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De los reyes de Méjico.

Cuenta su historia que vinieron á esta tierra los chichimecas el año, segun nuestra cuenta, de 721 después que Cristo nació. El primer señor y hombre principal que nombran y señalan en la órden y sucesion de su reino y linaje, es Totepeuch, y es de pensar que ó se estuvieron sin rey, como ya en otra parte dije, ó que no declaran el capitan que traian, ó que Totepeuch vivió muy mucho tiempo; que pudo ser, pues murió mas de cien años después que entraron en esta tierra. Muerto que fué Totepeuch, se juntó toda la nacion en Tullan, é hicieron señor á Topil, hijo de Totepeuch y de edad de veinte y dos años. Fué rey cincuenta años, ó casi.

Estuvieron sin señor, después que Topil murió, mas de ciento y diez años; pero no cuentan la causa, ó quizá se olvidan el nombre del rey ó reyes que fueron en aquel espacio de tiempo. Al cabo del cual, estando allí en Tullan, sobre ciertas diferencias y pasiones que los advenedizos tuvieron con los naturales, se hicieron dos señores. Piensan algunos que entre los mesmos chichimecas hubo bandos sobre quién mandaria; que como de Topil no quedaban hijos, habia muchos deseosos de mandar. Empero de cualquier manera que fué, se tiene por cierto que eligieron dos señores, y que cada uno de ellos echó por su camino con los de su parcialidad ó linaje. Uemac fué un señor, y salió de Tullan por una parte. Nauhiocin, que fué el otro señor, y natural chichimeca, se salió tambien del pueblo, y se vino hacia la laguna con los de su valía; fué rey mas de setenta años, y acaece vivir los hombres mucho tiempo.

Por muerte de Naubiocin reinó Cuauhtexpetlatl.
Tras Cuauhtexpetlatl fué rey Uecin.
Nonoualcatl sucedió á Uecin.
Reinó después dél Achitomell.

Tras Achitomet heredó Cuauhtonal, y á los diez años de su reinado llegaron los mejicanos á Chapultepec. Esto es segun la cuenta de algunos; por ende parece que no tienen mucha antigüedad.

Sucedió en el señorío á este Achitomet] Mazazin.
A Mazazin heredó Queza.

Tras Queza fué rey Chalchinhtona.

Por muerte de Chalchinhto na vino á reinar Cuauhtlix.
A Cuaubtlix sucedió Johuallatonác.
Reinó tras Johuallatonac Ciuhtetl.

Al tercer año que reinaba se metieron los mejicanos á do es agora Méjico.

Muerto Ciuhtetl, fué rey Xiuiltemoc.

Cuxcux sucedió á Xiuiltemoc.

Murió Cuxcux, y heredóle Acamapichtli. Al sexto año de su reinado se levantó Achitometl, hombre muy principal, y con deseo y ambicion de reinar le mató, y tiranizó aquel señorío de Aculuacan cerca de doce años, y no solamente mató al Rey, sino tambien á seis hijos y herederos. Illancueitl, que era la reina, ó segun algunos, ama, huyó con Acamapichcin, hijo ó sobrino, pero heredero forzoso de Cauatlichan. Doce años después que Achitometl señoreaba, se fué á los montes desesperado, y por miedo no le matasen los suyos, que andaban muy revueltos. Con su ida, ó con las crueldades,

muertes, agravios y otros malos tratamientos que habia hecho á los vecinos, se despobló aquella ciudad de Culuacan, y por falta del rey comenzaron á gobernar la tierra los señores de Azcapuzalco, Cuauhnauac, Chalco, Couatlichan y Huexocinco.

Después que Acamapich se crió algunos años en Couatlichan, le llevaron á Méjico, donde le tuvieron en mucho, por ser de tan alto linaje y legítimo heredero y señor de la casa y estado de Culúa; y como habia de ser tan gran príncipe, luego que fué de edad para se casar, procuraron muchos caballeros de Méjico darle sus hijas por mujeres. Acamapich tomó hasta veinte mujeres de aquellas mas nobles y principales, y de los hijos que tuvo en ellas vienen los mas y mayores señores de toda esta tierra; y porque no se perdiese la memoria de Culuacan, poblóla, y puso en ella por señor á su hijo Nauhiocin, que fué segundo de tal nombre. Y él asentó y residió en Méjico; fué un excelente príncipe y un gran varon, y cuantas cosas quiso se le hicieron á su sabor, que, como ellos dicen, tenia la fortuna en la mano. Tornó á ser señor de Culuacan, como su padre lo fué; fué asimesmo rey de Méjico, y en él se comenzó á extender el imperio y nombre mejicano; y en cuarenta y seis años que reinó se enobleció muy mucho aquella ciudad Mexicotenuchtitlan. Dejó Acamapich tres hijos, que todos tres reinaron tras él, uno en pos de otro.

