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hombres que lo llevasen y guardasen; dijo asimismo que cada uno tomase lo que quisiese ó pudiese del tesoro, que él se lo daba. Los de Narvaez, hambrientos de aquello, cargaron de cuanto pudieron; mas caro les costó, porque á la salida, con la carga, no podian pelear ni andar; y así, los indios mataron muchos dellos, arrastraron y comieron. Tambien los de caballo tomaron dello á las ancas; y en fin, todos llevaron algo, que mas habia de setecientos mil ducados; sino que, como estaban en joyas y piezas grandes, hacian gran volúmen. El que menos tomó, libró mejor, ca fué sin embarazo y salvóse; y aunque algunos digan que se quedó allí mucha cantidad de oro y cosas, creo que no, porque los tlaxcaltecas y los otros indios dieron saco y se lo tomaron todo. Dió cargo Cortés á ciertos españoles que llevasen á recado á un hijo y dos hijas de Moteczuma á Cacama, y otro su hermano y á otros muchos señores grandes que tenia presos. Mandó á otros cuarenta que llevasen el ponton, y á los indios amigos la artillería y un poco de centli que habia; puso delante á Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones; dió la rezaga á Pedro de Albarado, y él acudia á todas partes con hasta cien españoles; y así, con esta órden salieron de casa á media noche en punto, y con gran niebla, y muy callandito, por no ser sentidos, y encomendándose á Dios que los sacase con vida de aquel peligro y de la ciudad. Echó Cortés por la calzada de Tlacopan, que habian entrado, y todos le siguieron; pasaron el primer ojo con la puente que llevabay echiza. Las centinelas de los enemigos y las guardas del templo y ciudad sonaron luego sus caracoles, y dieron voces que se iban los cristianos; y en un salto, como no tienen armas ni vestidos que echar encima y los impidan, salió toda la gente tras ellos á los mayores gritos del mundo, diciendo: «¡ Mueran los malos, muera quien tanto mal nos ha hecho!» Y ansí, cuando Cortés llegó á echar el ponton sobre el ojo segundo de la calzada, llegaron muchos indios que se lo defendian peleando; pero, en fin, hizo tanto, que lo echó y pasó con cinco de caballo y cien peones españoles, y con ellos aguijó hasta la tierra, pasando á nado las canales y quebradas de la calzada, que su puente de madera ya era perdida. Dejó los peones en tierra con Juan Jaramillo, y tornó con los cinco de caballo á llevar los demás, y á darles priesa que caminasen; pero cuando llegó á ellos, aunque algunos peleaban reciamente, halló muchos muertos. Perdió el oro, el fardaje, los tiros, los prisioneros; y en fin, no halló hombre con hombre ni cosa con cosa de como lo dejó y sacó del real. Recogió los que pudo, echólos delante, siguió tras ellos, y dejó á Pedro de Albarado á esforzar y recoger los que quedaban; mas Albarado no pudiendo resistir ni sufrir la carga que los enemigos daban, y mirando la mortandad de sus compañeros, vió que no podia él escapar si atendia, y siguió tras Cortés con la lanza en la mano, pasando sobre españoles muertos y caidos, y oyendo muchas lástimas. Llegó á la puente cabera, y saltó de la otra parte sobre la lanza; deste salto quedaron los indios espantados y aun españoles, ca era grandísimo, y que otros no pudieron hacer, aunque lo probaron, y se ahogaron. Cortés á esto se paró, y aun se sentó, y no á descansar, sino á hacer

