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do. Vemos, sin embargo, que la ortodoxia reformista se conservó bastante bien durante dos siglos. Luego tenia dogmas ménos movedizos que el libre exámen, y es preciso investigarlos.

Otro error no ménos grave, aunque ya mil veces refutado, es el de fijarse sólo en el nombre de Reforma, y considerarla como una protesta contra los abusos y escándalos de la Iglesia, cuando, lejos de atajar ninguno, vino á acrecentarlos y á traer otros nuevos é inauditos. Que la Iglesia y las costumbres no estaban bien á fines del siglo XV y principios del XVI, verdad es, aunque harto triste, y nunca lo han negado los escritores católicos, aunque en el señalar las causas haya alguna diversidad.

Afirman ciertos huraños escritores, reñidos con las Musas y las Gracias, de los cuales pudiéramos decir:

Nec Deus hunc mensa, Dea nec dignata cubili est,

que todo dependia del renacimiento y de la resurreccion de las letras clásicas. Para sostener tamaño desvarío, seria preciso borrar de la historia el siglo X, el siglo XIV y otros siglos medios, en que no habia letras clásicas, pero sí muy malas costumbres, unidas á una bárbara ignorancia: dado que la ignorancia y el mal gusto á nadie libran de caer en vicios y pecados. El concubinato de los clérigos y la simonía no eran más frecuentes en el siglo XV que en tiempo de San Gregorio VII. Ni las Marozzias y Teodoras disponian á su arbitrio de la tiara, como en los dias del siglo X. Los que en la Edad Media sólo ven virtudes, y en el Renacimiento sombras, trabajo tendrán para explicar los pontificados de Sérgio, de Leon VI y Juan XI. Aquella opresion contínua de la Iglesia, entregada á emperadores germanos, barones de Toscana y mujeres ambiciosas; aquella série de deposiciones y asesinatos..... cosas son de que apenas se encuentra vestigio en los tiempos del neo-paganismo. ¿No hay razon para preferir cualquiera época á aquélla de la cual escribió el Cardenal Baronio estas amargas frases?: «Quam foedissima Ecclesiae romanae facies, quum Romae dominarentur potentissimae aeque ac sordidissimae meretrices, quorum arbitrio mutarentur sedes, darentur episcopatus, et quod auditu horrendum et infandum est, intruderentur in sedem Petri earum amasii pseudo-pontifices, qui non sunt nisi ad consignanda tantum tempora in catalogo Romanorum pontificum scripti!»' ¿Acaso se han perdi

1 Á pesar de la grande autoridad de Baronio, creo que conviene, en obsequio á la verdad histórica, disminuir algo de la amarguísima censura que sus palabras entrañan. No es del

do los escritos de San Pedro Damian, por donde sabemos que ningun vicio, ni áun de los más abominables y nefandos, era extraño á los, clérigos de su tiempo, cuyas costumbres, con evangélica y valiente severidad, nota y censura? ¿No están las actas de los Concilios clamando á voces contra esas apologías de la Edad Media, en que se pretende establecer sacrílega alianza entre el Cristianismo y la barbárie? ¡Qué clamores, qué resistencias no se alzaron contra San Gregorio VII cuando quiso restablecer la observancia del celibato y acabar con la simonía! Los clérigos simoniacos y concubinarios encontraron defensa en la espada de los emperadores alemanes, y no pararon hasta hacerle morir en el destierro. ¿Quién no conoce las récias invectivas de San Bernardo contra la gula y el lujo, la soberbia, avaricia y rapacidad de muchos monjes de su tiempo? Cierto que las costumbres mejoraron en el siglo XIII, época de mucha gloria para la Iglesia, y de gran desarrollo para el arte que por excelencia llaman cristiano. Pero al terminar aquel siglo, y en todo el XIV, se verifica un como retroceso á la barbárie y á la corrupcion, de que hay pruebas abundantísimas con sólo abrir cualquier libro de aquel tiempo, desde el Planctus Ecclesiae de Álvaro Pelagio, hasta los cuentos de Boccacio. Nuestros lectores saben ya á qué atenerse respecto de este siglo por lo que dijimos en uno de los capítulos anteriores, recogiendo los testimonios de autores españoles que describen aquel triste estado social. Se dirá (¿qué no se dice para sostener una tésis vana?) que ya comenzaba el Renacimiento; y á esto se puede y debe contestar que los horrores y aberraciones morales de este siglo fueron menores en Italia que en Francia, España, Inglaterra y Alemania, países donde el Renacimiento habia penetrado muy poco ó era casi desconocido.