Muerto Acamapich, sucedió en el señorío de Méjico su hijo mayor Viciliuitl, el cual casó con heredera del señorío de Cuauhnauac, y con ella señoreó aquel estado. A Viciliuit! sucedió su hermano Chimapopoca.

A Chimapopoca sucedió el otro su hermano, dicho Izcona. Este Izcona señoreó á Azcapuzalco, Cuauhnauac, Chalco, Couatlichan y Huexocinco. Mas tuvo por acompañados en el gobierno á Nezaualcoyocin, señor de Tezcuco, y al señor de Tlacopan, y de aquí adelante mandaron y gobernaron estos tres señores cuantos reinos y pueblos obedecian y tributaban á los de Culúa; bien que el principal y el mayor dellos era el rey de Méjico, el segundo el de Tezcuco, y el menor el de Tlacopan.

Por muerte de Izcoua reinó Moteczuma, hijo de Viciliuit, que tal costumbre tenian en las herencias, de no suceder en el señorío los hijos á los padres que tenian hermanos, hasta ser muertos los tios; mas en muriendo, heredaban los hijos del hermano mayor, como hizo este Moteczuina.

Tras este Moteczuma vino á suceder en el reino una su hija, ca no habia otro heredero mas cercano; la cual casó con un su pariente, y parió dél muchos hijos, de los cuales fueron reyes de Méjico tres, uno tras otro, como habian sido los hijos de Acamapich.

Axayaca fué rey después de su madre, y dejó un hijo, que llamó Moteczuma por amor de su agüelo.

Por muerte de Axayaca reinó su hermano Tizocica. A Tizocica sucedió Auhizo, que tambien era su her

mano.

Como fué muerto Auhizo, entró á reinar Moteczuma, y comenzó el año de 1503. Este fué á quien prendió Cortés. Quedaron muchos hijos deste Moteczuma, á lo que dicen algunos. Cortés dice que dejó tres hijos varones con muchas hijas. El mayor dellos murió entre muchos españoles al huir de Méjico. De los otros dos,

era uno loco y otro perlático. Don Pedro Moteczuma, | pueblo, ó sin licencia del Rey, á quien debe y reconosque aun vive, es su hijo, y señor de un barrio de Méjico; el cual, porque se da mucho por vino, no le han hecho mayor señor. De las hijas, una fué casada con Alonso de Grado y otra con Pedro Gallego, y después con Juan Cano, de Cáceres; y primero que con ellos, casó con Cuetlauac. Fué bautizada, y llamóse doña Isabel. Parió de Pedro Gallego un hijo, que llamaron Juan Gallego Moteczuma, y de Juan Cano parió muchos. Otros dicen que no tuvo Moteczuma mas de dos hijos legítimos: á Axayaca, varon, y á esta doña Isabel; aunque bien hay que averiguar cuáles hijos y cuáles mujeres de Moteczuma eran legítimos.

Muerto que fué Moteczuma, y echados de Méjico los españoles, fué rey Cuetlauac, señor de Iztacpalapan, su sobrino, ó como algunos quieren, hermano. No vivió mas de sesenta dias, aunque otros dicen muchos menos. Murió de las viruelas que pegó el negro de Nar

vaez.

Por muerte de Cuetlauac reinó Cuahutimoc, sobrino de Moteczuma y sacerdote mayor; el cual, por reinar descansado, mató á Axayaca, á quien pertenecia el reino, y tomó por mujer á la doña Isabel que arriba dije. Este Cuahutimoc perdió á Méjico, aunque la defendió esforzadamente.

La manera comun de heredar.