duelo sobre los muertos y que vivos quedaban, y pen

sar y decir el baque que la fortuna le daba cou perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande, ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, mas temia la venidera, por estar todos heridos, por no saber adónde ir, y por no tener cierta la guarida y amistad en Tlaxcallan; y ¿quién no llorara viendo la muerte y estrago de aquellos que con tanto triunfo, pompa y regocijo entrado habian? Empero, porque no acabasen de perecer allí los que quedaban, caminando y peleando llegó á Tlacopan, que está en tierra, fuera ya de la calzada. Murieron en el desbarate desta triste noche, que fué á 10 de julio del año de 20 sobre 1500, cuatrocientos y cincuenta españoles, cuatro mil indios amigos, cuarenta y seis caballos, y creo que todos los prisioneros. Quien dice mas, quien menos; pero esto es lo mas cierto. Si esta cosa fuera de dia, por ventura no murieran tantos ni hobiera tanto ruido; mas, como pasó de noche escura y con niebla, fué de muchos gritos, llantos, alaridos y espanto; ca los indios, como vencedores, voceaban victoria, invocaban sus dioses, ultrajaban los caidos y mataban los que en pié se defendian. Los nuestros, como vencidos, maldecian su desastrada suerte, la hora y quien allí los trujo. Unos llamaban á Dios, otros á santa María, otros decian: «Ayuda, ayuda; que me ahogo.» No sabria decir si murieron tantos en agua como en tierra, por querer echarse á nado ó saltar las quebradas y ojos de la calzada, y porque los arrojaban á ella los indios, no pudiendo apear con ellos de otra manera; y dicen que en cayendo el español en agua, era con él el indio, y como nadan bien, los llevaban á las barcas y donde querian, ó los desbarrigaban. Tambien andaban muchas acalles á raíz de la calzada, peleando, que, como tiraban á bulto, daban á todos, aunque algo devisaban el vestido de los suyos, que parescia encamisada, y eran tantos los de la calzada, que se derribaban unos á otros en agua y á la tierra; y así, ellos se hicieron á sí mismos mas daño que los nuestros, y si no se detuvieran en despojar los españoles caidos, pocos ó ninguno dejaran vivos. De los nuestros tanto mas morian, cuanto mas cargados iban de ropa y de oro y joyas; ca no se salvaron sino los que menos oro llevaban y los que fueron delante ó sin miedo; por manera que los mató el oro y murieron ricos. Acabada que fué de pasar la calzada, no siguieron los indios nuestros españoles, ó porque se contentaron con lo hecho, ó porque no osaron pelear en lugar anchuroso, ó por se poner á llorar los hijos de Moteczuma, que aun hasta entonces nunca los habian conoscido ni sabido que fuesen muertos. Grandes llantos y plañidos hicieron sobre ellos, mesándose las cabezas por los haber ellos muerto.

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La batalla de Otumpan.

No sabian en Tlacopan, cuando los españoles llegaron, cuán rotos y huyendo iban, y los nuestros se remolinaron en la plaza por no saber qué hacer ni adónde ir. Cortés, que venia detrás para llevar todos los suyos delante, les dió priesa que saliesen al campo á lo llano, antes que los del pueblo se armasen y juntasen con mas de cuarenta mil mejicanos que, acabado el llanto, ve

nian ya picándole. Tomó la delantera, echó delante los

que no tuvieron harto para entre tantos. No habia es

indios amigos que le quedaron, y camino por unas la-pañol que de hambre no pereciese. Dejo aparte el tra

bajo y heridas; cosas que cada una bastaba para los acabar; empéro la nacion nuestra española sufre mas hambre que otra ninguna, y estos de Cortés mas que todos, que tiempo aun no tenian para coger yerbas de que comer basto. Luego otro dia con la mañana se partieron de aquellas casas; y porque tenia temor de la mucha gente que parecia, mandó Cortés que los de ca

los no tanto, que de las colas y estribos se asiesen, Ó hiciesen muletas y otros remedios para ayudarse y poder andar si no querian quedarse á dar buena cena á los enemigos. Valió mucho este aviso para lo que les avino, y aun tal español hubo que llevó á otro á cuestas, y lo salvó así. A una legua andada, en un llano salieron tantos indios á ellos, que cubrian el campo y que los cercaron á la redonda. Acosaron reciamente, y pelearon de tal suerte, que creyeron los nuestros ser aquel dia el último de su vida; ca muchos indios hubo que osaron tomarse con los españoles brazo á brazo y pié con pié; y aunque gentilmente se los llevaban rastrando, ora fuese por sobra de ánimo suyo, ora por falta en los nuestros, con los muchos trabajos, hambre y heridas, lástima era muy grande ver de aquella manera llevar á los españoles y oir las cosas que iban diciendo. Cortés, que andaba á una y otra parte confortando los suyos, y que muy bien veia lo que pasaba, encomendóse á Dios, llamó á san Pedro, su abogado, arremetió con su caballo por medio los enemigos, rompiólos, llegó al que traia el estandarte real de Méjico, que era capitan general, y dióle dos lanzadas, de que cayó y murió. En cayendo el hombre y pendon, abatieron las banderas en tierra, y no quedó indio con indio, sino que luego se derramaron cada uno por do mejor pudo, y huyeron, que tal costumbre en guerra tienen, muerto su general y abatido el pendon. Cobraron los nuestros coraje, siguiéronlos á caballo, y mataron infinitos dellos; tantos dicen, que no los oso contar. Los indios eran docientos mil, segun afirman, y el campo do esta batalla fué se dice de Otumpan. No ha habido mas notable hazaña ni vitoria en Indias después que se descubrieron; y cuantos españoles vieron pelear este dia Fernando Cortés afirman que nunca hombre peleó como él, ni los suyos así acaudilló, y que él solo por su persona los libró á todos.