Con Renacimiento y sin Renacimiento hubiera sido el siglo XV una edad viciosa y necesitada de reforma, dados tales precedentes. Sólo que en el siglo X habia vicios, y no habia esplendor de ciencias. y artes, y en el XV y XVI brillan y florecen tanto éstas, que á muchos críticos les hacen incurrir en el sofisma post hoc, ó más bien, juxta hoc, ergo propter hoc, sin considerar que en último caso no es el

todo seguro mucho de lo que se dice del estado de Roma en aquellos tiempos. Los testimonios antiguos son pocos, oscuros y quizá apasionados. El mismo Gregorovius, que para nadie será sospechoso de amor á la Iglesia y al Catolicismo, y que ha estudiado como nadie la historia de Roma en la Edad Media, atenúa mucho de lo que se dice de la relajacion de aquella época, sin que esto se oponga á que la tengamos por una de las más horrendas y calamitosas de la historia; peor cien veces que el siglo XV y que casi todos los siglos. Basta y sobra con lo que está plenamente averiguado para formar este concepto, sin que sea preciso extremarle ni caer en exageraciones, que para la tésis que defiendo tampoco son necesarias.

arte el que corrompe la sociedad, sino la sociedad la que corrompe al arte, puesto que ella le hace y produce. Esto suponiendo que el arte del Renacimiento fuera malo y vitando, lo cual es contrario á toda verdad histórica, á no ser que se tomen por tipo y norma general aberracionnes y descarríos particulares (lo cual es otro sofisma muy vulgar y corriente). Claro que si se trae por ejemplar del arte de la Edad Media el Dies irae ó el Stabat Mater, y del Renacimiento la Mandrágola de Maquiavelo ó el Hermaphrodita de Poggio, parecerá execranda y obra de demonios encarnados esta nueva literatura. Pero este argumento, á fuerza de probar mucho, no prueba nada. Con igual razon se puede decir: pónganse de una parte los edificantes fabliaux de la Francia del Norte, ó los versos provenzales del cruzado Guillermo de Poitiers y de Guillem de Bergadam, y de otra la Cristiada de Jerónimo Vida, y ésta parecerá obra de ángeles en el cotejo. La comparacion, para ser igual, ha de establecerse entre obras del mismo género. ¿No vale más prescindir de estos insulsos lugares comunes de paganismo y renacimiento, y confesar que el hombre, áun en las sociedades cristianas, ha solido andar muy fuera de camino, tropezando y cayendo, así en las obras artísticas como en la vida?

Volvamos á la necesidad de reforma y al estado de la Iglesia. Nacia ésta de causas muy diversas, siendo la principal de todas el menoscabo de la autoridad pontificia desde los tiempos de Bonifacio VIII, de Nogaret y Sciarra Colonna. La traslacion de la Santa Sede á Aviñon, el largo cautiverio de Babilonia, el cisma de Occidente, los Concilios de Constanza y Basilea en sus últimas sesiones, todo habia contribuido á quitar prestigio y fuerza á Roma en el ánimo de las muchedumbres, haciendo nacer un semillero de herejías: Wicleffitas, Hussitas, etc., que abrieron el camino á Lutero. La tiranía de los príncipes seculares, sobre todo de los alemanes y franceses, habia pesado durísimamente sobre el poder papal. La simonía, y el concederse los más pingües beneficios eclesiásticos, en edad muy temprana, á hijos de reyes ó de grandes señores, era frecuentísimo, así como el reunirse várias mitras en una misma cabeza. Á consecuencia de la incúria é ignorancia de muchos Prelados las iglesias yacian abandonadas, así como la instruccion religiosa de la plebe, que fácilmente se arrojaba á supersticiones y herejías. En muchas diócesis la administracion de Sacramentos no era tan frecuente como debiera. Los monasterios eran muy ricos, y solian emplear sus riquezas para bien; pero no dejaban de resentirse de los males propios de la riqueza: el

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fausto y las comodidades, que se avenian mal con lo austero de la vida monástica. Tambien las Órdenes mendicantes se habian apartado, y no poco, de las huellas de sus fundadores; y es unánime el testimonio de los escritores de entonces, no sólo de los protestantes, no sólo de los renacientes, sino de los más fervorosos católicos, en acusar á los fráiles (quizá con demasiada generalidad) de ignorantes, glotones, aseglarados, díscolos y licenciosos. Por lo que hace á nuestra España, ¿no prueba demasiado la verdad de estas acusaciones la grande y verdadera reforma que tuvieron que hacer la Reina Católica y Cisneros? ¿Y no se prueba la verdad de todo lo que venimos diciendo, con la simple lectura de los capítulos De Reformatione del Tridentino?

