada luna en lo mas alto del cielo mueve la luciente rueda, con augusto silencio; y recreando con blando resplandor su humilde vista, eleva su razon, y la dispone

á contemplar la alteza, y la inefable gloria del Padre y Criador del mundo. Libre de los cuidados enojosos, que en los palacios y dorados techos nos turban de contino, y entregado á la inefable y justa Providencia, si al breve sueño alguna pausa pide, de sus santas tareas, obediente viene á cerrar su párpados el sueño con mano amiga, y de su lado ahuyenta el susto y las fantasmas de la noche. Oh suerte venturosa á los amigos

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