bradas. Peleó hasta llegar á un cerro alto, donde estaba una torre y templo, que agora llaman por eso Nuestra Señora de los Remedios. Matáronle algunos españoles rezagados y muchos indios primero que arriba subiese; perdió mucho oro de lo que habia quedado, y fué harto librarse de la muchedumbre de ehemigos, porque ni los veinte y cuatro caballos que le quedaron podian correr, de cansados y hambrientos, ni los españo-ballo tomasen á las ancas los mas dolientes y heridos, y les alzar los brazos ni piés del suelo, de sed, hambre, cansancio y pelear, ca en todo el dia y la noche no habian parado ni comido. En aquel templo, que tenia razonable aposento, se fortalesció. Bebieron, pero no cenaron nada ó muy poco, y estuvieron á ver qué harian tantos indios que por al rededor estaban como en cerco, gritando y arremetiendo, y porque no tenian de comer; guerra peor que la de los enemigos. Hicieron muchos fuegos de la leña del sacrificio, y hacia la media noche, que sentidos no fuesen, se partieron. Mas como no sabian el camino, iban á tiento, sino que un tlaxcalteca los guió, y dijo que llevaria á su tierra si no lo impidian los de Méjico; y con tanto, comenzaron á caminar. Cortés ordenó su gente, puso los heridos y ropa que habia, en medio; los sanos y caballos repartió en vanguardia y retaguardia. No pudieron ir tan quedos, que no los sintieron las escuchas que cerca estaban; las cuales apellidaron luego y vino mucha gente, que los siguió solamente hasta el dia. Cinco de caballo, que iban delante á descubrir, dieron en ciertos escuadrones de indios que los aguardaban para robar, y que en viéndolos cuidaron venir alli todos los españoles, y huyeron. Mas reconociendo el poco número, pararon y juntáronse con los que atrás venian, y peleando los siguieron tres leguas, hasta que tomaron los nuestros una cuesta en que estaba otro templo con una buena torre y aposiento, do se pudieron albergar aquella noche, mas no cenar. Al alba les dieron los indios un mal rebato; empero fué mas el temor que el daño. Partieron de allí, y fueron á un pueblo grande por fragoso camino, por el cual hicieron poco mal los caballos en los enemigos, y ellos no mucho en los nuestros. Los del lugar huyeron á otro, de miedo; y así, pudieron estar alli aquella y otra noche siguiente, descansar y curar los hombres y bestias; mataron la hambre, y llevaron provision, aunque no mucha, ca no habia quien. Partidos dende, los persiguieron infinidad de contrarios, que los acometian recio y fatigaban. Y como el indio de Tlaxcallan que guiaba no sabia bien el camino, iban fuera dél. Al cabo llegaron á una aldea de pocas casas, donde aquella noche durmieron. A la mañana prosiguieron su camino, y tras ellos siempre los enemigos, que los fatigaron todo el dia. Hirieron á Cortés con honda tan mal, que se le pasmó la cabeza, ó porque no le curaron bien sacándole cascos, ó por el demasiado trabajo. que pasó. Entróse á curar en un lugar yermo, y luego, porque no le cercasen, sacó dél su gente; y caminando, cargó tanta muchedumbre sobre él, y peleó tan recio, que hirieron cinco españoles y cuatro caballos, uno de los cuales se murió, y le comieron sin dejar, como dicen, pelo ni hueso. Tuviéronla por buena cena, aun

El acogimiento que hallaron los españoles en Tlaxcallan.