Muchas maneras hay de heredar entre los de la Nueva-España, y mucha diferencia entre nobles y villanos, por lo cual porné aquí algo dello. Es costumbre de pecheros que el hijo mayor herede al padre en toda la hacienda raíz y mueble, y que tenga y mantenga todos los hermanos y sobrinos, con tal que hagan ellos lo que él les mandare. A esta causa hay siempre en cada casa muchas personas. La razon por donde no parten la hacienda es por no la desminuir con la particion y particiones que una tras otra se harian; lo cual, aunque es muy bueno, trae grandes inconvinientes. El que así hereda paga al señor los tributos y pechos que su casa y heredad es obligada, y no mas; y si está en lugar que pagan al señor por cabezas, da entonces aquel hermano mayor tantos cacaos por cada hermano y sobrino que tiene en casa, ó tantas plumas ó mantas ó cargas de maíz, ó las otras cosas que suelen pechar; y así, pecha mucho, y parece á quien no lo sabe que es un desaforado pecho. Y á la verdad, muchas veces no lo pueden pagar, y los venden ó toman por esclavos. Cuando no hay hermanos ni sobrinos que hereden forzosamente, vuelven las haciendas al señor ó al pueblo, y entonces las da el señor ó el pueblo á quien bien les place, con la carga de tributo y servicio que tiene, y no mas; bien que siempre hay respecto á darlas á parientes de los que las tuvieron. Y aunque los pueblos hereden á los vecinos, no es para concejo la renta, sino para el señor, del cual tienen tomado á renta, ó como decimos acá, á censo perpetuo, todo el término. Repártenlo por suertes, y contribuyen por rata. En otros lugares heredan al padre todos los hijos, y reparten entre sí la hacienda, que paresce mas justo y mas libertad. Algunos señoríos hay que, aunque hereda el hijo mayor, no entra en posesion sin decreto y voluntad del

ce vasallaje, á cuya causa muchas veces venian á heredar los otros hijos; y de aquí debe ser que en semejantes estados los padres nombran cuál hijo les heredará; y dicen que en muchos lugares dejaba mandado el padre qué hijo tenia de sucederle en el señorío. En los pueblos de república, que se gobernaban en comun, tenian diferentes maneras de heredar los estados, pero siempre se miraba el linaje. La general costumbre entre reyes y grandes señores mejicanos es heredar primero los hermanos que los hijos, y luego los hijos del hermano mayor, y tras ellos los hijos del primer heredero; y si no habia hijos ni nietos, heredaban los parientes mas propincos. Los reyes de Méjico, Tezcuco y otros sacaban del Estado lugares para dar á hijos y para dotar las hijas; y aun como eran poderosos, querian que siempre los hijos de las mujeres mejicanas, hijas y sobrinas del Rey heredasen el señorío de los padres, si bien no fuesen los mayores ni á los que pertenecia el Estado.

La jura y coronacion del Rey.

Aunque heredaban unos hermanos á otros, y tras ellos el hijo del primer hermano, no usaban del mando mi creo que del nombre de rey hasta ser ungidos y coronados públicamente. Luego pues que el rey de Méjico era muerto y sepultado, llamaban á cortes al señor de Tezcuco y al de Tlacopan, que eran los mayores y mejores, y á todos los otros señores súbditos y sufraganos al imperio mejicano, los cuales venian muy presto. Si habia dubda ó diferencia quién debia de ser rey, averiguábase lo mas aína que podian, y si no, poco tenian que hacer. En fin, llevaban al que pertenescia el reino, desnudo todo, excepto lo vergonzoso, al templo grande de Vitcilopuchtli. Iban todos muy callando y sin regocijo ninguno. Subíanlo de brazo las gradas arriba dos caballeros de la ciudad, que para esto nombraban, y delante dél iban los señores de Tezcuco y de Tlacopan, sin entremeterse nadie en medio; los cuales llevaban sobre sus mantas ciertas enseñas de sus ditados y oficios en la coronacion y ungimiento. No subian á las capillas y altar sino pocos seglares, y aquellos para vestir al nuevo rey y para hacer algunas cerimonias; que todos los demás miraban de las gradas y del suelo, y aun de los tejados, y todo se henchia: tanta gente cargaba á la fiesta. Llegaban pues con mucho acatamiento, hincábanse de rodillas al ídolo de Vitcilopuchtli, tocaban el dedo en tierra y besábanlo. Venia luego el gran sacerdote vestido de pontifical, con otros muchos revestidos tambien de las sobrepellices que, segun en otra parte dije, ellos usan; y sin hablalle palabra, le tiñia todo el cuerpo con una tinta muy negra, hecha para aquel efecto; y tras esto, saludando ó bendiciendo al ungido, rociábale cuatro veces de aquella agua bendita y á su modo consagrada, que dije guardaban en la consagracion del dios de masa, con un hisopo de ramas y hojas de caña, cedro y saz, que hacian por algun significado ó propiedad. Poníale después sobre la cabeza una manta toda pintada y sembrada de huesos y calavernas de muerto, encima de la cual le vestia otra manta negra, y luego otra azul, y ambas estaban con cabezas y huesos de

