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que vuestro proceder...

MUNUZA.

Señora en vano

baldonais un delito, que mi afecto debiera disculpar. El amor solo ha podido inspirarle, os lo confieso; pero cuando el ardor con que os adoro no sirva de disculpa, el desden vuestro hará menor la ofensa. Apenas puse las plantas en Gijon, y apenas vieron de vuestro rostro el resplandor mis ojos, os rendí el corazon: un cruel silencio retiró esta pasion de vuestro oido : yo resistí su triunfo, y conociendo que el triunfo de agradaros se perdiera, negado á mi pasion y á mis rüegos, solicité olvidaros. Por lograrlo.

se esforzó el corazon. Pero ah! cuán cierto es que el amor arrastra al albedrío ! La misma resistencia y el silencio atizaron el fuego de mi llama :

su ardor me alucinó, rompí el secreto, os declaré mi amor, y empleé en vano ternezas y suspiros por venceros; pero todo sin fruto, pues no pude ablandar el rigor de vuestro pecho. Siempre un frio desden fué triste paga de mis ardientes ansias, y á mis ruegos, aunque envueltos en mi humilde llanto, siempre opusisteis un cruel desprecio. Entre tantas angustias D. Pelayo, ingrato á mi amistad, sordo á mis ruegos, y cómplice tal vez en vuestro odio, pretendió destinaros á otro dueño: tal vez el corazon mas reverente sus límites señala al sufrimiento; así cansado el mio de un desaire, injurioso á su ardor y á mi respeto,

meditó al fin un medio que salvase

mi gloria, y mi pasion á un mismo tiempo.

DOSINDA.

Pero debió aquietarse vuestra gloria
á costa de mi fama', por un medio
injurioso al decoro de mi estado,
al honor de mi hermano?

MUNUZA.

Ah! á mis ruegos

estuvo sordo siempre vuestro hermano. su ingratitud da causa á estos estremos.

DOSINDA.

Y os parece bastante esta disculpa?
Por qué debió Pelayo en menosprecio
de una promesa santa esperanzaros
del logro de mi mano, cuando el fuero
de los Godos, la ley de las naciones,
el cielo, y la razon dan un derecho
firme y sagrado al prometido esposo ?
Vos sabeis que Rogundo fué el primero
que mereció la oferta de mi mano.
Por eso mi desden en ningun tiempo
podrá justificar vuestra conducta:
él era un solo natural efecto

del recato que siempre me inspiraron
la virtud, el honor y el nacimiento.
Vos lo hubierais notado si miraseis
mis rüegos con ojos mas serenos.
Y por qué presumís que yo insensata
tratase solamente de ofenderos,
á vos, de cuya mano están pendientes
el bien y el mal de este infelice pueblo ?
El honor ha reglado mi conducta;
yo respeto sus leyes, y os protesto
que ellas solas me dictan estas voces.
Pero, señor, vos mismo que en el centro
estais de las grandezas y las dichas,
podréis desatenderlas? No, no creo

que en vuestro corazon quepa esta mancha⚫ si el amor hasta aquí seguisteis ciego,

seguid ya del honor, que por mí os habla, la religiosa voz, y obedeciendo

á sus inspiraciones, alejadme

de esta ingrata mansion; volvedme al seno de mis padres, y haced que una infelice pueda tranquila ver la luz del cielo.

MUNUZA.

No, señora; ya es tarde, no es posible revocar una empresa cuyo efecto debe ser mi quietud y vuestra gloria." Vencido el primer paso, ya no puedo volver atrás, que un público desaire, cuando estoy á la frente del gobierno, tendria muy fatales consecuencias. Vuestro hermano y Rogundo verán luego que yo mando absoluto en este sitio, y que nadie...

ESCENA IV.

MUNUZA, DOSINDA, ACHMET.

ACHMET, que entra con alguna aceleracion.

Señor,

MUNUZA.

Achmet, qué es esto?

ACHMET.

A pesar de una inútil resistencia

Rogundo...

MUNUZA.

Acaba, dí...

ACHMET.

Se acerca...

DOSINDA.

Cielos !

Yo temo que se pierda.

ACHMET.

Apenas supo

que estaba aquí Dosinda, cuando lleno de orgullo quiso averiguar qué causa la tenia en palacio en el momento se encaminó á este sitio. Vuestra guardia se le quiso oponer; pero su esfuerzo penetrando las picas. ... mas él llega.

ESCENA V.

MUNUZA, DOSINDA, ROGUNDO, ACHMET.

ROGUNDO.

Yo venia, no sé si á pesar vuestro, Munuza, á dedicar á esta Princesa mis humildes obsequios pero advierto que me estorban el paso. Desde cuándo le es negado á Rogundo que á este puesto se acerque libremente?

MUNUZA,

Desde hoy mismo,

y esta es la última vez que mi respeto sufrirá una pregunta tan osada.

ROGUNDO.

Los nobles de Gijon en otro tiempo con su presencia honraban este sitio ; vos mismo los rogabais mas atento viniesen á palacio hoy orgulloso

la entrada les negais; pues qué misterios anuncia esta mudanza? Qué, privarnos quereis de una fortuna que violento quizá usurpais vos mismo? Habeis pensado disfrutar sin testigos el supremo honor de acompañar á esta Princesa. Y sus fieles paisanos que en su aspecto se consuelan de pérdidas tan grandes no podrán dedicarla algun obsequio? En fin, señor, ausente D. Pelayo,

quien tiene mas legítimo derecho para velar sobre su suerte?

MUNUZA.

Basta,

no puedo sufrir mas, en este suelo ninguno ha de pensar en oponerse á cuanto yo disponga; á vos, al pueblo y aun al mismo Pelayo mi voz sola puede dictarles leyes y preceptos. Yo soy aquí absoluto, y en mi mano se hallan depositados los derechos de una entera conquista.

ROGUNDO.

Y la conquista pudo adquiriros el poder violento de profanar los vínculos mas santos? La fuerza y la invasion hicieron dueño de esta ciudad al Moro; pero el Moro contentó su ambicion con el terreno, sin pasar á oprimir nuestro albedrío. Y vos quereis por un culpable esceso estender el arbitrio de la guerra hasta los corazones? Nuestros cuellos, nunca sujetos á un estraño yugo,. se doblarán á vos ? En fin, yo vengo á que restituyais á la Princesa al seno de su casa. Si haceis esto, yo no os disputaré las facultades, y cualquiera que sea el poder vuestro será para Rogundo en adelante del todo indiferente.

MUNUZA.

No gastemos

en frívolas razones los instantes; retiraos al punto; yo os advierto que no saldrá Dosinda de este sitio sin órden de Munuza. Idos, soberbio, y agradeced á su presencia amable

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