Si así andaba la cabeza, ¿cómo andaria el cuerpo? La traicion y el envenenamiento eran cosa comun, sobre todo en Italia. Maquiavelo redujo á reglas la inmoralidad política, y no se cansó de describir los ingeniosos artificios de que se valió César Borgia para deshacerse de Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, el señor Pagolo y el duque de Gravina Orsini. El faltar á la fé de los tratados y á la palabra empeñada se tenia por cosa de juego ó muestra de habilidad, y no anduvo inmune de este pecado nuestro Fernando el Católico. De liviandades no se hable: á nadie escandalizaban los amancebamientos y barraganías públicas; donde quiera se tropezaba con bastardos de Cardenales y príncipes de la Iglesia; el adulterio era asimismo frecuentísimo. Cundia la aficion á la mágia y á las ciencias ocultas..... ¿Para qué ennegrecer más este cuadro recordando las liviandades de Sixto IV y Alejandro VI? Si alguna prueba necesitáramos de lo indestructible del fundamento divino de la Iglesia católica nos la daria su estabilidad y permanencia en medio de tantas tribulaciones; el no haber emanado error alguno de la Cátedra de San Pedro, fuese quien fuese el que la ocupaba, y el haber tenido la Iglesia valor y constancia para reformar la disciplina y las costumbres, de la manera con que lo llevó á cabo en el siglo XVI.

De tales abusos tomaron pretexto los protestantes para sus declamaciones, exagerándolo y abultándolo todo. Y sin embargo, nadie deseaba tanto la reforma como los católicos. Desde los tiempos de San Bernardo se venia clamando por ella. «¡Quién me concediera, antes de morir, ver la Iglesia como en sus primeros dias!» exclamaba aquel Santo en una de sus epístolas al Papa Eugenio. Y por la re

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forma clamaron Gerson y Pedro de Alliaco, y ya en el siglo XV el Cardenal Juliano, Legado en Alemania en tiempo de Eugenio IV.' Contemplaba Juliano las reliquias de la herejía hussita; veia el ódio del pueblo contra el estado eclesiástico, que era, en su opinion, incorregible; anunciaba una revolucion láica en Alemania, y añadia proféticamente: «Ya está el hacha al pié del árbol».

El hacha fué Lutero, que vino á traer, no la reforma, sino la desolacion, no la antigua disciplina, sino el cisma y la herejía; y que, lejos de corregir ni reformar nada, autorizó con su ejemplo el romper los votos y el casamiento de los clérigos, y sancionó en una consulta teológica (juntamente con Melanchton y Bucero) la bigamia del landgrave de Hesse. La reforma pedida por los doctores católicos se referia sólo á la disciplina; la pseudo-reforma era una herejía dogmática, que venia á trastornar de alto abajo toda la concepcion antropológica del Cristianismo.

Si la Reforma no era protesta contra los abusos, ¿que venia á ser, y de qué fuentes nacia? Los que se desentienden completamente de sus dogmas, y se enamoran de vacías fórmulas históricas, dicen que una consecuencia del Renacimiento; y esto lo afirman, con rara conformidad, ciertos amigos suyos y ciertos adversarios. Para darles la razon, seria preciso que demostrasen que los grandes artistas y escritores del Renacimiento italiano eran partidarios ó fautores de la doctrina de la fé que justifica sin las obras: punto capital de la doctrina luterana. Y como esto es un absurdo, y no puede demostrarse; como el movimiento ni empezó ni hizo grandes progresos en Italia, foco principal del arte y de la ciencia restaurados, sino en Alemania, país antilatino y anticlásico por excelencia; como Erasmo y todos los demás que abrieron el camino á Lutero eran tambien germanos, y no latinos, y emplearon la mitad de sus escritos en diatribas contra el paganismo de la córte de Leon X; como la Reforma, por boca de Melanchton, hizo un capítulo de acusacion á los católicos por haber aprendido en la escuela de los gentiles, y haber seguido á Platon en el uso de los vocablos razon y libre albedrío, que se oponian al fatalismo protestante; como los errores y herejías que germinaron en la Italia del Renacimiento no se parecen á los de Alemania sino en ser herejías y errores, sin que tenga que ver nada Lutero con la impiedad política de Maquiavelo, ni con el materialismo de Pomponazzi, ni con los sueños teosóficos de la Academia de Florencia, ni con el culto pagano de Pomponio Leto; como el Renacimiento es un hecho múltiple y complicadísimo, y la Reforma una herejía clara, bien de

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