Habida la vitoria, y cansados de matar indios, se fueron Cortés y sus españoles á dormir á una casa puesta en llano, de la cual se parecian ciertas sierras de Tlaxcallan, que no poco los alegraron, aunque por parte les puso en cuidado si les serian amigos en tal tiempo hombres tan guerreros como los de allí; porque el desdichado, el vencido y que huye, ninguna cosa halla en su favor; todo le sale mal ó al revés lo que piensa y ha menester. Cortés aquella noche fué atalaya de los suyos; y no tanto por estar mas sano ó descansado que los compañeros, sino porque siempre queria que fuese igual el trabajo á todos, como era comun el daño y pérdida. Siendo de dia caminaron por tierra llana derecho

El requerimiento que los soldados hicieron á Cortés.. Habia Cortés dejado allí en Tlaxcallan, al tiempo que se partió á Méjico á verse con Moteczuma, veinte mil pesos de oro, y aun mas que, después de sacado y enviado el quinto al Rey con Montejo y Portocarrero, se

á las sierras y provincia de Tlaxcallan. Pasaron por una fuente muy buena, do se refrescaron, que segun los indios amigos dijeron, partia términos entre mejicanos y tlaxcaltecas. Fueron á Huacilipan, lugar de Tlaxcallan y de cuatro mil vecinos, donde muy bien recebidos fueron, y proveidos tres dias que en él estuvieron descansando y curárdose. Algunos del pueblo no quisie-quedaron sin repartir, con las cortesías que hubo entre

ron darles nada sin que se lo pagasen; empero los mas muy bien lo hicieron con ellos. Aquí vinieron Maxixca, Xicotencatlh, Acxotecatlh, y otros muchos señores de Tlaxcallan y Huexocinco, con cincuenta mil hombres de guerra, los cuales iban á Méjico á socorrer los españoles, sabiendo las revueltas, y no la salida, daño y pérdida que llevaban. Otros dicen que sabiendo cómo venian destrozados y huyendo, los salieron á consolar y á convidar á su pueblo, de parte de la república. En fin, ellos mostraron pena de verlos así, y placer por hallarlos allí. Lloraban y decian : «Bien vos lo dijimos y avisamos, que mejicanos eran malos y traidores, y no lo creistes; pésanos de vuestro mal y desastre. Si quereis, vamos allá, y venguemos esta injuria y las pasadas, y las muertes de vuestros cristianos y de nuestros ciudadanos; y si no, id vos con nosotros, que en nuestras casas os curarémos.» Cortés se alegró grandemente de hallar aquel amparo y amistad en tan buenos hombres de guerra; lo que venia dudando. Agradecióles, como era razon, su venida y voluntad; dióles de las joyas que quedaron, algunas ; díjoles que tiempo habria para empleallos contra los de Méjico, y que al presente era necesario curar los enfermos. Aquellos señores le rogaron que, pues no queria tornar á Méjico, les dejase salir á combatirse con los de Culúa, que aun andaban muchos por allí, dicen que mas por robar que por otra cosa. Él les dió algunos españoles que sanos ó poco heridos estaban; con que fueron, pelearon, y mataron muchos dellos, y de ahí adelante no parecieron mas los enemigos. Luego se partieron muy alegres y vitoriosos á su ciudad, y tras ellos los nuestros. Sacáronles al camino de comer, á lo que dicen, veinte mil hombres y mujeres; pienso que los mas salieron por verlos; tanto era el amor y aficion que les tenian; ó por saber de los suyos que habian ido á Méjico, mas pocos tornaban. En Tlaxcallan fueron bien recebidos y tratados; ça Maxixca dió su casa y cama á Cortés, y á los demás españoles hospedaron los caballeros y principales personas de la ciudad, y les hicieron mil regalos; de los cuales tanto mas gozaron, cuanto mas destrozados venian; y creo que no habian dormido en camas quince dias atrás. Mucho se debe á los de Tlaxcallan por su lealtad y ayuda, especialmente á Maxixca, que arrojó por las gradas abajo del templo mayor á Xicotencat!, porque aconsejó al pueblo que matasen los españoles para reconciliarse con mejicanos; é hizo dos oraciones, una á los hombres y otra á las mujeres, en favor de los españoles, diciendo que no habian comido sal ni vestido algodon en muchos años, sino después que ellos eran sus amigos. Tambien se preciaban mucho ellos mesmos de aquesto, y de la resistencia y batalla que dieron á Cortés en Teoacacinco; y así, cuando hacen fiestas ó reciben algun virey, salen al campo sesenta ó setenta mil dellos á escaramuzar, y pelean como pelearon con él.

