tu dicha á los arcanos que á sus constelaciones del hombre no ligaron las dichas, ni el contento con ciega ley, los hados. Implórale, y ahora escrito esté el amargo momento de tu muerte sobre el fogoso tauro; ora, por las pleyadas no visto, de acuario guardado esté en la urna: respeta de su brazo la fuerza omnipotente, y adórala postrado; que no de los planetas ni los volubles astros pendiente está tu vida, mas solo de su brazo. A los dias de Almena (67). Pasan en raudo vuelo los dias y los años, y van de los vivientes del dulce amor en brazos, le sale al paso, llena de males y cuidados, la triste edad rugosa, la edad de afan y llanto. Solos en esta varia vicisitud triunfamos tú, Almena, y yo, del tiempo, y el invariable estado de las venturas nuestras Al Sol (67). Padre del universo, autor del claro dia, brillante sol, á cuyo influjo la infinita turba de los vivientes el sér debe y la vida : Tú, que rompiendo el seno del alba cristalina, te asomas en oriente á derramar el dia por los profundos valles y por las altas cimas, De cuyo reluciente carro las diamantinas y voladoras ruedas con rapidez no vista hienden el aire vago de la region vacía: En hora buena vengas de luces matutinas, de rayos coronado y llamas nunca estintas á henchir las almas nuestras de paz y de alegría! La tenebrosa noche, de fraudes, de perfidias y dolos medianera, se ahuyenta con tu vista, y busca en los profundos abismos su guarida. El sueño perezoso, las sombras, las mentidas fantasmas, y los sustos, su horrenda comitiva, se alejan de nosotros, y en pos del claro dia el júbilo, el sosiego y el gozo nos visitan. Las horas transparentes, de clara luz vestidas, y miden nuestras dichas. O ya el luciente carro O en fin precipitado sobre las cristalinas occíduas aguas caigas con luz mas blanda y tibia: Tu rostro refulgente, tu ardor, tu luz divina 148 del hombre serán siempre consuelo y alegría. Idilio de Montesquieu traducido por el Autor. Un dia que en los bosques andaba yo en compaña hallé al Amor que oculto en cuyas ramecillas , y yo con risa le digo, vaya otra, y hazme mayor herida, Al punto fué Cefisa á poner otra; pero del arco desprendida cayó en su pie, y turbóse, que en el carcax habia. me hirió otra vez el pecho. de tan frecuentes tiros rendido á la fatiga. Vamos á atar con flores sus pies y manecillas. No, dije yo, no lo hagas, que á su Deidad mil dichas debemos y favores. Pues voy, dijo la Ninfa, á dispararle un dardo de los que el malo tira con cuanta fuerza pueda. Pero no ves, Cefisa, que puedes despertarle? Y bien, si nos divisa, podrá hacer otra cosa que darnos mas heridas? No, no, dije, dejemos que duerma sin fatiga, y estémonos sentados cabe él en compañía, para que á nuestras almas inflame mas su vista. Entonces recogiendo |