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mentidos pasatiempos; Aquel que en tus dos ojos hallaba dos luceros,

mil perlas en tu boca,

mil flores en tu seno :

Ya sin amor, sin susto, sin ansias ni deseos, lejos de tí, ó contigo, tranquilo está y sereno.

Si al paso de los suyos salen tus ojos bellos, ni su color se muda, ni pierde su sosiego, ni el corazon le avisa del ya pasado incendio. Sobre los mismos labios que en el antiguo tiempo. solo formar sabian querellas y lamentos, residen ya los chistes, la risa y el contento, las sazonadas burlas, los dichos placenteros.

Sus ojos deslumbrados, que antes el Dios pequeño cerró con tierna mano del mundo á los objetos, dejándolos, oh cruda! para tí solo abiertos ; hoy llenos de alegría, vivaces y traviesos, siguen el dulce hechizo de mil semblantes bellos, y de otros bellos ojos beben el dulce incendio, que ni los turba el llanto ni ofuscan los desvelos.

4.°

Enarda, al fin los cielos
de mí se han apiadado:
tú lloras y te afliges;
yo estoy alegre, y canto.
Al que antes engañada
favoreciste tanto,

ya con dolientes voces
el nombre das de ingrato.

Por él tu amor sin seso rompió los dulces lazos, que mi inocente cuello uncian á tu carro.

Por él abandonaste

mi fe, mi amor, mi llanto, tu honor y tu decoro

con engañoso trato.

Por él, en fin, violaste mil juramentos santos; rompiste mil promesas, forjaste mil engaños.

Ahora despreciada derramas llanto amargo; pues llora, injusta, llora, que Anfriso está vengado.

5.°

Mientras los roncos silbos del Aquilon helado

llenan á los mortales
de susto y sobresalto,
cantemos, bella Enarda,
en himnos acordados,
de amor y sus dulzuras
el delicioso encanto.

Del hijo de la Diosa,

que reina en Gnido y Paphos, cantemos las victorias

y triunfos soberanos,

que á su dominio el cielo

y tierra sujetaron.

Las dulces travesuras de aquel rapaz vendado que reina en nuestros pechos, cantemos, y loando

de su carcax el oro,

la labor de su arco,
sus flechas penetrantes,
sus tiros acertados,
pasemos dulcemente

uno de otro en los brazos

las horas fugitivas

y los veloces años.

Amor de cielo y tierra
es dueño soberano :
sus leyes reconocen
la tierra y cielo esclavos.
Los globos cristalinos,
de solo amor guiados,
giran en torno al mundo
con vuelo arrebatado;
y del Amor las leyes
eternas observando,
cuentan en raudos giros,
sonoros y acordados,
las horas y los dias,
los meses y los años.

Pero en la tierra ejerce
imperio mas templado
el ciego Dios, mas dulce,
mas firme, y dilatado,
y no hay viviente alguno
que de él no viva esclavo.

Allá en los altos montes y en los oscuros antros sienten de Amor la llama} los brutos abrasados.

Los peces en el golfo del tiro envenenado salvarse no pudieron ; ni sobre el aire vago las aves por su vuelo, ni por su dulce canto. Todos de amor al yugo se rinden, y á su carro uncidos todos vienen sus triunfos celebrando.

Pero entre todos ellos el hombre, mas colmados obsequios, homenages mas puros va prestando, que otros vivientes aman de su instinto arrastrados, empero el hombre solo de la razon guiado.

El hombre venturoso encierra en los arcanos de su razon las leyes que amor le ha señalado. El hombre apreciar solo con dignos holocaustos sabe de la hermosura,

la gracia y el encanto.

Dígalo, ay Dios! oh, Enarda!

Jovino enamorado,

que vive de tus ojos
reconocido esclavo.
un corazon lo diga
donde grabó con rasgos
de fuego la tu imágen
amor con tierna mano;

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ay! yo era todavía

entonces un muchacho
alegre y bullicioso,
sencillo y agraciado,

y hoy ya sobre mí siento

el

peso

de los años.

Dígalo una alma fina

do tiene levantado

su trono tu hermosura,
y do vibrando rayos
tus ojos ejercitan
el peligroso mando.

Ay! cuántas veces, cuántas

los mios al estraño
ardor de sus pupilas
quedaron abrasados!

Dígalo en fin Jovino,
á quien ni los halagos
de otras mil hermosuras,
ni estorbos mil, ni el vario
curso de la fortuna,

ni el tiempo, ni el amargo
dolor de larga ausencia,
ni el incesante llanto,
que derramo al mirarte
alegre en otros brazos,
mudar nunca pudieron ;
y en quien estorbos tantos
del fuego primitivo

la llama no apagaron.

Cantemos pues, oh Enarda!

en himnos acordados

de Amor y sus dulzaras

el delicioso encanto,

mientras los roncos silbos

del Aquilon helado

llenan á los mortales

de susto y sobresalto.

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