muerto, muy al natural pintados. Echábale al cuello unas correas coloradas, largas y de muchos ramales, de cuyos cabos colgaban ciertas insignias de rey, como pinjantes. Cargábale tambien á las espaldas una calabacita llena de ciertos polvos, en cuya virtud no le tocase pestilencia, ni le cayese dolor ni enfermedad ninguna, y para que no le aojasen viejas, ni encantasen hechiceros, ni engañasen malos hombres, y en fin, para que ninguna cosa mala le empeciese ni dañase. Poníale asimesmo en el brazo izquierdo una taleguilla con el encienso que ellos usan, y dábale un braserico con ascuas de corteza de encina. El Rey se levantaba entonces, echaba de aquel encienso en las brasas, y con gran mesura y reverencia sahumaba á Vitcilopuchtli, y sentábase. Llegaba luego el gran sacerdote, y tomábale juramento de palabra, y conjurábale que ternia la religion de sus dioses, que guardaria los fueros y leyes de sus antecesores, que manternia justicia, que á ningun vasallo ni amigo agraviaria, que seria valiente en la guerra, que haria andar al sol con su claridad, llover las nubes, correr los rios, y producir la tierra todo género de mantenimientos. Estas y otras cosas imposibles prometia y juraba el nuevo rey. Daba las gracias al gran sacerdote, encomendábase á los dioses y á los miradores, y con tanto le abajaban los mesmos que lo subieron, por la órden que primero. Comenzaba luego la gente á decir á voces que fuese para bien su reinado, y que le go zase muchos años con salud de todo el pueblo. Entonces viérades bailar á unos, tañer á otros, y á todos que mostraban sus corazones con las muchas alegrías que hacian. Antes de abajar las gradas llegaban todos los señores que estaban en las Cortes y en corte á darle obediencia. Y en señal del señorío que sobre ellos tenia, le presentaban plumajes, sartas de caracoles, collares y otras joyas de oro y plata, y mantas pintadas con la muerte. Acompañábanle hasta una gran sala, é íbanse. El Rey se asentaba en uno como estrado, que llaman tlacatecco. No salia del patio y templo en cuatro dias, los cuales gastaba en oracion, sacrificios y penitencia. No comia mas de una vez al dia, y aunque comia carne, sal, ají y todo manjar de señor, ayunaba. Bañábase una vez al dia y otra la noche en una gran alberca, donde se sangraba de las orejas, é incensaba al dios del agua Tlaloc. Tambien incensaba los otros ídolos del patio y templo, ofreciéndoles pan, fruta, flores, papeles y cañuelas tintas en sangre de su propia lengua, narices, manos y otras partes que se sacrificaba. Pasados aquellos cuatro dias, venian todos los señores á llevarlo á palacio con grandísima fiesta y placer del pueblo; mas pocos le miraban á la cara después de la consagracion. Con haber dicho estas cerimonias y solemnidad que Méjico tenia en coronar su rey, no hay qué decir de los otros reyes, porque todos ó los mas siguen esta costumbre, salvo que no suben en alto, sino al pié de las gradas. Venian luego á Méjico por la confirmacion del estado, y vueltos á sus tierras, hacian grandes fiestas y convites, no sin borracheras ni sin carne humana.

La caballería del Tecuitli.

Para ser tecuitli, que es el mayor ditado y dignidad tras los reyes, no se admiten sino hijos de señores.

