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« EL CID » DE DOZY

Retráteme el que quisiere, dijo don Quijote, pero no me maltrate, que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias. (Quijote, 2a Parte, cap. LIX).

La fama alcanzada por el estudio que con el título Le Cid d'après de nouveaux documents, publicó Dozy en sus Recherches, nos ha hecho vacilar no poco, antes de que nos decidiésemos á escribir este trabajo; pero estamos tan convencidos de que los procedimientos de aquel publicista no fueron todo lo correctos que exigen la crítica y la imparcialidad histórica, que aun sabiendo que se trata de una obra de renombre casi universal, vencimos la resistencia que tal consideración podía oponernos y nos determinamos á trazar las líneas que siguen.

Debemos notar que la edición del libro de Dozy á la que hemos de referirnos es la tercera ', trasunto atenuado de las auteriores, con las cuales presenta grandes diferencias, especialmente con la primera, publicada en el año 1842, pues en las posteriores á ésta, no solamente rectificó el autor algunos extremos, sino que suprimió largos pasajes respecto de los cuales hubo de demostrársele los graves errores en que incurriera, siendo de censurar que, al omitirlos, no hiciese la más mínima advertencia, como parecía exigir la sinceridad, aunque en ello padeciese un tanto el amor propio 2.

1. Recherches sur l'histoire et la littérature de l'Espagne pendant le moyen åge; troisième édition revue et augmentée, Leyden, 1881, tomo II. Las ediciones primera y segunda, también de Leyden, son de 1842 y 1849, respectivamente.

2. Uno de estos casos es el mencionado por el Sr. Menéndez y Pelayo en su Antologia de poetas liricos castellanos (Madrid, 1906, tomo XII, págs 9 y 10,

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Dozy tuvo ante todo una profunda aversión hacia España. Diríase que al elegir al Cid como materia de sus investigaciones, llevó como principal propósito inferirnos una ofensa, tomando por blanco de su mal humor al único héroe español de la Edad Media que ha alcanzado, segun él, nombre verdaderamente europeo, y que al ver que el pueblo español, encariñado con la memoria del famoso caudillo castellano, viene haciendo de él desde hace ocho siglos, la encarnación de sus sentimientos caballerescos, se esforzó en presentarle ante el mundo como un sér despreciable, experimentando la insana complacencia del fanático que insulta las creencias ajenas en los símbolos que puedan serles más queridos.

Para convencerse de la antipatía sistemática que sintió por España, basta pasar los ojos por las páginas de su libro y observar cómo aprovecha cuantas ocasiones se le ofrecen, vengan ó no vengan á cuento, para zaherirnos y hacer alarde del olímpico. desprecio que le merecíamos; se trata del estilo de nuestros escritores, y Dozy juzga que la prosa castellana contemporánea ni tiene carácter, ni individualidad, ni es otra cosa que el francés traducido al pie de la letra '; se trata de nuestros historiógrafos, y Dozy afirma que los autores de la General no tenían del árabe más conocimientos que los precisos para traducirlo de un modo pasadero, que Masdeu era un crítico de mala fe y que Risco no sabía latín y embrollaba la cronología; se trata del pueblo

nota 2), donde se dice que Dozy, « por fiarse demasiado de Sandoval, admitía en la edición de 1842 una supuesta batalla de Salatrices, ganada en 1106 por los almoravides á Alfonso VI, y en la cual hizo prodigios de valor el obispo de León Don Pedro, juntamente con Alvar Fáñez y otros próceres; y agrega el ilustre Maestro que Dozy, aunque lo reconoció, « no confesó su error, limitándose á borrar en las ediciones sucesivas de las Recherches todo lo referente á Alvar Fáñez ».

1. Pág. 31. 2. Pág. 69.

3. Pág. 70.

español de la Edad Media, y Dozy lo califica de nación corrompida, pérfida y cruel ', y, por no perder resquicio, habla con cierto menosprecio de la Crónica General, alegando la ridícula razón de que en tiempo de Alfonso X la crítica histórica no existía aún en la España cristiana2 (!).

Facilmente se comprenderá que el hombre que así apreciaba las cosas españolas no había de hallarse en la mejor disposición para escribir la historia del héroe á quien nuestro pueblo rindió en todos tiempos admiración, y por eso el Cid de la realidad, pintado por Dozy, tenía que resultar, como resultó, un estafermo monstruoso, pero que le sirvió á maravilla para descargar los enconados dicterios de su vasto repertorio.

Rodrigo Díaz de Vivar fué en su concepto, un condottiere, un traidor, un infame, un incendiario, un hombre sin fe y sin ley, que unas veces combatía por Cristo y otras por Mahoma, atenido unicamente al provecho de la soldada ó del pillaje; un caudillo degradado y sin conciencia, que engañaba á Alfonso VI y á los

1. Pág. 103.

2. Pág. 31. Recuérdense también las virulentas censuras de que hizo objeto á Conde por su conocido libro Historia de la dominación de los Arabes en España, calificándolo de inventor de mentiras, de falsificador de los hechos y de ignorante consumado en la lengua drabe, censuras injustas ante las cuales, tanto don Augustín Durán, en el Prólogo que puso à la Crónica Rimada (Biblioteca de AA, E., tomo XVI, pág. 650, 2a col.), como Malo de Molina en su Rodrigo el Campeador (Madrid, 1857, Discurso Preliminar, páginas xxxvi y siguientes) se creyeron en la obligación de salir á la defensa de nuestro compatriota, aunque lo hicieron con timidez, cual si el nombre de Dozy les infundiese cierto terror. Gayangos fué, del mismo modo, rudamente atacado por el crítico en la primera edición. Ciertamente que Dozy correspondía de muy mala manera á los escritores españoles de su época, que parece que á porfía se disputaban el elogiar sus trabajos y tributarle alabanzas, en muchos casos harto exageradas: Lafuente (Historia de España, Madrid, 1869, tomo IV), Durán (loc. cit.), Malo de Molina (loc. cit.) y el mismo Gayangos (traducción de la Historia de la Literatura Española, de Ticknor, pág. 514) son buenos ejemplos de ello.