él y los compañeros. Dejó tambien las mantas y cosas de pluma, por no llevar aquel embarazo y carga adonde no era menester, y dejólo allí por ver cuán amigos y buenos hombres eran aquellos; y á efeto que, si en Méjico no le faltasen dineros, de enviarlos á la Veracruz á repartir entre los españoles que allí quedaban por guarda y pobladores, pues era razon darles parte de lo que hubiesen. Cuando después tornó con la vitoria de Narvaez, escribió al capitan que enviase por aquella ropa y oro, y lo repartiese entre sus vecinos, á cada uno como merecia. El capitan envió por ello cincuenta españoles con cinco caballos, los cuales á la vuelta fueron presos con todo el oro y ropa, y muertos á manos de gente de Culúa, que con la venida y palabras del Pánfilo anduvieron levantados y robando muchos dias. Mucho sintió Cortés, cuando lo supo, tanta pérdida de españoles y de oro. Y temiendo no les hubiese entrevenido algun semejante mal ó guerra á los españoles de Veracruz, envió luego allá un mensajero; el cual, como volvió, dijo que todos estaban sanos y buenos, y los comarcanos seguros y pacíficos; de que muy gran contentamiento tuvo Cortés, y aun los demás, que deseaban ir allá, y él no les dejaba; por lo cual todos bramaban y murmuraban dél diciendo : «¿Qué piensa Cortés? Qué quiere hacer de nosotros? ¿Por qué nos quiere tener aquí, donde muramos mala muerte? ¿Qué le merecemos para que no nos deje ir? Estamos descalabrados, tenemos los cuerpos llenos de heridas, podridos, con llagas, sin sangre, sin fuerza, sin vestidos; vémonos en tierra ajena, pobres, flacos, enfermos, cercados de enemigos, y sin esperanza ninguna de subir donde caimos. Harto locos sandios seriamos si nos dejásemos meter en otro semejante peligro como el pasado. No queremos morir locamente como él, que con la insaciable sed que de gloria y mando tiene, no estima su muerte, cuanto mas la nuestra, y no mira que le faltan hombres, artillería, armas y caballos, que hacen la guerra en esta tierra, y que le faltará la comida, que es lo principal. Yerra, y de verdad mucho lo yerra, en confiarse destos de Tlaxcallan, gente, como todos los indios son, liviana, mudable, de novedades amiga, y que querrá masá los de Culúa que á los de España; y que si bien agora disimulan y temporizan con él, en viendo ejército de mejicanos, sobre sí, nos entregarán vivos á que nos coman y sacrifiquen; ca cierto es que nunca pega bien ni dura amistad entre personas de diferente religion, traje y lenguaje.» Tras estas quejas, hicieron un requerimiento á Cortés en forma, de parte del Rey y en nombre de todos, que sin poner excusa ni dilacion saliese luego de allí, y se fuese á la Veracruz antes que los enemigos atajasen los caminos, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y se quedasen ellos allí aislados y vendidos; pues que muy mejor aparejo podia tener allá para relacerse si queria tornar sobre Méjico, ó para embarcarse

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si necesario fuese. Algo turbado y confuso se halló Cortés con este requirimiento, y con la determinacion que tenian, conoció que todo era por sacarlo de allí, y después hacer dél lo que quisiesen; y como iba muy fuera de su propósito, respondióles así.

Oracion de Cortés en respuesta del requerimiento.

