DOS FABULAS DE LA FONTAINE, La Encina y la Caña. IJO un dia la encina, Con sobrada razon, ó pobrecita! es para tí una carga muy pesada, que suele apenas encrespar la lisa te obliga á dar de hocicos en el polvo. Al contrario, mi copa, cual eminente Cáucaso elevada, del sol se opone á los ardientes rayos, al ímpetu ruidoso de los vientos. Al menos si te hubieses criado aquí al abrigo de los ramos con que cubro este monte, guarecida por mí de las tormentas. creces sobre esas playas descubiertas, Por cierto que contigo anduvo bien cruel naturaleza. Amiga, yo agradezco tu compasion, la respondió la caña; mas no tengas 'cuidado, pues yo doblando el cuello á los embates del viento, mas segura estoy que tú, por mas que hayas altiva resistido hasta ahora. Vamos viendo. Mientras la caña habla, del opuesto horizonte un recio vendaval se precipita con furia impetuosa. Al punto se encorvó la débil caña ; mas la robusta encina resiste á los embates, hasta que al fin doblando sus esfuerzos el viento asolador, descuaja y troncha al árbol que escondia su alta copa en las nubes, y su raiz en el profundo abismo. Los dos Mulos. IBAN dos mulos caminando un dia, cargado uno de yeso, y otro de gran tesoro para el fisco. que no la soltaria por un reino. con grave paso, y levantado el cuello, tocando su cencerra ; cuando étele que sale de pronto una cuadrilla de bandidos, que hambrientos de dinero, sobre el ufano conductor se arrojan: Pretende resistirlo ; pero sintiendo al punto de todas partes sobre sí mil palos: En esto (dijo sollozando), en esto han venido á parar mis esperanzas ? Este otro que me sigue, EPIGRAMAS. A un amigo. Pregúntame un amigo, cómo se habrá de hoy mas con las mugeres; y yo á secas le digo: Que (bien que en esto hay varios pareceres) ninguno que llegare a conocellas, podrá vivir con ellas, ni sin ellas. 2.o A una de las que en Madrid llaman cojas. Por qué te llaman coja, Dorotea ? Quién hay que tu figura inhiesta y firme al caminar no vea ? Pues á qué tal censura? Es porque suele tu virtud acaso tropezar y caer á cada paso ? A la misma. Los malignos fisgones que el apodo de coja te pusieron son, Dorotea, bravos picarones. Si acaso conocieron que á tus ojos la luz del bien no llega, no era mejor que te llamasen ciega? A un mal Abogado. Se quejan mis clientes de que pierden sus pleitos; pero en vano. A mí, qué se me dá, si siempre gano? A otro que gritaba mucho. Ni me fundo en las leyes que los sabios de Roma publicaron, ni en las que nuestros reyes para esplendor de su nacion dejaron; mas tengo en los pulmones todo el vigor que falta á mis razones. A un mal Predicador. Dijiste contra el peinado mil cosas enardecido, contra las de ancho vestido, y las de estrecho calzado, por eso alguno ha notado tu sermon de muy severo; pero que se engaña infiero, porque olvidando tu oficio, sola la virtud y el vicio te dejaste en el tintero. |