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Yo daba en este instante los precisos
órdenes en el templo, cuando escucho
por todas partes tumultuosos gritos
de alegría. Pregunto receloso

cuál de esta conmocion es el motivo,
y acabo de saber, que cuando todos
estaban en Gijon desprevenidos,
vieron llegar al Duque de Cantabria.

MUNUZA.

A Pelayo ?

ROGUNDO.

Oh, gran Dios!

DOSINDA.

Cielo propicio!

en qué forzoso instante nos le vuelves!

MUNUZA.

Yo no sé donde estoy... Un repentino terror... Ah, vil fortuna ! pero dónde?.. (3).

ACHMET.

Luego que tuve tan estraño aviso
me encaminé, señor, hasta su casa,
y allí le pude ver entre el bullicio
de inmensa gente que le rodeaba,
y por no perder tiempo hácia este sitio

(1) A Kerin.

(2) A Munuza.

(3) Volviéndose á sentar.

vuelvo...

haz

que

MUNUZA.

Qué triste acaso! Escucha. Al punto á Rogundo lleven al castillo,

y á Dosinda á su cuarto.

MUNUZA se vuelve á arrojar en el sitial, donde guarda por un rato un profundo silencio. Entretanto KERIN entra por la puerta del castillo con ROGUNDO, y ACHMET por otra parte con DOSINDA; y este último vuelve y se acerca á la silla con silencio, sin que MUNUZa repare en él.

ESCENA VII.

MUNUZA, ACHMET.

MUNUZA.

En fin, fortuna,

tú has logrado abatirme: tus caprichos,
han agotado toda mi constancia.

Muger inexorable! falso hechizo

de un corazon que adora tus desdenes :
yo cedo á tu rigor y á mi destino.
Pero cruel (1)! el tuyo está en mi mano,
y me quiero vengar. Querido amigo!
tú ves las confusiones que me cercan;
dirige mi razon ; muestra un camino
de mitigar mis ansias.

ACHMET.

Solo es tiempo,

señor, de que penseis en preveniros
para sufrir la vista de Pelayo :

él vendrá, aquí quejoso y ofendido;
vos le debeis templar, y proponerle
antes que los descubra los designios
que una vez declarados, ya es forzoso
sostener con vigor... pero imagino

(1) Levantándose, y mirando al lado por donde entró Dosinda.

que él se acerca á nosotros.

MUNUZA.

Pues bien, marcha,

y no te alejes.

ESCENA VIII.

MUNUZA Y DESPUES PELAYO.

MUNUZA.

Bárbaro destino !

tú me humillas aun al que aborrezco !
En fin, señor, el cielo se ha movido
á mis frecuentes ruegos, pues os trae
tan presto á mi presencia: los avisos

que Suero me habia dado en vuestro nombre, suponian á Tarif muy indeciso

sobre mis pretensiones.

PELAYO.

Mis instancias,

y el amor que os profesa, le han vencido.
Mi celo, acelerando los tratados,

los concluyó por fin, y con un vivo
deseo de llegar.... Pero, Munuza,
perdonad si dilato el instruiros
de vuestros intereses hasta tanto
que cese mi zozobra. Cuanto miro,
cuanto escucho y advierto me sorprende.
Arrestado Rogundo en el castillo :
reclusa en el palacio la Princesa :
turbado vos: el pueblo conmovido:
mudos y misteriosos los semblantes;
todo me hace temer algun designio
en que quizá se ofende mi decoro !
A la verdad, despues de mis designios
y pruebas de amistad, yo no debiera
recelar que Munuza ha perseguido
el honor puro de un amigo ausente ;
pero mil congeturas, mil indicios

me llenan de zozobra, y os acusan.

MUNUZA.

Señor, pues me haceis cargo de un delito,
fundado en conjeturas, sin dar tiempo
á que me justifique, ya es preciso
enteraros de todos mis intentos;
pero antes permitid á mi cariño
que os recuerde las gracias singulares
hechas á vuestra patria y á vos mismo.
Cuando Asturias yacía sepultada
debajo de sus ruinas, y el pie altivo
del Africano hollaba este terreno
como su vencedor, los beneficios
que repartió la diestra de Munuza
templaron de un despótico dominio
y un cautiverio el insufrible yugo:
colocado en Gijon, á sus vecinos
y á los cercanos pueblos dicté leyes,
no como sustituto de un altivo

conquistador, sino como un patriota
que sentia mirarlos oprimidos.
La nobleza de España y de los Godos,
á quien la guerra retiró á estos riscos,
halló bajo el amparo de Munuza
un inviolable y natural asilo.

Vuestros altares, leyes y costumbres
quedaron en pacífico ejercicio;
y de esta capital, en fin, los nobles
lograron mi amistad. Muy buen testigo
sois vos de la blandura de un gobierno,
que en mano menos suave hubiera sido
un funesto ejemplar de las miserias
que suelen afligir á los vencidos.
Pero nadie de todas mis bondades
en este suelo pareció mas digno
que el hijo de Favila : á mi confianza
os admití, tratándoos como amigo,
y despreciando la razon de estado

que os hacia temible al Berberisco,
el presuntivo sucesor del trono,
que perdieron los Godos, distinguido
se vió con la privanza de Munuza.
Para afianzar mas bien nuestro cariño
os pedí á vuestra hermana: mi ternura
os creyó favorable á este designio.
Sin desdeñar la súplica mi labio
imploró vuestra alianza, y vuestro oido
escuchó con asombro el ruego humilde
del que era á pesar vuestro en este sitio
árbitro soberano de las vidas;
pero vos, inflexible, mis suspiros
tuvisteis en tan poco, que un desaire
selló vuestra respuesta. En los principios
resolví con las armas en la mano
vengarme de esta ofensa, y el castigo
en el primer arranque de mi enojo,
igual con el agravio hubiera sido;
pero amor y amistad me contuvieron.
Creí tambien hallaros mas propicio

con el tiempo, y que fuese vuestra hermana
menos fiera algun dia á mis suspiros.
Ah! cuánto me engañaba! Cuán en vano
luchaba con la fuerza del destino!

En fin, para quitar todo recurso
á mi esperanza,
habeis querido

sé que

acelerar la dicha de Rogundo.

Yo escuché con horror que en este sitio
se iba á encender la antorcha de himeneo;

la amistad y el honor desatendidos

me irritaron contra ese odioso enlace;
y disponiendo un dasagravio digno
de tan atroz ofensa, cuando todos
respetaban mi voz, ahora mismo
Munuza va á ser dueño de Dosinda.

PELAYO.

De mi hermana, gran Dios! Qué me habeis dicho?

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