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«Yo, señores, haria lo que me rogais y mandais, si os cumpliese; ca no hay ninguno de vosotros, cuanto mas todos juntos, por quien no ponga mi hacienda y vida si lo ha menester, pues á ello me obligan cosas que, si no soy ingrato, jamás las olvidaré. Y no penseis que no haciendo esto que ahincadamente pedis desminuyo ó desprecio vuestra autoridad, pues muy cierto es que con hacer al contrario la engrandezco y le doy mayor reputacion; porque yéndonos se acabaria, y quedando, no solo se conserva, mas se acrecienta. ¿Qué nacion de las que mandaron el mundo no fué vencida alguna vez? Qué capitan, de los famosos digo, se volvió á sù casa porque perdiese una batalla ó le echasen de algun lugar? Ninguno ciertamente; ca si no perseverara no saliera vencedor ni triunfara. El que se retira, huyendo parece que va, y todos le chiflan y persiguen; al que hace rostro, muestra ánimo y está quedo, todos le favorecen ó temen. Si nos salimos de aquí pensarán estos nuestros amigos que de cobardes lo hacemos, y no querrán mas nuestra amistad; y nuestros enemigos, que de medrosos; y ansí, no nos temerán, que seria harto menoscabo de nuestra estimacion. ¿Hay alguno de nosotros que no tuviese por afrenta si le dijesen que huyo? Pues cuantos mas somos tanto mayor vergüenza seria. Maravillome de la grandeza de vuestro invincible corazon en batallar, que soleis ser codiciosos de guerra cuando no la teneis, y bulliciosos teniéndola ; y agora que se vos ofrece tal y tan justa y tan loable, la rehusais y temeis: cosa muy ajena de españoles y muy fuera de * vuestra condicion. ¿Por ventura la dejais porque á ella

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os llama y convida quien mucho blasona del arnés y nunca se le viste? Nunca hasta aquí se vió en estas Indias y Nuevo-Mundo, que españoles atrás un pié tornasen por miedo, ni aun por hambre ni heridas que tuviesen, y ¿quereis que digan: «Cortés y los suyos se tornaron estando seguros, hartos y sin peligro»? Nunca Dios tal permita. Las guerras mucho consisten en la fama; pues ¿qué mayor que estar aquí en Tlaxcallan, á despecho de vuestros enemigos, y publicando guerra contra ellos, y que no osen venir á enojaros? Por donde podeis conocer cómo estáis aquí mas seguros y fuertes que fuera de aquí. Por manera que en Tlaxcallan teneis seguridad, fortaleza y honra; y sin esto, todo buen aparejo de medecinas necesarias y convenientes á vuestra cura y salud, y otros muchos regalos con que cada dia is de mejoría, que callo, y que donde nacistes no los terníades tales. Yo Hamaré á los de Coazacoalco y Almería, y así serémos muchos españoles; y aunque no viniesen, somos hartos; que menos éramos cuando por esta tierra entramos, y ningun amigo teniamos; y como bien sabeis, no pelea el número, sino el ánimo; no vencen los muchos, sino los valientes. E yo he visto que uno desta compañía ha desbaratado un ejército, como hizo Jonatás, y muchos, que cada uno por sí ha vencido

mil y diez mil indios, segun David contra los filisteos. Caballos presto me vernán de las islas; armas y artillería luego traerémos de la Veracruz, que hay harta y está cerca. De las vituallas perded temor y cuidado, que yo proveeré abundantísimamente; cuanto mas que siempre siguen ellas al vencedor y que señorea el campo, como harémos nosotros con los caballos. Por los desta ciudad, yo fiador que os sean leales, buenos y perpetuos amigos, que ansí me lo prometen y juran. Y si otra cosa quisiesen, ¿cuándo mejor tiempo ternán que han tenido estos dias, que yaciamos dolientes en sus camas y propias casas, solos, mancos y, como decis, podridos; los cuales no solamente os ayudarán como amigos, empero tambien os servirán como criados; que mas quieren ser vuestros esclavos que súbditos de mejicanos: tanto odio les tienen, y á vosotros tanto amor. Y porque veais ser esto y todo lo que dicho tengo, así quiero probarlos y probaros contra los de Tepeacac, que mataron los otros dias doce españoles; y si mal nos sucediere la ida, haré lo que pedis ; y si bien, haréis lo que os ruego.">

Con esta plática y respuesta perdieron el antojo que de irse de Tlaxcallan á la Veracruz tenian, y dijeron que harian cuanto mandase. La causa dello debió ser aquella esperanza que les puso para después de la guerra de Tepeacac; ó mejor diciendo, porque nunca el español dice á la guerra de no, que lo tiene por deshonra y caso de menos valer.