árabes, faltando á la palabra de caballero y á los juramentos de cristiano; un déspota, en fin, de encarnizada crueldad y de corazón de fiera, que quemaba vivos á los prisioneros ó los echaba á los perros para que les desgarrasen las entrañas.

Ciertamente, que nada de esto merecería la pena de ser leído con más atención de la que ordinariamente se dedica á tal clase de virulentos desahogos, si Dozy no hubiese procurado y conseguido muchas veces, revestir su disertación de una apariencia de seriedad científica y de un aparato crítico por los que es fácil dejarse sorprender. Vamos, pues, á examinar su trabajo, tanto en lo que se refiere al análisis de las fuentes, como en lo que concierne á la biografía que del Campeador escribió con el título de El Cid de la realidad.

I

Las fuentes directas de que Dozy se valió para su estudio son de dos clases: cristianas y árabes. Fueron aquéllas, la Crónica General, la Gesta Roderici Campidocti, la Crónica del Cid, de Velorado, el Poema del Cid, el Carmen latinum, publicado por Du Méril en su obra Poésies populaires latines du moyen âge, y la Crónica Rimada; y fueron las de origen árabe, la primera parte del tercer volumen de la Dzakhirà de Abén Bassám, descubierta por él en Gotha, el año 1844; el Kitab-al-ictifá, de Abén el Cardebús; un manuscrito de Abén el Abbar, que se halla en el Escorial, y algunas otras de menor importancia.

Por lo que respecta á las fuentes cristianas, hemos de fijarnos. en la Crónica General, en la del Cid, en el Poema y en la Crónica Rimada, pues acerca de la Gesta Roderici Campidocti, Dozy se limitó á combatir (con razón sobrada, por cierto), los argumentos de Masdeu, que, como es sabido, negó autenticidad á dicho documento, y nada hay en su crítica que merezca reparo. De las demás fuentes no nos ocuparemos, porque de ellas hace el autor un uso muy secundario.

La Crónica General, que Dozy utilizó casi exclusivamente en

los pasajes de la conquista de Valencia, no la conoció más que en la edición de Florián de Ocampo, hecha en Zamora en 1541, y por el modo que tiene de apreciarla, así como por algunos de sus comentarios, puede asegurarse que no sospechó siquiera que existía más Crónica General que la que sirvió para confeccionar la edición mencionada; de aquí que los errores y defectos que encuentra en ella los atribuya en muchas ocasiones á la Crónica General de Alfonso X, siendo así que deben achacarse exclusivamente ó á la diversidad del códice seguido por Ocampo, ó á deficiencias del mismo, ó á descuidos de los copistas, ó á erratas de los impresores. No obstante, usa de la edición sin reserva alguna, pues no presumiendo ni una sóla vez que nuestras bibliotecas y archivos pudieran guardar variantes. de importancia, creyó que con el citado libro tenía suficiente para aventurarse en la empresa y hacer afirmaciones absolutas, falta de precaución que le llevó en más de un caso á incurrir,

1. Así, por ejemplo, en la nota ó apéndice XVI dice que en la Crónica General se lee el siguiente párrafo : « Si fuere á diestro, matarme ha el aguaducho; é si fuere á siniestro, matarme ha el león ; é si quisiere tornar atrás, quemarme ha el fuego »; luego, compara el texto que precede con el del capítulo 187 de la Crónica del Cid, que dice: « Si fuere á diestro, matarme ha el aguaducho ; é si fuere á siniestro, comerme ha el león; é si fuere adelante, morré en la mar; é si quisiere tornar atrás, quemarme ha el fuego »; y agrega: « No es preciso decir que la tercera frase se omitió, por error, en la General », cosa que no es cierta, pues en donde se omitió fué en la edición de Ocampo. En la Primera Crónica General (edición del Sr. Menéndez Pidal, Madrid, 1906) se lee: « Si fuer a diestro, matar ma el aguaducho; si fuer a siniestro, matar ma el leon; si fuer adelante, morre en la mar ; si quisiere tornar atras, quemar ma el fuego »> (cap. 912, página 582, 1a col.).

En otra ocasión, habla el autor del castillo de Torralba y apunta por nota: « La Crónica General dice Toalba », lo cual tampoco es cierto, como no sea refiriéndose al códice de que se valió Ocampo, pues en otros se lee Coalba, Coalua ó Coalha (véanse las variantes en la citada edición de la Primera Crónica General, pág. 572, 2a col., lín. 22). Pudiéramos citar muchos ejemplos de casos análogos en que Dozy se echó á discurrir dando como buenos textos que en la edición que manejó estaban equivocados.

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