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la fuerza que dispone
tus rumbos, é imperiosa
da causa á tu desórden.
Un númen implacable

te arrastra, un númen rompe
de tu poder los lazos,
y enciende tus pasiones.
Ni el escuadron inmenso
de estrellas y de soles
que sigue lento el curso
de tu esplendente coche;
ni el trono en que resides,
bañado en luz, ni el noble,
alto, inmortal orígen
de tu deidad triforme,
bastaron á librarte

de amor y sus harpones. Tú amas, sí, tú sigues la ley que reconocen con fuerza irresistible los hombres y los dioses. Y en tanto que corrida quisieras las regiones trocar del alto cielo por los tartáreos bosques, del duro amor guiada registras todo el orbe, las playas y los valles, los mares y los montes, buscando ansiosa y triste al barragan que sobre las cumbres de Tesalia

el hado de tí esconde.

Le hallas por fin, mas cuando amante reconoces

de tu pasion la causa,

y al dulce triunfo corres,

el mísero insensible,

y huyendo en sueño torpe, ni á tu esplendor despierta, ni aun sueña tus favores.

A Melendez.

Quien me dará que pueda,
Batilo, remontado

sobre el humilde vulgo
seguirte por el arduo
camino por do corres
con giganteos pasos
al templo de la fama ?
Quién me dará que al alto
monte contigo pueda
subir á henchir mis labios,
cual tú del dulce néctar
en el raudal Castalio?
Pluguiera al Dios intonso
que juntos del Parnaso
venciésemos la cima,
y en ella rodeados

de gloria, á par del Númen, viviésemos loando

de la virtud divina la gracia y los encantos ! Entonces sí, que libres del soplo envenenado del odio y de la envidia, burláramos cantando sus tiros descubiertos y sus ocultos lazos; entonces sí, que lejos del turbulento bando, que sigue los pendones del vicio, y agitados de un astro mas divino, las liras, por la mano

de la amistad guarnidas
de oro y marfil, tocando,
los cielos de armonía
hinchiéramos, en tanto
que la parlera fama
llevaba resonando

unidos nuestros nombres
desde el arturo al austro.
Entonces sí, que absortos
al peregrino encanto

de nuestra voz, los hombres
huyeran desde el ancho
camino de los vicios,
hasta los poco hollados
senderos que conducen
á la virtud, ganando
en santo ardor la altura,
do tiene el soberano

Rector del cielo al justo
su galardon guardado.

Cantinela á Don Ramon de Posada, con motivo de unos versos escritos por una señora Americana.

De cuando acá las Musas,

que solo á los mozuelos

sus gracias repartian

antes de ahora, hicieron

tan súbita alianza

con otras de su sexo?
Injustas y envidiosas,
jamás en otro tiempo,
á las graciosas ninfas
fiaban sus misterios.
Del Pindo á la eminencia,
do su dorado asiento
tienen las orgullosas

vecino al alto Cielo;

las delicadas plantas nunca subir pudieron, ni de ellas ser solia hollado aquel sendero, que plantas mas robustas condujo en otros tiempos al templo de la gloria, ó ya al del escarmiento. Mas de la americana Safo los dulces versos de los pasados siglos desmienten el ejemplo. Qué aguda, qué ingeniosa se ostenta! Cuando menos acuden á su pluma

el chiste y el gracejo. Pero, de dónde, dime, Ramon, su dulce ingenio tomó la melodia,

la exactitud del metro, el número armonioso, los agudos conceptos, la gracia y la dulzura que hierven en sus versos? El rubio y claro Apolo fué acaso su maestro? Acaso de las Musas los virginales pechos tocó algun dia? Acaso crióse en el Permeso? Safo á Faon queria,

y Amor la inspiró versos. Debió tal vez Leonarda á Amor su magisterio? Ah! cuántos envidiosos tendrá tu entendimiento, discreta Safo! A cuántos inflamarán sus zelos!

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