La guerra de Tepeacac.

Quedó Cortés muy descansado con esto, y libre de aquel cuidado que tanto le fatigaba; y verdaderamente, si él hiciera lo que los compañeros querian, nunca recobrara á Méjico, y ellos fueran muertos por el camino, ca tenian malos pasos de pasar, é ya que pasaran, tampoco repararan en la Veracruz, sino fuéranse, como tenian la intencion, á las islas; y así, Méjico se perdiera de veras, y Cortés quedara destruido y con poca reputacion. Mas él, que muy bien lo entendió, tuvo el esfuerzo y cordura que contado habemos. Cortés curó de sus heridas y los compañeros tambien de las suyas. Algunos españoles murieron por no haber curado á los principios las llagas, dejándolas sucias ó sin atar, y de flaqueza y trabajo, segun cirujanos decian. Otros quedaron cojos, otros mancos, que no chica lástima y pérdida era. Los mas, en fin, guarecieron y sanaron muy bien; y así, pasados veinte dias que allí llegaron, ordenó Cortés de hacer guerra á los de Tepeaca ó Tepeacac, pueblo grande y no léjos, porque habian muerto doce españoles que venian de la Veracruz á Méjico, y porque siendo de la liga de Culúa, les ayudaban mejicanos, y hacian daño en tierra de Tlaxcallan, como decia Xicotencatl. Rogó á Maxixca y á otros señores de aquellos, que se fuesen con él. Ellos lo comunicaron con la república, y á consejo y voluntad de todos, le dieron mas de cuarenta mil hombres de pelea, y muchos tamemes para cargar, y con bastimentos y otras provisiones. Fué pues con aquel ejército y con los caballos y españoles que pudieron caminar. Requirióles que, en satisfacion de los doce españoles, fuesen sus amigos, obedeciesen al Emperador, y no

acogiesen mas en sus casas y tierra mejicano ninguno
ni hombre de Culúa. Ellos respondieron que si mata-
ron españoles fué con justa razon, pues en tiempo de
guerra quisieron pasar por su tierra por fuerza y sin
demandar licencia, y que los de Culúa y Méjico eran sus
amigos y señores, y no dejarian de tenerlos en sus
casas siempre que á ellas venir quisiesen, y que no
querian su amistad ni obedecer á quien no 'conocian;
. por tanto, que se tornase luego á Tlaxcallan si no de-
seaba la muerte, Cortés les convidó con la paz otras
muchas veces, y como no la quisieron, dióles guerra
muy de veras. Los de Tepeacac, con los de Culúa, que
tenian en su favor, estaban muy bravos. Tomaron los
pasos fuertes y defendieron la entrada, y como eran
muchos, y entre ellos habia de valientes hombres, pe-
learon muy bien y muchas veces. Mas al cabo fueron
vencidos y muertos sin matar español, aunque mataron
muchos tlaxcaltecas. Los señores y república de Tepea-
cac, viendo que sus fuerzas ni las de mejicanos no bas-
taban á resistir los españoles, se dieron á Cortés por
vasallos del Emperador, á partido que echarian de toda
su tierra á los de Culúa, y le dejarian castigar como
quisiese á los que mataron los españoles; por lo cual
Cortés, y porque estuvieron muy rebeldes, hizo escla-
vos á los pueblos que se hallaron en la muerte de aque-
llos doce españoles, y dellos sacó el quinto para el Rey.
Otros dicen que sin partido los tomó á todos, y castigó
así aquellos en venganza, y por no haber obedecido
sus requerimientos, por putos, por idólatras, porque
comen carne humana, por rebeldía que tuvieron, por-
que temiesen otros, y porque eran muchos, y porque,
si así no los trataba, luego se rebelaran. Como quiera
que ello fué, él los tomó por esclavos, y á poco mas de
veinte dias que la guerra duró, domó y pacificó aquella
provincia, que es muy grande. Echó de ella á los de
Culúa, derribó los ídolos, obedeciéronle los señores,
y por mayor seguridad fundó una villa, que llamó Se-
gura de la Frontera, y nombró cabildo que la guarda-
se, para que, pues el camino de la Veracruz á Méjico
es por allí, fuesen y viniesen seguros los españoles é in-
dios. Ayudaron en esta guerra como amigos verdade-
ros los de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla, y dijeron
que así harian.contra Méjico, é aun mejor. Con esta
vitoria cobraron ánimo los españoles y muy gran fama
por toda aquella comarca, que los tenia por muertos.