Tres años y mas tiempo antes de recebir el hábito desta caballería, convidaba á la fiesta á todos sus parientes y amigos, y á los señores y tecuitles de la comarca. Venian, y juntos miraban que el dia de la fiesta fuese de buen signo, por no comenzarla con escrúpulo. Acompañaban al caballero novel todos los del pueblo hasta el templo grande del dios Camaxtle, que era el mayor ídolo de las repúblicas. Los señores, los amigos y parientes que convidados estaban, lo subian por las gradas al altar, hincábanse todos de rodillas delante el ídolo, y el caballero estaba muy devoto, humilde y paciente. Salia luego el sacerdote mayor, y con un aguzado hueso de tigre, ó con una uña de águila, le horadaba las narices, entre cuero y ternillas, de pequeños agujeros, y metíale en ellos unas pedrezuelas de azabache negro, y no de otra color; hacíale tras esto un gran vejámen, injuriándole mucho de palabras y obras, hasta desnudarlo en carnes, salvo lo deshonesto. El caballero se iba entonces así desnudo á una sala del templo, y comenzaba á velar las armas, asentábase en el suelo, y allí se estaba rezando. Comian los convidados muy de regocijo; pero en acabando, se iban sin hablarle. Como anochecia, le traian ciertos sacerdotes unas mantas groseras y viles que vistiese; una estera y un tajoncillo por almohada, en que se recostase, y otro por silla para sentarse; traíanle tinta con que se tiznase, puas de metl con que se punzase las orejas, brazos y piernas ; un brasero y resina para incensar los ídolos; y si habia gente con él, echábanla fuera, y no le dejaban mas de tres hombres, soldados viejos y diestros en la guerra, que le industriasen y tuviesen en vela. No dormia en cuatro dias sino algunos ratillos, y aquellos asentado; que los soldados le despertaban picándole con puas de metl. Cada media noche sahumaba los ídolos, y ofrecíales gotas de sangre que de su cuerpo sacaba. Andaba todo el patio y templo una vuelta al rededor, cavaba en cuatro partes iguales, y allí soterraba papel, copalli, y cañas con sangre de sus orejas, manos, piés y lengua. Tras esto comia; que hasta entonces no se desayunaba. Era la comida cuatro bollicos ó buñuelos de maíz, y una copa de agua. Alguno destos tales caballeros no comia bocado en cuatro dias. Acabados estos cuatro dias, pedia licencia á los sacerdotes para ir á cumplir su profesioná otros templos; que á su casa no podia, ni llegar á su mujer, aunque la tuviese, durante el tiempo de la penitencia. Al cabo del año, y de allí adelante, cuando queria salir, aguardaba á un dia de buen signo para que saliese en buen pié, como habia entrado. El dia que bia de salir venian todos los que primero le honraron, y luego por la mañana le lavaban y limpiaban muy bien, y le tornaban al templo de Camaxtle con mucha música, danzas y regocijo. Subíanle á cerca del altar, desnudábanle las mantillas que traia, atábanle los cabellos con una tira de cuero colorado al colodrillo, de la cual colgaban algunas plumas, cobríanlo de una fina manta, y encima della le echaban otra manta riquísima, que era el hábito é insignia de tecuitli. Poníanle en la mano izquierda un arco, y en la derecha unas flechas. Luego el sacerdote le hacia un razonamiento, del cual era la summa que mirase la órden de caballería que habia tomado, y ansí como se diferenciaba en el hábito, traje

