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ACTO III.

ESCENA PRIMERA.

Gran salon del palacio de Munuza.

DOSINDA, INGUNDA.

INGUNDA.

EMPLAD, señora, el llanto; no así triste, y consumida en un dolor contínuo aflijais vuestro espíritu. Acordaos que aun no ha llegado el último peligro. Ya, como me mandasteis, dije á Suero todos vuestros cuydados; y este amigo, dispuesto á consolaros....

DOSINDA.

Ay, Ingunda!
Si de templar el grave dolor mio
fuese alguno capaz sobre la tierra,
menor fuera mi mal. Pero el destino,
negando á mi desgracia los recursos,
ha cerrado las puertas del alivio.
No creas tú que solo me atormenta
la triste situacion en que me miro:
la suerte de Pelayo, espuesta siempre
al furor del tirano, y los designios
de este contra un esposo y un hermano
son la mayor razon de mi martirio:
estos graves temores despedazan

mi corazon, que atento á otros peligros
el propio riesgo olvida fácilmente.
De la lealtad de Suero y los amigos
de Pelayo conozco cuánto debe

esperar mi dolor; pero no fio
de sus fuerzas. Son pocos, y les falta
un gefe autorizado, cuyo brio
los guie á la venganza, y los oponga
al cruel opresor. Ah! sin caudillo,
sin armas, sin recursos, te parece
que irán á provocar á un enemigo
bárbaro y poderoso? Y cuando todos....
Pero Munuza viene: de este sitio

no te apartes un punto.

INGUNDA.

En todo trance

estará mi lealtad pronta á serviros.

ESCENA II.

MUNUZA Y LAS DICHAS.

MUNUZA.

Segunda vez mi enamorado pecho quiere, bella Dosinda repetiros las pruebas de su ardor y su fineza. Vos me habeis disgustado y ofendido, pagando con desdenes mis bondades. Si quisiese vengarme, en este sitio nadie lo estorbaria. Vuestro hermano en un clima distante está tranquilo. Suspira entre cadenas vuestro amante en lo interior del fuerte; sus amigos confiesan mi poder, y en Gijon nadie es capaz de oponerse á mis designios. Sin embargo, resuelvo perdonaros: os amo tiernamente, y este fino esceso de bondad lo manifiesta. Vos sois el solo objeto á cuyo hechizo se rinde mi altivez. Cuantos proyectos la ambicion y el amor me han sugerido, todos se han dirigido á vuestra gloria. Mis ideas promueve el cielo mismo;

y la fortuna, la ocasion y el tiempo van de acuerdo con todos mis designios. Bien sabeis que los Moros, ocupados en llevar el terror y el esterminio al fondo de las Galias, penetraron los Pirineos. Ya el furor activo de innumerables tropas sarracenas inunda aquel pais, y divertido en esta vana y temeraria empresa el orgullo africano, los castillos y las plazas de Asturias se abandonan á unos viles soldados, que vencidos con oro y con promesas, están prontos á seguir mi estandarte. En fin, yo aspiro á hacerme respetar por Rey de Asturias, y á elevar mi fortuna y vuestro hechizo al trono de Gijon. Mas no por eso presumais que el orgullo ha dirigido mis ideas altivas y ambiciosas. Solo el amor constante que os dedico las puede sugerir. Ah! cuánto gozo inundará mi pecho si consigo

ceñiros en Gijon la Real diadema, poniendo en vuestra frente el distinguido adorno á quien los cielos os destinan! En fin, ya habeis oido mis designios. En premio, pues, de ofertas tan ilustres, solo quiero un pequeño sacrificio: que olvideis á Rogundo. Él será siempre víctima de mis zelos, y si digno se cree aun de vos y vuestra mano, sola esta presuncion es un delito que le hará triste objeto de mi enojo: él morirá zeloso, ó preferido.... Mas yo no he de deber esta victoria á la venganza, ni á un rival tan digno ha de vencer Munuza con la fuerza. Mostraos, pues, sensible al atractivo

de un trono que el amor ha consagrado, y atenta á su pasion y beneficios,

dad vuestra mano á un Príncipe que os ama, y no la malogreis en un cautivo.

DOSINDA.

Munuza no espereis de esta infelice
tan vil condescendencia. Ya os he dicho
cuanto aprecio los vínculos sagrados
que me unen á Rogundo), y aquel mismo
honor que me sostuvo en otro tiempo
contra vuestros obsequios y artificios,
me hace insensible á vuestros dones.
Yo renuncio unos viles beneficios
que me harian infame, pues ceñida
del augusto diadema, entre sus brillos
se leyera tambien todo el oprobio

de una alma infiel, en mi semblante escrito.
Si á una gloria tan vil y vergonzosa
puede ceder un corazon indigno;

si á otros puede del trono y del diadema cegar el resplandor: creed que el mio, en lugar de aceptar un trono injusto, irá á ofrecer contento en sacrificio, al templo del honor los dones vuestros. Pero porqué os persuado, si vos mismo quizá me disculpais interiormente? Vos conoceis muy bien que solo sigo las leyes del honor y la decencia. Y podré presumir que vuestro brio, esclavo de un afecto pasajero, que es hijo del acaso ó del capricho, las quiere atropellar indignamente? Rogundo es ya mi esposo. Si los ritos no han consagrado aun tan dulce nombre, no por eso estará nuestro albedrío mas libre de las leyes que se ha impuesto. Vos no las ignorais, y yo confio

que sabréis respetarlas.

MUNUZA.

Y entre tanto

quereis que de Munuza el nombre altivo sea un objeto de burla al universo? Quereis que sobre el trono á que yo aspiro obscurezca mis glorias el recuerdo

de un público desaire, repetido

por el mismo rumor que las divulgue? Quereis en fin, que un pueblo que os ha visto traer á este palacio, y que conoce

mi amor, mis inquietudes y suspiros,
ose menospreciarme à vuestro ejemplo,
y se oponga orgulloso á mis designios?
No, Señora primero en sus venganzas
será Munuza escándalo del siglo,
que se humille al estremo vergonzoso
de apreciar un estorbo tan indigno.
Rogundo morirá, y el mismo acero
que corte su cerviz, tendrá otro filo
para romper esos funestos lazos
con que se unen el vuestro y su destino;
tal debe ser su suerte, si me ofende.
Pero si el mismo cede, habré cumplido
con el honor que me oponeis en vano.
Sí, para huir del triste precipicio
que preparo á sus locas esperanzas
es forzoso que siga este camino.

Y en fin, pues sus derechos nos estorban,
que venga aquí, y
por sí mismo

decida

de su suerte y la nuestra. Guardias, hola!

ESCENA III.

MUNUZA, DOSINDA, KERIN, SOLDADOS.

MUNUZA.

Traed aquí á Rogundo del castillo.

KERIN entra, recibe la órden, y se va con los soldados.

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