Cómo se dieron á Cortés los de Huacacholla, matando
á los de Culúa.

Estando Cortés en Segura, le vinieron unos mensajeros del señor de Huacacholla secretamente á decirle que se le daria con todos sus vasallos si los libraba de la servidumbre de los de Culúa, que no solo les comian sus haciendas, mas les tomaban sus mujeres, y les hacian otras fuerzas y demasías; y que en la ciudad estaban aposentados los capitanes con muchos otros soldados, y por las aldeas y comarca. Y en Mexinca, que cerca era, habia otros treinta mil para le defender la entrada á tierra de Méjico, y si mandaba que fuese ó enviase españoles, y podria con su ayuda tomar á manos aquellos capitanes. Muy mucho se alegró Cortés con tal mensajería; y cierto, era cosa de alegrar, porque

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comenzaban á ganar tierra y reputacion mas de lo que pensaban poco antes los suyos. Loó al Señor, honró los mensajeros, dióles mas de trécientos españoles, trece de caballo, treinta mil tlax caltecas y de los otros indios amigos que tenia en su ejército, y enviólos. Ellos fueron á Chololla, que está ocho leguas de Segura, y luego, caminando por tierra de Hue xocinco, dijo uno de allí á los españoles que iban vendidos; porque era trato doble entre Huacacholla y Huexocinco, llevarlos así para matarlos allá en su lugar, que era fuerte, por contentar á los de Culúa, con quien estaban recien confederados y amigos. Andrés de Tapia, Diego de Ordás Cristobal de Olid, que eran los capitanes, ó por miedo, ó por mejor entender el caso, prendieron los mensajeros de Huacacholla y los capitanes y personas principales de Huexocinco que iban con él, y volviéronse á Chololla, y de allí enviaron los presos á Cortés con Domingo García de Alburquerque, y una carta en que le avisabàn del negocio, de cuán atemorizados quedaban todos. Cortés, como leyó la carta, habló y examinó los prisioneros, y averiguó que sus capitanes habian mai entendido; porque, como era de concierto que aquellos mensajeros tenian de meter los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar á los de Culúa, entendieron que querian matar á los españoles, ó aquel les engañó que se lo dijo. Soltó y satisfizo los capitanes y mensajeros que estaban quejosos, y fuése con ellos, porque no acontesciese algun desastre en sus compañeros, porque se lo rogaron. El primer dia fué á Chololla, y el segundo á Huexocinco. Allí concertó con los mensajeros el cómo y el por dónde habia de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y mas presto los prendiesen 6 matasen. Ellos se partieron aquella noche, é hicieron lo prometido, ca engañaron las centinelas, cercaron á los capitanes y pelearon con los demás. Cortés se partió una hora primero que amaneciese, y á las diez del dia ya estaba sobre los enemigos, y poco antes de entrar en la ciudad salieron á él muchos vecinos con mas de cuarenta prisioneros de Culúa, en señal que habian cumplido su palabra, y lleváronlo á una gran casa donde estaban cerrados los capitanes, peleando con tres mil del pueblo que los tenian cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles estorbar pudieron que no los matasen casi todos. De los otros murieron muchos antes que Cortés llegase, y llegado, huyeron hacia los otros de su guarnicion, que ya venian treinta mil dellos á socorrer sus capitanes; los cuales llegaron á poner fuego á la ciudad al tiempo que los vecinos estaban ocupados y embebecidos en combatir y matar enemigos. Como Cortés lo supo, salió á ellos con los españoles. Rompiólos con los caballos, y retrájolos á una bien alta y grande cuesta; en la cual, cuando de subir acabaron, ni ellos ni los nuestros se podian rodear; y así, estancaron dos caballos, y el uno murió, y muchos de los enemigos caye ron en el suelo, de puro cansados y sin herida ninguna, y se ahogaron de calor; y como luego sobrevinieron nuestros amigos, y comenzaron de refresco á pelear, enchico rato estaba el campo vacío de vivos y lleno de muertos.

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