ba

y nombre, ansí se aventajase en condicion, nobleza, liberalidad, y otras virtudes y obras buenas; que sustentase la religion, que defendiese la patria, que amparase los suyos, que destruyese los enemigos, que no fuese cobarde, y en la guerra que fuese como águila ó tigre, pues por eso le agujeraba con sus uñas y huesos la nariz, que es lo mas alto y señalado de la cara, donde está la vergüenza del hombre. Dábale tras esto otro nombre, y despedíale con bendicion. Los señores y convidados forasteros y naturales se sentaban á comer en el patio, y los ciudadanos tañian y cantaban conforme á la fiesta, y bailaban el netoteliztli. La comida era muy abastada de toda suerte de viandas, mucha caza y volatería; ca de solos gallipavos se comian á yantar mil, y mil y quinientos. No hay número de las codornices que allí se gastaban, ni de los conejos, liebres, venados, perrillos capados y cebones. Tambien servian culebras, víboras y otras serpientes guisadas con mucho ají ; cosa que paresce increible, pero es cierta. No quiero decir las muchas frutas, las guirnaldas de flores, los mazos de rosas y cañutos de perfumes que ponian en las mesas; pero digo que gentilmente se embeodaban con aquellos sus vinos. En fin, en semejantes fiestas no habia pariente pobre. Daban á los señores tecuitles y principales convidados plumajes, mantas, tocas, zapatos, bezotes, y orejeras de oro ó plata ó piedras de precio. Esto era mas o menos, segun la riqueza y ánimo del nuevo tecuitli, y conforme á las personas que se daba. Tambien hacia grandes ofrendas al templo y á los sacerdotes. El tecuitli se ponia en los agujeros de la nariz que le hizo el sacerdote, granillos de oro, perlezuelas, turquesas, esmeraldas y otras piedras preciosas; ca en aquello se conoscian y diferenciaban de los otros los tales caballeros. Atábanse los cabellos en la guerra á la coronilla. Era primero en los votos, en los asientos y presentes; era el principal en los banquetes y fiestas, en la guerra y en la paz, y podia traer tras de sí un banquillo para sentarse do quiera que le pluguese. Este ditado tenian Xicotencatl y Maxixca, que fué gran amigo de Cortés, y por eso eran capitanes, y tan preeminentes personas en Tlaxcallan y su tierra.

Lo que sienten del ánima.

Bien pensaban estos mejicanos que las ánimas eran inmortales, y que penaban ó gozaban segun vivieron, y toda su religion á esto se encaminaba; pero donde mas claramente lo mostraban, era en los mortuorios. Tenian que habia nueve lugares en la tierra donde iban á morar los defuntos: uno junto al sol, y que los hombres buenos, los muertos en batalla y sacrificados iban á la casa del sol, y que los malos se quedaban acá en la tierra, y repartíanse desta manera: los niños y mal paridos iban á un lugar, los que morian de vejez ó enfermedad iban á otro, los que morian súbita y arrebatadamente iban á otro, los muertos de heridas y mal pegajoso iban á otro, los ahogados á otro, los justiciados por delitos, como eran hurto y adulterio, á otro; los que mataban á sus padres, hijos y mujeres, tenian casa por sí. Tambien estaban por su cabo los que mataban al señor y á sacerdote alguno. La gente menuda comunmente se enterraba. Los señores y ricos hombres se

quemaban, y quemados, los sepultaban. En las mortajas habia gran diferencia, y mas vestidos iban muertos que anduvieron vivos. Amortajaban las mujeres de otra manera que á los hombres, ni que á los niños. Al que moria por adúltero vestian como al dios de la lujuria, dicho Tlazolteutl; al ahogado, como á Tlaloc, dios del agua; al borracho, como á Ometochtli, dios del vino; al soldado, como á Vitcilopuchtli; y finalmente, á cada oficial daban el traje del ídolo de aquel oficio.

Enterramiento de los reyes.

