A MIREO. Historia de Jovino.` MIREO (70), pues te place que sepa el caro Delio mi profesion, mi nombre, mi patria y mis sucesos,, aplícate un instante á ver este diseño, de ingenio y arte escaso, si de verdades lleno. Cifrada en breves puntos mi historia verá Delio ; .verála sin asombro, pero tambien sin tedio. Dile que en la ancha orilla del mar Cantabro un pueblo (71) sobre otros mil levanta su erguida frente al cielo. Mil timbres le ennoblecen, ganados en el tiempo antiguo, cuando cuna sus altos muros fueron de claros capitanes,! y heróicos semideos. De aquellos santos reyes que á España redimieron del yugo berberisco, fué corte y Real asiento. En él nací, del Sumo Rector del universo sin duda descendido ; que á tanto Dios debieron, si no mentió la fama, su orígen mis abuelos. Jovino me llamaron desde los años tiernos las ninfas gijonenses; y allí do va el sereno Piles al mar de Asturias sus aguas refluyendo, el nombre de Jovino con resonantes ecos, Nayades y Tritones mil veces repitieron. No aun mi blanca barba manchara el pardo vello, y ya del nombre mio volaba el dulce acento, llevado por las auras al complutense suelo. Minerva despiadada firmó el cruel decreto, que me pasó á Compluto desde el hogar paterno. Mezclado á los ilustres hijos del gran Cisneros, allí me vió Dalmiro, al márgen, por do el viejo y sabio Henares fluye con pasos graves ledo. Allí me vió Dalmiro, Dalmiro, cuyo ingenio, ya entonces celebrado, daba con vario efecto cuidados á las ninfas, y á los pastores zelos. De allí (quizá aguijado de tan ilustre ejemplo) trepar osé al Parnaso por cima de escarmientos. Imberbe aun, y falto de inspiracion y fuego, tenté del sabio Apolo subir al trono escelso. Luego al intonso Númen enderecé mis ruegos; y aunque de tal descaro me perdonó, y risueño viví mil dias bellos, Bebí de la armoniosa corriente del Permeso, despues la de Hipocrene, y en fin, á tragos luengos en el raudal Castalio sacié mi afan sediento. Montéme en el Pegaso, y en él volé ligero al elevado Pindo, y al muy mas alto Pierio, donde las nueve hermanas favores mil me hicieron. De Erato, aunque voluble, fui fino chichisveo, que en mi favor con ella tal vez intercedieron Teócrito, Virgilio, Cátulo y Anacréon. La corte hice á Talía tambien por algun tiempo, y entonces la taimada con aire zahareño enmascaró mi rostro, y al pie, que del proscenio el polvo nunca hollara, calzó el humilde zueco. la sigo á todas partes, Corrí el pais que un tiempo fué trono de las Musas (72); y ya sobre su suelo, de sangre, de despojos y ruinas mil cubierto, la ninfa no habitaba. Desde uno al otro estremo crucé la sabia Europa, y al fin la hallé en los pueblos á que uno y otro márgen del Sena dan asiento. Con culto majestuoso la ninfa vive entre ellos tenida en grande estima. Allí escuchó mi ruego, y dió á mis inquietudes y largo afan el premio, subiéndome al heróico coturno desde el zueco. Oh cuántos ricos dones á sus influjos debo! Dióme que en largos hilos de la virtud, por mas que Dióme que al hombre hiciera con sabios documentos de lealtad amigo, y á vil perfidia adverso. Que á los potentes reyes con que un poder supremo Dióme.. pero no digas Mal de mi grado cede mi corazon al peso de ley tan inhumana, y no sin gran tormento á tan severo númen |