Cuando enferma el rey de Méjico ponen máscaras á Tezcatlipuca ó Vitcilopuchtli, ó á otro ídolo, y no se la quitan hasta que ó sana ó muere. Cuando espiraba enviábanlo á decir á todos los pueblos de su reino para que lo llorasen, y á llamar los señores que le eran parientes y amigos, y que podian venir á las honras dentro de cuatro dias; que los vasallos ya estaban allí. Ponian el cuerpo sobre una estera, velábanlo cuatro noches gimiendo y plañiendo. Lavábanlo, cortábanle una guedeja de cabellos de la coronilla, y guardábanlos, diciendo que en ellos quedaba la memoria de su ánima. Metíanle en la boca una fina esmeralda ; amortajábanle con decisiete mantas muy ricas y muy labradas de colores, y sobre todas ellas iba la devisa de Vitcilopuchtli ó Tezcatlipuca, ó la de algun otro ídolo su devoto, ó la del dios en cuyo templo se mandaba enterrar. Poníanle una máscara muy pintada de diablos, y muchas joyas, piedras y perlas. Mataban luego allí el esclavo lamparero, que tenia cargo de hacer lumbre y sahumerios á los dioses de palacio, y con tanto llevaban el cuerpo al templo. Unos iban llorando y otros cantando la muerte del Rey; que tal era su costumbre. Los señores, los caballeros y criados del defunto llevaban rodelas, flechas, mazas, banderas, penachos y otras cosas así, para echar en la hoguera. Recebíalos el gran sacerdote con toda su clerecía á la puerta del patio, en tono triste; decia ciertas palabras, y hacíale echar en un gran fuego que para lo quemar estaba hecho, con todas las joyas que tenia. Echaban tambien á quemar todas las armas, plumajes y banderas con que le honraban, y un perro que lo guiase adonde habia de ir, muerto primero con una flecha que le atravesase el pescuezo. Entre tanto que ardia la hoguera, y quemaban al Rey y el perro, sacrificaban los sacerdotes docientas personas, aunque en esto no habia tasa ni ordinario. Abríanlos por el pecho, sacábanles los corazones, y arrojábanlos en el fuego del señor, y luego echaban los cuerpos en un carnero. Estos, así muertos por honra y para servicio de su amo, como ellos dicen, en el otro siglo, eran por la mayor parte esclavos del muerto y de algunos señores que se los ofrescian; otros eran enanos, otros contrechos, otros monstruosos, y algunas eran mujeres. Ponian al defunto en casa, y en el templo muchas rosas y flores, y muchas cosas de comer y de beber, y nadie las tocaba sino sacerdotes, ca debia ser ofrenda. Otro dia cogian la ceniza del quemado, y los dientes, que nunca se queman, y la esmeralda que llevaba á la boca; todo lo cual metian en una arca pintada por dentro de figuras endiabladas, con la guedeja de cabellos, y con otros pocos cabellos que cuando nació le cortaron, y tenian guar

dados para esto. Cerrábanla muy bien, y ponian encima della una imágen de palo, hecha y ataviada al proprio como el defunto. Duraban las obsequias cuatro dias, en los cuales llevaban grandes ofrendas las hijas y mujeres del muerto, y otras personas, y poníanlas donde fué quemado y delante la arca y figura. Al cuarto dia mataban por su alma quince esclavos, ó mas o menos, ό segun que les parescia; á los veinte dias mataban cinco; á los sesenta, tres; á los ochenta, que era como cabo de año, nueve.

De cómo queman para enterrar los reyes de Michuacan.

El rey de Michuacan, que era grandísimo señor, y que competia con el de Méjico, cuando estaba muy á la muerte y desafiuzado de los médicos, nombraba al hijo que queria por rey; el cual luego llamaba todos los señores del reino, gobernadores, capitanes y valientes soldados que tenian cargos de su padre, para enterralle; al que no venia castigábale como á traidor. Todos venian, y le traian presentes, que era como aprobacion del reinado. Si el Rey estaba enfermo en artículo de muerte, cerraban las puertas de la sala porque ninguno entrase allá. Ponian la devisa, silla y armas reales en un portal del patio de palacio, para que allí se recogiesen los señores y los otros caballeros. En muriendo alzaban todos ellos y los demás un gran llanto, entraban do estaba su rey muerto, tocábanle con las manos, bañábanlo con agua olorosa, vestíanle una camisa muy delgada, calzábanle unos zapatos de venado, que es el calzado de aquellos reyes; atábanle cascabeles de oro á los tobillos, poníanle ajorcas de turquesas en las muñecas, en los brazos braceletes de oro, en la garganta gargantillas de turquesas y otras piedras, en las orejas cercillos de oro, en el bezo un bezote de turquesas, y á las espaldas un gran trenzado de muy linda pluma verde. Echábanle en unas anchas andas, que tenian una muy buena cama; poníanle al un lado un arco y un carcax de piel de tigre, con muchas flechas; y al otro un bulto tamaño como él, hecho de mantas finas, á manera de muñeca, que llevaba un grande plumaje de plumas verdes, largas y de precio. Llevaba su trenzado, zapatos, braceletes y collar de oro. Entre tanto que unos hacian esto, lavaban otros á las mujeres y hombres que habian de ser muertos para acompañar el Rey al infierno. Dábanles muy bien de comer, y emborrachábanlos para que no sintiesen mucho la muerte. El nuevo señor señalaba las personas que habian de ir á servir al Rey su padre, porque muchos no holgaban de tanta honra y favor; aunque algunos habia tan simples ó engañados, que tenian por gloriosa muerte aquella. Eran principalmente siete mujeres nobles y señoras: una para que llevase todos los bezotes, arracadas, manillas, collares y otras joyas así ricas, que solia ponerse el muerto; otra era para copera, o , otra que le sirviese aguamanos, otra que le diese el orinal, otra por cocinera, y la otra por lavandera. Tambien mataban otras muchas esclavas', y mozas de servicio, que eran libres. No lleva cuenta los hombres esclavos y libres que mataban el dia del enterrorio del Rey, ca mataban uno y aun mas de cada oficio. Limpios pues estos escogidos, hartos y beodos, se teñian los rostros de amarillo, y se ponian en las cabezas sen

das guirnaldas de flores, é iban como en procesion delante del cuerpo muerto, unos tañendo caracoles, otros huesos, otros en conchas de tortugas, otros chiflando, y creo que todos llorando. Los hijos del muerto y los señores principales tomaban en hombros las andas, y caminaban paso á paso al templo de su dios Curicaneri; los parientes rodeaban las andas y cantaban ciertos cantares tristes y revesados; los criados, los hombres valientes, y de cargos de justicia ó guerra, llevaban ventalles, pendones y diversas armas. Salian de palacio á media noche con grandes tizones de teda y con grandísimo ruido de trompetas y atabales. Los vecinos de las calles por do pasaban, barrian y regaban muy bien el suelo. En llegando al templo daban cuatro vueltas á una hacina de leña de pino, que tenian hecha para quemar el cuerpo; echaban las andas encima del monton de leña, y poníanle fuego por debajo; y como era seca, presto ardia. Achocaban entre tanto los enguirnaldados con porras, y enterrábanlos de cuatro en cuatro con los vestidos y cosas que llevaban, detrás del templo, á raíz de las paredes. En amaneciendo, que ya el fuego era muerto, cogian la ceniza, huesos, piedras y oro derretido en una rica manta, é iban con ello á la puerta del templo; salian los sacerdotes, bendecian las endemoniadas reliquias, envolvíanlas en aquella y en otras mantas, hacian una muñeca, vestíanla muy bien como hombre, poníanle máscara, plumaje, cercillos, sartales, sortijas, bezotes y cascabeles de oro; arco, flechas, y una rodela de oro y pluma á las espaldas, que parecia un ídolo muy compuesto. Abrian luego una sepultura al pié de las gradas, ancha y cuadrada, y honda dos estados; emparamentábanla de esteras nuevas y buenas por todas cuatro paredes y el suelo; armaban dentro una cama, entraba cargado de la muñeca un religioso, cuyo oficio era tomar á cuestas los dioses, y tendíala en la cama con los ojos hácia levante. Colgaba muchas rodelas de oro y plata sobre las esteras, y muchos penachos, saetas y algun arco. Arrimaba tinajas, ollas, jarros y platos. En fin, él hinchia la huesa de arcas encoradas, con ropa y joyas, de comida y de armas. Salíanse, y cerraban el hoyo con vigas y tablas, echábanle por encima un suelo de barro, y con tanto se iban. Lavábanse mucho todos aquellos señores y personas que habian llegado al sepultado, y hecho algo en el enterramiento, y luego comian en el patio de palacio, asentados, pero sin mesa. Alimpiábanse con sendos copos de algodon. Tenian las cabezas bajas, estaban mustios, y no hablaban sino «Dame á beber». Esto les duraba cinco dias, y en todos ellos no se encendia fuego en casa ninguna de aquella ciudad Chincicila, si no era en palacio y en templos; ni se molia maíz sobre piedra, ni se hacia mercado, ni andaban por las calles; y en fin, hacian todo el sentimiento posible por la muerte de su señor.

De los niños.

Es costumbre en esta tierra saludar al niño recien nascido, diciendo: «¡Oh criatura! ¡Ah chiquito! Venido eres al mundo á padescer; sufre, padesce y calla.» Pónenle luego un poco de cal viva en las rodillas, como quien dice: «Vivo eres, pero morir tienes, ó por muchos

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